Ella decía que se dedicaba a los bienes raíces.
Y era verdad.
Una quinta de zanahorias tenía.
Se sentía una reina.
Porque hay reinas de todo tipo.
Ella reinaba sobre zanahorias y rabanitos y cuando llegaba el verano era la reina total del zapallito de tronco.
Si bien jamás hubiese arrancado las flores amarillas del zapallo, si alguna accidentalmente se desprendía ella se la ponía en el pelo y allí andaba, coronada de flores de zapallo.
Así, dedicándose a los bienes raíces es que extendió la quinta para el este, el oeste, el sur y el norte, aunque para el norte no tanto porque ahí nomás se tropezó con el camino vecinal y tuvo que frenar, cosa que hizo con un bonito cerco de lavandas, ideal para espantar el bicherío.
Para el sur la quinta se le extendió en una sucesión de lechugas de tres colores, porque se le daba bien eso de andar combinando las verduras, y cuando quiso acordar le habían sacado una foto para el almanaque de la verdulería del pueblo.
Así se descubrió que era una artista. Una artista de los bienes raíces.
Y pasó de muerta de hambre a quintera y de quintera a artista de efímeros en un santiamén.
Iba planeando su arte de primavera a invierno, haciéndole cercos de tomates rojos a los zapallos reptantes, y armando enramadas de chauchas y lupines.
Cuando la soja invadió el pueblo, ella, que de tonta no tenía ni un pelo, dejó cuatro hectáreas para el yuyo nuevo y con las ganancias arrancó con el asunto de los orgánicos.
Sigue dedicándose a los bienes raíces hoy en día. Sólo que ahora los intercala con la producción de comiditas para bebés, todas elaboradas con productos orgánicos, ¡qué la parió!
Es una empresaria hecha y derecha.
Pero lo que más le gusta entre todas las cosas que le gustan es dibujar en la tierra con verduras, y dicen que le encargó a Cicaré un helicoptero para ver su arte desde arriba. "Como a las líneas de Nazca" dicen que dijo.
Es que es toda una empresaria. Y se sabe que el turismo es una industria poco contaminante.
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