Mateito se había dormido sobre una lona que mamá había puesto sobre las piedritas de la playa del Río Tenebroso.
Los tíos y mamá tomaban mate y papá y la abuela Ethel una gaseosa burbujeante.
Y Juan estaba en la orilla jugando a tirar piedritas que se hundían en el río una tras otras.
En ese momento el agua del río pareció abrirse justo debajo de la mano de Juan. Pero no era el agua del río la que se abría sino una boca enorme, rosada y verde.
Juan saltó hacia atrás y la boca volvió a hundirse en el agua como si nunca hubiera existido.
- Papá, papá - gritó Juan - un cocodrilo quiso comerme.
- No puede ser - contestó papá - en este río no hay cocodrilos. Es un río subterráneo que recorre los cenotes. No hay cocodrilos Juan. Aquí no hay ese tipo de ofidios.
Juan se quedó mirándolo porque papá sabía sobre casi todas las cosas del mundo. Pero el había visto al cocodrilo y hasta había sentido el aliento del ofidio, como papá llamaba a esos bichos.
Así que volvió asomarse a la orilla del río con toda precaución, y estaba ahí, mirando concentrado el agua oscura, cuando unos ojos verdes un poco fosforescentes aparecieron en el fondo.
- Son unos ojos más bien simpáticos - pensó Juan. Y metió la mano en el río para agitar un poco el agua. Los ojos parpaderaron y un movimiento súbito agito apenas el agua.
Juan movía la mano despacito y los ojos se acercaban, se acercaban. Ahora Juan veía su mano, el reflejo de su cara y los ojos viniendo despacito.
De pronto una boca empezó a abrirse pero Juan no tuvo miedo porque papá, que sabe casi de todo sobre el mundo le había dicho que no había cocodrilos en el río tenebroso.
La boca se abrió bien grande y se cerró, atrapando la mano de Juancito que asustadísimo sacó la mano del río, todavía adentro de esa boca rosa y verde Era como si hubiese pescado un enorme bicho con la mano, y el bicho resultó un sapo enorme y muy simpático.
Cuando el sapo recién pescado cayó justo en la falda mamá se oyó un grito espantoso y mamá Verónica se cayó redonda al piso.
- Es que mamá le tiene mucho miedo a los sapos . explicó papá Mateo a Juan. -Fobia, repitió Juan mientras acariciaba al sapo que estaba más asustado que mamá Vero. - Papá sabe de todo - pensaba Juan.
Y mientras tanto, Mateito, que se había despertado con el grito horroroso, estaba consolando a mamá, llenándola de besos.
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