Juan y Mateo de chiquititos tenían unos zapatotos mágicos.
La mamá se los ponía y los zapatotos los llevaban de aquí para allá a una velocidad de gateo espectacular.
Pero ni mamá, ni papá, ni Mateotito, ni Juan sabían que los zapatotos eran de verdad mágicos.
Por eso el día que Mateotito se paró y agarrado del andador dió su primer pasito y desapareció nadie supo lo que había pasado.
Mamá se agarraba la cabeza y lloraba con los ojos grandes y lo llamaba por teléfono a papá.
Asustada como estaba, buscaba por todos los rincones y mientras tanto lo agarraba a Juancito tan, tan fuerte que el pobre no paraba de llorar.
En una de esas sonó el teléfono. Era la abuela Ethel.
Mateotín estaba en Saladillo gateando atrás de Mandinga que no sabía donde meterse para que lo dejaran en paz.
La abuela Ethel había puesto los zapatotos mágicos en el estante más alto de la biblioteca porque, como dijo la abuela - Este nene es terrible, si le dejo los zapatos se nos va para Madagascar.
Esa noche, mientras Mateito dormía y Mandinga descansaba la abuela Ethel puso los zapatotos mágicos en una caja y la ató con doble vuelta con una cuerda azul. - Si estuviera el abuelo Juan, dijo la abuela, haría el nudo re bien, así que voy a tratar de hacerlo igual.
Después le dió la caja a la tía Ana y le dijo - Ana, estos zapatos no pueden moverse de acá.
Fue la tía Claudia la que tuvo que llevar a Mateotín hasta León. No protestó porque se sabe que la tía Claudia es de lo más dinámica y fue y volvió trayendo en otra caja los zapatotos mágicos de Juan.
Mateotín y Juan tienen zapatos nuevos y mamá ha dejado muy claro que no habrá zapatos mágicos en la casa hasta que no sean mayores de edad.
Y la tía Ana está re contenta porque nadie le va a pedir nunca que tire las cajas de los zapatotos mágicos que ella guarda muy cuidadosamente en su placard.
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