Un bosque todo de piquillines.
Pinchudo el bosque. Monte le decían.
Había una reina en ese monte y andaba montada en un tractor.
Enlazaba los piquillines y los tironeaba fuerte hasta arrancarlos.
Era la reina del monte.
Había también jabalíes, y unos animalitos que vivían de a muchos en cuevas invisibles. Vizcachas se llamaban y, en las noches de luna, sus ojos brillaban como fueguitos fatuos.
Llovía poco en ese bosque.
Las hadas no lo habitaban. Ni los duendes. Ni las brujas. Porque era un bosque lleno de espinos.
Sin embargo había una reina en ese bosque, y andaba montada en un tractor.
Soñaba con ser reina de una llanura de trigales, y tiraba de los piquillines y los algarrobos hasta arrancarlos de raíz.
Grandes humaredas señalaban los confines de su reino. Eran los piquillines ardiendo al atardecer.
Ella soñaba con trigales y no sabía que vendría el viento a llevarse la tierra. Que vendría la lluvia a arrasar con el humus. Que volvería el viento. Que uno y otro se alternarían y, de tanto en tanto, volverían las mareas doradas del trigal pero cada vez más de tanto en tanto, hasta desaparecer.
Después llegaría el arenal. La cosecha amarga del desierto.
Pero ella no lo vio.
Ella se durmió y soñó con su mar bamboleante de trigo, con su llanura rubia de granos, con su inmenso horizonte de cielos de azulejo.
Está soñando ahora.
En las noches tachonadas de estrellas voladoras se escucha el sonido de su respiración dormida.
Es la bella durmiente de la Patagonia árida, y un día vendrá la lluvia y en la lluvia montado su príncipe azul.
Cuando llegue la lluvia, se llenará su frente de gotas cristalinas, y ella y el trigo despertarán.
Dedicado a la mamá de Nancy Boelter. Reina guerrera del trigal.
Sin embargo había una reina en ese bosque, y andaba montada en un tractor.
Soñaba con ser reina de una llanura de trigales, y tiraba de los piquillines y los algarrobos hasta arrancarlos de raíz.
Grandes humaredas señalaban los confines de su reino. Eran los piquillines ardiendo al atardecer.
Ella soñaba con trigales y no sabía que vendría el viento a llevarse la tierra. Que vendría la lluvia a arrasar con el humus. Que volvería el viento. Que uno y otro se alternarían y, de tanto en tanto, volverían las mareas doradas del trigal pero cada vez más de tanto en tanto, hasta desaparecer.
Después llegaría el arenal. La cosecha amarga del desierto.
Pero ella no lo vio.
Ella se durmió y soñó con su mar bamboleante de trigo, con su llanura rubia de granos, con su inmenso horizonte de cielos de azulejo.
Está soñando ahora.
En las noches tachonadas de estrellas voladoras se escucha el sonido de su respiración dormida.
Es la bella durmiente de la Patagonia árida, y un día vendrá la lluvia y en la lluvia montado su príncipe azul.
Cuando llegue la lluvia, se llenará su frente de gotas cristalinas, y ella y el trigo despertarán.
Dedicado a la mamá de Nancy Boelter. Reina guerrera del trigal.
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