Juan sospechaba que la máquina de comer estrellas estaba escondida en algún lugar de la barda, donde los escorpiones y las serpientes la custodiaban para que nadie pudiera destruirla.
Por eso un día, cuando los globos aerostáticos llegaron al dique, le propuso a Mateo ir a buscarla
Así es que salieron a buscar algún globo que pudiera subirlos hasta el cielo para inspeccionar desde arriba las bardas que rodean el .... donde viven Mateo y Juan con papá y mamá.
Encontraron un globo rojo que era maniobrado por dos viejos arrugados como duendes vestidos con remeras verdes, pantalones escoceses y unas extrañas botas rojas. Los chicos les contaron que andaban buscando la máquina de comer estrellas. Y los dos viejos, que no por casualidad parecían duendes, los ayudaron a subir a la canasta de su enorme globo aerostático para empezar a buscar.
Vista desde arriba esa parte de León es muy hermosa. El dique brilla como una moneda de plata y las casas blancas se ven agarraditas a la tierra como botones. Los autos parecen autitos de juguete que circulan por las callecitas grises como jugando.
El globo se deslizaba suave bajo un cielo azul como una cúpula y de pronto una bandada de pájaros gigante lo alcanzó y lo rodeó y lo empujó hacia la serranía.
Ahora los chicos veían la tierra yerma, una extensión color café con leche con la mancha sucia de los matorrales.
De pronto vieron un gran hoyo en la tierra, como si una nave espacial hubiera aterrizado marcando sobre la superficie la forma de un gran plato sopero. Y allí, en el medio, una gran caja. Era la máquina de comer estrellas.
El globo rojo descendió suavecito, suavecito, y de pronto estaban allí, al lado de la máquina, mirándola asombrados porque era verdad, la máquina de comer estrellas existía y estaba allí, en León, esperando para comerse todas las estrellas de la noche para dejar a la humanidad con un cielo aburrido y negro para siempre.
Los dos viejos, viejos y petizos y arrugados, que parecían dos duendes resultaron dos duendes. Y bajaron de la canasta del globo una gran caja de herramientas que los chicos les ayudaron a llevar.
Dos horas y media tardaron en desarmar la máquina. Los escorpiones los acosaban y las serpientes salían de la tierra para defender la máquina oscura. Mateo, con un palo largo los espantaba y Juan les alcanzaba a los viejos las herramientas para que trabajaran más rápido.
Ya atardecía cuando al fin terminaron. Subieron a la canasta y los viejitos, tan petizos ya arrugados como gnomos, pusieron el globo a volar.
Cuando iban descendieron sobre la explanada del dique vieron a unas figuritas que corrían como locas. Eran la tía Pili y Lucy que los buscaban por todas partes desesperadas.
Dese el globo empezaron a saludarlas y cuando llegaron a tierra ellas dos ya estaban ahí, esperándolos con dos buenos chirlos en las palmas de la mano.
Esa noche Papá y Mamá les hablaron mucho. Los niños no deben andar por ahí solos, escapándose de los mayores.
- Mateo - dijo Juan - hemos destruido la máquina de comer estrellas.
- Siempre habrá estrellas que iluminen la noche y nos recuerden que el cielo no es un lugar vacío. Que hay todo un universo.
Esa noche los dos se durmieron agarrados de la mano. Les dolía el traste de tanto chirlo pero sonreían. Quizá soñaban con estrellas.
Sin embargo a veces creo que la máquina de comer estrellas no fue destruida. Que la tienen ciertas personas que no quiero nombrar porque dan miedo. Y la usan. La usan para comerse las estrellas del cielo nuestro. El cielo de las personas comunes. La usan para dejarnos a oscuras matando las lucesitas que esforzadamente encendemos. Por eso me gusta pensar que Juan y Mateo pueden dibujar la máquina de de comerse estrellas para borrarla después de dibujada, igual que borran los abrazos de las mamás las pesadillas de la noche.
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