domingo, 24 de mayo de 2015

El río tenebroso y el ídolo de oro

Juan y Mateo acababan de escapar de la cueva de la mariposa gigante y remaban a toda velocidad por el Río Tenebroso adentrándose en un túnel de lo más oscuro y angosto para que la mariposa no pudiera alcanzarlos con sus patas peludas.
Habían visto como la mariposa se transformaba en una bruja que intentaba meter sus manos huesudas por la boca del túnel y por eso remaban con todas sus fuerzas, buscando alejarse.
Veían allí al fondo una luz muy fuerte y una estatua gigante de un dios Dorado.
- Es el Idolo de Oro - dijo Juan.
Y Mateo remó más fuerte con su remo de color rojo.
- El Idolo de Oro es el ídolo de los hombres jaguar y de los hombres buho, el Idolo de los hombre esqueleto y de las lagartijas mágicas.
- Debemos llegar hasta allí - gritó Juan - y en ese momento los niños sintieron que la corriente del río subterráneo empezaba a ser tan fuerte que el bote se lanzo hacia adelante como un caballito de río.
- Cuidado - gritó Mateo - cuando un gran bulto salió del agua en el camino del bote.
-  Es un tapir gigante - gritó Juan mientras el bote daba vueltas atrapado en un remolino.
- A remar, a remar - gritaba Mateo - y los dos chicos remaron con fuerza hacia el Idolo de Oro que refulgía al fondo del túnel.
- Uno, dos, tres - gritaba Mateo
- Uno, dos, tres - gritaba Juan.
Estaban con los brazos doloridos de tanto remar, pero la fuerte corriente del río los ayudaba a acercarse al Idolo dorado.
Ya podían verlo de cerca.  Era una estatua gigante de un hombre esqueleto de pié, con los brazos extendidos hacia los costados, como si fuesen a crecerle alas y en cualquier momento pudiera echarse a volar.
La estatua estaba en un islote en medio del río, un islote con arenas blancas e iluminado por el sol que entraba por un hueco que se abría allí en lo más alto del techo de una caverna enorme en la que había desembocado el túnel por el que venían navegando los chicos.
De pronto la corriente que venía llevándolos rápidamente se hizo lenta, como si hubiesen llegado al fondo de un lago.
El bote prácticamente se detuvo y Juan y Mateo se miraron, sin saber si debían o no avanzar hacia el islote.
Juan dijo - Vamos, tenemos que verlo de cerca.  Y Mateo hundió en el agua su remo rojo y el bote se deslizó hacia adelante despacio, como deslizándose sobre aceite.
Y así, remando despacio, llegaron a la playa.
El primero en saltar del bote fue Mateo y empezó a tirar del bote hasta encallarlo.
Juan saltó después, un poco más precavido.
Caminaron uno al lado del otro hasta el ídolo de oro y cuando estuvieron muy cerca Juan estiró la mano para tocarlo.
...Y el Idolo de oro giró su cabeza de esqueleto y lo miró.
Una bandada de murciélagos bajó desde el techo de la cueva y los chicos sintieron que las alas peludas los rodeaban por todas partes.
- Huyamos- gritó Juan
- A correr - gritó Mateo
Pero no podían porque los murciélagos los rodeaban y no los dejaban moverse.
De pronto todo quedó inmovil, los murciélagos desaparecieron por un túnel y los chicos vieron que el Idolo de Oro los miraba, sentado cómodamente sobre una roca.
- Buenas tardes, niños - dijo el Idolo de Oro que como se darán cuenta decía niños y no chicos porque era un ídolo mexicano. - ¿Han venido a visitarme?-
Los dos chicos estaban asustadísimos y Mateo agarró fuerte su remo rojo, preparado para darle un remazo en la cabeza si fuera necesario.
- Somos los Sancho - dijo Juan - y estamos recorriendo el Río Tenebroso.
- Ahhhh - dijo el Idolo - ¿ y por qué quieren recorrerlo?
- Porque es horrible y es hermoso - dijo Juan.
- Porque es hermoso y es horrible - dijo Mateo.
- Porque está lleno de trampas increíbles - dijo Juan.
- Porque está lleno de seres increíbles - dijo Mateo.
- ¿Y si nunca pudieran salir? -  preguntó el Idolo de Oro
- Papá y mamá y los tíos, y hasta la abuela Ethel (aunque es muy miedosa) vendrían a rescatarnos - dijo Juan.
...El Idolo de Oro los miró en silencio.  Sus ojos dorados, tan dorados como los párpados y las pestañas y las manos y el cabello, sus ojos dorados miraron a los chicos y toda la caverna se iluminó como si un sol gigante se hubiese encendido. Se paró y en dos pasos estuvo junto a los chicos y los tomó de los brazos con mucha fuerza.  Luego extendió sus alas doradas y se echó a volar.
Los chicos gritaban como locos mientras el Idolo volador los llevaba colgados de los brazos.  Así, colgados, vieron el río subterráneo en toda su belleza.
Pasaban raudos entre las raíces asombrosas de los árboles, que bajaban hasta el río a buscar agua. Vieron una laguna de la que salían flores gigantescas y espantaron a los murciélagos dormidos de una cueva más oscura que la noche oscura.  Volaron sobre los manglares y debajo de una selva verde, y por sobre las cabañas de los hombres jaguar y entre las mariposas de colores.
Y al fin el Idolo los soltó, justo al lado de su bote, y se despidió con un largo vuelo circular diciéndoles con su voz dorada de Idolo dorado unas palabras mágicas - LLamen con todas sus fuerzas  a sus papás.  Griten Papá, Mamá, porque los niños no deben andar solos por este tenebroso río lleno de espantosas trampas.
Y desapareció dejando a los niños totalmente a oscuras en una oscuridad tan tremenda que parecía hecha de algo sólido. No se veía absolutamente nada y en la oscuridad se escuchaba solamente el goteo del agua desde el techo y un gorgoteo como de animal rodeando que los rodeaba.
La oscuridad era tanta que aunque querían no se podían subir al bote y de pronto empezaron a sentir que algo les tocaba las pies bajo el agua.  Algo resbaloso y frío como si peces o serpientes los estuvieran rondando.
 - Mamá, Papá. vengan a buscarnos - gritó Juan.  - Papá, mamá gritó Matea.
Pero todo estaba muy oscuro y quieto y Mamá y Papá no llegaban.
- Mamá, Papá - gritaban los dos chicos y papá y mamá no llegaban.
Y cuando ya estaban a punto de echarse a llorar sintieron que alguien venía chapoteando por el río.
Era un chapoteo muy fuerte acompañado de una voz muy alta que gritaba - Juan, Mateo, Mateo, Juan.  Era la voz de la abuela Ethel.
Y junto con la voz de la abuela Ethel apareció la mismísima abuela, chapoteando con un chalecos salvavidas y con una linterna poderosa en la mano.
Los chicos empezaron a llamarla y la abuela se dirigió hacia ellos lo más rápidamente que podía.
Así, ayudados por la luz de la linterna los chicos pudieron subir al bote.
Pero la abuela no pudo subir y Juan y Mateo tuvieron que llevarla a remolque por el Río remando con todas sus fuerzas.
Mateo llevaba la linterna entre sus dientes mientr- as Juan cantaba fuerte una canción de marineros para que la abuela se distrajera y dejara de chillar, porque la abuela es un poco miedosa y el río le daba mucho miedo.
Así, poco a poco, salieron de la parte más oscura del río y entraron en un zenote lleno de luz.
Y allí estaba el resto de familia, todos muy tranquilos tomando la merienda.
- Ahí vienen los chicos - dijo Papá - y se preparó a sacarlos del cenote.
- Y la abuela - dijo mamá.
Mateo y Juan estaban muy  contentos de ver a sus papás y cuando estuvieron en la orilla, sanos y salvos, les contaron la asombrosa historia del Ídolo de Oro, el que les había aconsejado no alejarse nunca de los mayores, porque el río, sí señores, ese hermoso río subterráneo está muy lleno de unas terribles trampas.








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