domingo, 20 de septiembre de 2015

Juan y los orcos

Cuando Juan era muy muy chiquito un día se perdió.
Se lo llevaron los Orcos por error.
Una mamá Orco que era muy chicata llevó un día a sus orquitos a andar en calesita, y cuando llegó la hora de irse además de a sus orquitos se lo llevó a Juan que estaba subido a un caballito colorado.
Mateín vió que la mamá  Orco se lo llevaba, pero como no podía hablar quiso avisarle a mamá Vero pero no le salieron las palabras.
Así es que cuando Vero buscó a Juancito se encontró conque no estaba y tuvo que volver a casa sin Juan y muy, muy, muy asustada.
La mamá Orco mientras tanto había llegado a su casa y les estaba dando de comer a todos sus orquitos.
Cada uno comía en un plato de distinto color y cuando la mamá Orco los sentó en fila a la mesa gigante de los orcos, se encontró conque le faltaba un plato, o le sobraba un orquito, según quiera mirarse.
En ese momento entró el papá Orco que venía del trabajo y el papá Orco, que también era un poco chicato pero que usaba anteojos, lo vió a Juan y dijo - Este Orquito no es nuestro qué  hace en nuestra casa?  La mamá Orca entonces lo levantó y lo puso muy cerca de sus ojos miopes y achicando los ojos miró con todo cuidado a Juancito y exclamó - Oh no !!!! Es un niñito...un niñito humano...
Juancito, que en ese momento era muy muy chiquito y no sabía hablar no podía decirle donde vivía, y como tenía mucho hambre le agarró el dedo a la mamá Orca y no se lo soltó más.
Así que la mamá Orca anduvo de acá para allá con Juancito agarrado de un dedo mientras atendía a sus orquitos y le daba de comer también a Juancito que comía casi casi como un orco.
Mientras tanto, en la casa de mamá Vero y papá Mateo, todos estaban muy asustados.  Mateotín iba y venía del living al dormitorio y quería contar que se lo había llevado una Orca muy enorme, pero como era tan chiquito como Juan tampoco sabía hablar.
Papá Mateo llamaba por teléfono a la policía y Lucy lloraba y la tía Pili alborotaba.
Era muy muy de noche y nadie dormía en la casa de la familia Sancho.
Así pasó todo la noche y vino la policía y se fue la policía y mamá lloraba con unas lágrimas gordas y calientes y Mateín le acariciaba la cara y quería decirle que no se preocupara que Juancito estaba con otra mamá, pero no podía porque no había aprendido a hablar Y como no podía decir nada le secaba las lágrimas con su manito caliente y nada más.
Al fin se hizo de día.  Y la tía Pili no aguantaba más dando vueltas en la casa.  Y Vero no aguantaba más dando vueltas en la casa.  Y papá Mateo no aguantaba más dando vueltas en la casa.  Y Lucy no aguantaba más dando vueltas en la casa.  Y Mateín dijo - Ca rru sel .   Y nadie le entendió porque Mateín no hablaba.  Y le dieron una galletita.  - Ca rru sel -  dijo Mateín y nadie le entendió porque Mateín era muy chiquito y no hablaba.   Y le dieron un vaso de leche.  - CA RRU SEL .  Dijo Mateín enojado y mamá Vero lo miró y dijo - ¿Qué has dicho -  Y Mateín dijo - CA RRU SEL .
Y entonces mamá le dijo a papá - Rápido, vamos al carrusel... y todos se subieron al auto amontonándose para no quedar afuera.
Cuando llegaron el carrusel estaba dando vueltas.   Y subido al caballito rojo cabalgaba Juancito.  La mamá Orco le había comprado un helado de vainilla y se había ensuciado toda la cara y la playera.   Parecía un orquito con todos los pelos embadurnados con helado.
Mateían gritaba como loco y quería subirse al carrusel, pero como eran muy chiquitos ni Mateín podía subir, ni Juan bajar del caballito rojo.
Al fin el carrusel se detuvo y papá Mateo fue buscarlo.
Ya pasaron muchos años desde que Juancito se perdió.  Pero me parece que fue el que mejor la pasó durante su aventura porque es el único niño que no le tiene nada, pero nada, de miedo a los Orcos de León.

viernes, 28 de agosto de 2015

El sapo que quería vivir

El sapo del que hablamos era de la familia Evaristo.  Como se sabe, los Evaristo, son una familia muy numerosa que vive en el cono Sur.
Y este sapo en particular vivía en el patio delantero de la casa de los bisabuelos  López.
Siempre había querido conocer mundo y dejar huella en el mundo y es por eso que se había ido por el desagüe que daba a la calle San Martín y de allí a recorrer el mundo.
No se tuvieron de él más que noticias espaciadas que rápidamente se comentaban en el barrio.  Así se supo por ejemplo que estuvo mucho tiempo viviendo en los Esteros del Iberá y que finalmente se estableció en el Delta, donde se habría casado con una Sapa tambén de apellido Evaristo, aunque no era parienta en ningún grado.
Un día el Sapo Evaristo volvió a San Martín 3455.
Es que se enteró de que la familia estaba volviendo y decidió, también él, volver al pago.
Entró por la misma canaleta por la que se había ido, cargado con una valijita verde que traía flotando sobre un camalote importado de Entre Ríos.
La Sapa Evaristo de Evaristo venía con él, envuelta en una pañoleta de líquenes que compró en un viaje al Sur.
Cargadísimos venían pero el resto de los petates se los traería más tarde un gaviotón que se dedicaba a las mudanzas.
Llegaron en septiembre, el mejor mes para llegar al patio de los bisabuelos porque es el mes en el que todas las plantas se desperezan.  Es el mes de la primavera en el patio de los bisabuelos y en los patios de 7000 km. a la redonda.
El sapo Evaristo recorrió el patio despacio y en plena madrugada y con satisfacción constató que la cuneta era habitable, aunque también notó que ya no existía la bomba del patio y su fresco nimbeo.
- Ya lo solucionaremos - pensó, mientras media a trancos la distancia desde la cañería maestra hasta su casa.
El barrio había cambiado, indudablemente, pero no tanto.  - El siglo XXI viene lento - pensó y dijo  Evaristo que era de pensar en voz alta.
- En un tiempo creía que en el siglo XXI todo serían plataformas suspendidas y vehículos a colchón de aire - pensó y dijo Evaristo. - Pero acá estamos, en el mismo patio, mismo desagüe, y ha cambiado, eso sí, el color de las paredes, que se ve más brillante.
La sapa Evaristo, acostumbrada a oirlo pensar en voz alta, ya casi no lo escuchaba, pero esta cuestión del siglo XXI le interesó   También ella había creído que el año 2000 y pico se vendría con grandes innovaciones, y también ella estaba un poco desilusionada porque consideraba que los cambios eran poca cosa.
Estaba el tema de los teléfonos inteligentes, eso sí.  Y la internet.  Eso sí. Pero pensaba que había algo de loco también en eso.  Tanta comunicación y tanta dificultad para comunicarse, pensaba la sapa Evaristo.  Tanto blablabla y tan poca capacidad para captar la esencia de las cosas, pensaba la sapa Evaristo.  A veces ni siquiera tenía claro lo que pensaba el propio Evaristo, aunque él anduviera pensando en vos alta todo el día.





jueves, 16 de julio de 2015

En la playa del Río Tenebroso

Mateito se había dormido sobre una lona que mamá había puesto sobre las piedritas de la playa del Río Tenebroso.
Los tíos y mamá tomaban mate y papá y la abuela Ethel una gaseosa burbujeante.
Y Juan estaba en la orilla jugando a tirar piedritas que se hundían en el río una tras otras.
En ese momento el agua del río pareció abrirse justo debajo de la mano de Juan.  Pero no era el agua del río la que se abría sino una boca enorme, rosada y verde.
Juan saltó hacia atrás y la boca volvió a hundirse en el agua como si nunca hubiera existido.
- Papá, papá - gritó Juan - un cocodrilo quiso comerme.
- No puede ser - contestó papá - en este río no hay cocodrilos.  Es un río subterráneo que recorre los cenotes. No hay cocodrilos Juan. Aquí no hay ese tipo de ofidios.
Juan se quedó mirándolo porque papá sabía sobre casi todas las cosas del mundo.  Pero el había visto al cocodrilo y hasta había sentido el aliento del ofidio, como papá llamaba a esos bichos.
Así que volvió asomarse a la orilla del río con toda precaución, y estaba ahí, mirando concentrado el agua oscura,   cuando unos ojos verdes un poco fosforescentes aparecieron en el fondo.
- Son unos ojos más bien simpáticos - pensó Juan.  Y metió la mano en el río para agitar un poco el agua.  Los ojos parpaderaron y un movimiento súbito agito apenas el agua.
Juan movía la mano despacito y los ojos se acercaban, se acercaban.  Ahora Juan veía su mano, el reflejo de su cara y los ojos viniendo despacito.
De pronto una boca empezó a abrirse pero Juan no tuvo miedo porque papá, que sabe casi de todo sobre el mundo le había dicho que no había cocodrilos en el río tenebroso.
La boca se abrió bien grande y se cerró, atrapando la mano de Juancito que asustadísimo sacó la mano del río, todavía adentro de esa boca rosa y verde  Era como si hubiese pescado un enorme bicho con la mano, y el bicho resultó un sapo enorme y muy simpático.
Cuando el sapo recién pescado cayó justo en la falda mamá se oyó un grito espantoso y mamá Verónica se cayó redonda al piso.              
- Es que mamá le tiene mucho miedo a los sapos . explicó papá Mateo a Juan. -Fobia, repitió Juan mientras acariciaba al sapo que estaba más asustado que mamá Vero. - Papá sabe de todo - pensaba Juan.
Y mientras tanto, Mateito, que se había despertado con el  grito horroroso, estaba consolando  a mamá, llenándola de besos.

lunes, 29 de junio de 2015

Las serpientes de luz y el Río Tenebroso

El hombre Buho se había llevado a mamá Vero y extendiendo sus alas gigantescas había entrado por la boca de la cueva que llevaba al Río Tenebroso. 
El Río Tenebroso era un río veloz que corría por debajo de la tierra y conectaba las cuevas en las que vivían las mariposas gigantes, las brujas sin boca y los ídolos dorados. 
Juan y Mateo decidieron ir a rescatar a mamá Vero en una canoa pequeñita.  Tenían solamente dos remos, Juan un remo rojo y Mateo un remo azul, y valientemente entraron por la cueva en la que el Río subterráneo corría rápido y sonoro. 
Pasaron muchas cosas en el Río Tenebroso y los chicos vivieron muchas aventuras, pero la aventura más aventurosa fue la que vivieron cuando entraron a la cueva de las serpientes de luz. 
Juan y Mateo remaban muy rápido porque escuchaban la vos de mamá Vero que gritaba "Ayuda, Ayuda" pero a medida que avanzaban se internaban en una caverna cada vez más oscura y ya ni siquiera se veían el uno al otro.
- Vamos, vamos - gritaba Juan , y Mateo hundía el remo en el río con tanta fuerza que avanzaban a los saltos. 
- Mamá, mamá - llamaba Mateo, y se escuchaba que a lo lejos mamá Vero gritaba - Aquí chicos, por aquí. 
De pronto el río describió una curva muy cerrada y la oscuridad fue tan oscura que ya no veían absolutamente nada.  Los chicos sintieron que la canoa chocaba contra una pared y el golpe fue tan fuerte que casi se da vuelta.  Sin embargo Juan y Mateo usaron los remos y se alejaron de la pared de la caverna y de pronto todo se iluminó como si hubieran entrado dentro de un gran shopping. 
Es que habían llegado a dónde viven las serpientes luminosas. 
Enormes serpientes retorcidas hechas de luz dormían sobre las rocas y miles de serpientes luminosas nadaban en el agua e intentaban subirse a las canoas. 
Mateo vió que una gran serpiente se enredaba en su remo y llamó a Juan que rápidamente la empujó con su remo y la hundió en el río hasta que la vió hundirse en la profundidad iluminando todo. 
Los chicos remaban y remaban pero casi no podían avanzar entre las serpientes multicolores. 
Parecía que nada iba a salvarlos.
De pronto vieron que el río se adentraba en un gran manglar en el que los árboles formaban una red cerrada como una canasta en la que las serpientes no podía entrar por miedo a no poder salir    - Hacia los árboles - dijo Juan.  -Hacia los árboles- gritó Mateo y remando al mismo tiempo lograron llegar a la red formada por los árboles. 
- A bajar de la canoa y levantarls - dijo Juan . - A levantarla - gritó Mateo.  Y agarrándose con fuerza de las ramas pudieron arrastrar la canoa y muy despacio llegar a la orilla. 
Cuando llegaron a la orilla estaban tan cansados que tuvieron que tirarse a descansar.  Veían a las serpientes retorcerse furiosas porque se habían escapado. 
Pero no habían podido llegar a dónde el hombre Buho tenía a mamá Vero y la oían gritar - Ayuda, Ayuda. 
Mateo se levantó rapidamente y comenzó a correr por la orilla del río, tropezando y levantándose mientras gritaba - Mamá, mamá. 
Juan lo seguía un poco más atrás.   De pronto vieron una gran puerta oscura y los dos, casi al mismo tiempo, la empujaron. 
Ahí estaba mamá.  El hombre Buho la tenía agarrada del pelo rubio con sus garras. 
Juan y Mateo se dispusieron a luchar.   Pero esa es otra historia. 

jueves, 25 de junio de 2015

La bruja aventurera

No todas las brujas nacieron para andar preparando hechizos.
Ni todas las brujas nacieron para volar en escoba. 
Ni todas las brujas nacieron para dedicarse a hacer maldades por el barrio.
Hay brujas que nacieron para dedicarse a la aventura y esas brujas son las brujas más peligrosas porque contra los aventureros no hay precaución que valga.
Esas son las brujas que viajan a países que nadie entiende.   Las que duermen en colchones de un metro y medio de alto como si fueran las famosas princesas de garbanzo.    Las que desprecian los tesoros escondidos al menos que puedan gastárselos legítimamente en cuatro cenas.  Las que aprecian las historias inventados por otros pero no siempre tienen la voluntad de inventar historias propias, aunque cuando las inventan son historias fantásticas llenas de gente extraordinaria.  Las que tienen escobas que no vuelan, como ya dije, pero que tampoco barren, a menos que sea estrictamente necesario. Las que compran plata en los bancos como otros compran bananas en el mercadito de la vuelta.  Las que creen en la ensalada de rúcula más que en la polenta con queso quartirolo.
De ese tipo de brujas es la tía Claudia.
A veces cuesta mucho trabajo hablar con ella.
Es que está pero no está.
Es que cuando uno la está mirando desaparece y uno se queda hablando el fantasma de su presencia que queda impreso en el espacio diez minutos más que ella misma.
La tía Claudia es el tipo de bruja a la que no se le dan muy bien las fogatas ni los aquelarres.  Es bruja de andar sola, curioseando cosas que a nadie le interesan.
Es que a la tía Claudia le cuesta involucrarse con las cosas humanas.  Ella prefiere hablar de la mancha que dejan los hombres malos en la tierra y el quitamanchas adecuado para borrar la huella.  Le gusta analizar el carácter del Papa, jefe de todos los católicos apostólicos romanos, pero cuando intuye que el hombre anda en asuntos tan terrestres como la diplomacia prefiere perdonarlo y olvidarlo.
Si Juan y Mateo necesitan a la tía Claudia bastará conque la llamen.  Ella sin dudarlo apelará la magia de las tarjetas de crédito y en un abracadabra estará donde los chicos estén, dispuesta a ocuparse de a ratitos, en el tiempo libre que le dejan sus soledades.
Cuando los chicos crezcan la tendrán siempre cerca.  Porque la tía Claudia tiene poderes enormes y no se le resisten ni los teléfonos presentes ni los que están por venir, tan prácticos que parecen pura telepatía.
Juan de a ratos la acompañará y a veces desaparecerá, igual que ella, perdido en el mundo inmaterial de las comunicaciones, mientras Mateo siempre estará escapando, igual que la tía misma, ejerciendo de vigilante solitario.
La tía Claudia es una bruja aventurera.  Incómoda como todos los aventureros pero igual de entretenida.


domingo, 24 de mayo de 2015

El río tenebroso y el ídolo de oro

Juan y Mateo acababan de escapar de la cueva de la mariposa gigante y remaban a toda velocidad por el Río Tenebroso adentrándose en un túnel de lo más oscuro y angosto para que la mariposa no pudiera alcanzarlos con sus patas peludas.
Habían visto como la mariposa se transformaba en una bruja que intentaba meter sus manos huesudas por la boca del túnel y por eso remaban con todas sus fuerzas, buscando alejarse.
Veían allí al fondo una luz muy fuerte y una estatua gigante de un dios Dorado.
- Es el Idolo de Oro - dijo Juan.
Y Mateo remó más fuerte con su remo de color rojo.
- El Idolo de Oro es el ídolo de los hombres jaguar y de los hombres buho, el Idolo de los hombre esqueleto y de las lagartijas mágicas.
- Debemos llegar hasta allí - gritó Juan - y en ese momento los niños sintieron que la corriente del río subterráneo empezaba a ser tan fuerte que el bote se lanzo hacia adelante como un caballito de río.
- Cuidado - gritó Mateo - cuando un gran bulto salió del agua en el camino del bote.
-  Es un tapir gigante - gritó Juan mientras el bote daba vueltas atrapado en un remolino.
- A remar, a remar - gritaba Mateo - y los dos chicos remaron con fuerza hacia el Idolo de Oro que refulgía al fondo del túnel.
- Uno, dos, tres - gritaba Mateo
- Uno, dos, tres - gritaba Juan.
Estaban con los brazos doloridos de tanto remar, pero la fuerte corriente del río los ayudaba a acercarse al Idolo dorado.
Ya podían verlo de cerca.  Era una estatua gigante de un hombre esqueleto de pié, con los brazos extendidos hacia los costados, como si fuesen a crecerle alas y en cualquier momento pudiera echarse a volar.
La estatua estaba en un islote en medio del río, un islote con arenas blancas e iluminado por el sol que entraba por un hueco que se abría allí en lo más alto del techo de una caverna enorme en la que había desembocado el túnel por el que venían navegando los chicos.
De pronto la corriente que venía llevándolos rápidamente se hizo lenta, como si hubiesen llegado al fondo de un lago.
El bote prácticamente se detuvo y Juan y Mateo se miraron, sin saber si debían o no avanzar hacia el islote.
Juan dijo - Vamos, tenemos que verlo de cerca.  Y Mateo hundió en el agua su remo rojo y el bote se deslizó hacia adelante despacio, como deslizándose sobre aceite.
Y así, remando despacio, llegaron a la playa.
El primero en saltar del bote fue Mateo y empezó a tirar del bote hasta encallarlo.
Juan saltó después, un poco más precavido.
Caminaron uno al lado del otro hasta el ídolo de oro y cuando estuvieron muy cerca Juan estiró la mano para tocarlo.
...Y el Idolo de oro giró su cabeza de esqueleto y lo miró.
Una bandada de murciélagos bajó desde el techo de la cueva y los chicos sintieron que las alas peludas los rodeaban por todas partes.
- Huyamos- gritó Juan
- A correr - gritó Mateo
Pero no podían porque los murciélagos los rodeaban y no los dejaban moverse.
De pronto todo quedó inmovil, los murciélagos desaparecieron por un túnel y los chicos vieron que el Idolo de Oro los miraba, sentado cómodamente sobre una roca.
- Buenas tardes, niños - dijo el Idolo de Oro que como se darán cuenta decía niños y no chicos porque era un ídolo mexicano. - ¿Han venido a visitarme?-
Los dos chicos estaban asustadísimos y Mateo agarró fuerte su remo rojo, preparado para darle un remazo en la cabeza si fuera necesario.
- Somos los Sancho - dijo Juan - y estamos recorriendo el Río Tenebroso.
- Ahhhh - dijo el Idolo - ¿ y por qué quieren recorrerlo?
- Porque es horrible y es hermoso - dijo Juan.
- Porque es hermoso y es horrible - dijo Mateo.
- Porque está lleno de trampas increíbles - dijo Juan.
- Porque está lleno de seres increíbles - dijo Mateo.
- ¿Y si nunca pudieran salir? -  preguntó el Idolo de Oro
- Papá y mamá y los tíos, y hasta la abuela Ethel (aunque es muy miedosa) vendrían a rescatarnos - dijo Juan.
...El Idolo de Oro los miró en silencio.  Sus ojos dorados, tan dorados como los párpados y las pestañas y las manos y el cabello, sus ojos dorados miraron a los chicos y toda la caverna se iluminó como si un sol gigante se hubiese encendido. Se paró y en dos pasos estuvo junto a los chicos y los tomó de los brazos con mucha fuerza.  Luego extendió sus alas doradas y se echó a volar.
Los chicos gritaban como locos mientras el Idolo volador los llevaba colgados de los brazos.  Así, colgados, vieron el río subterráneo en toda su belleza.
Pasaban raudos entre las raíces asombrosas de los árboles, que bajaban hasta el río a buscar agua. Vieron una laguna de la que salían flores gigantescas y espantaron a los murciélagos dormidos de una cueva más oscura que la noche oscura.  Volaron sobre los manglares y debajo de una selva verde, y por sobre las cabañas de los hombres jaguar y entre las mariposas de colores.
Y al fin el Idolo los soltó, justo al lado de su bote, y se despidió con un largo vuelo circular diciéndoles con su voz dorada de Idolo dorado unas palabras mágicas - LLamen con todas sus fuerzas  a sus papás.  Griten Papá, Mamá, porque los niños no deben andar solos por este tenebroso río lleno de espantosas trampas.
Y desapareció dejando a los niños totalmente a oscuras en una oscuridad tan tremenda que parecía hecha de algo sólido. No se veía absolutamente nada y en la oscuridad se escuchaba solamente el goteo del agua desde el techo y un gorgoteo como de animal rodeando que los rodeaba.
La oscuridad era tanta que aunque querían no se podían subir al bote y de pronto empezaron a sentir que algo les tocaba las pies bajo el agua.  Algo resbaloso y frío como si peces o serpientes los estuvieran rondando.
 - Mamá, Papá. vengan a buscarnos - gritó Juan.  - Papá, mamá gritó Matea.
Pero todo estaba muy oscuro y quieto y Mamá y Papá no llegaban.
- Mamá, Papá - gritaban los dos chicos y papá y mamá no llegaban.
Y cuando ya estaban a punto de echarse a llorar sintieron que alguien venía chapoteando por el río.
Era un chapoteo muy fuerte acompañado de una voz muy alta que gritaba - Juan, Mateo, Mateo, Juan.  Era la voz de la abuela Ethel.
Y junto con la voz de la abuela Ethel apareció la mismísima abuela, chapoteando con un chalecos salvavidas y con una linterna poderosa en la mano.
Los chicos empezaron a llamarla y la abuela se dirigió hacia ellos lo más rápidamente que podía.
Así, ayudados por la luz de la linterna los chicos pudieron subir al bote.
Pero la abuela no pudo subir y Juan y Mateo tuvieron que llevarla a remolque por el Río remando con todas sus fuerzas.
Mateo llevaba la linterna entre sus dientes mientr- as Juan cantaba fuerte una canción de marineros para que la abuela se distrajera y dejara de chillar, porque la abuela es un poco miedosa y el río le daba mucho miedo.
Así, poco a poco, salieron de la parte más oscura del río y entraron en un zenote lleno de luz.
Y allí estaba el resto de familia, todos muy tranquilos tomando la merienda.
- Ahí vienen los chicos - dijo Papá - y se preparó a sacarlos del cenote.
- Y la abuela - dijo mamá.
Mateo y Juan estaban muy  contentos de ver a sus papás y cuando estuvieron en la orilla, sanos y salvos, les contaron la asombrosa historia del Ídolo de Oro, el que les había aconsejado no alejarse nunca de los mayores, porque el río, sí señores, ese hermoso río subterráneo está muy lleno de unas terribles trampas.








viernes, 8 de mayo de 2015

En canoa por el Río Tenebroso

Juan María y Mateo llegaron en canoa al Río Tenebroso.
Venían navegando desde hacía un rato largo, remando y remando con unos remos rojos y azules.
Juan remaba con remos azules y Mateo con remos rojos y entraron al Río Tenebroso rápidamente, llevados por la corriente.
El Río Tenebroso era muy subterráneo y corría por debajo de la tierra, recorriendo cavernas y más cavernas y pasando de tanto en tanto por cañadones estrechos.
Pronto vieron la cueva de los murciélagos, todos colgados cabeza para abajo, envueltos en sus alas de terciopelo, dormidos, porque era de día y de día los murciélagos duermen.
Remaban a toda velocidad pero mirando de vez en cuando para arriba, porque si bien los murciélagos estaban bien prendiditos al techo de la cueva con sus patitas pegajosas, pensaban que por ahí, en una de esas algún murciélago les caería sobre las cabezas.
Así, remando remando, llegaron a la gran cueva de las mariposas en la que entraba el sol a raudales por un hueco abierto en la tierra.
Y por el hueco bajaban unas mariposas gigantes que nacían de unas larvas redondas y marrones que dormían en las paredes rugosas.
Y entonces una mariposa enorme se acercó a la canoa y con sus patitas peludas agarró a Mateo del pelo rubio y lo arrancó de la canoa y se lo llevó.
Juan empezó a gritar como loco y con su remo azul trataba de pegarle a la mariposa para obligarla a soltar a Mateo, pero pronto la mariposa se elevó hasta el techo de la enorme cueva y se posó en el borde del agujero por el que entraba el sol.
Juan se quedó solo, con mucho miedo pero de pronto sintió que se llenaba de valentía y comenzó a gritar llamándolo a Mateo que entre las patas de la mariposa gigante trataba de librarse y escapar.
Fue entonces cuando entró el hombre Buho atraído por los gritos de los chicos y volando con sus grandes alas pardas se acercó a Juan, que ni lerdo ni perezoso estiró sus brazos y se le colgó de un ala y le gritó - Ayúdame, Mateo está en peligro.
El hombre Buho ululando fieramente se elevó hasta el hueco que se abría en el techo y juntos, Juan y el hombre Buho volaron a rescatar  a Mateo de las garras de la mariposa gigante.  Mateo los ayudó mordiendo a la mariposa en su pata peluda y cuando la mariposa lo soltó el hombre Buho lo tomó de una pierna y Juan de una mano, y así, volando todos despatarrados llegaron los tres hasta le canoa en las que el hombre buho se posó con toda delicadeza.
Para salir de la peligrosa cueva de las mariposas el hombre buho los empujó con todas sus fuerzas y Mateo y Juan remaron a toda velocidad.
Estaban entrando por un pequeño hueco en el que la gran mariposa maligna no podía alcanzarlos. Cuando los chicos miraron para atrás vieron a la gran mariposa que entre gritos estridentes y rayos de colores se convertía en una bruja horrible que intentaba alargaba sus brazos para atraparlos entre sus dedos de esqueleto sin poder alcanzarlos.
El Río Tenebroso se llenó de sombras y allí al fondo, iluminado como un sol, los chicos vieron un Idolo de Oro.
El hombre Buho voló en la oscuridad y los chicos volvieron a quedarse en el río remando despacito para no despertar a los murciélagos.

Entrada al Río Tenebroso

Había una vez un Río Tenebroso.
Empezaba debajo de una piedrita azul, casi negra, y de puro andar goteando se convertía en un río enorme que corría oculto debajo de la tierra.
Para entrar al Río Tenebroso Juan María y Mateo tuvieron que caminar mucho, pero mucho, en medio de la jungla baja y cerrada.
Hasta que encontraron una caverna de la que salía un sonido de agua que corría y allí entraron.

jueves, 16 de abril de 2015

La casa Sonajero

Mamá Vero, la mamá de Juan María y Mateo, un día hizo una casa.
Bah.  No la hizo un día.  La hizo un año.  En un año.
Era una casa Sonajero.
Sólo que para oirla sonar hay que estar adentro.
La casa suena  con la lluvia.
Suena con sonidito de gotitas, sonidos tintineantes, sonidos de agua que corre por canaletas invisibles.
La casa suena toda, como una xilofón, tocada por los dedos del agua que la recorre,  haciéndole cosquillas.
Cuando uno está en la cama, mirando el cielorraso, casi se puede ver la música de las gotas que primero tocan, después resbalan y al final se escapan hasta el patio interior para caer con un goteo continuo hasta las piedras grises.
Así que la casa es sonajero.
Sonajero.
Si es de día brilla y suena.  Si es de noche también brilla, plateada de agua dulce.
Y es muy lindo sentirla sonar.
Cierro los ojos.
La canción de la lluvia repite nombres amados.  Acaricia. Pone triste y alegre y melancólico y sonriente.
Esta casa sonajero me gusta.
Cuando tengan una casa sonajero, una casa que les cante cancioncitas, una casa que suene con risa como de hadas o de duendes, cuando tengan una casa sonajero escuchen con atención lo que canta.
Y busquen con quién escuchar la música del techo.  Porque, queridos míos, las casas están hechas para ser hogares, y eso, mis niñitos, requiere el esfuerzo de quererse.

Perdidos en León

Era muy de noche. Porque a veces es de noche y otras veces es muy de noche. Suele pasar cuando uno anda por lugares que no conoce y anda, encima, más acompañado que solo, es decir con miedo por los que uno quiere más que a uno mismo. Era muy de noche y andábamos por una ruta desconocida, rodeados de un paisaje desconocido y autos desconocidos y el GPS repitiendo "Gire en U" , "Gire en U", y nosotros sin poder girar en U y la puta que lo parió al GPS.
Miro al asiento de atrás y Juan y Mateotín van calladitos. Dos bebés puro ojo. Estiro la mano y una manito caliente me la agarra y me consuela. 
Era muy de noche, pero, inexplicablemente, se iluminó el mundo. Giramos en U y volvimos, los cuatro, bien sonrientes, a casita



Pequeño relato de una noche en la que nos perdimos en los suburbios de León (Guanajuato) México.

miércoles, 8 de abril de 2015

Historia de la máquina de comer estrellas

  • Un día Juan se enteró de que existía una máquina de comer estrellas. Y así era. Era una máquina de la época de los brujos malos, inventada por el más malo malísimo de los brujos malos. Era una máquina capaz de dejar el cielo sin estrellas. Era una máquina capaz de oscurecer la noche de tal manera que las personas no podían ni ver las palmas de sus manos aunque las pusieran pegadas casi a la nariz. 
Juan sospechaba que la máquina de comer estrellas estaba escondida en algún lugar de la barda, donde los escorpiones y las serpientes la custodiaban para que nadie pudiera destruirla. 
Por eso un día, cuando los globos aerostáticos llegaron al dique, le propuso a Mateo ir a buscarla 
Así es que salieron a buscar algún globo que pudiera subirlos hasta el cielo para inspeccionar desde arriba las bardas que rodean el .... donde viven Mateo y Juan con papá y mamá. 
Encontraron un globo rojo que era maniobrado por dos viejos arrugados como duendes vestidos con remeras verdes, pantalones escoceses y unas extrañas botas rojas.  Los chicos  les contaron que andaban buscando la máquina de comer estrellas.   Y los dos viejos, que no por casualidad parecían duendes, los ayudaron a subir a la canasta de su enorme globo aerostático para empezar a buscar. 
Vista desde arriba esa parte de León es muy hermosa.  El dique brilla  como una moneda de plata y las casas blancas se ven agarraditas a la tierra como botones.  Los autos parecen autitos de juguete que circulan por las callecitas grises como jugando. 
El globo se deslizaba suave bajo un cielo azul como una cúpula y de pronto una bandada de pájaros gigante lo alcanzó y lo rodeó y lo empujó hacia la serranía. 
Ahora los chicos veían la tierra yerma, una extensión color café con leche con la mancha sucia de los matorrales. 
De pronto vieron un gran hoyo en la tierra, como si una nave espacial hubiera aterrizado marcando sobre la superficie la forma de un gran plato sopero.   Y allí, en el medio, una gran caja.  Era la máquina de comer estrellas. 
El globo rojo descendió suavecito, suavecito, y de pronto estaban allí, al lado de la máquina, mirándola asombrados porque era verdad, la máquina de comer estrellas existía y estaba allí, en León, esperando para comerse todas las estrellas de la noche para dejar a la humanidad con un cielo aburrido y negro para siempre.
Los dos viejos, viejos y petizos y arrugados, que parecían dos duendes resultaron dos duendes.  Y bajaron de la canasta del globo una gran caja de herramientas que los chicos les ayudaron a llevar. 
Dos horas y media tardaron en desarmar la máquina.  Los escorpiones los acosaban y las serpientes salían de la tierra para defender la máquina oscura.  Mateo, con un palo largo los espantaba y Juan les alcanzaba a los viejos las herramientas para que trabajaran más rápido. 
Ya atardecía cuando al fin terminaron.  Subieron a la canasta y los viejitos, tan petizos ya arrugados como gnomos, pusieron el globo a volar. 
Cuando iban  descendieron sobre la explanada del dique vieron a unas figuritas que corrían como locas.  Eran la tía Pili y Lucy que los buscaban por todas partes desesperadas. 
Dese el globo empezaron a saludarlas y cuando llegaron a tierra ellas dos ya  estaban ahí, esperándolos con dos buenos chirlos en las palmas de la mano. 
Esa noche Papá y Mamá les hablaron mucho.  Los niños no deben andar por ahí solos, escapándose de los mayores. 
- Mateo - dijo Juan - hemos destruido la máquina de comer estrellas. 
- Siempre habrá estrellas que iluminen la noche y nos recuerden que el cielo no es un lugar vacío.  Que hay todo un universo. 
Esa noche los dos se durmieron agarrados de la mano.  Les dolía el traste de tanto chirlo pero sonreían.  Quizá soñaban con estrellas. 

Sin embargo a veces creo que la máquina de comer estrellas no fue destruida. Que la tienen ciertas personas que no quiero nombrar porque dan miedo. Y la usan. La usan para comerse las estrellas del cielo nuestro. El cielo de las personas comunes. La usan para dejarnos a oscuras matando las lucesitas que esforzadamente encendemos. Por eso me gusta pensar que Juan y Mateo pueden dibujar la máquina de de comerse estrellas para borrarla después de dibujada, igual que borran los abrazos de las mamás las pesadillas de la noche.




  • Contado por Verónica Mirassou en facebook.
    Juan quería dibujar un cielo y yo le enseñaba a dibujar estrellas y no le salían entonces hizo como una caja con unos rayos y me dice no mamá dejá el cielo así porque esto es una maquina que come estrellas y ya no hay mas estrellas en mi cielo


Sobre las Malvinas, los kelpers y la guerra

Las Malvinas son unas islas que quedan allá, cerca del dedo gordo de la Argentina.
Son Argentinas porque sí, porque siempre estuvieron ahí, a  tiro de piedra en términos continentales, recostadas sobre el lecho del Mar Argentino.
Pero desde hace una punta de años vinierona vivir a las islas los ingleses.    Les pusieron un nombre distinto, porque,  los ingleses, se sabe, hablan muy mal el idioma de los argentinos.   Y a los ingleses que viven allí, en las islas argentinas con dos nombres (el verdadero y el sobrenombre), los otros ingleses, los de las otras islas, también les pusieron otro nombre.  Les pusieron kelpers porque, como se sabe, inglés que no vive en inglaterra es un poco menos inglés.  Y por otra parte yo pienso que mal no está, porque estos ingleses de las islas malvinas son más argentinos de lo que ellos se piensan, los pobres.
Y ¿Por qué pienso que son más argentinos de lo que ellos creen?.  Porque viven en el culo del mundo y se creen que es el mismísimo centro de la tierra.
Porque son en el fondo un poco infelices, allá tan lejos, queriendo ser ingleses y no siendo. Son un poco argentinos, se ve.
Y en estas islas, las islas Malvinas, hubo una guerra.
Los ingleses las quieren porque ellos también viven en unas islas y ya están acostrumbrados a andar rodeados por el mar.  Y porque creen, pienso yo, que viene bien estar cerca de la Antártida, que es como la novia perdida del mundo entero  Y porque piensan que hay petroleo, y se sabe que a todos les gusta mucho el petroleo.
Por todos esos motivos los ingleses no se quieren ir de las islas Malvinas.
Hubo una vez una guerra en las Malvinas.
Una guerra corta, pero una guerra-guerra.
Antes de las guerra las Malvinas eran argentinas pero también eran inglesas.
Después de la guerra vaya a saber.
Ahora en las islas duermen su sueño eterno hombres casi niños que eran argentinos y otros hombres venidos de Inglaterra y que nunca pudieron regresar.
Todos muertos bajo un cielo de plomo.
Yo al final no se de quién son las islas Malvinas.
Creo que no son de nadie porque de nadie es el cielo ni la tierra.
Los hombres son dueños de todo y no son dueños de nada.
La próxima guerra quiero que nunca pase.
Los niños hombres están muertos porque así es la guerra.  La tierra nunca justificó las lágrimas.
Los kelpers son argentinos, les guste o no.
Viven en el culo del mundo y andan de novio con la Antártida.
Como nosotros.
Pueden tener un pasaporte colorado.
No importa.
Son argentinos porque son kelpers, son gente que no sabe a donde pertenece.  Son argentinos y los argentinos son kelpers, unidos por la angustia de no saber bien a quién amar.

domingo, 1 de marzo de 2015

Agua dulce, agua salada.

La merluza tenía claro, pero clarísimo, que ella era pez de agua salada. 
Pero vivía en el arroyo que pasaba por atrás de la casa del tío José.  
Y cuando el tío José se fue del campo ella siguió viviendo en el arroyo, aunque mucho más triste, porque se había acostumbrado a verlo pasar, cada día más alto y más hombre, de la casa al galpón y del galpón a la casa, hasta que se hizo tan hombre que se fue. 
Y allí se quedó la merluza, en el arroyo, a pesar de ser pez de agua salada. 
Al principio, pensaba que el tío José iba a volver, pero nunca pudo volver.  Pero esa es otra historia. 

Bueno, volviendo a la Merluza, ella era indudablemente pez de agua salada y vivía en un arroyito de agua dulce, tributario del gran río Quequén, que desemboca vuelto una gran lengua  que entra mansa en el enorme océano del sur. 
Vivir en un arroyo pampa le  trajo innumerables problemas de adaptación, porque ella, pobre, siempre se sintió culpable de no ser pez de agua dulce. 
Porque así es la vida, le dijo la Mojarra, los que no se adaptan, en el fondo  de su corazón, viven culpándose de lo que no pueden ser. 
La Mojarra había empezado como bruja en el Arroyo, pero cuando la Universidad se instaló en Quequén empezó a cursar psicología y cuando volvió al Arroyo, hecha toda una licenciada, ya no hubo pez que quedara sin psicoanalizar.  
Tenía dos servicios, el pago y el gratuito.  El gratuito tenía unos horarios medio raros, pero si uno era de trasnochar, podía agarrar tranquilo el de las seis de la mañana, eso sí, con el riesgo de quedarse dormido en medio de una sesión interesante. 
La Merluza prefería pagar e ir a la tardecita al consultorio propiamente dicho, y recostarse en un sofa de limo blando y usar los pañuelitos de alga que la Mojarra disponía en una mesita baja, hecha con un tronco que una tormenta pampa clavó en el fondo del arroyo.


La Mojarra, como buena psicóloga, la dejaba hablar largo y tendido, y de ese modo la merluza le contó que habían pasado muchos años hasta que al fin se dio perfectísima cuenta de que su medio natural no era el arroyo
-  Pero claro - dijo  la merluza-  eso no justifica que no haya sido capaz de adaptarme. 
La Mojarra entonces la miró con cara de psicólogo (ojos grandes, aleta cruzada y con leve movimiento) y le dijo 
- ¿Y cómo piensa Ud. que es alguien adaptado a su medio?.  
- Y bueno, alguien que no dice siempre lo que quiere.
Y ahí nomás la Mojarra le contestó 
- ¿Y qué cosa no hay que decir?
- Lo que se piensa. Lo que se piensa no puede ser dicho, eso creo.
-  Piense cosas que se puedan decir - le contestó la Mojarra. 
Y ahí nomás se terminó el tratamiento porque la Merluza era una rebelde y se negaba a pensar por  catálogo.  
La merluza se levantaba cada mañana, y lo primero que hacía era entrenarse.  Entrenarse para tratar con los peces de agua dulce. 
Se hacía unas gárgaras de agua dulce en primer lugar (cosa fácil, porque sólo tenía que abrir la boca)  y luego pensaba cosas positivas respecto al arroyo, el modo en que la corriente conservaba suave y blando el fango del fondo, la gracia conque la pequeña caída de agua volvía borrosa la visión, y así cosa tras cosa.  Porque lo que no quería la merluza es que se le escaparan los pensamientos sin procesar.
Pero ni entrenándose para pensar en positivo pasaba por adaptada. 
Es que muchos pensaban que era una boluda alegre cuando decía tantas positividades. 
Y eso cuando no  le chiflaba el moño y largaba unas cuantas verdades.  
No daba pie con bola la pobre Merluza a la hora de hacerse querer. 
Sin embargo, había algunos a los que, casi secretamente, les resultaba encantadora. 
Qué pena que nadie le decía que era una Merluza de lo más interesante.
Algún que otro bagre no podía dejar de sonreir cuando comentaba algo de la corriente del día y había unas cuantas ranas que querían tenerla como amiga.  Y ni hablar de las mojarritas transparentes, a ellas les encantaba sentarse a su mesa cuando coincidían en alguna fiesta del arroyo.
Pero nadie se molestaba en decirle que era muy estimada y la pobre Merluza sufría por sentirse grandota, desubicada y en fin, pez de agua salada. 
Por eso nunca dejó de sentirse desubicada en agua dulce. 
Un día descubrió que era un gran consuelo escribir cartas y mandarlas corriente abajo hasta el mar, para que luego, las otras corrientes, las que recorren orondas el océano, las llevaran a los lugares más remotos del agua grande. 
Eran cartas en las que les contaba a las ballenas francas su vida en el arroyo, pequeñas historias de juncos y de ranas. 
Eran cartas en las que les contaba a los tiburones el modo en que sonaba la lluvia sobre las piedras anchas de la orilla. 
Eran cartas dirigidas a las grandes tortugas del Pacífico en las que les contaba cómo era cabalgar con el tío José por el arroyo.
Así fue la Merluza haciéndose fama de artista y le fueron llegando otras historias para ser contadas.
Las traían los peones que trabajaban en los campos.  Las traían las vaquitas negras que asomaban su cara en el arroyo.  Las traían los mosquitos de vida breve y las lombrices largas de la tierra negra. 
La merluza un día vió llegar por el arroyo una montaña azul. 
Era una ballena enorme, una ballena cantora. 
Venía a pedirle un autógrafo, y a pedirle también que le escribiera una carta para contarle a los habitantes del agua salada qué difícil era vivir siendo ballena y queriendo ser pájaro. 
"Porque es así ", decía la historia que escribió la Merluza, "en el fondo todos somos peces de agua salada en agua dulce, o cetáceos con alma de pájaro, o de estrella, buscando siempre el modo de ser amados a pesar de ser nosotros mismos" y terminaba diciendo "Y porque es de verdad tan complicado,  la gran lección de la vida es aprender a no preocuparse tanto por uno mismo y, preocupándonos por los otros, señores míos, vamos a lograr que nos encuentren mientras estamos buscando"  











miércoles, 28 de enero de 2015

El abuelo Juan

El abuelo Juan era más bien especial, por no decir medio aparato. 
Aparato se dice cuando alguien está armado con elementos que uno conoce pero no sabe acomo funcionan o que sabe como funcionan pero no tanto. 
El abuelo Juan tenía los ojos casi violetas y yo supongo que ese color de flor de planta trepadora estará agazapado en los genes de los Mateitos esperando para aparecer, justamente como una flor de planta trepadora, vaya a saber cuando o en qué generación.
El abuelo Juan era de renegar por cualquier cosa y todo a su alrededor se mantenía en un equilibrio inestable, como si todas las cosas se sostuvieran sobre cables y como si esos cables fueran a cortarse en cualquier momento produciendo un desastre de roturas y quiebres. 
Pero al abuelo se le llenaban los ojos de lágrimas cuando pensaba en las cosas lindas de la vida y sentía una melancolía permanente por los tiempos en que los chicos éramos chicos y los grandes jóvenes. 
El abuelo no soportaba el sufrimiento inútil y pensaba que nada era de él ni de nadie si otro lo necesitaba más que uno.  El abuelo quería ser médico y médico debió haber sido porque quería curar. 
Cuando nos enfermábamos dejaba de ser gruñón y era el papá que uno quería para que la panza no doliera o la fiebre bajase o el miedo no se quedara con nosotros.  Es que como todos los sanadores su voluntad de curar lo precedía y espantaba al miedo. 
Y como no fue doctor, tal vez de puro vago, se hizo amigo del doctor Martín con el que compartían la vocación de andar ayudando a la gente, a veces a la fuerza y en contra de su propia voluntad. 
El abuelo Juan era rubio de verdad y luego fue un hombre de pelo blanco como solo los rubios pueden tenerlo. 
El abuelo Juan no podía contarnos nada de cuando era un niñito en la escuela marista de Luján, nada del abuelo Adolfo o de la abuela Elena, porque la voz se le quedaba atrancada en la garganta y venían esas lágrimas que no caían a volverle más violetas los ojos ya violetas.  Así es poco sabíamos del Juancito chico y movedizo.  
El Juan chiquito jugaba al pato, eso lo sabíamos por sus botas de nene de siete años, y siempre lo imaginamos rubio y lindo en su poni pampa. 
El abuelo Juan era mi papá y el de la tía Claudia, la tía Ana y mamá Vero. 
A mi me gustaría que Uds., mis Mateitos, lo recordaran como si lo hubieran conocido.  Como nosotros lo recordamos.  Gruñon y generoso y capaz de llegar en auto hasta el mismo cielo para ayudar a todos y a cualquiera.  Capaz de llegar en auto.   O en bicicleta.