domingo, 3 de junio de 2012

Todo era relativo en esos mundos de Dios.


Y todo es una cuestión de la mente - dijo la tía Andrea.
Es que había llegado a esa conclusión gracias una longaniza colgada en el gancho del lavadero.
El tío José tenía esa costumbre.
Cuando le daba por hacerse el chacarero iba y se compraba  una longaniza, un bastón o dos choricitos miserables y los colgaba del gancho del lavadero como quien pone a secar una carneada completa.
Así fue que un día, cuando la tía fue al  lavadero, medio olvidada de estas mañas,  y sintió un tufo medio raro, mezcla de olor a pata y algunas otras suciedades,  lo primero que pensó fue en llamar al tío José con cinco acentos, como hacía cuando andaba buscando a alguien a quien culpar por todas las desgracias.
Y ahí estaba preparándose para gritar - Joséééé...-  cuando miró para arriba y la vio.
Una longaniza perfecta, colgada muy oronda, desafiando al destino.
Y así aprendió que la mayor parte de los terrores  son cosa de la mente.
Repentinamente el  apestoso olor a pata  se había transformado en la feliz expectativa de una picada espectacular, con aceitunas verdes y hasta un vinito.

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