Cuando Mateo y Juan María nacieron la abuela Ethel encargó a las hadas ir a visitarlos. Es que una bruja vieja no puede andar jorobando con las escobas en vuelos demasiado largos, y como los dos pibitos nacieron antes de que saliera el avión de línea, la abuela tuvo que llamar a las hadas para una visita de emergencia.
Así es que se sentó en el sillón del living, miró a su gato negro, y convocó a las hadas de la buena suerte y del buen carácter, al hada de los artistas y también al hada de los sueños bonitos, pensando en encomendarles a ellas, tan buenas voladoras, unas cuantas cositas.
Mientras esperaba mirando la T.V. la abuela Ethel se quedó dormida, muy sentadita en su sillón de bruja, como fingiendo no estar dormida en absoluto.
Y las hadas llegaron para recibir el encargo. Y como estaba la abuela Ethel dormida en el sillón y encontraron a la Tía Ana bien despierta allí nomás comenzaron a anotar.
Es una suerte que las hadas anoten los pedidos en largas tiras de papel transparente que después olvidan por todas partes. Porque de no ser así vaya a saber qué dones hubieran recibido los dos recién nacidos.
Es que se sabe que Ana es una brujita un poco mal llevada.
La cosa es que las hadas llegaron al país del norte cargadas con unos cuantos dones. Y así los dos recién nacidos recibieron el don de la música, el don de los sueños bonitos, el don de la risa y el don de la buena suerte que es el don más extraño porque es el que justamente se da para no necesitarse.
La macana es que las hadas son muy buenas mandaderas y aunque anotan todo en largas hojas de papel que pierden por todas partes, esta vez no olvidaron llevar de visita al hada enfurruñada.
Y allí está Mateotito, en el país del norte, enfurruñado y chillando, hasta que logra pasarle a su mamá el don que le mandó la tía Ana.
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