miércoles, 27 de julio de 2011

Historia de la inconstante

Ella no era constante ni para los vicios. 
Por eso no fumaba, ni tomaba, ni andaba con cosas raras, porque hasta para las cosas raras, alguna constancia se requiere. 
Eso sí, era también arisca para los libros, la pobre.  
No se le daban bien las matemáticas ni las letras.  Capaz que por inconstante nomás.   
Por eso se quedó estancadita en quinto grado.  Y eso que la maestra le dejó pasar tres grados de favor y otros dos para no quedarse sin alumnos. 
Sin embargo, durita como era, ella sabía de magia.
La primera magia la hizo como a los ocho.
Le había tocado izar la bandera y, después de darle a la cuerda hasta poner la bandera bien en la punta del asta, se quedó mirándola, toda desilusión, porque la bandera quedó ahí, como un trapito,  toda chupada.  
Y entonces ella sopló. 
Y la bandera de la escuela ondeó y después se quedó tiesa, como plastificada. Para siempre se quedó. 
Así quedó, durita, como banderita de la luna, pero acá en la tierra.
Y nadie la pudo bajar.  No hubo hondazo, ni lluvia, ni inclemencia que pudiera bajarla de allí.
La banderita, como si nada.
Y eso que la maestra la puso a ella misma a tirar del cordel, tira que te tira, todas las tardes, total aprender no aprendía nada.  Pero no hubo caso.  Allí se quedó.
Y hasta el día de hoy está ahí, estirada  y compuesta, como enhebrada en la punta del mástil de la Escuela 11, al norte del Saladillo, justo enfrente de la Estación sin Ferrocarril.  
Pero hasta para la magia era insconstante. 
Aprendió a hacer gualichos de amor.  Pero no le ponía empeño y los gualichos se le quedaban en enamoramientos pasajeros.
A lo que se dedicaba mayormente, era a los encantamientos sencillos, como por ejemplo un buen florecimiento de rosas en pleno invierno, o un acortamiento de pantalones de emergencia. 
La cosa se le complicaba cuando la receta mágica tenía más de cinco pasos.  Y ni que hablar cuando tenía que dejar en reposo algún ingrediente. Ahí todo fallaba, y podía salir chimango cualquier pollo.
Como se suele decir: era un poco atacada la pobre.
Cuando tuvo hijos le nacieron antes de tiempo.  La Ramoncita ni uñas tenía cuando el cura la bautizó, por si las moscas.  Ella,  cuando le vio los dedos tan mochos, tan desnuditos de uña,  hizo su magia y las uñas le crecieron, pintaditas y todo, de un rosa muy bonito.  Eso sí, no hubo cosa que le pudiera sacar el rosa de las uñas y ahí anda la Ramoncita, criando chanchos y gallinas con las manos más arregladas que una artista de T.V.
En el caso de Ramoncito la cosa fue más grave.  Estaba a medio hacer y lo tuvo que convencer para meterse adentro y terminarlo. Al final, cuando salió era todo un hombrecito, eso sí, con tanto pelo le salió, y con tanta uña que el intendente le salió de padrino, de puro miedo a sque resultara lobizón.
A los dos hijos les puso el mismo nombre porque eso de andar  buscando nombres la ponía impaciente y al final, qué mejor que ponerle el nombre de la abuela, que era la única pariente conocida.
Para lo que fue constante fue para el marido.  Se lo quedó para toda la vida.  Es que la abuela le había dicho que si uno conseguía un marido pasado por altar, mejor quedárselo para siempre, y le enseñó una magia sencilla para el propósito.  Solamente tenía que darle un beso sincero cada noche y la cosa estaba garantida.
De las magias, la que nunca quiso hacer fue la negra.
-La mágica negra no es lo mío- decía con toda seriedad. -No es cosa de cristianos andar pensando cosas fuleras.
-Para mí, la mágica blanca -decía- solamente cosas buenas para que te vuelvan- decía.
Y por eso puso un aviso en el periódico del pueblo.  Silvia Batisluschi, la directora de "El Argentino" le corrigió el anuncio y publicó "Magia Blanca para buenos deseos garantizados.  Lectura de manos y de cartas.  Dirigirse a Saladillo Norte, dos casas antes de la Estación"
Ella le había hecho a escribir a la Ramoncita: "Mágica Blanca para buenos deseos garantidos. Se lee la mano y echan cartas.  Preguntar por mi dos casas antes de la Estación"









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