Había en el pueblo una laguna medio chica de la que asomaba una cruz grande, antigua, desproporcionada, pintada de verde por un moho insistidor.
Había una leyenda.
Decían que en ese lugar exactamente se había construido la primer iglesia del pueblo y que la había construido un cura que había sido castigado por Dios, y por eso la iglesia entera, con cura y todo, se había hundido, quedando a la vista solamente la cruz. Lo único sagrado de la iglesia maldita.
Los chicos del pueblo cazaban ranas en la orilla de la laguna, y de vez en cuando también sacaban una mojarritas transparentes con mucho gusto a barro.
Las ranas las comían fritas, salteadas en una sartén gigante de culo tiznado, que iba pasando de generación en generación para cumplir el propósito de comer las ranas en cuestión.
Nadie se había molestado en confirmar la leyenda porque el pueblo estaba un poco atravesado con relación a la civilización.
Nadie se había aventurado a bucear en el agua oscura de la lagunita.
De vez en cuando alguno emprendía una excursión náutica hasta la cruz y la rodeaba a remo lento, tratando de mirar para el fondo, intentando entrever el anclaje que la sostenía erguida año tras año.
Cuando hubo una seca terrible que asoló todo alrededor se creyó que la laguna iba a mostrarnos el misterio de la iglesia inundada. Pero aunque la laguna bajo 5 o 6 metros lo único que se pudo ver fue que la cruz seguía seis metros para abajo.
Con la laguna reducida algunos se animaron a ponerse las antiparras y a nadar alrededor de la cruz para ver la iglesia. Solamente pudieron ver algo que les pareció el fondo fangoso de la laguna.
Así es que se le atribuyó a la leyenda de la iglesia el mero carácter de leyenda y nada más.
Benítez, el historiador del pueblo, escribió en su libro que la leyenda había nacido junto con la construcción de la actual iglesia.
Había sido toda una epopeya popular la construcción de la preciosa iglesia del pueblo, casi una catedral en miniatura, con sus prolijos altares de mármol blanco y rosado, las columnas verde jade, y las extraordinarias pinturas del via crucis contando la historia del primogénito. Y mientras crecía la iglesia a impulsos de la personalidad díscola del cura Rae y sus historias, crecía también la leyenda de la iglesia hundida en la laguna.
Que era una iglesia construida por una familia de Buenos Aires que había prometido erigirla en memoria de una hija cautiva por los indios.
Que el cura que la construyó enterraba a los obreros en los cimientos a medida que morían de agotamiento y desnutrición. Que para hacer el altar de la virgen inmoló en cera una cautiva rescatada de no se sabe donde, una niña de tan solo 13 años. Que la iglesia fue pintada de rosa, al estilo de las casas de campo, pero que en lugar de usar sangre de bestias para colorear la cal fue utilizada sangre de indios y de gauchos.
Que la construcción se había terminado el día de la ascensión de la virgen y ese día se celebró la primer misa y justo en el momento de la consagración comenzó a caer una lluvia insistente que no dejó de caer por siete semanas.
Que los habitantes del pueblo vieron que una laguna negra se iba comiendo todo, primero los barrios más pobres, después las casas de ladrillo y al final empezó a subir los escalones de la iglesia y sepultó a la iglesia poco a poco.
Que el cura se subió al campanario y desde allí se quedó mirando la inundación y la huida de las carretas hacia los terrenos altos.
Y que al final el agua llegó hasta el campanario y lo último que supieron del cura es que tañia las campanas alocadamente hasta que al final solamente se escuchaba el sonido ahogado de las campanas en el agua.
Solamente la cruz había quedado.
Cuando el cura Rae construyó la iglesia nueva se preocupó mucho por pagarle bien a los obreros. Contaba los ladrillos cuidadosamente y cuando vio que los carretones empezaban a llegar cada vez más flacos no dijo nada.
Anotaba en una pizarra los carretones que llegaban y tachaba los que se iban pagando a fuerza de diezmos y limosnas. Era como un partido de truco. Anotaba con cinco palitos y cuando los pagaba tachaba el punto.
Iban por el doscientos cuando se dió cuenta que los carretones estaban enflaqueciendo. Y no dijo nada.
Anotó de cinco en cinco y no los pagó.
Cuando vio el carretón más flaco que nunca llamó al proveedor y juntos contaron los ladrillos. Eran 150 menos que los 1000 ladrillos que se suponía que traía cada carretón.
Ahí nomás multiplicó 850 por los carretones que estaban sin pagar y canceló la deuda de la iglesia con el proveedor. Y se cumplió con el dicho que dice Dios Proveerá. Eso dijo el cura. Y de un solo borrón le ganó el truco al ladrillero.
Al fin la iglesia nueva se terminó.
Los bancos los donaron las familias del pueblo. En cada uno una chapita de bronce dorado iba a dejar la memoria de esa gente.
Entretanto en la laguna verde la cruz anclada seguía dando que hablar. Un día amaneció toda blanqueada. Como de mármol.
Es que la seca había ido matando hasta el musgo y el sol había echo su tarea blanqueadora.
Los chicos tuvieron su momento. Cazaban a las ranas que huían de la seca y las freían y las vendían en cucuruchos de papel de diario.
Los mayores contaban la leyenda.
Contaban como había sido que la cautiva ahogada en cera caliente, disfrazada de virgen medieval, había elevado los brazos y se había quedado mirando al cielo, con un gesto desesperado. Y como el cura la había llamado la virgen del doloroso corazón.
Los adolescentes del pueblo organizaron una excursión de buceo en toda regla. Con antiparras. Tanques de buceo no había porque era un pueblo del medio de la pampa.
Las madres escandalizaron malamente pero es sabido que no es posible impedir que los adolescentes cumplan con los ritos de la hombría.
Cuando se lanzaron desde los gomones con un buen envíon, para llegar bien hondo, todos contuvieron el aliento.
Los chicos salian a respirar y volvían a sumergirse una y otra vez. - No se ve nada - gritaban desde el agua.
Después de un tiempo, aburridos de esperar novedades que no se daban alguien preparó el mate y alguien trajo las facturas.
Los adolescentes seguín sumergiéndose en el agua verde.
- Es inútil - gritaban - El pie de la cruz sigue y sigue hasta muy abajo.
Después fueron a buscar una soga y la ataron del gomón. Bajaron de a tres, agarrados del pie de la cruz y con la cabeza adentro de un fuentón de esos gigantes de aluminio.
Seis metros y tocaron fondo, después contaron.
Era un piso como de tejas, dijeron.
Pero no pudieron hacer nada más y por supuesto nadie les creyó porque no trajeron pruebas de la hazaña.
Ahora está lloviendo año tras año sobre la pampa. No ha habido secas como la de ese año. La laguna crece y la cruz se ve más chica y bien verde.
Los chicos siguen cazando ranas en la orilla de la laguna y vendiéndolas fritas para los viajes de fin de curso.
El pueblo es un poco famoso por esta cuestión de las ranas.
Dicen que la abundancia de ranas es una consecuencia directa de la iglesia hundida aunque nadie da una explicación científica sobre el tema.
Lo que se sabe en el pueblo es que las noches muy calladas, cuando se corta la luz y no hay televisor y la gente habla bajito, las voces de las ranas, desesperadas, gritan con la voz de la cautiva que encerrada en su traje de cera ardiente pide ayuda.
Y hay quien ha oído también las campanadas de la iglesia hundida. Dicen que el cura maldito sigue llamando a misa.
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