Los perrícolas tenían cuatro patas y una cola. Los había de todo tipo. Elegantes y desarreglados.
Negros y blancos.
Rubios y platinados.
Buenos y malos.
Los perrícolas eran perros de esta tierra y luego estaban los extraperrícolas que eran los perros del espacio exterior.
Los extraperrícolas tenían cabezas ovaladas y ojos almendrados y cuatro patas y una cola.
No había extraperrícolas de todo tipo. Eran todos un poco parecidos. De pelo corto, azulados, con grandes ojos preocupados.
Perrícolas y extraperrícolas se encontraron un día en el desierto de Atacama.
Los perrícolas ladraban en castellano porque diecisiete eran argentinos, dos chilenos y tres peruanos.
Los extraperrícolas ladraban en un idioma desconocido que recordaba levemente el sonido de las películas viejas.
Como hablaban dos idiomas no se entendían.
Así que pronto los líderes de los dos grupos empezaron a idear un medio para comunicarse.
El líder de los perrícolas era un fox terrier muy hablador. El líder de los extraperrícolas se distinguía de los otros azulinos por unas línea de pelos largos que le recorrían el lomo.
El fox terrier ladró en castellano su nombre y saltó dando vueltas en el aire.
Tres veces lo hizo hasta que el extraperrícola entendió el mensaje y ladró su nombre y saltó haciendo volteretas en el aire.
Guau Bau se llamaba el extraperrícola.
Y así siguieron por un buen rato. Correr se decía así en castellano y asá en extraperrícola.
Piedra se decía así en castellano y asá en extraperrícola.
Cola, oreja, pelo, ojo, arena, roca y nariz. Todo tomó nombre en castellano y en extraperrícola.
El problema del desierto de atacama es que tiene poca cosa, así que pronto se quedaron sin palabras, sin cosas a las que darle sonido, sin hechos a los que llamar por su nombre.
El fox terrier quería invitar a Guau Bau a ir a un pueblito que quedaba ahí nomás. Así que caminaba cinco o seis metros y volvía y, ladrándole en castellano, le decía -Vamos pal' pueblo.
El extraperrícola entendía perfectamente pero, como era un viajero experimentado, no seguía a nadie sin saber exactamente adonde iría. Cualquier viajero experto sabe que debe dirigir su propio viaje.
Esto es algo que deberíamos aprender de los extraperrícolas, que en definitiva no fueron para el pueblo por más que el fox terrier se mareó de tanta voltereta.
Y así, por la falta de cosas para ser nombradas, quedó un poco frenado el intercambio cultural.
Pero la cosa no quedó ahí. Porque perrícolas y extraperrícolas continuaron viéndose.
Todos los años se encuentran y comparten conocimientos. Ése es el motivo por el que es posible ver allá por agosto una gran jauría que se reúne en las soledades de la puna.
Es una jauría que suele verse arrastrando unos bolsos de playa muy coloridos.
Llevan en los bolsos cosas diversas como por ejemplo lapiceras, manzanas, ranitas verdes, bufandas, y cuanta otra cosa pueda uno imaginarse.
Es que llevan a la puna cosas y más cosas para darles nombres.
Por eso es tan común ver a los perros robarse las pantuflas, los zoquetes, las revistas u otros objetos que quedan tirados por ahí.
Ahora hay en la comitiva perrícolas bolivianos, paraguayos y hasta un colombiano y todos ladran bastante bien el extraperrícola, aunque del otro lado no se quedan cortos y hay en particular una extraperrícola que ladra un castellano casi sin acento.
Se dice que en las noches de luna llena en la puna de Atacama suelen armarse unas peñas de lo más interesantes. Perrícolas y extraperrícolas le ladran a la luna las canciones más lindas que conocen.
Y en la puna de Atacama nadie los molesta.
Ellos le cantan a la luna y la luna parece sonrojarse.
Si ustedes viajan al desierto de Atacama y duermen algún día a la luz de las estrellas y caminan de puntitas respetando el silencio profundo del desierto, van a poder ver, como vi yo, que perrícolas y extraperrícolas comparten la luz de la luna y bajo esa luz cantan y charlan y se informan, y de tanta charla y tanta cosa cantada y susurrada en el desierto ha nacido un idioma nuevo al que han decido llamar, a modo de homenaje, lunguardo.
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