viernes, 26 de agosto de 2011

El tío Epitafio

Le decían Epitafio porque tenía la mala costumbre de culminar toda charla con una sentencia.
Él era el que decía
-Podría haber sido un buen hombre, sólo fue un buen padre.
O el que cerraba una discusión política con el típico
-El general era el general.
Era el que cuando le preguntabas cómo estaba nunca decía "bien".  Siempre aportaba el valor agregado de explicarte que
-Mejor no puedo andar, sería un derroche.
Epitafio vivía a la vuelta de la casa de la tía Mary, en el Once.
A la tía Mary  le decíamos María Tetona porque era una especie de pastel redondito,  con peluca y guardabarros.
Y Epitafio era el eterno enamorado de la tía.
Le mandaba flores con su correspondiente tarjetita, siempre escrita en un tono epitafial,  como era su estilo.
La tía Mary gustaba de tenerlo como candidato siempre en espera.
Lo mantenía en una especie de fermento amoroso, en el que el pobre se iba volviendo espumoso y ambiguo.
Al fin un día, aburrida de tanto acoso floral y verbal, la tía Mary lo abordó y empujándolo contra la vidriera de la rotisería de Parrondo, le zampó un beso.
Se casaron a los seis meses.
Epitafio pasó a formar parte de la familia y desde ese entonces fue el encargado de todo el protocolo.
Los brindis de fin de año fueron presididos de allí en más por el tío Epitafio y él se tomaba el trabajo tan en serio, que todos los años preparaba un discurso diferente y lo culminaba con una frase como para darle a la matraca todo el año.
-Pan para los que tienen hambre, y hambre y sed de justicia para los que tienen pan.
Ésa fue una de las frases más logradas del tío Epitafio.
Hubo una época en que nos peleábamos por no sentarnos cerca del tío. Es que era muy posible que nos contara por milésima cuarta vez las virtudes de la acción cooperativa.
Pero lo extraño es que desde que el tío Epitafio desapareció las fiestas nunca más fueron tan festivas.
A los chicos de la familia nunca nos dijeron que se había ido con un circo. Pero, aunque los grandes pretendían no hablar del tema, era  vox populi que se había fugado con una contorsionista que  hacía un acto con una boa constrictor.
La tía Mary siempre decía que ojalá que la boa se lo tragara un día.
-Viejo verde -decía la tía Mary.
Pero yo más que verde lo recordaba un poco amarillo al tío Epitafio, y no podía evitar el imaginarme que la boa no querría comérselo, tan huesudo y correoso como era.
Así es que, después de la épica y secreta fuga, nos quedó a todos  la manía de relojear en cuanto circo veíamos por ahí, no fuera cosa que lo encontráramos al tío Epitafio.
Es así, que hoy justamente me lo encontré, muy vestido de empresario, al lado de un camión  ruso más grande que una casa.
Cuando lo vi lo reconocí al instante. Tal vez me ayudó un poco el hecho de que el camión tenía una boa pintada en la puerta.
La cuestión es que me le presenté ahí nomás diciéndole
-Tío Epitafio, soy yo, ¿se acuerda de mí?
Él me miró de arriba a abajo y me dijo, el muy viejo verde
-¡Qué te tardaste en llegar, igualita a tu tía Mary! Y ella, ¿cómo está?
No voy a mentir diciendo que no lo disfruté. La verdad es que me dio mucho gusto  decirle que la tía Mary lo había declarado muerto a los siete años y un minuto de desaparecido y que había cobrado el seguro y se había juntado con el cura Enrique, el mismo cura Enrique que los había casado.
-¡Qué la re mil parió! - dijo Epitafio.



Dedicado a los muchos que pusieron color a mi vida.  Las coincidencias con la realidad no son pura coincidencia, sino un poquito de verdad y un poco de mito, como corresponde. 

1 comentario:

  1. Como el tío Epitafio era sentencioso, a mí me gustaría preguntarle que piensa de esta pandemia que nos asusta tanto. Querría saber si nos devolverá más sabios o más buenos o si, simplemente, seguiremos encerrados en nuestras pequeñas mezquindades. No sé, pero casi me parece acertado pensar, que el tío Epitafio dirá: "Ya lo decía yo, nadie se rasca para afuera".

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