Cuando lo vimos por primera vez fue gracias a la internet que es cosa casi de magia pero de la buena, de la mágica blanca.
Uñaqui vino haciéndose el tranquilito pero cuando andaba por los seis meses ya mostró la hilacha y de ahí en más no hubo quien lo parara: un remolino el Uñaquito, como iría a bautizarlo el tío José a los ocho meses, casi nueve, a los pocos días de conocerlo cara a cara como corresponde.
José decidió que Uñaqui era medio vasco por parte de tío político, por eso le puso Uñaqui que viene a ser casi un Ignacio pero conmemorativo, porque Uñaquito vino a llamarse así porque tenía unas uñitas feroces y finitas que le crecían más rápido que el hambre.
- Parece un gato el Uñaquito - dijo el tío José. Y se dejó rasguñar la nariz como si le estuvieran haciendo un homenaje.
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