Mamá Vero, la mamá de Juan María y Mateo, un día hizo una casa.
Bah. No la hizo un día. La hizo un año. En un año.
Era una casa Sonajero.
Sólo que para oirla sonar hay que estar adentro.
La casa suena con la lluvia.
Suena con sonidito de gotitas, sonidos tintineantes, sonidos de agua que corre por canaletas invisibles.
La casa suena toda, como una xilofón, tocada por los dedos del agua que la recorre, haciéndole cosquillas.
Cuando uno está en la cama, mirando el cielorraso, casi se puede ver la música de las gotas que primero tocan, después resbalan y al final se escapan hasta el patio interior para caer con un goteo continuo hasta las piedras grises.
Así que la casa es sonajero.
Sonajero.
Si es de día brilla y suena. Si es de noche también brilla, plateada de agua dulce.
Y es muy lindo sentirla sonar.
Cierro los ojos.
La canción de la lluvia repite nombres amados. Acaricia. Pone triste y alegre y melancólico y sonriente.
Esta casa sonajero me gusta.
Cuando tengan una casa sonajero, una casa que les cante cancioncitas, una casa que suene con risa como de hadas o de duendes, cuando tengan una casa sonajero escuchen con atención lo que canta.
Y busquen con quién escuchar la música del techo. Porque, queridos míos, las casas están hechas para ser hogares, y eso, mis niñitos, requiere el esfuerzo de quererse.
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