sábado, 3 de septiembre de 2011

El general sí tiene quien le escriba

Había un general.
Y cuarenta y siete soldaditos.
Tres sargentos.
Siete cañones.
Dos jeeps.
Un tanquecito.
Dos misiles tierra tierra.
Todos venían en una caja de cartón muy colorida con una ventanita de plástico transparente.
Papá Mateo se la regaló a Juan María y Mateín y se enloquecieron.
Dentro de la caja venía también una pequeña cantidad de matas artificiales, unos casquitos con red para camuflaje, un equipo de comunicaciones con una pantallita de computadora en la que se veía un planisferio, y una antenita satelital a escala.
Enseguida armaron el escenario de guerra en el living.
El cuartel general en un bunker dentro de un portamacetas de cerámica invertido que se abría y cerraba con sistema neumático a dedo y era idea de Juan.
Mateín se encargó de las comunicaciones y la antenita satelital fue a parar a una colina alta formada por dos almohadones.  Un soldado protegía las instalaciones.
Las batallas al principio eran contra un enemigo invisible. Es que solamente les habían regalado una caja de soldaditos.
Hasta que a Mateín se le ocurrió robarle la pintura de uñas a la tía Vicky y les cambió los uniformes a la mitad de los soldados, y a dos sargentos.
Como el nuevo batallón no tenía general Juan puso a cargo a un play-movil  con uniforme de capataz, y para compensar la falta de sargento en el primer batallón se agregó otro play-movil vestido de granjero.
Y para dotar al ejército de logística pronto hubo dos cocineros en cada grupo, dos ingenieros en comunicaciones y otro grupo de personajes con funciones varias. Personal de Apoyatura Bélica lo llamaron y provenía todo de un reclutamiento de emergencia efectuado entre los juguetes que la abuela Pilar había guardado de cuando papá Mateo era chiquito.
A los soldaditos de plomo de la segunda guerra mundial no los habían encontrado porque papá los guardaba en su mesa de luz.
Como Mateín quería el batallón con el verdadero general y Juan también no tuvieron más remedio que apelar al azar.  Hicieron piedra, papel o tijera y a Mateín le tocó el general con ropa de capataz de la construcción.
Como el batallón de Juan no tenía antena satelital Juan dijo que era porque sus soldados tenían telefonitos satelitales ultramodernos que se llevaban en el bolsillo superior derecho del uniforme y se activaban y desactivaban apretando el botón del bolsillo, por eso no se veían y Mateín dijo que bueno pero que la antena satelital de su batallón no era para comunicaciones, sino que dirigía unos misiles aire tierra que estaban instalados en una base a 35.000 km de altura, es decir por la estratósfera o por ahí. Y Juan dijo que no importaba porque el tenía un batallón de mosquitos venenosos que atacaban todas las tardecitas y ,lo más importante, a sus soldados no los picaban porque los telefonitos celulares satelitales que tenían el bolsillo superior derecho emitían una señal inaudible para el oído humano que los rechazaba.
Y Mateín dijo que no se preocupaba porque él pensaba mandar un grupo comando para atacar a los cocineros del batallón de Juan y destruir todas sus provisiones, y luego solamente se atrincheraría en las montañas a espera de que a que por hambre se retiraran todas las tropas de Juan María.
Juan desplegó sus tropas formando tres frentes diferentes. Empezó el ataque dirigiendo un misil tierra tierra a donde suponía que estaban los soldados de Mateín.
Mateín atacó las provisiones de Juan, murieron los dos cocineros pero Mateín sufrió una baja.
Juan lanzó a sus mosquitos y los soldados de Mateín se defendieron impregnándose en el perfume importado de mamá, pero pese a ello varios murieron en medio de convulsiones.
Cinco bajas había sufrido cada grupo cuando Mateín resolvió reclutar tropas nativas y trajo doce broches de colgar la ropa para que avanzaran por la retaguardia del enemigo.
Juan buscó refugio en un bunker de titanio y trajo dos ollas de la cocina en las que los soldados pudieran refugiarse.
Mateotín rodeó las ollas con sus tropas y se dispuso a lanzar un ataque masivo apuntando su misil tierra tierra y girando la antena satelital para que desde las instalaciones aéreas a 35.000 metros de altura, es decir desde la estratósfera o por ahí,  se bombardeara a las ollas y a Juan.
Y justo llegó mamá.
Cuando los vio jugando a la guerra casi le da un ataque.
Juan se asustó mucho porque nunca había visto a mamá tan enojada.  Mateotín no se asustó porque estaba acostumbrado a que mamá lo corriera por toda la casa... no se asustó al principio... porque cuando mamá los agarró a los dos y les dijo lo que les dijo se pegó semejante susto que se largó a llorar.
Es que mamá era la nieta de la bisabuela Lita y decía unas cosas muy esplendorosas cuando quería.
Se tuvieron que quedar los dos en su cuarto, quietitos y sin chistar hasta que llegó Mateo papá.
-Si quieren guerra -dijo mamá- también van a tener corte marcial.
A las nueve y media mamá los llamó para cenar.
Puso los platos y ni una palabra dijo.
Papá quiso defenderse:
-Todos los chicos juegan a la guerra- dijo.
Mamá puso en el plato de papá Mateo una hermosa tortilla de cebolla y papá Mateo (que odia la cebolla) empalideció.
A los chicos les llenó el plato de ensalada.  Brócoli, coliflor y lechuga. Los chicos también empalidecieron porque odiaban  la comida verde y al coliflor le tenían una antipatía personal.
-Ajá -dijo mamá- y no les trajo otra cosa para comer.
Papá Mateo hizo una broma y dijo:
-Pido una pizza-  pero mamá Vero lo miró con ojos refulgentes de bruja rubia y lo paralizó.
Meteín y Juan dijeron que no tenían hambre. Pero mamá Vero dijo:
-Se comen todo- y los chicos, puchereando, se terminaron la coliflor.
Mamá esa noche puso la televisión.
Papá se sentó en su sillón, los chicos en el piso, y mamá en otro sillón.
Los hizo mirar History Channel  y papá Mateo tuvo que contarles cuánta gente se había muerto en la primera y en la segunda guerra mundial.
Mamá se hacía la buenita y le decía a papá:
-Contales cuántos papás murieron en la primera y en la segunda guerra mundial. Y cuántos nenes. Y cuántas mamás.
Mateín y Juan esa noche no podían dormir. Tenían mucho miedo de que una guerra empezara por ahí.
A las dos de la mañana no aguantaron más y se metieron en la cama de papá y mamá.
Mamá, que era una bruja sabia, los perdonó a los tres.
Pero antes papá, Mateín y Juan, tuvieron que volver a robarle el esmalte a la tía Vicky y cambiar todos los uniformes de los soldados por elegantes ropas prèt a porter.
Mamá, a modo de colaboración, le puso al general un bonito aro de strass y a los misiles los desactivó con un buen y decidido pisotón.

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