martes, 26 de junio de 2012

El celestino

El tío Ruben supo ser celestino en una época.
El tío Ruben tenía ocho años y andaba buscándole novio a la tía Albina.
Había decidido que había que casarla a toda costa.
El tío Ruben tenía muy en claro lo que sería un bueno novio para la tía.
Entre los candidatos favoritos estaban el dueño del cine y el almacenero por razones muy obvias.  Kiosquero no había en esa época, sino hubiera encabezado la lista. 
El tío empeñaba todas sus buenas artes (que no eran tantas) y todas las malas también (que esas eran muchas). Pero nada.  No había caso.  
No podía cerrar  trato por más que la anduvo ofreciendo con las mejores referencias.  Que era muy buena conversadora.  Que para hacer huevos fritos había que tenerla en cuenta.    Que sabía tejer escarpines.   Que la tía Pipa decía que era muy escandalosa pero que no era para tanto.   Que esto y  aquello.   Pero no podía colocarla.
Es que esta Albina era un caso serio. 
Al final, cansado del fracaso, resolvió atacar con la publicidad masiva. 
Se las ingenió para colgarle un cartelito en la espalda y así la pobre tía anduvo paseándose por todo el pueblo  con un anuncio que decía "Vuzco Macho".   
La ortografía identificó al autor y ahí nomás el tío Ruben,  con ocho años recién cumplidos,  vio bruscamente interrumpida su incipiente carrera publicitaria.
Es que el abuelo Pedro, que en esos tiempos era jovensísimo, lo corrió una cuadra entera y cuando lo llevó colgado de una oreja,  a pedirle perdón a la tía Albina. 
Y la tía Albina no paraba de llorar.
El pobre tío Rúben no entendía nada de nada. Es que el había visto que gracias  a sus buenos oficios Albina había conseguido por lo menos tres encendidos candidatos en el boliche de la esquina.
- Esta Albina al fin y al cabo es la gata flora - dijo el tío - y el abuelo Pedro lo dejó sin ir al cine como un mes. 

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