- Los antojos son cosa peligrosa- decía Ña María mientras le daba a la bomba y nos servía grandes tazas de agua fresca, salida de donde la tierra la esconde.
- Si a uno se le antoja una frutilla en pleno embarazo, ahí nomás hay que tocarse el traste, cosa que si queda la foto del antojo en el bebé, sea en el lugar donde no da el sol.
- Ése es el secreto- Decía Ña María - Agarrarse la manía de tocarse el traste es muy sano con esta cuestión de los antojos, porque así el bebé sale lisito y precioso.
- Claro - pensaba yo - mi mamá no tendría antojos porque no tengo ni frutillas ni otras marcas ni en la frente, ni en la nariz ni el traste.
- Mi mamá es una persona muy prudente - pensaba yo.- Muy propio de mi mamá no andar deseando.
Lo que no sabía por esa época es que mi mamá sí había deseado cosas, cosas de ser feliz nomás, cosas para el alma.
Y así quedé yo, con un alma medio tristona, un alma con unas manchitas como moretones chiquitos, como de golpecitos contra las incomodidades de la vida.
Porque cuando a mi mamá se le aparecía el antojo de ser feliz se ve que le venían también las tristezas, y se ve que se las guardaba adentro para no andar desparramándolas, porque así de prudente es mi mamá.
Y adentro estaba yo.
Por eso ando siempre triste yo.
Porque a mi mamá se le antojaban cosas de esas que se desean para el alma, y como no hay donde tocarse para que los deseos del alma no dejen marcas, yo, que era un bebé placentario en esa época, me quedé con los antojos de una vida más amable y un alma más machucada que lo normal.
-Así son los antojos- dijo Ña María- Dejan marcas. Y le daba a la bomba de la escuela, salida de donde la tierra la esconde.
sábado, 13 de octubre de 2012
domingo, 30 de septiembre de 2012
Pocas pulgas
Pocas pulgas era el perrito faldero de la profesora de letras.
Los chicos le habían puesto Pocas Pulgas porque al pobre lo bañaban más seguido que a hijo único.
Encima la profesora le había puesto un moño rosa que el pobre lucía con dignidad pese a las cargadas del resto del perrerío.
Pocas Pulgas era un perrito demasiado acicalado y por si fuera la profe le decía Pupi, cosa que odiaba con todo su corazón de perro alfa.
El pobre Pocas Pulgas andaba de acá para allá, de escuela en escuela, muy de acompañante en el auto cola corta.
A veces lo dejaba en el auto entre clase y clase, con la ventanilla un poquito abierta para que corriera aire y el pobre esperaba pacientemente, muy de cogote parado miranda para afuera. Eso hasta que venían los perros callejeros a darle vueltas alrededor, matándose de risa por lo ridículo que quedaba con ese moño gigante más propio de un regalo de bazar que de un can en toda regla.
Lo que más enorgullecía a Pocas Pulgas era su prosapia.
Era hijo, nieto y bisnieto de perro callejero por parte de padre y por parte de madre tenía documento hasta la quinta generación por lo menos.
Eso le había dado una elegancia propia de los corredores y por otra parte ese laissez faire, laissez passer propio de las clases altas.
Era bien consciente de que esa doble prosapia lo colocaba en la cumbre misma de la pirámide social perruna y aunque no pudiera digerir bien la cuestión del moño se bancaba las cargadas como un duque por una sola razón: por amor.
Es que Pocas Pulgas quería de verdad a la profesora de letras. La quería por infinidad de razones entre las que no estaban precisamente esa manía de bañarlo día por medio, cosa que odiaba porque afectaba seriamente su pudor.
La quería en particular porque su corazón de varón de bien le indicaba que esa dama prematuramente envejecida se andaba olvidando de vivir por querer enseñar poemas viejos y maneras de decir.
Por eso decidió que era hora de cambiar las cosas y un día, cuando la profesora de letras abrió el auto para meter una pila de carpetas y libros en el asiento de atrás, tomó impulso y se escapó.
Los chicos ayudamos poniendo carteles por el pueblo. Responde al nombre de Pupi, decían los carteles, pero hubiera sido imposible reconocerlo después de cuatro días de vagar por ahí, ya que el moño, rosa y bien plantado en el cartel era a los pocos días un irreconocible colgajo en el cuello de Pocas Pulgas.
La profesora lo buscaba siempre que podía. Andaba de acá para allá con el autito cola corta con la cabeza medio desenroscada de tanto andar mirando. Se acostumbró a salir a horas impensadas para poder buscarlo tranquilamente sin que nadie pensara que estaba más loca que una cabra.
A veces salía a la hora en que no es tan de noche ni de día y llamaba Pupi, Pupi, con una voz que no alarmara porque quería llamarlo pero no asustar el vecindario.
También salía a caminar, primero una hora por día y más adelante hasta dos, y ahí se la veía, caminando a horas diversas por el pueblo.
Para la primavera ya había perdido unos cuantos kilos y desde las obras en construcción le caían los piropos como avioncitos de papel llenos de mensajes alentadores.
La manía de los libros no la había perdido así que andaba siempre con uno en la mano y cuando llegaba al parque de las Aguas Corrientes o a alguna plaza se sentaba de piernas cruzadas, porque ahora podía cruzar las piernas, a leer.
Así un día en Plaza Falucho conoció a su actual novio y prometido. Un señor con tres hijos más malos que la peste.
Pocas Pulgas se había tomado la costumbre de vigilarla desde lejos, más para cuidarla que para otra cosa, por eso, cuando llegó a la conclusión de que el noviazgo ya estaba consolidado y no había vuelta atrás, un día se le apareció en la puerta, oloroso y decididamente varonil.
Ahora son una feliz familia de seis.
Ha vuelto a bañarse día por medio porque a decir verdad un perro que se precie de pertenecer sabe que las pulgas no son buena compañia.
Los chicos le compraron un collar de cuero con tachas y dejó oficialmente de ser Pupi, ahora lo llaman P.P.
Pocas Pulgas era un perrito demasiado acicalado y por si fuera la profe le decía Pupi, cosa que odiaba con todo su corazón de perro alfa.
El pobre Pocas Pulgas andaba de acá para allá, de escuela en escuela, muy de acompañante en el auto cola corta.
A veces lo dejaba en el auto entre clase y clase, con la ventanilla un poquito abierta para que corriera aire y el pobre esperaba pacientemente, muy de cogote parado miranda para afuera. Eso hasta que venían los perros callejeros a darle vueltas alrededor, matándose de risa por lo ridículo que quedaba con ese moño gigante más propio de un regalo de bazar que de un can en toda regla.
Lo que más enorgullecía a Pocas Pulgas era su prosapia.
Era hijo, nieto y bisnieto de perro callejero por parte de padre y por parte de madre tenía documento hasta la quinta generación por lo menos.
Eso le había dado una elegancia propia de los corredores y por otra parte ese laissez faire, laissez passer propio de las clases altas.
Era bien consciente de que esa doble prosapia lo colocaba en la cumbre misma de la pirámide social perruna y aunque no pudiera digerir bien la cuestión del moño se bancaba las cargadas como un duque por una sola razón: por amor.
Es que Pocas Pulgas quería de verdad a la profesora de letras. La quería por infinidad de razones entre las que no estaban precisamente esa manía de bañarlo día por medio, cosa que odiaba porque afectaba seriamente su pudor.
La quería en particular porque su corazón de varón de bien le indicaba que esa dama prematuramente envejecida se andaba olvidando de vivir por querer enseñar poemas viejos y maneras de decir.
Por eso decidió que era hora de cambiar las cosas y un día, cuando la profesora de letras abrió el auto para meter una pila de carpetas y libros en el asiento de atrás, tomó impulso y se escapó.
Los chicos ayudamos poniendo carteles por el pueblo. Responde al nombre de Pupi, decían los carteles, pero hubiera sido imposible reconocerlo después de cuatro días de vagar por ahí, ya que el moño, rosa y bien plantado en el cartel era a los pocos días un irreconocible colgajo en el cuello de Pocas Pulgas.
La profesora lo buscaba siempre que podía. Andaba de acá para allá con el autito cola corta con la cabeza medio desenroscada de tanto andar mirando. Se acostumbró a salir a horas impensadas para poder buscarlo tranquilamente sin que nadie pensara que estaba más loca que una cabra.
A veces salía a la hora en que no es tan de noche ni de día y llamaba Pupi, Pupi, con una voz que no alarmara porque quería llamarlo pero no asustar el vecindario.
También salía a caminar, primero una hora por día y más adelante hasta dos, y ahí se la veía, caminando a horas diversas por el pueblo.
Para la primavera ya había perdido unos cuantos kilos y desde las obras en construcción le caían los piropos como avioncitos de papel llenos de mensajes alentadores.
La manía de los libros no la había perdido así que andaba siempre con uno en la mano y cuando llegaba al parque de las Aguas Corrientes o a alguna plaza se sentaba de piernas cruzadas, porque ahora podía cruzar las piernas, a leer.
Así un día en Plaza Falucho conoció a su actual novio y prometido. Un señor con tres hijos más malos que la peste.
Pocas Pulgas se había tomado la costumbre de vigilarla desde lejos, más para cuidarla que para otra cosa, por eso, cuando llegó a la conclusión de que el noviazgo ya estaba consolidado y no había vuelta atrás, un día se le apareció en la puerta, oloroso y decididamente varonil.
Ahora son una feliz familia de seis.
Ha vuelto a bañarse día por medio porque a decir verdad un perro que se precie de pertenecer sabe que las pulgas no son buena compañia.
Los chicos le compraron un collar de cuero con tachas y dejó oficialmente de ser Pupi, ahora lo llaman P.P.
martes, 11 de septiembre de 2012
El cocorito
Y además de Uñaqui nos salió Cocorito. Re cocorito en realidad.
Porque como buen latinoamericano no se conforma con algo menos que re.
Vaya a saber por qué.
Tiene pose natural de matoncito, cosa que demostró ni bien pudo pararse sobre dos las dos patas flacas que Dios le dió.
Y ni que hablar cuando se arrodilla y una vez en esa pose estira una patita como si fuera lo más cómodo del mundo quedarse haciendo nada tirado por el piso, pata para el costado y mirada desafiante como diciendo - - A ver, vení, vení si te animás.
Me pregunto cómo será dentro de algunos años y espero que siga siendo un poco Cocorito porque así me gusta a mi. Cocorito y más lleno de risa que un cascabel.
Porque como buen latinoamericano no se conforma con algo menos que re.
Vaya a saber por qué.
Tiene pose natural de matoncito, cosa que demostró ni bien pudo pararse sobre dos las dos patas flacas que Dios le dió.
Y ni que hablar cuando se arrodilla y una vez en esa pose estira una patita como si fuera lo más cómodo del mundo quedarse haciendo nada tirado por el piso, pata para el costado y mirada desafiante como diciendo - - A ver, vení, vení si te animás.
Me pregunto cómo será dentro de algunos años y espero que siga siendo un poco Cocorito porque así me gusta a mi. Cocorito y más lleno de risa que un cascabel.
Lunapedrera
En Lunapedrera había una zapateria en la que vendían solamente zapatos plateados.
Y como era la única zapateria de Lunapedrera todos en el pueblo todos usábamos zapatos color plata.
Tanto nos acostumbramos que terminamos por olvidarnos que había otros colores con los que andar caminando.
Un día vino un periodista y un fotógrafo y salimos en las revistas y en la tv y todos se rieron de nuestros zapatos y de nuestros pies.
Y vino un comerciante de la ciudad y puso una zapatería y entonces tuvimos zapatos y zapatillas de todos los colores.
Y así fue que la gente de Lunapedrera dejó de usar zapatos plateados.
El problema es que ahora todos hemos olvidado el camino. Antes bastaba con seguir la leve huella de plata para llegar hasta la sombra de la luna y desde allí era sólo cuestión de dejarse llevar.
A veces me pongo mis zapatos plateados y salgo a caminar por Lunapedrera. Paso por la zapatería y miro la vidriera vacía. Miro la calle y espero encontrar el rastro plateado de los otros pies. No lo encuentro y se me da por llorar. Es que hemos perdido hasta la luna por esa manía de querer ser tan diferentes que ni los zapatos iguales quisimos tener.
domingo, 2 de septiembre de 2012
La peliculita
La cámara avanza por una vereda.
La vereda está prolija y aunque el pasto escasea hay parches muy verdes.
La cámara muestra los árboles como si quien camina por la vereda los estuviese mirando.
La cámara mira el tunel de árboles verdes y entre las ramas se ve un cielo azul celeste.
La cámara baja y muestra a un grupo de personas que caminan despacio.
Por la vereda avanza la abuela Ethel con Vero y Ana. Vero va empujando un carrito rojo con dos bebés. Uno rubio, otro castaño.
La cámara enfoca a la abuela Ethel bien de cerca y en ángulo.
La abuela Ethel camina despacio y Vero la agarra del brazo y le deja el carrito rojo a Ana.
Todos están sonriendo, riendo casi. La cámara se eleva y enfoca hacia abajo y ahí está la tía Andrea sacando fotos para que todo sepan que Juan y Mateo estuvieron recorriendo la vereda de la casa de la abuela, en Saladillo.
La vereda está prolija y aunque el pasto escasea hay parches muy verdes.
La cámara muestra los árboles como si quien camina por la vereda los estuviese mirando.
La cámara mira el tunel de árboles verdes y entre las ramas se ve un cielo azul celeste.
La cámara baja y muestra a un grupo de personas que caminan despacio.
Por la vereda avanza la abuela Ethel con Vero y Ana. Vero va empujando un carrito rojo con dos bebés. Uno rubio, otro castaño.
La cámara enfoca a la abuela Ethel bien de cerca y en ángulo.
La abuela Ethel camina despacio y Vero la agarra del brazo y le deja el carrito rojo a Ana.
Todos están sonriendo, riendo casi. La cámara se eleva y enfoca hacia abajo y ahí está la tía Andrea sacando fotos para que todo sepan que Juan y Mateo estuvieron recorriendo la vereda de la casa de la abuela, en Saladillo.
sábado, 18 de agosto de 2012
La verdadera novia de Rácula
INTRODUCCIÓN...QUE SERÍA LA DEL LIBRO
Querido lector, al sólo y imprescindible efecto de que entiendas algo más que un pito a la vela (expresión que de por si no entiende nadie), es necesario que comprendas que estos cuentos los cuenta la tía Andrea para sus sobrinos Juan y Mateo. Es que la tía Andrea ( que vengo a ser yo precedida por el noble título que los dos cachorros me han impuesto) quiere o quiero pintarles con palabras el mundo del que ellos en definitiva proceden.
Por eso Perseverancia es la tía Perseverancia. Por José es el tío José. Por eso Juan y Ethel son los abuelos. Por ser los tíos o abuelos de Juan y Mateo, o lo que corresponda genealógicamente hablando.
Si no entienden nada a no preocuparse. Menos entienden los votantes y creen vivir en democracia.
Pasen y vean.
He aquí el paisaje del que venimos.
La tía Perseverancia fue la única y verdadera novia de Rácula.
Ella podía seguirle el tranco al muy nochero. Y se lo seguía. Y hasta le ganaba en los desvelos.
Yo siempre me acuerdo del día que la tía Perseverancia nos presentó al novio.
Me acuerdo que en primer lugar pensé que era muy lindo. Pero lindo de verdad, de esos lindos que uno no olvida.
Antes de sus nupcias la tía Perseverancia hizo un curso de hemoterapia.
Se recibió de técnica un mes antes del casamiento.
Es que la tía Perseverancia se tomó muy en serio la necesidad de que el tío Rácula no anduviera por ahí buscando un aperitivo de grupo y factor desconocido.
La tía Perseverancia, no se si se acuerdan, era medio pelirroja por parte de padre. Se le había metido el pelirrojo entre los rulos castaños y cuando se descuidaba andaba más colorada que castaña.
Y pese a que toda la vida había dicho que se pensaba buscar un novio rubio se enamoró del tío Rácula. Tal vez porque era casi imposible no enamorarse de él, por no decir imposible nomás. Es que bastaba que el quisiera enamorar. Y el la quiso enamorar ni bien la vió.
Lo que pasó es que él estaba paseando por el pueblo cuando la vio, muy de camisón, sacando la basura como a las tres de la madrugada. Y quedó como obnubilado.
Dicen, aunque ella nunca lo quiso admitir abiertamente, que el primer beso se lo dió ahí nomás, al lado del basurín, que era como una canasto en la punta de un palo donde uno ponía la bolsita de basura para que no la rompieran los perros.
El tío Rácula se ríe cuando se acuerda, porque dice que la tía Perseverancia, tan prudente ella, se le colgó del cogote y el pensó que se había topado con una congénere en lugar de con una novia.
Así de cortito fue el galanteo. Ni cinco minutos duró y ahí estaban los dos a los besos frente a la casa de la tía.
Pero eso sí, ella no lo invitó a pasar porque no lo conocía de nada y le dió miedo meter a cualquiera a la casa.
La segunda cita fue al día siguiente y ahí sí, él la pasó a buscar a una hora decente, tipo las diez de la noche.
El tío Rácula se había alojado en el Hotel Saladillo, que aunque era muy verde tenía unas buenas persianas de madera que no dejaban entrar ni un rayito de sol.
Cuando la tía apareció, toda emperifollada, el abuelo Juan no se privó de ninguna cargada.
Que estaba muy pinturrajeada, le dijo, Que los pantalones le ajustaban mucho el traste. Que te tardaste en llegar, le dijo. Pero estaba muy linda la tía Perseverancia. Y aquí vale aclarar que por esa época no era tía y era mi hermana nomás.
Le espiamos por la ventana el novio que se había conseguido.
El se bajó de la camioneta todo galante para abrirle la puerta. Y ahí nomás le zampó un beso de los de película mientras la tía Perseverancia trataba de esquivarlo porque sabía que el abuelo Juan y nosotras tres estábamos mirando escondidas atrás de las persianas.
La única que no espiaba era la abuela Ethel, que nunca fue indiscreta, y que además estaba muy entretenida leyéndonos una nota que iban a publicar en el diario La Mañana del domingo.
Después contó Perseverancia que Rácula la había llevado a cenar una parrillada completa y que al final había pedido al mozo dos helados gigantes. Tal para cual - pensamos todos.
- Pero pagó en efectivo - dijo Perseverancia, cosa que no le había parecido tan bien porque era de gente establecida tener tarjeta de crédito y esas cosas.
El noviazgo duró unos meses en los que se la pasaron de parrilla en parrilla y hasta fueron a Buenos Aires a ver unos espectáculos de nivel internacional.
Llamaba la atención, eso sí, que Rácula jamás andaba de día y que solamente lo veíamos al ponerse el sol.
Cuando le preguntamos a la tía de qué vivía nos dijo que de la especulación. Es que se dedicaba a los bonos y a las acciones, todo por internet y de la otra punta del mundo. Por eso siempre andaba de noche, haciendo negocios hasta la madrugada.
Perseverancia que era la más inteligente de la familia pronto le agarró la mano a eso de las acciones y los bonos, y aunque ella no era de despertarse muy temprano ampliaron el negocio a las bolsas del otro cuarto del mundo, ese que funcionaba a media tarde. Un éxito total.
Pronto nomás se anunciaron los planes de boda y el abuelo Juan empezó a decir que seguro Rácula era medio bobo, o bobo del todo, vaya a saber. - Es un pánfilo- decía el abuelo Juan- y no se si no será medio maricón con esos pelos largos - decía también.
Perseverancia se reía porque en esa época se reía de cualquier cosa
- Se ríe como una gansa, decía la abuela Ethel.
Y yo, que siempre fui muy Susanita decía - Que lindo, se ríe de puro enamorada.
El vestido de novia fue un tema. Todos queríamos que se comprara un vestido de novia de verdad con tules y con velo y con encajes de París y tacos altos y por supuesto extrapless.
Perseverancia decía que nada que ver, que con uno de esos vestidos iba a parecer un merengue con pelos y que no que no y que no.
Lamentablemente la tía Perseverancia cuando decía que no lo decía en un tono que reventaba los tímpanos, así que siempre la dejábamos hacer lo que se le antojara.
- Qué pena - pensaba yo - porque las novias con colas larguísimas siempre me encantaron.
- Es lo mismo - dijo Ana cuando le preguntamos si le gustaba la novia con vestido blanco o así nomás. Pero es que Ana siempre decía "Es lo mismo" cuando le preguntábamos algo en abstracto. Ella opinaba con un acierto absoluto en las cuestiones del buen gusto, siempre y cuando el objeto de la discusión estuviera de cuerpo presente. Un traje de novia que no aparecía por ninguna parte era como preguntarle si le gustaba el clima de Tanganica. Un inasible propiamente.
Así que Perseverancia se fue a elegir el atuendo para la boda con la tía Ana que, como ya dije, era muy certera cuando podía ver la cosa en cuestión en vivo y en directo.
Y además ya se sabe que la tía Ana siempre fue muy de pocas palabras así que cuando le preguntamos como era el vestido nos dijo - "Banco", que como también se sabe quiere decir "Blanco" y no hubo quien le pudiera sacar otra palabra.
Y de pronto ahí estábamos. Todos en la Iglesia. Esperando a los novios.
El casamiento se organizó bien tarde con la excusa de que en verano hacía mucho calor para arrancar muy temprano con la fiesta.
La Iglesia estaba iluminada a rabiar y, como siempre pasa en el verano, la plaza estaba concurrida y había un aire a festejo y a Navidad.
Toda la familia y los amigos estábamos de punta en blanco porque el casorio era de largo y a todo trapo. Rácula había contratado un servicio de catering y la fiesta era en el Club Bancarios.
La abuela Ethel estaba muy bonita con un trajecito negro de crepe georgette con pollera larga y casaca. En el cuello se había puesto el famoso collar de oro retorcido y estaba muy re bonita.
El abuelo, como siempre, elegantísimo, con traje negro y una camisa más blanca que la luna que le hacía perfecto juego con el pelo plateado. Los ojos violeta le relucían y se había afeitado dos veces esa tarde.
José que en esa época militaba de novio y en la juventud radical, se vino vestido con el saco príncipe de Gales del difunto tío Manuel. Es justo decir que parecía todo un figurín, como hubiera dicho la abuela Lita de no haber estado ausente por causas naturales. Y eso que los pantalones le quedaban un poco ajustados porque desde el baile de egresados del secundario había aumentado como diez kilos.
Ana, Vero y yo estábamos de largo también. Toda una paquetería. Con mucho esfuerzo había sido la cosa porque no estábamos acostumbradas a tantas galas y nos sentíamos medio ridiculonas. Aunque, como dijera el abuelo Juan, más que ridiculonas éramos culonas nomás.
Se hicieron las diez de la noche y no aparecían ni Perseverancia ni Rácula. Así eran. Medio de andar recontra tarde.
La concurrencia no se impacientaba porque había mucho look para comentar.
Se hicieron las diez y cuarto y la novia no aparecía y el novio menos.
Tipo las diez y media ya estábamos todos un poco desinflados y los temas para amenizar la espera se agotaban.
El cura al fin declaró que pensaba cerrar la iglesia y le pedimos una tolerancia de diez minutos por si acaso.
Cuando sobre el filo de las once los novios no aparecían dijimos - Bueno, cierre nomás, padre, parece que los novios no vienen.
- Por suerte hicieron la donación por adelantado - dijo el sacerdote, y mandó al monaguillo a apagar la araña central.
Y justo en ese momento llegaron los novios.
Estábamos todos los invitados en el atrio y la llegada del Rolls Royce nos dejó boquiabiertos. Era un rolls royce de verdad. Una joyita.
Mientras el Rolls estacionaba en la entrada Rácula llegaba a la Iglesia a pie, entrando por el parque.
Si el novio estaba radiante, tan lindo que todas las mujeres y algún que otro invitado suspiramos encantados, la novia nos dejó directamente encandilados.
Era la viva estampa de la novia ejemplar. Enfundada en un vestido perfecto y con el pelo levantado, rojo y castaño, y la nuca descubierta, esa bonita nuca de estatua que siempre le admirábamos a Perseverancia.
Era una novia de las de verdad. Con una larga cola de tul finísimo y una gargantilla que brillaba como si fueran diamantes. Y eran diamantes nomás.
El abuelo Juan, emocionadísimo, se acercó a la novia y la llevó del brazo por el pasillo de la iglesia sin poder articular ni siquiera una crítica. Es que ni un sarcasmito minúsculo se le ocurría.
La marcha nupcial sonaba y Ana nos maravillo a todos tararareando la musiquita.
Rácula esperaba a la tía Perseverancia en el altar. Tan hermoso que daba verguenza mirarlo.
El cura nuevo empezo lasceremonia y cuando les dijo - Que nadie separe lo que Dios ha unido - todos nos pusimos a aplaudir como cuando uno quiere bises.
Y, cosa que no había pasado nunca y que era inaudito casi a medianoche, las campanas de la Iglesia comenzaron a repicar.
Fue el casamiento más bonito al que fui o podré ir nunca jamás.
El novio y la novia parecían de cuento.
Los invitados más felices que unas castañuelas.
Y el abuelo Juan fue y le dió un beso a la abuela Ethel adelante de todo el mundo y ella no lo espantó sino que lo miró también con ojos de novia.
La fiesta fue memorable.
Al menos para los anales de nuestra familia fue una fiesta de película y duró casi hasta el amanecer.
Antes de que el alba pinturrajease el cielo Rácula alzó a su novia y se la llevó en brazos hacia el Rolls Royce.
No los volvimos a ver hasta después de un mes, pero nos llamaron desde el Sur para decir que estaban bien.
Y esta es la historia del casamiento de Rácula y Perseverancia.
Fue una noche muy bonita y cuando recuerdo a la novia, con su vestido perfecto y su cara de porcelana, y su nuca de estatua y su larga, larguísima cola de encajes y de tul, siempre me acuerdo también de que cuando se comprometieron a estar juntos hasta que la muerte los separe, Rácula le agarró fuerte las manos a Perseverancia y le dijo - Por toda la eternidad.
Claro que en ese momento no sabíamos que era más que cierto que la pura verdad.
Cuando no estemos por aquí, cuando nos hallamos ido, Rácula y Perseverancia quizá vivan en sur o en el norte. Vaya a saber por dónde andarán.
Pero no deja de ser una tranquilidad saber que ellos estarán por ahí cuidando de los hijos de los hijos y todavía más. Durmiendo de día y trabajando de noche, meta acciones y bonos, descalabrando las bolsas del otro lado del mundo, donde quiera que sea que el mundo esté.
Querido lector, al sólo y imprescindible efecto de que entiendas algo más que un pito a la vela (expresión que de por si no entiende nadie), es necesario que comprendas que estos cuentos los cuenta la tía Andrea para sus sobrinos Juan y Mateo. Es que la tía Andrea ( que vengo a ser yo precedida por el noble título que los dos cachorros me han impuesto) quiere o quiero pintarles con palabras el mundo del que ellos en definitiva proceden.
Por eso Perseverancia es la tía Perseverancia. Por José es el tío José. Por eso Juan y Ethel son los abuelos. Por ser los tíos o abuelos de Juan y Mateo, o lo que corresponda genealógicamente hablando.
Si no entienden nada a no preocuparse. Menos entienden los votantes y creen vivir en democracia.
Pasen y vean.
He aquí el paisaje del que venimos.
La tía Perseverancia fue la única y verdadera novia de Rácula.
Ella podía seguirle el tranco al muy nochero. Y se lo seguía. Y hasta le ganaba en los desvelos.
Yo siempre me acuerdo del día que la tía Perseverancia nos presentó al novio.
Me acuerdo que en primer lugar pensé que era muy lindo. Pero lindo de verdad, de esos lindos que uno no olvida.
Antes de sus nupcias la tía Perseverancia hizo un curso de hemoterapia.
Se recibió de técnica un mes antes del casamiento.
Es que la tía Perseverancia se tomó muy en serio la necesidad de que el tío Rácula no anduviera por ahí buscando un aperitivo de grupo y factor desconocido.
La tía Perseverancia, no se si se acuerdan, era medio pelirroja por parte de padre. Se le había metido el pelirrojo entre los rulos castaños y cuando se descuidaba andaba más colorada que castaña.
Y pese a que toda la vida había dicho que se pensaba buscar un novio rubio se enamoró del tío Rácula. Tal vez porque era casi imposible no enamorarse de él, por no decir imposible nomás. Es que bastaba que el quisiera enamorar. Y el la quiso enamorar ni bien la vió.
Lo que pasó es que él estaba paseando por el pueblo cuando la vio, muy de camisón, sacando la basura como a las tres de la madrugada. Y quedó como obnubilado.
Dicen, aunque ella nunca lo quiso admitir abiertamente, que el primer beso se lo dió ahí nomás, al lado del basurín, que era como una canasto en la punta de un palo donde uno ponía la bolsita de basura para que no la rompieran los perros.
El tío Rácula se ríe cuando se acuerda, porque dice que la tía Perseverancia, tan prudente ella, se le colgó del cogote y el pensó que se había topado con una congénere en lugar de con una novia.
Así de cortito fue el galanteo. Ni cinco minutos duró y ahí estaban los dos a los besos frente a la casa de la tía.
Pero eso sí, ella no lo invitó a pasar porque no lo conocía de nada y le dió miedo meter a cualquiera a la casa.
La segunda cita fue al día siguiente y ahí sí, él la pasó a buscar a una hora decente, tipo las diez de la noche.
El tío Rácula se había alojado en el Hotel Saladillo, que aunque era muy verde tenía unas buenas persianas de madera que no dejaban entrar ni un rayito de sol.
Cuando la tía apareció, toda emperifollada, el abuelo Juan no se privó de ninguna cargada.
Que estaba muy pinturrajeada, le dijo, Que los pantalones le ajustaban mucho el traste. Que te tardaste en llegar, le dijo. Pero estaba muy linda la tía Perseverancia. Y aquí vale aclarar que por esa época no era tía y era mi hermana nomás.
Le espiamos por la ventana el novio que se había conseguido.
El se bajó de la camioneta todo galante para abrirle la puerta. Y ahí nomás le zampó un beso de los de película mientras la tía Perseverancia trataba de esquivarlo porque sabía que el abuelo Juan y nosotras tres estábamos mirando escondidas atrás de las persianas.
La única que no espiaba era la abuela Ethel, que nunca fue indiscreta, y que además estaba muy entretenida leyéndonos una nota que iban a publicar en el diario La Mañana del domingo.
Después contó Perseverancia que Rácula la había llevado a cenar una parrillada completa y que al final había pedido al mozo dos helados gigantes. Tal para cual - pensamos todos.
- Pero pagó en efectivo - dijo Perseverancia, cosa que no le había parecido tan bien porque era de gente establecida tener tarjeta de crédito y esas cosas.
El noviazgo duró unos meses en los que se la pasaron de parrilla en parrilla y hasta fueron a Buenos Aires a ver unos espectáculos de nivel internacional.
Llamaba la atención, eso sí, que Rácula jamás andaba de día y que solamente lo veíamos al ponerse el sol.
Cuando le preguntamos a la tía de qué vivía nos dijo que de la especulación. Es que se dedicaba a los bonos y a las acciones, todo por internet y de la otra punta del mundo. Por eso siempre andaba de noche, haciendo negocios hasta la madrugada.
Perseverancia que era la más inteligente de la familia pronto le agarró la mano a eso de las acciones y los bonos, y aunque ella no era de despertarse muy temprano ampliaron el negocio a las bolsas del otro cuarto del mundo, ese que funcionaba a media tarde. Un éxito total.
Pronto nomás se anunciaron los planes de boda y el abuelo Juan empezó a decir que seguro Rácula era medio bobo, o bobo del todo, vaya a saber. - Es un pánfilo- decía el abuelo Juan- y no se si no será medio maricón con esos pelos largos - decía también.
Perseverancia se reía porque en esa época se reía de cualquier cosa
- Se ríe como una gansa, decía la abuela Ethel.
Y yo, que siempre fui muy Susanita decía - Que lindo, se ríe de puro enamorada.
El vestido de novia fue un tema. Todos queríamos que se comprara un vestido de novia de verdad con tules y con velo y con encajes de París y tacos altos y por supuesto extrapless.
Perseverancia decía que nada que ver, que con uno de esos vestidos iba a parecer un merengue con pelos y que no que no y que no.
Lamentablemente la tía Perseverancia cuando decía que no lo decía en un tono que reventaba los tímpanos, así que siempre la dejábamos hacer lo que se le antojara.
- Qué pena - pensaba yo - porque las novias con colas larguísimas siempre me encantaron.
- Es lo mismo - dijo Ana cuando le preguntamos si le gustaba la novia con vestido blanco o así nomás. Pero es que Ana siempre decía "Es lo mismo" cuando le preguntábamos algo en abstracto. Ella opinaba con un acierto absoluto en las cuestiones del buen gusto, siempre y cuando el objeto de la discusión estuviera de cuerpo presente. Un traje de novia que no aparecía por ninguna parte era como preguntarle si le gustaba el clima de Tanganica. Un inasible propiamente.
Así que Perseverancia se fue a elegir el atuendo para la boda con la tía Ana que, como ya dije, era muy certera cuando podía ver la cosa en cuestión en vivo y en directo.
Y además ya se sabe que la tía Ana siempre fue muy de pocas palabras así que cuando le preguntamos como era el vestido nos dijo - "Banco", que como también se sabe quiere decir "Blanco" y no hubo quien le pudiera sacar otra palabra.
Y de pronto ahí estábamos. Todos en la Iglesia. Esperando a los novios.
El casamiento se organizó bien tarde con la excusa de que en verano hacía mucho calor para arrancar muy temprano con la fiesta.
La Iglesia estaba iluminada a rabiar y, como siempre pasa en el verano, la plaza estaba concurrida y había un aire a festejo y a Navidad.
Toda la familia y los amigos estábamos de punta en blanco porque el casorio era de largo y a todo trapo. Rácula había contratado un servicio de catering y la fiesta era en el Club Bancarios.
La abuela Ethel estaba muy bonita con un trajecito negro de crepe georgette con pollera larga y casaca. En el cuello se había puesto el famoso collar de oro retorcido y estaba muy re bonita.
El abuelo, como siempre, elegantísimo, con traje negro y una camisa más blanca que la luna que le hacía perfecto juego con el pelo plateado. Los ojos violeta le relucían y se había afeitado dos veces esa tarde.
José que en esa época militaba de novio y en la juventud radical, se vino vestido con el saco príncipe de Gales del difunto tío Manuel. Es justo decir que parecía todo un figurín, como hubiera dicho la abuela Lita de no haber estado ausente por causas naturales. Y eso que los pantalones le quedaban un poco ajustados porque desde el baile de egresados del secundario había aumentado como diez kilos.
Ana, Vero y yo estábamos de largo también. Toda una paquetería. Con mucho esfuerzo había sido la cosa porque no estábamos acostumbradas a tantas galas y nos sentíamos medio ridiculonas. Aunque, como dijera el abuelo Juan, más que ridiculonas éramos culonas nomás.
Se hicieron las diez de la noche y no aparecían ni Perseverancia ni Rácula. Así eran. Medio de andar recontra tarde.
La concurrencia no se impacientaba porque había mucho look para comentar.
Se hicieron las diez y cuarto y la novia no aparecía y el novio menos.
Tipo las diez y media ya estábamos todos un poco desinflados y los temas para amenizar la espera se agotaban.
El cura al fin declaró que pensaba cerrar la iglesia y le pedimos una tolerancia de diez minutos por si acaso.
Cuando sobre el filo de las once los novios no aparecían dijimos - Bueno, cierre nomás, padre, parece que los novios no vienen.
- Por suerte hicieron la donación por adelantado - dijo el sacerdote, y mandó al monaguillo a apagar la araña central.
Y justo en ese momento llegaron los novios.
Estábamos todos los invitados en el atrio y la llegada del Rolls Royce nos dejó boquiabiertos. Era un rolls royce de verdad. Una joyita.
Mientras el Rolls estacionaba en la entrada Rácula llegaba a la Iglesia a pie, entrando por el parque.
Si el novio estaba radiante, tan lindo que todas las mujeres y algún que otro invitado suspiramos encantados, la novia nos dejó directamente encandilados.
Era la viva estampa de la novia ejemplar. Enfundada en un vestido perfecto y con el pelo levantado, rojo y castaño, y la nuca descubierta, esa bonita nuca de estatua que siempre le admirábamos a Perseverancia.
Era una novia de las de verdad. Con una larga cola de tul finísimo y una gargantilla que brillaba como si fueran diamantes. Y eran diamantes nomás.
El abuelo Juan, emocionadísimo, se acercó a la novia y la llevó del brazo por el pasillo de la iglesia sin poder articular ni siquiera una crítica. Es que ni un sarcasmito minúsculo se le ocurría.
La marcha nupcial sonaba y Ana nos maravillo a todos tararareando la musiquita.
Rácula esperaba a la tía Perseverancia en el altar. Tan hermoso que daba verguenza mirarlo.
El cura nuevo empezo lasceremonia y cuando les dijo - Que nadie separe lo que Dios ha unido - todos nos pusimos a aplaudir como cuando uno quiere bises.
Y, cosa que no había pasado nunca y que era inaudito casi a medianoche, las campanas de la Iglesia comenzaron a repicar.
Fue el casamiento más bonito al que fui o podré ir nunca jamás.
El novio y la novia parecían de cuento.
Los invitados más felices que unas castañuelas.
Y el abuelo Juan fue y le dió un beso a la abuela Ethel adelante de todo el mundo y ella no lo espantó sino que lo miró también con ojos de novia.
La fiesta fue memorable.
Al menos para los anales de nuestra familia fue una fiesta de película y duró casi hasta el amanecer.
Antes de que el alba pinturrajease el cielo Rácula alzó a su novia y se la llevó en brazos hacia el Rolls Royce.
No los volvimos a ver hasta después de un mes, pero nos llamaron desde el Sur para decir que estaban bien.
Y esta es la historia del casamiento de Rácula y Perseverancia.
Fue una noche muy bonita y cuando recuerdo a la novia, con su vestido perfecto y su cara de porcelana, y su nuca de estatua y su larga, larguísima cola de encajes y de tul, siempre me acuerdo también de que cuando se comprometieron a estar juntos hasta que la muerte los separe, Rácula le agarró fuerte las manos a Perseverancia y le dijo - Por toda la eternidad.
Claro que en ese momento no sabíamos que era más que cierto que la pura verdad.
Cuando no estemos por aquí, cuando nos hallamos ido, Rácula y Perseverancia quizá vivan en sur o en el norte. Vaya a saber por dónde andarán.
Pero no deja de ser una tranquilidad saber que ellos estarán por ahí cuidando de los hijos de los hijos y todavía más. Durmiendo de día y trabajando de noche, meta acciones y bonos, descalabrando las bolsas del otro lado del mundo, donde quiera que sea que el mundo esté.
jueves, 19 de julio de 2012
Don Antónimo
No fue toda la vida Don Antónimo.
De joven se lo conocía como Antónimo nomas.
Dicen que el sobrenombre se lo puso el periodista del pueblo, Dellatorre, quizá lo más culto que hubo por la zona en materia del cuarto poder.
Era escritor el hombre, es decir el periodista, y por aquellos años no era un dato menor.
Antónimo era el dueño de la librería y vendía además de los diarios de la Capital y las revistas de moda, uno que otro libro de vaqueros y por supuesto el periódico local.
La cuestión es que estas dos profesiones que giraban de algún modo alrededor de la tinta y el papel fueron uniendo a Don Antónimo y a Dellatorre que se tomaron la costumbre de juntarse en la imprenta para comentar las cosas del por allí. Durante uno de esos encuentros el periodista le enchufó el sobrenombre.
Es que no había cosa a la que Federico (que ese era su nombre de nacimiento) no se opusiese.
Si el intendente asfaltaba la calle del cementerio arrancaba conque antes tendría que haber pensado en el hospital que la gente se enfermaba antes de morirse.
Que si pintaban el monumento a la madre que más vale hubiera pulido el monumento del general que de tan verde ya parecía una alegoría a la primavera.
Que si la directora de la Escuela 1 organizaba una quermese para juntar fondos más vale que se hubiera acordado de preparar un kiosco para la sociedad rural que no había ni un solo puesto de choripán.
Dellatorre lo chuceaba con las primicias y se preparaba para el retruque medio muerto de risa por anticipado.
Cuando le puso Antónimo el sobrenombre fue todo un éxito. Y eso que el propio Dellatorre era viento en contra como el que más. Pero el pobre Antónimo, quizá por menos chinchudo se hizo del sobrenombre para siempre.
Tan exitoso fue el éxito del apodo que con el tiempo todos se olvidaron que se llamaba Federico.
Cuando se casó el cura tuvo que escribirse el nombre en un papelito, y la verdad es que estuvo bien nervioso, pero más que por el nombre fue por el miedo a que Antónimo, por contradecir nomás, dijera que no quería casarse y mucho menos por tanto tiempo.
Cuando se fue haciendo viejo no perdió el hábito de andar llevándole la contra a todo el mundo y si la librería siguió siendo un éxito fue porque siempre tenía lo mejor de lo mejor y porque no dejaba de ser muy pintoresca esa manía suya de discutir cuanta cosa se le ocurriera.
Cuando se murió Dellatorre la gente del pueblo le quiso poner un lindo epitafio porque había sido medio periodista y medio poeta y escritor de epitafios memorables.
El había sido el que había puesto en la tumba del tío tatarabuelo Andrés Mariotto "Trabajo y bondad. La eternidad fue su primer domingo".
De puro agradecidos nosotros también queríamos inventarle un epitafio a la tumba del periodista poeta. Pero a nadie se le ocurría nada.
Así que quedó en blanco el mármol de la tumba, apenas con el nombre y la fecha de nacimiento y de partida.
Hasta el día que el propio Don Antónimo fue a parar al cementerio.
Se había reservado un terrenito al lado del amigo, y en la tumba de Dellatorre había hecho escribir por el escultor del pueblo "Aquí está Dellatorre /con Don Antónimo al lado/en vida fueron amigos /por ser los dos mal llevados/ ahora ya no discuten/ la muerte les ha ganado/y yacen codo con codo/eternamente callados"
La viudas de los dos se encuentran de tarde en tarde frente a las tumbas.
Suelen sentarse en las lápidas de granito reluciente y se ponen a hablar de los dos maridos..
El mármol siempre está caliente porque el sol les da todo el tiempo.
De joven se lo conocía como Antónimo nomas.
Dicen que el sobrenombre se lo puso el periodista del pueblo, Dellatorre, quizá lo más culto que hubo por la zona en materia del cuarto poder.
Era escritor el hombre, es decir el periodista, y por aquellos años no era un dato menor.
Antónimo era el dueño de la librería y vendía además de los diarios de la Capital y las revistas de moda, uno que otro libro de vaqueros y por supuesto el periódico local.
La cuestión es que estas dos profesiones que giraban de algún modo alrededor de la tinta y el papel fueron uniendo a Don Antónimo y a Dellatorre que se tomaron la costumbre de juntarse en la imprenta para comentar las cosas del por allí. Durante uno de esos encuentros el periodista le enchufó el sobrenombre.
Es que no había cosa a la que Federico (que ese era su nombre de nacimiento) no se opusiese.
Si el intendente asfaltaba la calle del cementerio arrancaba conque antes tendría que haber pensado en el hospital que la gente se enfermaba antes de morirse.
Que si pintaban el monumento a la madre que más vale hubiera pulido el monumento del general que de tan verde ya parecía una alegoría a la primavera.
Que si la directora de la Escuela 1 organizaba una quermese para juntar fondos más vale que se hubiera acordado de preparar un kiosco para la sociedad rural que no había ni un solo puesto de choripán.
Dellatorre lo chuceaba con las primicias y se preparaba para el retruque medio muerto de risa por anticipado.
Cuando le puso Antónimo el sobrenombre fue todo un éxito. Y eso que el propio Dellatorre era viento en contra como el que más. Pero el pobre Antónimo, quizá por menos chinchudo se hizo del sobrenombre para siempre.
Tan exitoso fue el éxito del apodo que con el tiempo todos se olvidaron que se llamaba Federico.
Cuando se casó el cura tuvo que escribirse el nombre en un papelito, y la verdad es que estuvo bien nervioso, pero más que por el nombre fue por el miedo a que Antónimo, por contradecir nomás, dijera que no quería casarse y mucho menos por tanto tiempo.
Cuando se fue haciendo viejo no perdió el hábito de andar llevándole la contra a todo el mundo y si la librería siguió siendo un éxito fue porque siempre tenía lo mejor de lo mejor y porque no dejaba de ser muy pintoresca esa manía suya de discutir cuanta cosa se le ocurriera.
Cuando se murió Dellatorre la gente del pueblo le quiso poner un lindo epitafio porque había sido medio periodista y medio poeta y escritor de epitafios memorables.
El había sido el que había puesto en la tumba del tío tatarabuelo Andrés Mariotto "Trabajo y bondad. La eternidad fue su primer domingo".
De puro agradecidos nosotros también queríamos inventarle un epitafio a la tumba del periodista poeta. Pero a nadie se le ocurría nada.
Así que quedó en blanco el mármol de la tumba, apenas con el nombre y la fecha de nacimiento y de partida.
Hasta el día que el propio Don Antónimo fue a parar al cementerio.
Se había reservado un terrenito al lado del amigo, y en la tumba de Dellatorre había hecho escribir por el escultor del pueblo "Aquí está Dellatorre /con Don Antónimo al lado/en vida fueron amigos /por ser los dos mal llevados/ ahora ya no discuten/ la muerte les ha ganado/y yacen codo con codo/eternamente callados"
La viudas de los dos se encuentran de tarde en tarde frente a las tumbas.
Suelen sentarse en las lápidas de granito reluciente y se ponen a hablar de los dos maridos..
El mármol siempre está caliente porque el sol les da todo el tiempo.
La luz mala
Había en Fernandez una luz que de puro mala se había quedado sola, re sola.
Siempre andaba por las afueras del pueblo paseándose más que nada por los alambrados, cosa que le gustaba sobremanera porque iba patinando por el alambre San Martín hasta que por ahí se topaba con algún alambre de púa y entonces se desparramaba con unos fogonazos de lo más llamativos.
Como era mala, malísima, un día fue a asustarlo al tío José que estaba trabajando en un potrero atrás justito de la tapera de la estancia La Hidalguía.
El tío iba y venía arando de aquí para allá, porque en aquella época estaba de moda arar para sembrar después el trigo de invierno.
El tío se había puesto un gorro de lana marrón y dos camisetas abajo de un pulover que la Amachi* le había hecho combinando los verdes sobrantes de inviernos anteriores, de manera que parecía vestido como para la guerra, tan de camuflaje estaba.
Iba yendo cuando la vio. Blanca como la luna pero flaca y deshilachada. Se hamacaba enganchada del alambrado la luz mala. Subía y bajaba jugando entre los hilos y el tío, que conocía un poco de notas musicales, se dió cuenta ahí nomás que estaba usando el alambrado de pentagrama y que le dibujaba la caballería rusticana con blancas y corcheas.
Es que la luz mala era malísima y le quería decir al tío José que se iba a tener que ir con el tractor más pronto que ligero porque lo correría por atrás mientras cantaba.
Pero el tío José, que cobraba por hectárea, hizo como que no la veía y siguió arando como si nada.
Se puso insistente la luz mala.
Se desparramó como el mercurio y llenó todo el cielo con unos puntitos brillantes y ahí nomás se juntó otra vez y formó un manchón como de tinta plateada y al final se desparramó como si fuera un tul y se puso a aletear al compás del viento que no era mucho pero era insistente.
Y en eso estaba, desparramada como un tul, cuando al tío se le paró el tractor.
Se le paró en seco como si nunca hubiera sido un objeto rodador.
Puf puf hizo y se quedó.
Y ahí al tío José se le frunció. Es que ni el más corajudo se enfrenta de a pie con la luz mala.
La noche gigante de la pampa se complota con el silencio y la luz mala, flotando como un farol en la tiniebla, hace estragos entre la paisanada.
Así es que el tío arrancó a patacón por cuadra por el campo arado, enterrando y desenterrando las patas , y llegó a la casilla en un santiamén. Cuando llegó se zambulló abajo de tres frazadas y no se lo volvió a ver hasta bien entrada la mañana.
La luz mala se quedó afuera, haciendo guardia, y desde ese día todas las noches se la puede ver esperando en la puerta del tío José, desparramándose como una mancha y vistiéndose de novia cada vez que lo ve aparecer con su ropa de camuflaje.
El tío José ya no le da bolilla. Dice que aunque ande vestida de novia es como la tía Andrea, su señora esposa, joroba y joroba pero al final es pura bulla nomás.
*Amachi o Amaxi abuela en vasco
Esta historia es medio real. José estaba arando y veía unas luces que aparecían y desaparecían atrás del monte del casco de La Hidalguía. Y es verídico que se le frunció, al menos hasta que se dió cuenta que atrás del monte había un potrero en el que estaba arando otro tractor !
Siempre andaba por las afueras del pueblo paseándose más que nada por los alambrados, cosa que le gustaba sobremanera porque iba patinando por el alambre San Martín hasta que por ahí se topaba con algún alambre de púa y entonces se desparramaba con unos fogonazos de lo más llamativos.
Como era mala, malísima, un día fue a asustarlo al tío José que estaba trabajando en un potrero atrás justito de la tapera de la estancia La Hidalguía.
El tío iba y venía arando de aquí para allá, porque en aquella época estaba de moda arar para sembrar después el trigo de invierno.
El tío se había puesto un gorro de lana marrón y dos camisetas abajo de un pulover que la Amachi* le había hecho combinando los verdes sobrantes de inviernos anteriores, de manera que parecía vestido como para la guerra, tan de camuflaje estaba.
Iba yendo cuando la vio. Blanca como la luna pero flaca y deshilachada. Se hamacaba enganchada del alambrado la luz mala. Subía y bajaba jugando entre los hilos y el tío, que conocía un poco de notas musicales, se dió cuenta ahí nomás que estaba usando el alambrado de pentagrama y que le dibujaba la caballería rusticana con blancas y corcheas.
Es que la luz mala era malísima y le quería decir al tío José que se iba a tener que ir con el tractor más pronto que ligero porque lo correría por atrás mientras cantaba.
Pero el tío José, que cobraba por hectárea, hizo como que no la veía y siguió arando como si nada.
Se puso insistente la luz mala.
Se desparramó como el mercurio y llenó todo el cielo con unos puntitos brillantes y ahí nomás se juntó otra vez y formó un manchón como de tinta plateada y al final se desparramó como si fuera un tul y se puso a aletear al compás del viento que no era mucho pero era insistente.
Y en eso estaba, desparramada como un tul, cuando al tío se le paró el tractor.
Se le paró en seco como si nunca hubiera sido un objeto rodador.
Puf puf hizo y se quedó.
Y ahí al tío José se le frunció. Es que ni el más corajudo se enfrenta de a pie con la luz mala.
La noche gigante de la pampa se complota con el silencio y la luz mala, flotando como un farol en la tiniebla, hace estragos entre la paisanada.
Así es que el tío arrancó a patacón por cuadra por el campo arado, enterrando y desenterrando las patas , y llegó a la casilla en un santiamén. Cuando llegó se zambulló abajo de tres frazadas y no se lo volvió a ver hasta bien entrada la mañana.
La luz mala se quedó afuera, haciendo guardia, y desde ese día todas las noches se la puede ver esperando en la puerta del tío José, desparramándose como una mancha y vistiéndose de novia cada vez que lo ve aparecer con su ropa de camuflaje.
El tío José ya no le da bolilla. Dice que aunque ande vestida de novia es como la tía Andrea, su señora esposa, joroba y joroba pero al final es pura bulla nomás.
*Amachi o Amaxi abuela en vasco
Esta historia es medio real. José estaba arando y veía unas luces que aparecían y desaparecían atrás del monte del casco de La Hidalguía. Y es verídico que se le frunció, al menos hasta que se dió cuenta que atrás del monte había un potrero en el que estaba arando otro tractor !
La cuestión con el mate
Les quería explicar esta cuestión del mate.
Uno calienta el agua y la vigila con las orejas y los ojos, esperando a que silbe bajito para sacarla.
Hay quien mira el espejo del agua y donde ve que le sube un rubor blanco como una nube dice - Ya está, lista para el mate.
Pero lo interesante es que el mate sirve para tender un lazo entre dos personas.
Uno dice -Vamos a tomarnos unos mates - y es como admitir que uno necesita del otro para no andar suelto como un confite en una palangana.
Mate va y mate viene uno trenza con el otro tomador historias y chistes y confidencias, y es como ir tejiendo una manta para taparse los hombros a la hora del rocío, o como tejer un toldo para protegerse del sol de enero.
Si uno ceba tereré es como ir a dar una vueltita por Misiones y si te alcanzan un mate dulce justo al amanecer es casi como despertarte con una palmadita cariñosa en el hombro.
Cuando uno se hace un mate amargo y se pone a estudiar, lo que uno está haciendo en realidad es darle tiempo a la cabeza para aceptar las ideas nuevas.
Y así es la cuestión del mate.
Finalmente cuando uno se ceba unos mates para uno mismo lo que en realidad está haciendo es consolarse, como acompañándose.
El mate es una infusión,si. Pero su simbología es tan profunda, tan grande la confianza con la que uno chupa la bombilla que chupó el semejante, que en realidad el mate es mucho más.
El mate es cosa de amigos.
Cuando sean grandes espero, mexicanitos míos, que compartan siempre algún mate.
Me los quiero imaginar amigos toda una larga vida, dos hermanos más hermanos que el sol y la tierra.
Escrito para el día del amigo de 2012 en Bahía Blanca (mientras me tomaba un café...jajaja).
martes, 26 de junio de 2012
El celestino
El tío Ruben supo ser celestino en una época.
El tío Ruben tenía ocho años y andaba buscándole novio a la tía Albina.
Había decidido que había que casarla a toda costa.
El tío Ruben tenía muy en claro lo que sería un bueno novio para la tía.
Entre los candidatos favoritos estaban el dueño del cine y el almacenero por razones muy obvias. Kiosquero no había en esa época, sino hubiera encabezado la lista.
El tío empeñaba todas sus buenas artes (que no eran tantas) y todas las malas también (que esas eran muchas). Pero nada. No había caso.
No podía cerrar trato por más que la anduvo ofreciendo con las mejores referencias. Que era muy buena conversadora. Que para hacer huevos fritos había que tenerla en cuenta. Que sabía tejer escarpines. Que la tía Pipa decía que era muy escandalosa pero que no era para tanto. Que esto y aquello. Pero no podía colocarla.
Es que esta Albina era un caso serio.
Al final, cansado del fracaso, resolvió atacar con la publicidad masiva.
Se las ingenió para colgarle un cartelito en la espalda y así la pobre tía anduvo paseándose por todo el pueblo con un anuncio que decía "Vuzco Macho".
La ortografía identificó al autor y ahí nomás el tío Ruben, con ocho años recién cumplidos, vio bruscamente interrumpida su incipiente carrera publicitaria.
Es que el abuelo Pedro, que en esos tiempos era jovensísimo, lo corrió una cuadra entera y cuando lo llevó colgado de una oreja, a pedirle perdón a la tía Albina.
Y la tía Albina no paraba de llorar.
El pobre tío Rúben no entendía nada de nada. Es que el había visto que gracias a sus buenos oficios Albina había conseguido por lo menos tres encendidos candidatos en el boliche de la esquina.
- Esta Albina al fin y al cabo es la gata flora - dijo el tío - y el abuelo Pedro lo dejó sin ir al cine como un mes.
El tío Ruben tenía ocho años y andaba buscándole novio a la tía Albina.
Había decidido que había que casarla a toda costa.
El tío Ruben tenía muy en claro lo que sería un bueno novio para la tía.
Entre los candidatos favoritos estaban el dueño del cine y el almacenero por razones muy obvias. Kiosquero no había en esa época, sino hubiera encabezado la lista.
El tío empeñaba todas sus buenas artes (que no eran tantas) y todas las malas también (que esas eran muchas). Pero nada. No había caso.
No podía cerrar trato por más que la anduvo ofreciendo con las mejores referencias. Que era muy buena conversadora. Que para hacer huevos fritos había que tenerla en cuenta. Que sabía tejer escarpines. Que la tía Pipa decía que era muy escandalosa pero que no era para tanto. Que esto y aquello. Pero no podía colocarla.
Es que esta Albina era un caso serio.
Al final, cansado del fracaso, resolvió atacar con la publicidad masiva.
Se las ingenió para colgarle un cartelito en la espalda y así la pobre tía anduvo paseándose por todo el pueblo con un anuncio que decía "Vuzco Macho".
La ortografía identificó al autor y ahí nomás el tío Ruben, con ocho años recién cumplidos, vio bruscamente interrumpida su incipiente carrera publicitaria.
Es que el abuelo Pedro, que en esos tiempos era jovensísimo, lo corrió una cuadra entera y cuando lo llevó colgado de una oreja, a pedirle perdón a la tía Albina.
Y la tía Albina no paraba de llorar.
El pobre tío Rúben no entendía nada de nada. Es que el había visto que gracias a sus buenos oficios Albina había conseguido por lo menos tres encendidos candidatos en el boliche de la esquina.
- Esta Albina al fin y al cabo es la gata flora - dijo el tío - y el abuelo Pedro lo dejó sin ir al cine como un mes.
domingo, 24 de junio de 2012
La maldad
Había en el pueblo una laguna medio chica de la que asomaba una cruz grande, antigua, desproporcionada, pintada de verde por un moho insistidor.
Había una leyenda.
Decían que en ese lugar exactamente se había construido la primer iglesia del pueblo y que la había construido un cura que había sido castigado por Dios, y por eso la iglesia entera, con cura y todo, se había hundido, quedando a la vista solamente la cruz. Lo único sagrado de la iglesia maldita.
Los chicos del pueblo cazaban ranas en la orilla de la laguna, y de vez en cuando también sacaban una mojarritas transparentes con mucho gusto a barro.
Las ranas las comían fritas, salteadas en una sartén gigante de culo tiznado, que iba pasando de generación en generación para cumplir el propósito de comer las ranas en cuestión.
Nadie se había molestado en confirmar la leyenda porque el pueblo estaba un poco atravesado con relación a la civilización.
Nadie se había aventurado a bucear en el agua oscura de la lagunita.
De vez en cuando alguno emprendía una excursión náutica hasta la cruz y la rodeaba a remo lento, tratando de mirar para el fondo, intentando entrever el anclaje que la sostenía erguida año tras año.
Cuando hubo una seca terrible que asoló todo alrededor se creyó que la laguna iba a mostrarnos el misterio de la iglesia inundada. Pero aunque la laguna bajo 5 o 6 metros lo único que se pudo ver fue que la cruz seguía seis metros para abajo.
Con la laguna reducida algunos se animaron a ponerse las antiparras y a nadar alrededor de la cruz para ver la iglesia. Solamente pudieron ver algo que les pareció el fondo fangoso de la laguna.
Así es que se le atribuyó a la leyenda de la iglesia el mero carácter de leyenda y nada más.
Benítez, el historiador del pueblo, escribió en su libro que la leyenda había nacido junto con la construcción de la actual iglesia.
Había sido toda una epopeya popular la construcción de la preciosa iglesia del pueblo, casi una catedral en miniatura, con sus prolijos altares de mármol blanco y rosado, las columnas verde jade, y las extraordinarias pinturas del via crucis contando la historia del primogénito. Y mientras crecía la iglesia a impulsos de la personalidad díscola del cura Rae y sus historias, crecía también la leyenda de la iglesia hundida en la laguna.
Que era una iglesia construida por una familia de Buenos Aires que había prometido erigirla en memoria de una hija cautiva por los indios.
Que el cura que la construyó enterraba a los obreros en los cimientos a medida que morían de agotamiento y desnutrición. Que para hacer el altar de la virgen inmoló en cera una cautiva rescatada de no se sabe donde, una niña de tan solo 13 años. Que la iglesia fue pintada de rosa, al estilo de las casas de campo, pero que en lugar de usar sangre de bestias para colorear la cal fue utilizada sangre de indios y de gauchos.
Que la construcción se había terminado el día de la ascensión de la virgen y ese día se celebró la primer misa y justo en el momento de la consagración comenzó a caer una lluvia insistente que no dejó de caer por siete semanas.
Que los habitantes del pueblo vieron que una laguna negra se iba comiendo todo, primero los barrios más pobres, después las casas de ladrillo y al final empezó a subir los escalones de la iglesia y sepultó a la iglesia poco a poco.
Que el cura se subió al campanario y desde allí se quedó mirando la inundación y la huida de las carretas hacia los terrenos altos.
Y que al final el agua llegó hasta el campanario y lo último que supieron del cura es que tañia las campanas alocadamente hasta que al final solamente se escuchaba el sonido ahogado de las campanas en el agua.
Solamente la cruz había quedado.
Cuando el cura Rae construyó la iglesia nueva se preocupó mucho por pagarle bien a los obreros. Contaba los ladrillos cuidadosamente y cuando vio que los carretones empezaban a llegar cada vez más flacos no dijo nada.
Anotaba en una pizarra los carretones que llegaban y tachaba los que se iban pagando a fuerza de diezmos y limosnas. Era como un partido de truco. Anotaba con cinco palitos y cuando los pagaba tachaba el punto.
Iban por el doscientos cuando se dió cuenta que los carretones estaban enflaqueciendo. Y no dijo nada.
Anotó de cinco en cinco y no los pagó.
Cuando vio el carretón más flaco que nunca llamó al proveedor y juntos contaron los ladrillos. Eran 150 menos que los 1000 ladrillos que se suponía que traía cada carretón.
Ahí nomás multiplicó 850 por los carretones que estaban sin pagar y canceló la deuda de la iglesia con el proveedor. Y se cumplió con el dicho que dice Dios Proveerá. Eso dijo el cura. Y de un solo borrón le ganó el truco al ladrillero.
Al fin la iglesia nueva se terminó.
Los bancos los donaron las familias del pueblo. En cada uno una chapita de bronce dorado iba a dejar la memoria de esa gente.
Entretanto en la laguna verde la cruz anclada seguía dando que hablar. Un día amaneció toda blanqueada. Como de mármol.
Es que la seca había ido matando hasta el musgo y el sol había echo su tarea blanqueadora.
Los chicos tuvieron su momento. Cazaban a las ranas que huían de la seca y las freían y las vendían en cucuruchos de papel de diario.
Los mayores contaban la leyenda.
Contaban como había sido que la cautiva ahogada en cera caliente, disfrazada de virgen medieval, había elevado los brazos y se había quedado mirando al cielo, con un gesto desesperado. Y como el cura la había llamado la virgen del doloroso corazón.
Los adolescentes del pueblo organizaron una excursión de buceo en toda regla. Con antiparras. Tanques de buceo no había porque era un pueblo del medio de la pampa.
Las madres escandalizaron malamente pero es sabido que no es posible impedir que los adolescentes cumplan con los ritos de la hombría.
Cuando se lanzaron desde los gomones con un buen envíon, para llegar bien hondo, todos contuvieron el aliento.
Los chicos salian a respirar y volvían a sumergirse una y otra vez. - No se ve nada - gritaban desde el agua.
Después de un tiempo, aburridos de esperar novedades que no se daban alguien preparó el mate y alguien trajo las facturas.
Los adolescentes seguín sumergiéndose en el agua verde.
- Es inútil - gritaban - El pie de la cruz sigue y sigue hasta muy abajo.
Después fueron a buscar una soga y la ataron del gomón. Bajaron de a tres, agarrados del pie de la cruz y con la cabeza adentro de un fuentón de esos gigantes de aluminio.
Seis metros y tocaron fondo, después contaron.
Era un piso como de tejas, dijeron.
Pero no pudieron hacer nada más y por supuesto nadie les creyó porque no trajeron pruebas de la hazaña.
Ahora está lloviendo año tras año sobre la pampa. No ha habido secas como la de ese año. La laguna crece y la cruz se ve más chica y bien verde.
Los chicos siguen cazando ranas en la orilla de la laguna y vendiéndolas fritas para los viajes de fin de curso.
El pueblo es un poco famoso por esta cuestión de las ranas.
Dicen que la abundancia de ranas es una consecuencia directa de la iglesia hundida aunque nadie da una explicación científica sobre el tema.
Lo que se sabe en el pueblo es que las noches muy calladas, cuando se corta la luz y no hay televisor y la gente habla bajito, las voces de las ranas, desesperadas, gritan con la voz de la cautiva que encerrada en su traje de cera ardiente pide ayuda.
Y hay quien ha oído también las campanadas de la iglesia hundida. Dicen que el cura maldito sigue llamando a misa.
Había una leyenda.
Decían que en ese lugar exactamente se había construido la primer iglesia del pueblo y que la había construido un cura que había sido castigado por Dios, y por eso la iglesia entera, con cura y todo, se había hundido, quedando a la vista solamente la cruz. Lo único sagrado de la iglesia maldita.
Los chicos del pueblo cazaban ranas en la orilla de la laguna, y de vez en cuando también sacaban una mojarritas transparentes con mucho gusto a barro.
Las ranas las comían fritas, salteadas en una sartén gigante de culo tiznado, que iba pasando de generación en generación para cumplir el propósito de comer las ranas en cuestión.
Nadie se había molestado en confirmar la leyenda porque el pueblo estaba un poco atravesado con relación a la civilización.
Nadie se había aventurado a bucear en el agua oscura de la lagunita.
De vez en cuando alguno emprendía una excursión náutica hasta la cruz y la rodeaba a remo lento, tratando de mirar para el fondo, intentando entrever el anclaje que la sostenía erguida año tras año.
Cuando hubo una seca terrible que asoló todo alrededor se creyó que la laguna iba a mostrarnos el misterio de la iglesia inundada. Pero aunque la laguna bajo 5 o 6 metros lo único que se pudo ver fue que la cruz seguía seis metros para abajo.
Con la laguna reducida algunos se animaron a ponerse las antiparras y a nadar alrededor de la cruz para ver la iglesia. Solamente pudieron ver algo que les pareció el fondo fangoso de la laguna.
Así es que se le atribuyó a la leyenda de la iglesia el mero carácter de leyenda y nada más.
Benítez, el historiador del pueblo, escribió en su libro que la leyenda había nacido junto con la construcción de la actual iglesia.
Había sido toda una epopeya popular la construcción de la preciosa iglesia del pueblo, casi una catedral en miniatura, con sus prolijos altares de mármol blanco y rosado, las columnas verde jade, y las extraordinarias pinturas del via crucis contando la historia del primogénito. Y mientras crecía la iglesia a impulsos de la personalidad díscola del cura Rae y sus historias, crecía también la leyenda de la iglesia hundida en la laguna.
Que era una iglesia construida por una familia de Buenos Aires que había prometido erigirla en memoria de una hija cautiva por los indios.
Que el cura que la construyó enterraba a los obreros en los cimientos a medida que morían de agotamiento y desnutrición. Que para hacer el altar de la virgen inmoló en cera una cautiva rescatada de no se sabe donde, una niña de tan solo 13 años. Que la iglesia fue pintada de rosa, al estilo de las casas de campo, pero que en lugar de usar sangre de bestias para colorear la cal fue utilizada sangre de indios y de gauchos.
Que la construcción se había terminado el día de la ascensión de la virgen y ese día se celebró la primer misa y justo en el momento de la consagración comenzó a caer una lluvia insistente que no dejó de caer por siete semanas.
Que los habitantes del pueblo vieron que una laguna negra se iba comiendo todo, primero los barrios más pobres, después las casas de ladrillo y al final empezó a subir los escalones de la iglesia y sepultó a la iglesia poco a poco.
Que el cura se subió al campanario y desde allí se quedó mirando la inundación y la huida de las carretas hacia los terrenos altos.
Y que al final el agua llegó hasta el campanario y lo último que supieron del cura es que tañia las campanas alocadamente hasta que al final solamente se escuchaba el sonido ahogado de las campanas en el agua.
Solamente la cruz había quedado.
Cuando el cura Rae construyó la iglesia nueva se preocupó mucho por pagarle bien a los obreros. Contaba los ladrillos cuidadosamente y cuando vio que los carretones empezaban a llegar cada vez más flacos no dijo nada.
Anotaba en una pizarra los carretones que llegaban y tachaba los que se iban pagando a fuerza de diezmos y limosnas. Era como un partido de truco. Anotaba con cinco palitos y cuando los pagaba tachaba el punto.
Iban por el doscientos cuando se dió cuenta que los carretones estaban enflaqueciendo. Y no dijo nada.
Anotó de cinco en cinco y no los pagó.
Cuando vio el carretón más flaco que nunca llamó al proveedor y juntos contaron los ladrillos. Eran 150 menos que los 1000 ladrillos que se suponía que traía cada carretón.
Ahí nomás multiplicó 850 por los carretones que estaban sin pagar y canceló la deuda de la iglesia con el proveedor. Y se cumplió con el dicho que dice Dios Proveerá. Eso dijo el cura. Y de un solo borrón le ganó el truco al ladrillero.
Al fin la iglesia nueva se terminó.
Los bancos los donaron las familias del pueblo. En cada uno una chapita de bronce dorado iba a dejar la memoria de esa gente.
Entretanto en la laguna verde la cruz anclada seguía dando que hablar. Un día amaneció toda blanqueada. Como de mármol.
Es que la seca había ido matando hasta el musgo y el sol había echo su tarea blanqueadora.
Los chicos tuvieron su momento. Cazaban a las ranas que huían de la seca y las freían y las vendían en cucuruchos de papel de diario.
Los mayores contaban la leyenda.
Contaban como había sido que la cautiva ahogada en cera caliente, disfrazada de virgen medieval, había elevado los brazos y se había quedado mirando al cielo, con un gesto desesperado. Y como el cura la había llamado la virgen del doloroso corazón.
Los adolescentes del pueblo organizaron una excursión de buceo en toda regla. Con antiparras. Tanques de buceo no había porque era un pueblo del medio de la pampa.
Las madres escandalizaron malamente pero es sabido que no es posible impedir que los adolescentes cumplan con los ritos de la hombría.
Cuando se lanzaron desde los gomones con un buen envíon, para llegar bien hondo, todos contuvieron el aliento.
Los chicos salian a respirar y volvían a sumergirse una y otra vez. - No se ve nada - gritaban desde el agua.
Después de un tiempo, aburridos de esperar novedades que no se daban alguien preparó el mate y alguien trajo las facturas.
Los adolescentes seguín sumergiéndose en el agua verde.
- Es inútil - gritaban - El pie de la cruz sigue y sigue hasta muy abajo.
Después fueron a buscar una soga y la ataron del gomón. Bajaron de a tres, agarrados del pie de la cruz y con la cabeza adentro de un fuentón de esos gigantes de aluminio.
Seis metros y tocaron fondo, después contaron.
Era un piso como de tejas, dijeron.
Pero no pudieron hacer nada más y por supuesto nadie les creyó porque no trajeron pruebas de la hazaña.
Ahora está lloviendo año tras año sobre la pampa. No ha habido secas como la de ese año. La laguna crece y la cruz se ve más chica y bien verde.
Los chicos siguen cazando ranas en la orilla de la laguna y vendiéndolas fritas para los viajes de fin de curso.
El pueblo es un poco famoso por esta cuestión de las ranas.
Dicen que la abundancia de ranas es una consecuencia directa de la iglesia hundida aunque nadie da una explicación científica sobre el tema.
Lo que se sabe en el pueblo es que las noches muy calladas, cuando se corta la luz y no hay televisor y la gente habla bajito, las voces de las ranas, desesperadas, gritan con la voz de la cautiva que encerrada en su traje de cera ardiente pide ayuda.
Y hay quien ha oído también las campanadas de la iglesia hundida. Dicen que el cura maldito sigue llamando a misa.
jueves, 14 de junio de 2012
El malón del Quequén
Carlos siempre decía que un día iban a llegar en malón.
Decía que no había que descuidarse, que un día llegarían de golpe y porrazo.
Y así llegaron.
Uno atrás del otro, sin dar tregua.
La primera en llegar fue Josefina, y atrás, ahí nomás, Lautaro.
No habíamos todavía empezando a acostumbrarnos a tener a esas personitas rondando por ahí cuando apareció Manuel y atrás Ignacio, y finalmente, pero más india que ninguna Valentina.
Era el malón más lindo del que se hubiera tenido noticias.
Y a decir verdad era un malón bochinchero y temible, pero de un temor de los buenos, temor por ejemplo a no poder dormir la siesta, o a que nos peguen un chicle en el flequillo o miedo a que nos dejen patas para arriba de puro atropellados.
Era el malón del Quequén.
Pero que cosa buena ese malón de sobrinos. Qué cosa buena.
Carlos era el Tata, el Gran Cacique Sordo.
El gran mentor de los asados, encantador de perros y de chicos.
El día que el Tata se fue para la otra tierra y fuimos a despedirlo se reunió todo el nieterío.
No he visto un velorio más bonito.
Allí estaba el gran malón.
A veces la vida recompensa - pensaba yo. Ahí estaban ellos. Estuvieron un rato largo debatiendo si Carlos se quedaría por allí sobrevolando, si sería fantasma o recuerdo.
- Un fantasma tal vez - dijo Josefina - pero no se, porque el Tata era muy bueno.
- Un recuerdo - dijo Lautaro - eso de las almas no me lo creo.
Ignacio nos hablaba de Martin Luther King, que al final como el abuelo ya no andaba por aquí, pero todos se acordaban de él. - Porque enseño a no discriminar . dijo Nacho - y me miraba a los ojos como diciendo no te preocupes tía gorda, no te voy a discriminar.
Se quedaron contentos cuando les dije que si, que las almas existen, y que la gente que amamos se queda con nosotros todo el tiempo. Y que no tenía duda alguna de que Carlos estaba por acá y por allá, fantasma de la pampa bárbara, riéndose con ojos claros en la mirada transparente de todo ese malón que el Quequén dejó arrimadito al mar, allá por las playas de Necochea.
Justo en el sur donde la tierra es verde y después se vuelve arena para meterse entre el cielo y el mar como una lámina.
Decía que no había que descuidarse, que un día llegarían de golpe y porrazo.
Y así llegaron.
Uno atrás del otro, sin dar tregua.
La primera en llegar fue Josefina, y atrás, ahí nomás, Lautaro.
No habíamos todavía empezando a acostumbrarnos a tener a esas personitas rondando por ahí cuando apareció Manuel y atrás Ignacio, y finalmente, pero más india que ninguna Valentina.
Era el malón más lindo del que se hubiera tenido noticias.
Y a decir verdad era un malón bochinchero y temible, pero de un temor de los buenos, temor por ejemplo a no poder dormir la siesta, o a que nos peguen un chicle en el flequillo o miedo a que nos dejen patas para arriba de puro atropellados.
Era el malón del Quequén.
Pero que cosa buena ese malón de sobrinos. Qué cosa buena.
Carlos era el Tata, el Gran Cacique Sordo.
El gran mentor de los asados, encantador de perros y de chicos.
El día que el Tata se fue para la otra tierra y fuimos a despedirlo se reunió todo el nieterío.
No he visto un velorio más bonito.
Allí estaba el gran malón.
A veces la vida recompensa - pensaba yo. Ahí estaban ellos. Estuvieron un rato largo debatiendo si Carlos se quedaría por allí sobrevolando, si sería fantasma o recuerdo.
- Un fantasma tal vez - dijo Josefina - pero no se, porque el Tata era muy bueno.
- Un recuerdo - dijo Lautaro - eso de las almas no me lo creo.
Ignacio nos hablaba de Martin Luther King, que al final como el abuelo ya no andaba por aquí, pero todos se acordaban de él. - Porque enseño a no discriminar . dijo Nacho - y me miraba a los ojos como diciendo no te preocupes tía gorda, no te voy a discriminar.
Se quedaron contentos cuando les dije que si, que las almas existen, y que la gente que amamos se queda con nosotros todo el tiempo. Y que no tenía duda alguna de que Carlos estaba por acá y por allá, fantasma de la pampa bárbara, riéndose con ojos claros en la mirada transparente de todo ese malón que el Quequén dejó arrimadito al mar, allá por las playas de Necochea.
Justo en el sur donde la tierra es verde y después se vuelve arena para meterse entre el cielo y el mar como una lámina.
martes, 12 de junio de 2012
Legítima defensa
Así estaba yo el día que me atacó la calandria. Perdida como turco en la neblina.
Andaba con la cabeza llena de pensamientos tristes. Faltaban como cuatro años para que nacieran Juan María y Mateotín y habían pasado como diez desde que el último y único malón de sobrinos arrasara por los lados del Quequén.
El día era más bonito que la miercoles pero el alma la tenía en vilo de tanta máquina que me había estado dando a causa de la soledad.
Y vino la calandria y me atacó.
Dos veces me atacó. Esperó que estuviera de espaldas y me pasó con un vuelo rasante entre los pelos. Dos veces me hizo lo mismo.
Y a decir verdad me pegué un susto soberano porque jamás me había atacado ente volador alguno.
Que al tío José lo habían estado persiguiendo unos huevos voladores, verídico es. Yo se los tiré uno por uno, la docenita entera una vez que me hizo perder la paciencia. Y los esquivó todos el muy saltimbanqui.
Que una vez vi volar una bandeja con un queso arriba, verídico es. La tiró el abuelo y me sobrevoló el flequillo, un día que al abuelo le hizo perder la paciencia la abuela Lita.
Por suerte la paciencia la volvió a encontrar y no se le perdió otra vez hasta unos cuantos años después cuando a la abuela se le dio por revolver el famoso asunto de los ombligueros, cuestión que hubiera merecido todo un libraco de Freud, pero por la cabeza de la abuela Lita el libraco.
Pero volviendo al tema de las calandrias debo decir que el día que me atacó la calandria lloré todo el día.
Lloré de soledad pero sobre todo lloré de superstición.
Porque no todos los días te ataca una calandria y yo me creí que la muy emplumada venía como la parca, a agarrarme de espaldas y a pura traición.
Miss Tehuelche me vio tan compungida que me dijo - No se preocupe señora, no es mala suerte que los pájaros ataquen a la gente - Ah no? - le dije. Y ella me contestó - Claro que no señora, si nunca atacan...
Anduve compungida todo el día y la noche también. Y eso que era sábado. Pero suerte que era sábado porque ese domingo el tío, que andaba haciéndose el jardinero, encontró el nido justo en el lugar en el que la calandria me había atacado en un vuelo rasante de calandria.
Ese domingo a la noche mientras hacía nada me puse a pensar cuantas veces las personas andaremos metiéndole miedo a las calandrias y cuantas veces las pobres nos atacarán, pura pluma voladora, sólo para proteger el nido.
Y la gente no es muy distinta a las calandrias.
Por eso, isidoritos míos, hay que tener cuidado de no andar dándole miedo a la gente ni al bicherío, ya sea rastrero o volador, porque en una de esas uno termina confundiendo con mala suerte a la más justificada de las legítimas defensas.
Por suerte la paciencia la volvió a encontrar y no se le perdió otra vez hasta unos cuantos años después cuando a la abuela se le dio por revolver el famoso asunto de los ombligueros, cuestión que hubiera merecido todo un libraco de Freud, pero por la cabeza de la abuela Lita el libraco.
Pero volviendo al tema de las calandrias debo decir que el día que me atacó la calandria lloré todo el día.
Lloré de soledad pero sobre todo lloré de superstición.
Porque no todos los días te ataca una calandria y yo me creí que la muy emplumada venía como la parca, a agarrarme de espaldas y a pura traición.
Miss Tehuelche me vio tan compungida que me dijo - No se preocupe señora, no es mala suerte que los pájaros ataquen a la gente - Ah no? - le dije. Y ella me contestó - Claro que no señora, si nunca atacan...
Anduve compungida todo el día y la noche también. Y eso que era sábado. Pero suerte que era sábado porque ese domingo el tío, que andaba haciéndose el jardinero, encontró el nido justo en el lugar en el que la calandria me había atacado en un vuelo rasante de calandria.
Ese domingo a la noche mientras hacía nada me puse a pensar cuantas veces las personas andaremos metiéndole miedo a las calandrias y cuantas veces las pobres nos atacarán, pura pluma voladora, sólo para proteger el nido.
Y la gente no es muy distinta a las calandrias.
Por eso, isidoritos míos, hay que tener cuidado de no andar dándole miedo a la gente ni al bicherío, ya sea rastrero o volador, porque en una de esas uno termina confundiendo con mala suerte a la más justificada de las legítimas defensas.
martes, 5 de junio de 2012
Los zapatotos mágicos
Juan y Mateo de chiquititos tenían unos zapatotos mágicos.
La mamá se los ponía y los zapatotos los llevaban de aquí para allá a una velocidad de gateo espectacular.
Pero ni mamá, ni papá, ni Mateotito, ni Juan sabían que los zapatotos eran de verdad mágicos.
Por eso el día que Mateotito se paró y agarrado del andador dió su primer pasito y desapareció nadie supo lo que había pasado.
Mamá se agarraba la cabeza y lloraba con los ojos grandes y lo llamaba por teléfono a papá.
Asustada como estaba, buscaba por todos los rincones y mientras tanto lo agarraba a Juancito tan, tan fuerte que el pobre no paraba de llorar.
En una de esas sonó el teléfono. Era la abuela Ethel.
Mateotín estaba en Saladillo gateando atrás de Mandinga que no sabía donde meterse para que lo dejaran en paz.
La abuela Ethel había puesto los zapatotos mágicos en el estante más alto de la biblioteca porque, como dijo la abuela - Este nene es terrible, si le dejo los zapatos se nos va para Madagascar.
Esa noche, mientras Mateito dormía y Mandinga descansaba la abuela Ethel puso los zapatotos mágicos en una caja y la ató con doble vuelta con una cuerda azul. - Si estuviera el abuelo Juan, dijo la abuela, haría el nudo re bien, así que voy a tratar de hacerlo igual.
Después le dió la caja a la tía Ana y le dijo - Ana, estos zapatos no pueden moverse de acá.
Fue la tía Claudia la que tuvo que llevar a Mateotín hasta León. No protestó porque se sabe que la tía Claudia es de lo más dinámica y fue y volvió trayendo en otra caja los zapatotos mágicos de Juan.
Mateotín y Juan tienen zapatos nuevos y mamá ha dejado muy claro que no habrá zapatos mágicos en la casa hasta que no sean mayores de edad.
Y la tía Ana está re contenta porque nadie le va a pedir nunca que tire las cajas de los zapatotos mágicos que ella guarda muy cuidadosamente en su placard.
La mamá se los ponía y los zapatotos los llevaban de aquí para allá a una velocidad de gateo espectacular.
Pero ni mamá, ni papá, ni Mateotito, ni Juan sabían que los zapatotos eran de verdad mágicos.
Por eso el día que Mateotito se paró y agarrado del andador dió su primer pasito y desapareció nadie supo lo que había pasado.
Mamá se agarraba la cabeza y lloraba con los ojos grandes y lo llamaba por teléfono a papá.
Asustada como estaba, buscaba por todos los rincones y mientras tanto lo agarraba a Juancito tan, tan fuerte que el pobre no paraba de llorar.
En una de esas sonó el teléfono. Era la abuela Ethel.
Mateotín estaba en Saladillo gateando atrás de Mandinga que no sabía donde meterse para que lo dejaran en paz.
La abuela Ethel había puesto los zapatotos mágicos en el estante más alto de la biblioteca porque, como dijo la abuela - Este nene es terrible, si le dejo los zapatos se nos va para Madagascar.
Esa noche, mientras Mateito dormía y Mandinga descansaba la abuela Ethel puso los zapatotos mágicos en una caja y la ató con doble vuelta con una cuerda azul. - Si estuviera el abuelo Juan, dijo la abuela, haría el nudo re bien, así que voy a tratar de hacerlo igual.
Después le dió la caja a la tía Ana y le dijo - Ana, estos zapatos no pueden moverse de acá.
Fue la tía Claudia la que tuvo que llevar a Mateotín hasta León. No protestó porque se sabe que la tía Claudia es de lo más dinámica y fue y volvió trayendo en otra caja los zapatotos mágicos de Juan.
Mateotín y Juan tienen zapatos nuevos y mamá ha dejado muy claro que no habrá zapatos mágicos en la casa hasta que no sean mayores de edad.
Y la tía Ana está re contenta porque nadie le va a pedir nunca que tire las cajas de los zapatotos mágicos que ella guarda muy cuidadosamente en su placard.
domingo, 3 de junio de 2012
Todo era relativo en esos mundos de Dios.
Y todo es una cuestión de la mente - dijo la tía Andrea.
Es que había llegado a esa conclusión gracias una longaniza colgada en el gancho del lavadero.
El tío José tenía esa costumbre.
Cuando le daba por hacerse el chacarero iba y se compraba una longaniza, un bastón o dos choricitos miserables y los colgaba del gancho del lavadero como quien pone a secar una carneada completa.
Así fue que un día, cuando la tía fue al lavadero, medio olvidada de estas mañas, y sintió un tufo medio raro, mezcla de olor a pata y algunas otras suciedades, lo primero que pensó fue en llamar al tío José con cinco acentos, como hacía cuando andaba buscando a alguien a quien culpar por todas las desgracias.
Y ahí estaba preparándose para gritar - Joséééé...- cuando miró para arriba y la vio.
Una longaniza perfecta, colgada muy oronda, desafiando al destino.
Y así aprendió que la mayor parte de los terrores son cosa de la mente.
Repentinamente el apestoso olor a pata se había transformado en la feliz expectativa de una picada espectacular, con aceitunas verdes y hasta un vinito.
martes, 22 de mayo de 2012
lunes, 27 de febrero de 2012
El locutor
El era locutor de alma. Aunque más que el alma era la voz la que lo había convertido en el locutor obligado de la radio del pueblo.
Se le despertó la afición ni bien dobló la adolescencia, porque durante la adolescencia andaba entre chillido y graznido, como diría la profesora de literatura "una cacofonía insoportable".
El cura lo había tenido de monaguillo hasta los 12 para acompañarlo en los amenes sin necesidad de micrófono. Y más a o menos hasta esa edad afinaba mal que bien esas canciones de la iglesia, tan amigables para los sin oído.
Pero a los 12 se estiró por todos lados y de repente era toda patas y brazos y ya le sacaba una cabeza al cura y ni hablar de lo ridículo que le quedaba el vestidito de monaguillo.
En definitiva fue la adolescencia la que lo alejó de la vocación sacerdotal, como diría la hermana del cura en la cena de la liga de madres de familia.
La abuela Lita en esas épocas se había dedicado a la actividad comunitaria y era secretaria de la mentada liga, pero al solo efecto de ayudar a adquirir una escultura para honrar a todas las madres del pueblo, aún a las más yeguas, como diría la también mentada abuela.
Como es sabido la abuela Lita era una gran decidora de verdades, aunque luego se arrepintiera y anduviera a las disculpas disimuladamente.
Así que ahí nomás largó con su habitual imprudencia - Que suerte, hubiera sido una lástima que se desperdiciara un chico tan lindo.
A la hermana del cura nunca le gustó demasiado la abuela Lita, y si no hubiera sido que se reivindicó cosiendo el vestuario entero del auto sacramental de Navidad yo pienso que hubieran excomulgado a toda la familia por portación de abuela.
La cuestión es que así fue, como suele ser habitualmente, por la oportuna acción de las hormonas que el flaco dejó la vocación sacerdotal. Lástima que dejó el colegio también, y a los dieciséis cuando la voz se le estabilizó en una armoniosa voz de barítono ya se dedicó de pleno a la locución contratado por Ferrario.
Así es que sábados, domingos y feriados se los veía a los dos recorriendo el pueblo haciendo propaganda en vivo, arte vernáculo si los hay.
Así uno se enteraba del programa del cine, hasta que el cine cerró, del horario del tren, hasta que el tren cerró, de las novedades de la ferretería, hasta que la ferretería cerró, y del precio de la carne así como del cambio de nombre de la carnicería, cosa que ocurría cada dos por tres.
Iban mechando Ferrario y él las propagandas, un contrapunto de voces que daba gusto siempre que uno no estuviera durmiendo la siesta o la mona, según fuera.
Para los veinticinco ya era voz oficial de los corsos y la Dirección de Cultura le tenía un sueldito de los de esa época, más en negro que una culpa, para retribuirle las colaboraciones en los actos oficiales del intendente.
A la larga, y a fuerza de andar anunciando medio gratuitamente izamientos de bandera e inauguración de cloacas se incorporó al plantel municipal y ahí ya no hubo acto que no lo tuviera como co protagonista.
Debe decirse a favor del flaco que ya a los veinticinco de flaco no tenía mucho y que si había sido un larguirucho atacado con saña por los granos, a fuerza de locución gratuita para cuanta cooperadora había en el pueblo retribuida con asados y tortas, había terminado por echarse encima unos cuantos kilos y cuando le anduvo al pelo el traje del finado tío Manolo resultó una presencia imponente sobre el escenario.
El problema del flaco era sin embargo que por más pintón, por más vozarrón, por más empleo municipal y clases de ceremonial por rozamiento, por más trato que hubiera tenido con el locuaz del intendente o los diputados de la sexta, por más intento de pulitura que intentar la novia maestra que se agenció a la pasada, por más cosa buena que le sucediera, el flaco era, esencialmente, un bruto.
Venía el flaco presentando los espectáculos el día de la Fiesta Provincial del Potro en la rural Que el grupo de danzas El Cardón precedido por los jinetes gauchos montados en los caballos azulejos de la Peña el Ceibo. Que el dúo Luz de Luna integrado por Pichi Rodríguez y Agustín Avila. Que el Grupo de Danzas Contemporáneas acompañado por la Guitarras Florentinas del maestro Fenoglio . Que el Trío Gaetal, de los hermanos Gaetal. Que el cuarteto de bandoneones Voz de Tango. Que pin y que pan.
Y el cierre a cargo del Coro del Pueblo que siempre se dejaba para el final por cuestiones de logística y para que los parientes de los coristas hicieran bulto en la platea hasta el último minuto.
Y ahí, antes de la última canción, que creo que fue una chacarera, salió el flaco para ponerle el broche final a los festejos
- Así cerrando la décima edición de la Fiesta Provincial del Potro se ha presentado este magnífico veinteocheto local cuyas voces engalanan la noche saladillense.
Nadie se acuerda qué cosa se cantó. Pero nos quedó clarísimo que el coro del pueblo contaba con veintiocho participantes, director aparte.
Se le despertó la afición ni bien dobló la adolescencia, porque durante la adolescencia andaba entre chillido y graznido, como diría la profesora de literatura "una cacofonía insoportable".
El cura lo había tenido de monaguillo hasta los 12 para acompañarlo en los amenes sin necesidad de micrófono. Y más a o menos hasta esa edad afinaba mal que bien esas canciones de la iglesia, tan amigables para los sin oído.
Pero a los 12 se estiró por todos lados y de repente era toda patas y brazos y ya le sacaba una cabeza al cura y ni hablar de lo ridículo que le quedaba el vestidito de monaguillo.
En definitiva fue la adolescencia la que lo alejó de la vocación sacerdotal, como diría la hermana del cura en la cena de la liga de madres de familia.
La abuela Lita en esas épocas se había dedicado a la actividad comunitaria y era secretaria de la mentada liga, pero al solo efecto de ayudar a adquirir una escultura para honrar a todas las madres del pueblo, aún a las más yeguas, como diría la también mentada abuela.
Como es sabido la abuela Lita era una gran decidora de verdades, aunque luego se arrepintiera y anduviera a las disculpas disimuladamente.
Así que ahí nomás largó con su habitual imprudencia - Que suerte, hubiera sido una lástima que se desperdiciara un chico tan lindo.
A la hermana del cura nunca le gustó demasiado la abuela Lita, y si no hubiera sido que se reivindicó cosiendo el vestuario entero del auto sacramental de Navidad yo pienso que hubieran excomulgado a toda la familia por portación de abuela.
La cuestión es que así fue, como suele ser habitualmente, por la oportuna acción de las hormonas que el flaco dejó la vocación sacerdotal. Lástima que dejó el colegio también, y a los dieciséis cuando la voz se le estabilizó en una armoniosa voz de barítono ya se dedicó de pleno a la locución contratado por Ferrario.
Así es que sábados, domingos y feriados se los veía a los dos recorriendo el pueblo haciendo propaganda en vivo, arte vernáculo si los hay.
Así uno se enteraba del programa del cine, hasta que el cine cerró, del horario del tren, hasta que el tren cerró, de las novedades de la ferretería, hasta que la ferretería cerró, y del precio de la carne así como del cambio de nombre de la carnicería, cosa que ocurría cada dos por tres.
Iban mechando Ferrario y él las propagandas, un contrapunto de voces que daba gusto siempre que uno no estuviera durmiendo la siesta o la mona, según fuera.
Para los veinticinco ya era voz oficial de los corsos y la Dirección de Cultura le tenía un sueldito de los de esa época, más en negro que una culpa, para retribuirle las colaboraciones en los actos oficiales del intendente.
A la larga, y a fuerza de andar anunciando medio gratuitamente izamientos de bandera e inauguración de cloacas se incorporó al plantel municipal y ahí ya no hubo acto que no lo tuviera como co protagonista.
Debe decirse a favor del flaco que ya a los veinticinco de flaco no tenía mucho y que si había sido un larguirucho atacado con saña por los granos, a fuerza de locución gratuita para cuanta cooperadora había en el pueblo retribuida con asados y tortas, había terminado por echarse encima unos cuantos kilos y cuando le anduvo al pelo el traje del finado tío Manolo resultó una presencia imponente sobre el escenario.
El problema del flaco era sin embargo que por más pintón, por más vozarrón, por más empleo municipal y clases de ceremonial por rozamiento, por más trato que hubiera tenido con el locuaz del intendente o los diputados de la sexta, por más intento de pulitura que intentar la novia maestra que se agenció a la pasada, por más cosa buena que le sucediera, el flaco era, esencialmente, un bruto.
Venía el flaco presentando los espectáculos el día de la Fiesta Provincial del Potro en la rural Que el grupo de danzas El Cardón precedido por los jinetes gauchos montados en los caballos azulejos de la Peña el Ceibo. Que el dúo Luz de Luna integrado por Pichi Rodríguez y Agustín Avila. Que el Grupo de Danzas Contemporáneas acompañado por la Guitarras Florentinas del maestro Fenoglio . Que el Trío Gaetal, de los hermanos Gaetal. Que el cuarteto de bandoneones Voz de Tango. Que pin y que pan.
Y el cierre a cargo del Coro del Pueblo que siempre se dejaba para el final por cuestiones de logística y para que los parientes de los coristas hicieran bulto en la platea hasta el último minuto.
Y ahí, antes de la última canción, que creo que fue una chacarera, salió el flaco para ponerle el broche final a los festejos
- Así cerrando la décima edición de la Fiesta Provincial del Potro se ha presentado este magnífico veinteocheto local cuyas voces engalanan la noche saladillense.
Nadie se acuerda qué cosa se cantó. Pero nos quedó clarísimo que el coro del pueblo contaba con veintiocho participantes, director aparte.
viernes, 24 de febrero de 2012
Lo que natura no da Salamanca no presta
Parece que es verdad. Salamanca no anda prestando sabiduría ni ninguna habilidad al que nació medio inutilón.
Y al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen, dijo el Don Martín Fierro.
Y es al ñudo nomás.
Cada uno es como es.
Yo estuve como 30 años buscándole la vuelta a mi mismísima persona, queriéndome cambiar al ñudamente.
Me tomaba la pastillita para no andar diciendo animaladas y leía libros de autoayuda para autoayudarme y no había caso. Tampoco es que pudiera pasar de la tercer página. Eran aburridísimos.
Así es como vine a concluir que todo era cuestión de suerte.
Pero nunca me tuve un gran aprecio, la verdad, y todo esto llevó a desencadenar los acontecimientos que pasaré a narrar si encuentro por aquí el principio de la historia.
Y como estos sucedidos los estoy escribiendo con el único propósito de que algún día Juan y Mateo sepan como fueron las cosas antes de ellos, estoy buscando cuidadosamente el principio de la historia y digo - Así no fue. - No, no, no, así no fue.
Es que espero que ellos no metan la pata como la metí yo y por eso quiero señalarles como adivinar las vizcacheras aunque jamás hayan visto al famoso bicho pocero.
Y miren digo, no se intimiden. Tampoco se la crean. Y no se preocupen mucho. Tampoco se desentiendan. Y no piensen que es fácil. Tampoco piensen que es tan difícil. Que es cuestión de suerte muchas veces y las más es cuestión de no hacerse mucha expectativa.
Y claro, que los consejos son peine para un pelado y consejos vendo pero para mi no tengo.
Y porque lo que natura non da Salamanca non presta es que les digo que, aconsejando, la tía no sirve para nada, pero que gracias a sus treinta años de andar buscándose a si misma y desencontrándose con más ahinco todavía, hay dos cositas que la tía sabe con certeza y son estas: no hagan cosas en la vida que jodan a los otros pero, m'hijos, no se olviden de divertirse con todo lo que hagan porque no hay cosa buena que haya salido de aburrirse como un sonso.
Salamanca no presta lo que Natura no da.
Y por más que quiera que sea interesante esta historia del día que me caí en el pozo del tiempo no puedo encontrar el principio de la historia para contárselas.
Podría empezar contando de como salí al patio y ahí estaba la Tigris que vino a sobarme las pantorrillas en busca de comida y seguir contando como fue que yo y la tigrita, ella sobándome las pantorrillas, yo tratando de sacármela de encima, fuimos a parar a un pozo que jamás había existido en el medio del patio y empezamos a caer y caer y caer todas enredadas la tigrita y yo hasta que nos frenó un porrazo que te la voglio dire.
Ni siquiera la tigrita se pudo preparar para el golpe porque no vio venir el suelo de tan rápido que se nos apareció.
Cuando miré alrededor ahí estábamos en un tiempo que no era el nuestro ni de casualidad. Era el futuro. Me di cuenta porque el árbol del patio era ya un arbolote y la casa se veía como se ven los viejos, iguales pero distintos.
En el patio estaban Verónica y Mateo.
Mateo hablaba muy mexicanamente con dos chicos que me parecieron muy conocidos.
La tigri fue y se les metió entre las piernas y Vero dijo - Ay, me rozó un fantasma.
Yo llamé a la tigrita y por una vez en la vida ella vino y entonces empezamos a recular de nuevo para el lado del pozo que nos volviera a nuestro tiempo.
Cuando empezamos a caer la vi a Ana que desde la puerta del patio nos miraba como si fuera de lo más normal que estuviéramos allí, la tigri y yo, como dos fantasmas.
Y al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen, dijo el Don Martín Fierro.
Y es al ñudo nomás.
Cada uno es como es.
Yo estuve como 30 años buscándole la vuelta a mi mismísima persona, queriéndome cambiar al ñudamente.
Me tomaba la pastillita para no andar diciendo animaladas y leía libros de autoayuda para autoayudarme y no había caso. Tampoco es que pudiera pasar de la tercer página. Eran aburridísimos.
Así es como vine a concluir que todo era cuestión de suerte.
Pero nunca me tuve un gran aprecio, la verdad, y todo esto llevó a desencadenar los acontecimientos que pasaré a narrar si encuentro por aquí el principio de la historia.
Y como estos sucedidos los estoy escribiendo con el único propósito de que algún día Juan y Mateo sepan como fueron las cosas antes de ellos, estoy buscando cuidadosamente el principio de la historia y digo - Así no fue. - No, no, no, así no fue.
Es que espero que ellos no metan la pata como la metí yo y por eso quiero señalarles como adivinar las vizcacheras aunque jamás hayan visto al famoso bicho pocero.
Y miren digo, no se intimiden. Tampoco se la crean. Y no se preocupen mucho. Tampoco se desentiendan. Y no piensen que es fácil. Tampoco piensen que es tan difícil. Que es cuestión de suerte muchas veces y las más es cuestión de no hacerse mucha expectativa.
Y claro, que los consejos son peine para un pelado y consejos vendo pero para mi no tengo.
Y porque lo que natura non da Salamanca non presta es que les digo que, aconsejando, la tía no sirve para nada, pero que gracias a sus treinta años de andar buscándose a si misma y desencontrándose con más ahinco todavía, hay dos cositas que la tía sabe con certeza y son estas: no hagan cosas en la vida que jodan a los otros pero, m'hijos, no se olviden de divertirse con todo lo que hagan porque no hay cosa buena que haya salido de aburrirse como un sonso.
Salamanca no presta lo que Natura no da.
Y por más que quiera que sea interesante esta historia del día que me caí en el pozo del tiempo no puedo encontrar el principio de la historia para contárselas.
Podría empezar contando de como salí al patio y ahí estaba la Tigris que vino a sobarme las pantorrillas en busca de comida y seguir contando como fue que yo y la tigrita, ella sobándome las pantorrillas, yo tratando de sacármela de encima, fuimos a parar a un pozo que jamás había existido en el medio del patio y empezamos a caer y caer y caer todas enredadas la tigrita y yo hasta que nos frenó un porrazo que te la voglio dire.
Ni siquiera la tigrita se pudo preparar para el golpe porque no vio venir el suelo de tan rápido que se nos apareció.
Cuando miré alrededor ahí estábamos en un tiempo que no era el nuestro ni de casualidad. Era el futuro. Me di cuenta porque el árbol del patio era ya un arbolote y la casa se veía como se ven los viejos, iguales pero distintos.
En el patio estaban Verónica y Mateo.
Mateo hablaba muy mexicanamente con dos chicos que me parecieron muy conocidos.
La tigri fue y se les metió entre las piernas y Vero dijo - Ay, me rozó un fantasma.
Yo llamé a la tigrita y por una vez en la vida ella vino y entonces empezamos a recular de nuevo para el lado del pozo que nos volviera a nuestro tiempo.
Cuando empezamos a caer la vi a Ana que desde la puerta del patio nos miraba como si fuera de lo más normal que estuviéramos allí, la tigri y yo, como dos fantasmas.
Uñaqui
Uñaqui nació medio de prepo y antes de tiempo pero hecho y derecho, un hombrecito en miniatura, vea.
Cuando lo vimos por primera vez fue gracias a la internet que es cosa casi de magia pero de la buena, de la mágica blanca.
Uñaqui vino haciéndose el tranquilito pero cuando andaba por los seis meses ya mostró la hilacha y de ahí en más no hubo quien lo parara: un remolino el Uñaquito, como iría a bautizarlo el tío José a los ocho meses, casi nueve, a los pocos días de conocerlo cara a cara como corresponde.
José decidió que Uñaqui era medio vasco por parte de tío político, por eso le puso Uñaqui que viene a ser casi un Ignacio pero conmemorativo, porque Uñaquito vino a llamarse así porque tenía unas uñitas feroces y finitas que le crecían más rápido que el hambre.
- Parece un gato el Uñaquito - dijo el tío José. Y se dejó rasguñar la nariz como si le estuvieran haciendo un homenaje.
Cuando lo vimos por primera vez fue gracias a la internet que es cosa casi de magia pero de la buena, de la mágica blanca.
Uñaqui vino haciéndose el tranquilito pero cuando andaba por los seis meses ya mostró la hilacha y de ahí en más no hubo quien lo parara: un remolino el Uñaquito, como iría a bautizarlo el tío José a los ocho meses, casi nueve, a los pocos días de conocerlo cara a cara como corresponde.
José decidió que Uñaqui era medio vasco por parte de tío político, por eso le puso Uñaqui que viene a ser casi un Ignacio pero conmemorativo, porque Uñaquito vino a llamarse así porque tenía unas uñitas feroces y finitas que le crecían más rápido que el hambre.
- Parece un gato el Uñaquito - dijo el tío José. Y se dejó rasguñar la nariz como si le estuvieran haciendo un homenaje.
domingo, 19 de febrero de 2012
Bienes Raíces
Ella decía que se dedicaba a los bienes raíces.
Y era verdad.
Una quinta de zanahorias tenía.
Se sentía una reina.
Porque hay reinas de todo tipo.
Ella reinaba sobre zanahorias y rabanitos y cuando llegaba el verano era la reina total del zapallito de tronco.
Si bien jamás hubiese arrancado las flores amarillas del zapallo, si alguna accidentalmente se desprendía ella se la ponía en el pelo y allí andaba, coronada de flores de zapallo.
Así, dedicándose a los bienes raíces es que extendió la quinta para el este, el oeste, el sur y el norte, aunque para el norte no tanto porque ahí nomás se tropezó con el camino vecinal y tuvo que frenar, cosa que hizo con un bonito cerco de lavandas, ideal para espantar el bicherío.
Para el sur la quinta se le extendió en una sucesión de lechugas de tres colores, porque se le daba bien eso de andar combinando las verduras, y cuando quiso acordar le habían sacado una foto para el almanaque de la verdulería del pueblo.
Así se descubrió que era una artista. Una artista de los bienes raíces.
Y pasó de muerta de hambre a quintera y de quintera a artista de efímeros en un santiamén.
Iba planeando su arte de primavera a invierno, haciéndole cercos de tomates rojos a los zapallos reptantes, y armando enramadas de chauchas y lupines.
Cuando la soja invadió el pueblo, ella, que de tonta no tenía ni un pelo, dejó cuatro hectáreas para el yuyo nuevo y con las ganancias arrancó con el asunto de los orgánicos.
Sigue dedicándose a los bienes raíces hoy en día. Sólo que ahora los intercala con la producción de comiditas para bebés, todas elaboradas con productos orgánicos, ¡qué la parió!
Es una empresaria hecha y derecha.
Pero lo que más le gusta entre todas las cosas que le gustan es dibujar en la tierra con verduras, y dicen que le encargó a Cicaré un helicoptero para ver su arte desde arriba. "Como a las líneas de Nazca" dicen que dijo.
Es que es toda una empresaria. Y se sabe que el turismo es una industria poco contaminante.
Y era verdad.
Una quinta de zanahorias tenía.
Se sentía una reina.
Porque hay reinas de todo tipo.
Ella reinaba sobre zanahorias y rabanitos y cuando llegaba el verano era la reina total del zapallito de tronco.
Si bien jamás hubiese arrancado las flores amarillas del zapallo, si alguna accidentalmente se desprendía ella se la ponía en el pelo y allí andaba, coronada de flores de zapallo.
Así, dedicándose a los bienes raíces es que extendió la quinta para el este, el oeste, el sur y el norte, aunque para el norte no tanto porque ahí nomás se tropezó con el camino vecinal y tuvo que frenar, cosa que hizo con un bonito cerco de lavandas, ideal para espantar el bicherío.
Para el sur la quinta se le extendió en una sucesión de lechugas de tres colores, porque se le daba bien eso de andar combinando las verduras, y cuando quiso acordar le habían sacado una foto para el almanaque de la verdulería del pueblo.
Así se descubrió que era una artista. Una artista de los bienes raíces.
Y pasó de muerta de hambre a quintera y de quintera a artista de efímeros en un santiamén.
Iba planeando su arte de primavera a invierno, haciéndole cercos de tomates rojos a los zapallos reptantes, y armando enramadas de chauchas y lupines.
Cuando la soja invadió el pueblo, ella, que de tonta no tenía ni un pelo, dejó cuatro hectáreas para el yuyo nuevo y con las ganancias arrancó con el asunto de los orgánicos.
Sigue dedicándose a los bienes raíces hoy en día. Sólo que ahora los intercala con la producción de comiditas para bebés, todas elaboradas con productos orgánicos, ¡qué la parió!
Es una empresaria hecha y derecha.
Pero lo que más le gusta entre todas las cosas que le gustan es dibujar en la tierra con verduras, y dicen que le encargó a Cicaré un helicoptero para ver su arte desde arriba. "Como a las líneas de Nazca" dicen que dijo.
Es que es toda una empresaria. Y se sabe que el turismo es una industria poco contaminante.
domingo, 22 de enero de 2012
Miss Tehuelche
Tehuelche quiere decir gente del sur y Mapuche gente de la montaña.
Porque Che quiere decir gente.
Miss Tehuelche era del Sur, pero había ido subiendo de a poco, de generación en generación, hasta llegar a Bahía Blanca, medio caminando y al final en un micro de larga distancia.
Llegó a Villa Miramar, que también le dicen Villa Perro, allá por el año 1956. Y en Bahía Blanca tuvo varios hijos y dos maridos, uno que se fue lejos y otro que no se fue del todo pero tampoco se quedó.
De los hijos al que quiso más fue al menor, tal vez por ser el menor pero sobre todo porque le estudió. A otra a la que también quiso mucho fue a la que se murió de los riñones. Porque así son las muertes de los pobres, dramáticas y un poco misteriosas. A los pobres hasta el privilegio de darles un nombre a sus males se les niega.
-Ni una dirección se les da a los pobres, vea -me dijo una vez un viejo- por eso hacen esos barrios amontonados, sin nombre de calle y sin buzón. -Torre II Monoblock 23, vea. -me dijo el viejo.
Y tenía razón. Y del mismo modo que de escasez de buzón, los pobres sufren de escasez de enfermedades sencillas casi por obligación, por ser pobres, por no llegar a tiempo o vaya a saber por qué, tal vez por pura crueldad de la vida nomás.
Así es que Miss Tehuelche si tenía que hablar de algún hijo era siempre del pibe que se le había metido a suboficial de la armada o de la hija, la peluquera, la que había muerto de un mal misterioso en el riñón.
Miss Tehuelche caminaba diez kilómetros por día entre trabajo y trabajo.
Era chiquita, más flaca que una percha, más fibrosa y más dura que cuanta gente yo conocía.
Cuando ordenaba la casa, después de lavar interminablemente los pisos que le encantaban, acomodaba los sillones como rodeando una fogata imaginaria.
Me gustaba llegar a casa y ver como los sillones formaban un círculo casi tribal y, mientras los ponía en el lugar que mi yo occidental y cristiano les asignaba, no dejaba nunca de sentir que de algún modo una hoguera antiquísima se empezaba a apagar.
Miss Tehuelche dejó de limpiar casas cuando el Walter se recibió de suboficial y se casó con una maestra. Le hicieron una casita al fondo de la que ellos se construyeron en Espora.
Coincidió casi con la pensión que ligó Norma del marido medio ido, el que se fue pero no del todo porque era el papá del Walter y no era un mal hombre, aunque bebedor.
Me gusta imaginármela en su casita, acomodando las sillas alrededor de la fogata, como seguramente le mandará la sangre Tehuelche, esa sangre indomable que la hace más fibrosa que un sauce y mucho más fuerte que el viento del sur.
Porque Che quiere decir gente.
Miss Tehuelche era del Sur, pero había ido subiendo de a poco, de generación en generación, hasta llegar a Bahía Blanca, medio caminando y al final en un micro de larga distancia.
Llegó a Villa Miramar, que también le dicen Villa Perro, allá por el año 1956. Y en Bahía Blanca tuvo varios hijos y dos maridos, uno que se fue lejos y otro que no se fue del todo pero tampoco se quedó.
De los hijos al que quiso más fue al menor, tal vez por ser el menor pero sobre todo porque le estudió. A otra a la que también quiso mucho fue a la que se murió de los riñones. Porque así son las muertes de los pobres, dramáticas y un poco misteriosas. A los pobres hasta el privilegio de darles un nombre a sus males se les niega.
-Ni una dirección se les da a los pobres, vea -me dijo una vez un viejo- por eso hacen esos barrios amontonados, sin nombre de calle y sin buzón. -Torre II Monoblock 23, vea. -me dijo el viejo.
Y tenía razón. Y del mismo modo que de escasez de buzón, los pobres sufren de escasez de enfermedades sencillas casi por obligación, por ser pobres, por no llegar a tiempo o vaya a saber por qué, tal vez por pura crueldad de la vida nomás.
Así es que Miss Tehuelche si tenía que hablar de algún hijo era siempre del pibe que se le había metido a suboficial de la armada o de la hija, la peluquera, la que había muerto de un mal misterioso en el riñón.
Miss Tehuelche caminaba diez kilómetros por día entre trabajo y trabajo.
Era chiquita, más flaca que una percha, más fibrosa y más dura que cuanta gente yo conocía.
Cuando ordenaba la casa, después de lavar interminablemente los pisos que le encantaban, acomodaba los sillones como rodeando una fogata imaginaria.
Me gustaba llegar a casa y ver como los sillones formaban un círculo casi tribal y, mientras los ponía en el lugar que mi yo occidental y cristiano les asignaba, no dejaba nunca de sentir que de algún modo una hoguera antiquísima se empezaba a apagar.
Miss Tehuelche dejó de limpiar casas cuando el Walter se recibió de suboficial y se casó con una maestra. Le hicieron una casita al fondo de la que ellos se construyeron en Espora.
Coincidió casi con la pensión que ligó Norma del marido medio ido, el que se fue pero no del todo porque era el papá del Walter y no era un mal hombre, aunque bebedor.
Me gusta imaginármela en su casita, acomodando las sillas alrededor de la fogata, como seguramente le mandará la sangre Tehuelche, esa sangre indomable que la hace más fibrosa que un sauce y mucho más fuerte que el viento del sur.
sábado, 7 de enero de 2012
Rácula. El vampiro de las pampas ( versión corregida por la tía Perseverancia)
Rácula cuando era chiquito no tenía idea buena.
Era flaquito y valiente y como era más negro que una briqueta le gustaba deambular de noche, escondido en la oscuridad, y darle sustos a las mujeres de la toldería.
Cuando lograba que se alborotara bien el mujererío se largaba a reír a carcajadas y entonces sus dientecitos blancos relucían en mitad de la noche y no había quien se resistiese a esa risa contagiosa que lo sacudía de arriba a abajo como a un arbolito en la tormenta.
Se enteró de que la sangre caliente de mujer le venía rebien cuando en una temporada de hambruna su mamá se pinchó el dedo y se lo puso en la boca. Y así de la teta de la madre pasó a la sangrecita caliente sin vuelta. La carne se le atragantaba en el gañote y ni hablar del semillerío o los yuyos. No le pasaban por la garganta y si lograban que tragase un poco después andaba, meta chillido y pataleo, hasta que la mamá le preparaba un jarrito de sangre, o a lo sumo un poquito de leche tibia coloreada.
Ni la morcilla podía tragar sin darle algunas vueltas. Pero preparada con bastante cebolla de verdeo y bien jugosa la pasaba, por eso andaba siempre por lo del vasco Aspiriscueta que era el mejor morcillero de la pampa bárbara.
Rácula fue lancero entre los pampas, y pese a su fama de bravo tomador de sangre odiaba todo lo que fuera derramamiento en vano del vital elemento, por lo que al final se fue a vivir entre los Mapuches, allá por El Bolsón, y allí se quedó hasta que se pacificó la cosa. Para ese entonces ya se había dado cuenta de que teniendo treinta y pico ahí se iba a quedar, sin envejecer, pero con algún dolor por el lado del tujes que le dificultaba la cabalgata pero no le impedía andar cruzando campo a altas horas de la noche.
Por eso cuando llegó la 4 x 4, unos siglos después, Rácula se sintió muy conforme con el progreso de la humanidad.
Y fue paseando en la 4 x 4 que Rácula conoció a la tía Perseverancia.
Rácula, como se sabe, era de salir a la nochecita y andar hasta la madrugada dando vueltas. Siempre tenía algo que hacer a horas insólitas, horas que, por otra parte, dedicaba a echarse algún que otro traguito por ahí.
Y paseando a esas horas insólitas en las que solamente andan los gatos y, si es verano, los sapos y los bichos de luz, es que conoció a Perseverancia.
Para más exactitud conviene decir que era precisamente verano y que ese día el calor había apretado tanto que recién como a las tres de la madrugada el pueblo quedó en calma.
Eran casi las cuatro y cuarto cuando la tía Perseverancia interrumpió un solitario y salió a dejar la basura en la vereda. Y ahí Rácula la vio.
La luz polvorienta de la luna le andaba rondando los rulos colorados y la tía, vestida de camisón y envuelta en un pareo verde y blanco, le pareció a Rácula la cosa más bonita que había visto desde la época en que su mamá lo abrazaba queriéndolo dormir.
Son raras las cosas del amor.
La tía Perseverancia, que había sido hasta el momento una señorita sin afectos conocidos, cuando lo vio se enamoró instantáneamente.
Decía ella que al verlo bajar de la 4 x 4, tan hombretón, tan melenudo, con el pelo al viento, con esa sonrisa más blanca que la luz de neón, no pudo resistirse y ahí nomás se le rindió.
El tío Rácula y la tía Perseverancia andan siempre de noche y no hay quien les aguante el tranco durante la madrugada.
De luna de miel se fueron a la Antártida para tener una noche bien bien larga. Vinieron más felices que unas castañuelas.
Enamoradísimo el tío siempre dice: -Esta mujer es para mí- y la abraza tan fuerte que da envidia.
Ella sonríe muy modestamente y se deja abrazar como de favor. Es que a la tía - dice el tío Rácula- yo la he visto en camisón. Y se ríe con esa risa que lo sacude como árbol en la tormenta.
La tía Perseverancia, desde que están enyuntados, anda con el cuento de la prevención y ha puesto al tío Rácula a régimen estricto de sangre de origen controlada. Así que solamente lo deja probar sangre humana de su propia yugular.
Es un poco estricta la tía Perseverancia, pero lo bien que hace, porque el tío Rácula es más lindo que no se qué.
Era flaquito y valiente y como era más negro que una briqueta le gustaba deambular de noche, escondido en la oscuridad, y darle sustos a las mujeres de la toldería.
Cuando lograba que se alborotara bien el mujererío se largaba a reír a carcajadas y entonces sus dientecitos blancos relucían en mitad de la noche y no había quien se resistiese a esa risa contagiosa que lo sacudía de arriba a abajo como a un arbolito en la tormenta.
Se enteró de que la sangre caliente de mujer le venía rebien cuando en una temporada de hambruna su mamá se pinchó el dedo y se lo puso en la boca. Y así de la teta de la madre pasó a la sangrecita caliente sin vuelta. La carne se le atragantaba en el gañote y ni hablar del semillerío o los yuyos. No le pasaban por la garganta y si lograban que tragase un poco después andaba, meta chillido y pataleo, hasta que la mamá le preparaba un jarrito de sangre, o a lo sumo un poquito de leche tibia coloreada.
Ni la morcilla podía tragar sin darle algunas vueltas. Pero preparada con bastante cebolla de verdeo y bien jugosa la pasaba, por eso andaba siempre por lo del vasco Aspiriscueta que era el mejor morcillero de la pampa bárbara.
Rácula fue lancero entre los pampas, y pese a su fama de bravo tomador de sangre odiaba todo lo que fuera derramamiento en vano del vital elemento, por lo que al final se fue a vivir entre los Mapuches, allá por El Bolsón, y allí se quedó hasta que se pacificó la cosa. Para ese entonces ya se había dado cuenta de que teniendo treinta y pico ahí se iba a quedar, sin envejecer, pero con algún dolor por el lado del tujes que le dificultaba la cabalgata pero no le impedía andar cruzando campo a altas horas de la noche.
Por eso cuando llegó la 4 x 4, unos siglos después, Rácula se sintió muy conforme con el progreso de la humanidad.
Y fue paseando en la 4 x 4 que Rácula conoció a la tía Perseverancia.
Rácula, como se sabe, era de salir a la nochecita y andar hasta la madrugada dando vueltas. Siempre tenía algo que hacer a horas insólitas, horas que, por otra parte, dedicaba a echarse algún que otro traguito por ahí.
Y paseando a esas horas insólitas en las que solamente andan los gatos y, si es verano, los sapos y los bichos de luz, es que conoció a Perseverancia.
Para más exactitud conviene decir que era precisamente verano y que ese día el calor había apretado tanto que recién como a las tres de la madrugada el pueblo quedó en calma.
Eran casi las cuatro y cuarto cuando la tía Perseverancia interrumpió un solitario y salió a dejar la basura en la vereda. Y ahí Rácula la vio.
La luz polvorienta de la luna le andaba rondando los rulos colorados y la tía, vestida de camisón y envuelta en un pareo verde y blanco, le pareció a Rácula la cosa más bonita que había visto desde la época en que su mamá lo abrazaba queriéndolo dormir.
Son raras las cosas del amor.
La tía Perseverancia, que había sido hasta el momento una señorita sin afectos conocidos, cuando lo vio se enamoró instantáneamente.
Decía ella que al verlo bajar de la 4 x 4, tan hombretón, tan melenudo, con el pelo al viento, con esa sonrisa más blanca que la luz de neón, no pudo resistirse y ahí nomás se le rindió.
El tío Rácula y la tía Perseverancia andan siempre de noche y no hay quien les aguante el tranco durante la madrugada.
De luna de miel se fueron a la Antártida para tener una noche bien bien larga. Vinieron más felices que unas castañuelas.
Enamoradísimo el tío siempre dice: -Esta mujer es para mí- y la abraza tan fuerte que da envidia.
Ella sonríe muy modestamente y se deja abrazar como de favor. Es que a la tía - dice el tío Rácula- yo la he visto en camisón. Y se ríe con esa risa que lo sacude como árbol en la tormenta.
La tía Perseverancia, desde que están enyuntados, anda con el cuento de la prevención y ha puesto al tío Rácula a régimen estricto de sangre de origen controlada. Así que solamente lo deja probar sangre humana de su propia yugular.
Es un poco estricta la tía Perseverancia, pero lo bien que hace, porque el tío Rácula es más lindo que no se qué.
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