martes, 12 de junio de 2012

Legítima defensa

Así estaba yo el día que me atacó la calandria. Perdida como turco en la neblina.
Andaba con la cabeza llena de pensamientos tristes.  Faltaban como cuatro años para que nacieran Juan María y Mateotín y habían pasado como diez desde que el último y único malón de sobrinos arrasara por los lados del Quequén.
El día era más bonito que la miercoles pero el alma la tenía en vilo de tanta máquina que me había estado dando a causa de la soledad. 
Y vino la calandria y me atacó. 
Dos veces me atacó.  Esperó que estuviera de espaldas y me pasó con un vuelo rasante entre los pelos.  Dos veces me hizo lo mismo. 
Y a decir verdad me pegué un susto soberano porque jamás me había atacado ente volador alguno.
Que al tío José lo habían  estado persiguiendo unos huevos voladores, verídico es.  Yo se los tiré uno por uno, la docenita entera una vez que me hizo perder la paciencia.  Y los esquivó todos el muy saltimbanqui.  
Que una vez vi volar una bandeja con un queso arriba, verídico es.  La tiró el abuelo y me sobrevoló el flequillo, un día que al abuelo le hizo perder la paciencia la abuela Lita.
Por suerte la paciencia la volvió a encontrar y no se le perdió otra vez hasta unos cuantos años después cuando a la abuela se le dio por revolver el famoso asunto de los ombligueros, cuestión que hubiera merecido todo un libraco de Freud, pero por la cabeza de la abuela Lita el libraco.
Pero  volviendo al tema de las calandrias debo decir que el día que me atacó la calandria lloré todo el día.
Lloré de soledad pero sobre todo lloré de superstición.
Porque no todos los días te ataca una calandria y yo me creí que la muy emplumada venía como la parca, a agarrarme de espaldas y a pura traición.
Miss Tehuelche me vio tan compungida que me dijo - No se preocupe señora, no es mala suerte que los pájaros ataquen a la gente - Ah no? - le dije. Y ella me contestó - Claro que no señora, si nunca atacan...
Anduve compungida todo el día y la noche también.  Y eso que era sábado.  Pero suerte que era sábado porque ese domingo el tío, que andaba haciéndose el jardinero,  encontró el nido justo en el lugar en el que la calandria me había atacado en un vuelo rasante de calandria.
Ese domingo a la noche mientras hacía nada me puse a pensar cuantas veces las personas andaremos metiéndole miedo a las calandrias y cuantas veces las pobres nos atacarán, pura pluma voladora, sólo para proteger el nido.
Y la gente no es muy distinta a las calandrias.
Por eso, isidoritos míos,  hay que tener cuidado de no andar dándole miedo a la gente ni al bicherío, ya sea rastrero o volador,  porque en una de esas uno termina confundiendo con mala suerte a la más justificada de las legítimas defensas.


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