Había en Fernandez una luz que de puro mala se había quedado sola, re sola.
Siempre andaba por las afueras del pueblo paseándose más que nada por los alambrados, cosa que le gustaba sobremanera porque iba patinando por el alambre San Martín hasta que por ahí se topaba con algún alambre de púa y entonces se desparramaba con unos fogonazos de lo más llamativos.
Como era mala, malísima, un día fue a asustarlo al tío José que estaba trabajando en un potrero atrás justito de la tapera de la estancia La Hidalguía.
El tío iba y venía arando de aquí para allá, porque en aquella época estaba de moda arar para sembrar después el trigo de invierno.
El tío se había puesto un gorro de lana marrón y dos camisetas abajo de un pulover que la Amachi* le había hecho combinando los verdes sobrantes de inviernos anteriores, de manera que parecía vestido como para la guerra, tan de camuflaje estaba.
Iba yendo cuando la vio. Blanca como la luna pero flaca y deshilachada. Se hamacaba enganchada del alambrado la luz mala. Subía y bajaba jugando entre los hilos y el tío, que conocía un poco de notas musicales, se dió cuenta ahí nomás que estaba usando el alambrado de pentagrama y que le dibujaba la caballería rusticana con blancas y corcheas.
Es que la luz mala era malísima y le quería decir al tío José que se iba a tener que ir con el tractor más pronto que ligero porque lo correría por atrás mientras cantaba.
Pero el tío José, que cobraba por hectárea, hizo como que no la veía y siguió arando como si nada.
Se puso insistente la luz mala.
Se desparramó como el mercurio y llenó todo el cielo con unos puntitos brillantes y ahí nomás se juntó otra vez y formó un manchón como de tinta plateada y al final se desparramó como si fuera un tul y se puso a aletear al compás del viento que no era mucho pero era insistente.
Y en eso estaba, desparramada como un tul, cuando al tío se le paró el tractor.
Se le paró en seco como si nunca hubiera sido un objeto rodador.
Puf puf hizo y se quedó.
Y ahí al tío José se le frunció. Es que ni el más corajudo se enfrenta de a pie con la luz mala.
La noche gigante de la pampa se complota con el silencio y la luz mala, flotando como un farol en la tiniebla, hace estragos entre la paisanada.
Así es que el tío arrancó a patacón por cuadra por el campo arado, enterrando y desenterrando las patas , y llegó a la casilla en un santiamén. Cuando llegó se zambulló abajo de tres frazadas y no se lo volvió a ver hasta bien entrada la mañana.
La luz mala se quedó afuera, haciendo guardia, y desde ese día todas las noches se la puede ver esperando en la puerta del tío José, desparramándose como una mancha y vistiéndose de novia cada vez que lo ve aparecer con su ropa de camuflaje.
El tío José ya no le da bolilla. Dice que aunque ande vestida de novia es como la tía Andrea, su señora esposa, joroba y joroba pero al final es pura bulla nomás.
*Amachi o Amaxi abuela en vasco
Esta historia es medio real. José estaba arando y veía unas luces que aparecían y desaparecían atrás del monte del casco de La Hidalguía. Y es verídico que se le frunció, al menos hasta que se dió cuenta que atrás del monte había un potrero en el que estaba arando otro tractor !
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