Rácula cuando era chiquito no tenía idea buena.
Era flaquito y valiente y como era más negro que una briqueta le gustaba deambular de noche, escondido en la oscuridad, y darle sustos a las mujeres de la toldería.
Cuando lograba que se alborotara bien el mujererío se largaba a reír a carcajadas y entonces sus dientecitos blancos relucían en mitad de la noche y no había quien se resistiese a esa risa contagiosa que lo sacudía de arriba a abajo como a un arbolito en la tormenta.
Se enteró de que la sangre caliente de mujer le venía rebien cuando en una temporada de hambruna su mamá se pinchó el dedo y se lo puso en la boca. Y así de la teta de la madre pasó a la sangrecita caliente sin vuelta. La carne se le atragantaba en el gañote y ni hablar del semillerío o los yuyos. No le pasaban por la garganta y si lograban que tragase un poco después andaba, meta chillido y pataleo, hasta que la mamá le preparaba un jarrito de sangre, o a lo sumo un poquito de leche tibia coloreada.
Ni la morcilla podía tragar sin darle algunas vueltas. Pero preparada con bastante cebolla de verdeo y bien jugosa la pasaba, por eso andaba siempre por lo del vasco Aspiriscueta que era el mejor morcillero de la pampa bárbara.
Rácula fue lancero entre los pampas, y pese a su fama de bravo tomador de sangre odiaba todo lo que fuera derramamiento en vano del vital elemento, por lo que al final se fue a vivir entre los Mapuches, allá por El Bolsón, y allí se quedó hasta que se pacificó la cosa. Para ese entonces ya se había dado cuenta de que teniendo treinta y pico ahí se iba a quedar, sin envejecer, pero con algún dolor por el lado del tujes que le dificultaba la cabalgata pero no le impedía andar cruzando campo a altas horas de la noche.
Por eso cuando llegó la 4 x 4, unos siglos después, Rácula se sintió muy conforme con el progreso de la humanidad.
Y fue paseando en la 4 x 4 que Rácula conoció a la tía Perseverancia.
Rácula, como se sabe, era de salir a la nochecita y andar hasta la madrugada dando vueltas. Siempre tenía algo que hacer a horas insólitas, horas que, por otra parte, dedicaba a echarse algún que otro traguito por ahí.
Y paseando a esas horas insólitas en las que solamente andan los gatos y, si es verano, los sapos y los bichos de luz, es que conoció a Perseverancia.
Para más exactitud conviene decir que era precisamente verano y que ese día el calor había apretado tanto que recién como a las tres de la madrugada el pueblo quedó en calma.
Eran casi las cuatro y cuarto cuando la tía Perseverancia interrumpió un solitario y salió a dejar la basura en la vereda. Y ahí Rácula la vio.
La luz polvorienta de la luna le andaba rondando los rulos colorados y la tía, vestida de camisón y envuelta en un pareo verde y blanco, le pareció a Rácula la cosa más bonita que había visto desde la época en que su mamá lo abrazaba queriéndolo dormir.
Son raras las cosas del amor.
La tía Perseverancia, que había sido hasta el momento una señorita sin afectos conocidos, cuando lo vio se enamoró instantáneamente.
Decía ella que al verlo bajar de la 4 x 4, tan hombretón, tan melenudo, con el pelo al viento, con esa sonrisa más blanca que la luz de neón, no pudo resistirse y ahí nomás se le rindió.
El tío Rácula y la tía Perseverancia andan siempre de noche y no hay quien les aguante el tranco durante la madrugada.
De luna de miel se fueron a la Antártida para tener una noche bien bien larga. Vinieron más felices que unas castañuelas.
Enamoradísimo el tío siempre dice: -Esta mujer es para mí- y la abraza tan fuerte que da envidia.
Ella sonríe muy modestamente y se deja abrazar como de favor. Es que a la tía - dice el tío Rácula- yo la he visto en camisón. Y se ríe con esa risa que lo sacude como árbol en la tormenta.
La tía Perseverancia, desde que están enyuntados, anda con el cuento de la prevención y ha puesto al tío Rácula a régimen estricto de sangre de origen controlada. Así que solamente lo deja probar sangre humana de su propia yugular.
Es un poco estricta la tía Perseverancia, pero lo bien que hace, porque el tío Rácula es más lindo que no se qué.
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