Tehuelche quiere decir gente del sur y Mapuche gente de la montaña.
Porque Che quiere decir gente.
Miss Tehuelche era del Sur, pero había ido subiendo de a poco, de generación en generación, hasta llegar a Bahía Blanca, medio caminando y al final en un micro de larga distancia.
Llegó a Villa Miramar, que también le dicen Villa Perro, allá por el año 1956. Y en Bahía Blanca tuvo varios hijos y dos maridos, uno que se fue lejos y otro que no se fue del todo pero tampoco se quedó.
De los hijos al que quiso más fue al menor, tal vez por ser el menor pero sobre todo porque le estudió. A otra a la que también quiso mucho fue a la que se murió de los riñones. Porque así son las muertes de los pobres, dramáticas y un poco misteriosas. A los pobres hasta el privilegio de darles un nombre a sus males se les niega.
-Ni una dirección se les da a los pobres, vea -me dijo una vez un viejo- por eso hacen esos barrios amontonados, sin nombre de calle y sin buzón. -Torre II Monoblock 23, vea. -me dijo el viejo.
Y tenía razón. Y del mismo modo que de escasez de buzón, los pobres sufren de escasez de enfermedades sencillas casi por obligación, por ser pobres, por no llegar a tiempo o vaya a saber por qué, tal vez por pura crueldad de la vida nomás.
Así es que Miss Tehuelche si tenía que hablar de algún hijo era siempre del pibe que se le había metido a suboficial de la armada o de la hija, la peluquera, la que había muerto de un mal misterioso en el riñón.
Miss Tehuelche caminaba diez kilómetros por día entre trabajo y trabajo.
Era chiquita, más flaca que una percha, más fibrosa y más dura que cuanta gente yo conocía.
Cuando ordenaba la casa, después de lavar interminablemente los pisos que le encantaban, acomodaba los sillones como rodeando una fogata imaginaria.
Me gustaba llegar a casa y ver como los sillones formaban un círculo casi tribal y, mientras los ponía en el lugar que mi yo occidental y cristiano les asignaba, no dejaba nunca de sentir que de algún modo una hoguera antiquísima se empezaba a apagar.
Miss Tehuelche dejó de limpiar casas cuando el Walter se recibió de suboficial y se casó con una maestra. Le hicieron una casita al fondo de la que ellos se construyeron en Espora.
Coincidió casi con la pensión que ligó Norma del marido medio ido, el que se fue pero no del todo porque era el papá del Walter y no era un mal hombre, aunque bebedor.
Me gusta imaginármela en su casita, acomodando las sillas alrededor de la fogata, como seguramente le mandará la sangre Tehuelche, esa sangre indomable que la hace más fibrosa que un sauce y mucho más fuerte que el viento del sur.
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