Frente a las playas de Carmen de Patagones, en el extremo sur de la Provincia de Buenos Aires hay un atolón.
La gente lo llama isla porque las arenas remolonas vienen a estacionarse sobre sus costados rocosos y convierten su silueta filosa y dura en una amable playa. Pero es un atolón.
Hay dos formas de llegar al Atolón.
Una es por agua, claro.
Bote, gomón o similar.
Y la otra es por el túnel que une el continente por el Atolón.
El problema es que nadie conoce la entrada a ese túnel. Bahhh, casi nadie.
Hay un viejo que si conoce la entrada al túnel que lleva al Atolón.
Yo lo conocí poco antes que el alsheimer se lo llevar para el otro país.
Me mostró la entrada al túnel una tarde que andábamos por los médanos buscando puntas de flechas.
- Es por acá - me dijo, sin decirme qué cosa era por acá.
Había unas pajas bravas señalando la boca del túnel. - Siempre hay pajas bravas en las bocas de los túneles me dijo, esa es la señal.
Ahí supe que lo que había por acá era un túnel y me quedé esperando que siguiera con la historia porque al viejo no había que apurarlo, había que dejarlo hablar a su tranco.
Pero esa tarde no supe nada más porque encontró una punta de flecha y empezó a contar la historia imaginada de cómo esa punta en particular había llegado hasta allí.
No volvimos a visitar la boca del túnel hasta el invierno siguiente cuando ya el viejo hablaba de los dos países al mismo tiempo. Arrancábamos el día en Patagones y a media mañana ya andábamos hablando de cuando supo vivir en Corrientes, cazando en los bañados. Después del mediodía comenzaba a asustarse porque el papá le iba a pegar si llegaba demasiado tarde, así que no dejé que pasaran las once y ya estábamos en la boca del túnel y ahí le pregunté donde llegaba.
- Al Atolón, me dijo. Llega al Atolón. Basta con ponerse un buen par de botas y entrar con una linterna potente y un perro y así se va.
Dos semanas más tarde bien calzado y con la compañía del perro del vecino, un pastor alemán de buen carácter, fui a dar un paseo por la playa e inspeccioné la entrada.
Ni bien empecé a despejar la boca de arena vi que no iba a poder parar y a la hora y media estábamos los dos, el pastor alemán y yo parados dentro de un túnel generoso, con el fondo de arena fina, a veces mojada.
Encendí la linterna y comencé a avanzar pero a la media hora de andar caminando sin mucha dificultad vi que el tunel se bifurcaba y no quise seguir. El perro tiraba de la correa para adelante, pero mi miedo me tiraba para atrás y era más fuerte.
Iluminé bien las paredes y ahí en la bifurcación ví una flecha, bah, una punta de flecha, parecida a las que encontrábamos en las dunas, apuntando hacia la bifurcación de la derecha.
Pero el miedo no es zonzo y no seguí.
Recién a la otra semana, con unos cuantos metros de cuerda y unos palos recios me animé a meterme en el túnel.
sábado, 7 de septiembre de 2013
domingo, 4 de agosto de 2013
El frasco
En el año 1963 nuestros papás enterraron un frasco en la plaza del pueblo.
Nos dijeron que adentro nos dejaban semillas y un mensaje.
Nosotros, los primos, éramos tan chiquitos que no nos acordaríamos de nada si no fuera por las fotos en las que aparecemos vestidos con la moda de la época, las nenas con las patitas rechonchas al aire y tapaditos cruzados, y Marcelo que era un bebé, encapuchado y redondo de tanto abrigo.
Así es que en 1963 fijaron una cita para dentro de cincuenta años. Y allí estuvimos.
Pero no nos dejaron leer los mensajes. Porque así son las épocas nuevas. Pura bulla.
- Ya los van a leer cuando estén expuestos en el museo.
Espero el que escribió el joven Curto, mi entrañable profesor.
Así son las épocas nuevas. La emoción se desperdicia, se escurre, se vislumbra pero no alumbra, no encandila.
Papá fue a comprar el frasco que iban a enterrar. Costó 2 pesos. Está entre los gastos de los anales del centenario, época en la que todavía se rendían cuentas. Le molestó que el comerciante cobrara el botellón, pero no pongo el nombre del susodicho porque a mamá no le gustaría.
Pienso (como papá) que hay gente que manda mensajes al futuro y gente que es para el presente nomás. Aunque aparezca en los libros es del presente nomás.
El tío Rúben torneo la tapa de plomo, idearon el modo de sellarlo al vacío y pusieron una cinta argentina porque se sentían argentinos, un sentimiento impregnado de futuro.
El abuelo, la abuela, el mítico Dellatorre, los chicos, todos ahí. Embaucados. Creyendo que eso era la vida. Algo que uno hacía no sabía bien por qué pero lo hacía para todos.
El abuelo chupando de la pipa. Fuerte, para que la brasa no se apague. El tío respirando como de prepo, porque así hacía, igual que yo, cuando me concentro. Papá mirando el mundo con sus ojos ingenuos, esos ojos que luego escondería junto con el dolor. La abuela Lita, tan Cocó Chanel, como dijo Graciela años después. Mamá, tan jóven. Carlitos Bertazzo, cabeza rubia, y otros amigos cuyos nombres conocimos ya grandes.
Y fuimos a la cita. Los que estábamos a menos de diez mil kilómetros y de este lado de la vida.
Cecilia, Marcelo, Carlitos, yo. Y por suerte mamá.
Nos acompañó Alejandro porque aunque no estaba cuando se enterró el frasco el también recibió la invitación. Cuando pudo entender.
No nos dejaron leer el mensaje. No aprovecharon la emoción.
Pero en realidad el verdadero mensaje no estaba en el contenido del frasco.
El mensaje era la cita misma.
El mensaje que nos dejaron es hacernos comprender la capacidad que tienen las emociones humanas para crear un lazo tan fuerte que supera el tiempo y a la muerte.
Porque el amor, señores y señoritos, es un mensaje que se enfrasca, se escribe, se ata, se entrega, se fotografía, se hace patria, se hace pueblo y rostro y alma, se lee o no se lee, nos trasciende y es verdad, vence a la muerte que se deja vencer, porque hasta ella es parte de la vida.
Por eso el mensaje llegó, era la cita misma.
Nos dijeron que adentro nos dejaban semillas y un mensaje.
Nosotros, los primos, éramos tan chiquitos que no nos acordaríamos de nada si no fuera por las fotos en las que aparecemos vestidos con la moda de la época, las nenas con las patitas rechonchas al aire y tapaditos cruzados, y Marcelo que era un bebé, encapuchado y redondo de tanto abrigo.
Así es que en 1963 fijaron una cita para dentro de cincuenta años. Y allí estuvimos.
Pero no nos dejaron leer los mensajes. Porque así son las épocas nuevas. Pura bulla.
- Ya los van a leer cuando estén expuestos en el museo.
Espero el que escribió el joven Curto, mi entrañable profesor.
Así son las épocas nuevas. La emoción se desperdicia, se escurre, se vislumbra pero no alumbra, no encandila.
Papá fue a comprar el frasco que iban a enterrar. Costó 2 pesos. Está entre los gastos de los anales del centenario, época en la que todavía se rendían cuentas. Le molestó que el comerciante cobrara el botellón, pero no pongo el nombre del susodicho porque a mamá no le gustaría.
Pienso (como papá) que hay gente que manda mensajes al futuro y gente que es para el presente nomás. Aunque aparezca en los libros es del presente nomás.
El tío Rúben torneo la tapa de plomo, idearon el modo de sellarlo al vacío y pusieron una cinta argentina porque se sentían argentinos, un sentimiento impregnado de futuro.
El abuelo, la abuela, el mítico Dellatorre, los chicos, todos ahí. Embaucados. Creyendo que eso era la vida. Algo que uno hacía no sabía bien por qué pero lo hacía para todos.
El abuelo chupando de la pipa. Fuerte, para que la brasa no se apague. El tío respirando como de prepo, porque así hacía, igual que yo, cuando me concentro. Papá mirando el mundo con sus ojos ingenuos, esos ojos que luego escondería junto con el dolor. La abuela Lita, tan Cocó Chanel, como dijo Graciela años después. Mamá, tan jóven. Carlitos Bertazzo, cabeza rubia, y otros amigos cuyos nombres conocimos ya grandes.
Y fuimos a la cita. Los que estábamos a menos de diez mil kilómetros y de este lado de la vida.
Cecilia, Marcelo, Carlitos, yo. Y por suerte mamá.
Nos acompañó Alejandro porque aunque no estaba cuando se enterró el frasco el también recibió la invitación. Cuando pudo entender.
No nos dejaron leer el mensaje. No aprovecharon la emoción.
Pero en realidad el verdadero mensaje no estaba en el contenido del frasco.
El mensaje era la cita misma.
El mensaje que nos dejaron es hacernos comprender la capacidad que tienen las emociones humanas para crear un lazo tan fuerte que supera el tiempo y a la muerte.
Porque el amor, señores y señoritos, es un mensaje que se enfrasca, se escribe, se ata, se entrega, se fotografía, se hace patria, se hace pueblo y rostro y alma, se lee o no se lee, nos trasciende y es verdad, vence a la muerte que se deja vencer, porque hasta ella es parte de la vida.
Por eso el mensaje llegó, era la cita misma.
viernes, 26 de julio de 2013
La magia, la tía Ana y la teoría de la relatividad
El problema de la magia es
la relatividad.
La
relativa capacidad de ver.
La
relativa capacidad de hacer.
La
relativa capacidad de entender.
La
relativa capacidad de imaginar.
Por
eso cuando hacemos magia dependemos de entender hasta que punto es relativo
todo lo que nos rodea.
Magia.
La
maga más maga que conozco es la tía Ana.
Pero
como todo es relativo la gente no ve la magia que la tía pone en movimiento.
La
tía Ana por ejemplo puede hacer desaparecer su culo solo con no verlo.
-
No tengo culo dice la tía Ana. Y no lo debe tener porque no lo ve por más
que quiera.
La
tía Ana por ejemplo se convierte en la tía Andrea cuando lo considera
conveniente, o se queda sin hermanas porque las hermanas molestan cuando se van
lejos y hay que extrañarlas.
La
tía Ana dice que Andrea vive en Azul porque el Azul es más lindo que la idea de
una Bahía Blanca, y entonces Andrea vive en Azul y chau.
Todos podrían vivir
creyendo que así es porque en realidad, como todo es relativo, da lo mismo dónde viva la tía Andrea.
Ana convierte a las
servilletas usadas, a las bolsitas de nylon y a los pedacitos de cinta y de
cordel en tesoros inigualables que guarda primorosamente en cajas y cajitas.
Y no nos puede explicar el
valor enorme de sus tesoros escondidos y por eso los esconde cada vez más porque
los simples ojos de los simples mortales no entienden nunca lo que ven.
Ana viene y va guardando
hilos de colores y pulseras y collares.
Ana viene y va ordenando
platos y cubiertos y su magia transforma en orden el desorden porque lo que no
se ve no está, no existe, se ha ido.
Ana viene y va escondiendo
las fotos “de los vivos y de los mertos” porque lo que no está no existe y ya
no puede hacernos sufrir.
Así hace Ana su magia.
Ana
es muy mágica.
Tan
mágica es la tía Ana que basta con mirarla para saber que es mágica.
Basta con apoyar la cabeza
en su hombro inquieto y entonces, si estás muy triste, ella se queda quieta y
desaparecen todos los miedos y todas las incógnitas.
Es lo mismo
La filósofa saladillense, Anita Mirassou, sí que me ha enseñado mucho de la vida.
Ella me enseñó que "es lo mismo".
Le puso a mami el peine de la gata en el baño, y mamá se peinó con él toda una semana seguida. Y cuando descubrimos que mamá se peinaba con el peine de la gata Ana dijo
- Es lo mismo.
Y mamá dijo - Tiene razón, es lo mismo.
Gracias a Ana descubrí que el problema es que solamente para mí, no es lo mismo.
Pero, si para todos es lo mismo, entonces debe de ser lo mismo.
...Y es lo mismo.
Pasé años creyendo que no era lo mismo. Eso me trajo muchos conflictos en la vida.
Porque cuando uno ve una diferencia donde no la hay, entonces uno es simplemente un loco: Alguien que ve lo que no hay.
Desde que descubrí que Ana tenía razón, me repito a cada rato - Es lo mismo.
Entonces me aposento en la realidad y como es lo mismo, me quedo tranquila.
Pero es sólo por un rato.
Porque en el fondo de los fondos me resisto a creer que todo sea lo mismo.
Me resisto. Hasta que la vida me vuelve a sentar de culo y me vuelve a peinar con el peine del gato porque, me guste o no, parece que aunque no todo sea lo mismo al fin de cuentas todo da igual.
Ella me enseñó que "es lo mismo".
Le puso a mami el peine de la gata en el baño, y mamá se peinó con él toda una semana seguida. Y cuando descubrimos que mamá se peinaba con el peine de la gata Ana dijo
- Es lo mismo.
Y mamá dijo - Tiene razón, es lo mismo.
Gracias a Ana descubrí que el problema es que solamente para mí, no es lo mismo.
Pero, si para todos es lo mismo, entonces debe de ser lo mismo.
...Y es lo mismo.
Pasé años creyendo que no era lo mismo. Eso me trajo muchos conflictos en la vida.
Porque cuando uno ve una diferencia donde no la hay, entonces uno es simplemente un loco: Alguien que ve lo que no hay.
Desde que descubrí que Ana tenía razón, me repito a cada rato - Es lo mismo.
Entonces me aposento en la realidad y como es lo mismo, me quedo tranquila.
Pero es sólo por un rato.
Porque en el fondo de los fondos me resisto a creer que todo sea lo mismo.
Me resisto. Hasta que la vida me vuelve a sentar de culo y me vuelve a peinar con el peine del gato porque, me guste o no, parece que aunque no todo sea lo mismo al fin de cuentas todo da igual.
2do. rock de los Mateitos
Los mateitos son de terror
te muerden pinchan
causan dolor
Ellos te muerden
puro temor
pero te quieren sin condición
Ellos patean
y es por amor
Los Mateitos
si que dan pavor
Y si te quieren
te hacen saber
que sos querida sin entender
te muerden aman y te hacen bien
ellos no entienden
que hacen doler
Cuando ellos crezcan
ya no sabrán
clavarte un diente
sin rechistar
Sabrán quererte
sabrán jugar
pero morderte
ya nunca más
Los Mateitos
te dan terror
pero te quieren
sin condición
Esos Mateitos si que dan terror.
te muerden pinchan
causan dolor
Ellos te muerden
puro temor
pero te quieren sin condición
Ellos patean
y es por amor
Los Mateitos
si que dan pavor
Y si te quieren
te hacen saber
que sos querida sin entender
te muerden aman y te hacen bien
ellos no entienden
que hacen doler
Cuando ellos crezcan
ya no sabrán
clavarte un diente
sin rechistar
Sabrán quererte
sabrán jugar
pero morderte
ya nunca más
Los Mateitos
te dan terror
pero te quieren
sin condición
Esos Mateitos si que dan terror.
martes, 9 de julio de 2013
De la otra manera
Cuando esté de la otra manera dame un beso en la frente, dame un beso en la mano, dame un beso.
Cuando esté en otro lado, cuando no pueda verte, dame un beso en el aire, dame un beso.
Cuando digas mi nombre y no responda no te asustes.
Cuando diga tu nombre y mire para arriba, para abajo, para el aire o la tierra, no te asustes.
Cuando esté en otro lado, de la otra manera, o esté acá nomás, acodada en la mesa y no responda, no te asustes.
Voy a estar con nosotros aunque no parezca.
Cuando esté en otro lado, cuando no pueda verte, dame un beso en el aire, dame un beso.
Cuando digas mi nombre y no responda no te asustes.
Cuando diga tu nombre y mire para arriba, para abajo, para el aire o la tierra, no te asustes.
Cuando esté en otro lado, de la otra manera, o esté acá nomás, acodada en la mesa y no responda, no te asustes.
Voy a estar con nosotros aunque no parezca.
viernes, 26 de abril de 2013
Damas de noche
En la época que la tía era chiquita las Damas de Noche no eran las d r ag queens, sino las flores de la vereda de la abuela Elena.
La vereda de la abuela quedaba en Rawson, en medio de la pampa triguera que ahora es sojera y más adelante vaya a saber.
Frente a la vereda de la abuela quedaban las vías del ferrocarril, unas vías que se cruzaban y se volvían a cruzar, como si hubiera un mundo que transportar de aquí para allá.
Y un poco más allá había un puente que pasaba sobre las vías y que con el tiempo se empeño en quedarse en mis pesadillas, perdiendo escalones o haciéndose infinito.
Pero en aquella época el puente era mágico porque era distinto, era el puente que cruzaba sobre las vías del ferrocarril, que como un río discurrían por la pampa hacia el mar.
Las damas de noche eran de un rosa profundo, casi rojas, casi fuxias.
Yo salía a barrer la vereda de mi abuela prestándole un pequeño servicio innecesario y las damas de noche se iban abriendo a medida que el sol le cedía a las sombras el dominio de las baldosas amarillas.
Las semillas de las damas de noche vinieron conmigo hasta Bahía Blanca, viajando primero desde Rawson a Saladillo en un frasco de desodorante en barra Odorono y años después continuaron su tránsito hasta Bahía Blanca en un sobre blanco en el que mamá escribió con su letra de maestra que "Semillas de flores de la abuela".
Ahora crecen aquí, pero por esas cosas que nadie entiende de las flores fueron cambiando de color, primero rojas y blancas, luego amarillas.
Yo junto las semillas. No las pongo en un frasco de Odorono sino en una cajita de Hepatalgina. Es que el tío José siempre anda pegándose atracones y, además,siempre usa desodorante en aerosol.
Pero yo junto las semillas.
Y las desparramo por el mundo para que las damas de noche de la abuela Elena Curutchet Barcelona de Mirassou vayan poblando el mundo que yo habito y se abran cada tarde de verano, coquetas y amables, como solo pueden ser las damas.
La vereda de la abuela quedaba en Rawson, en medio de la pampa triguera que ahora es sojera y más adelante vaya a saber.
Frente a la vereda de la abuela quedaban las vías del ferrocarril, unas vías que se cruzaban y se volvían a cruzar, como si hubiera un mundo que transportar de aquí para allá.
Y un poco más allá había un puente que pasaba sobre las vías y que con el tiempo se empeño en quedarse en mis pesadillas, perdiendo escalones o haciéndose infinito.
Pero en aquella época el puente era mágico porque era distinto, era el puente que cruzaba sobre las vías del ferrocarril, que como un río discurrían por la pampa hacia el mar.
Las damas de noche eran de un rosa profundo, casi rojas, casi fuxias.
Yo salía a barrer la vereda de mi abuela prestándole un pequeño servicio innecesario y las damas de noche se iban abriendo a medida que el sol le cedía a las sombras el dominio de las baldosas amarillas.
Las semillas de las damas de noche vinieron conmigo hasta Bahía Blanca, viajando primero desde Rawson a Saladillo en un frasco de desodorante en barra Odorono y años después continuaron su tránsito hasta Bahía Blanca en un sobre blanco en el que mamá escribió con su letra de maestra que "Semillas de flores de la abuela".
Ahora crecen aquí, pero por esas cosas que nadie entiende de las flores fueron cambiando de color, primero rojas y blancas, luego amarillas.
Yo junto las semillas. No las pongo en un frasco de Odorono sino en una cajita de Hepatalgina. Es que el tío José siempre anda pegándose atracones y, además,siempre usa desodorante en aerosol.
Pero yo junto las semillas.
Y las desparramo por el mundo para que las damas de noche de la abuela Elena Curutchet Barcelona de Mirassou vayan poblando el mundo que yo habito y se abran cada tarde de verano, coquetas y amables, como solo pueden ser las damas.
Rock de los Mateitos
Ya sale el sol
Ya sale el sol
Para la tía ya sale el sol
Ya llega Juan
Mateo llegó
Para la tía ya salió el sol
Están acá
Están allá
Gritan patean
dale que va.
dale que va.
Yo los quisiera
Por siempre aquí
Pero no hay caso
se tienen que ir
Así es la vida
dijo mamá
Para los pobres
aquí o allá
Siempre querer
Siempre extrañar
Así es la vida
aquí o allá.
Con colaboración de la abuela que aportó el "dale que va"
Con colaboración de la abuela que aportó el "dale que va"
lunes, 15 de abril de 2013
El caso del hada enfurruñada
El 4 del mes 4 nacieron 2.
Juan María y Mateo José, justito en ese orden.
Mateo José tenía que nacer antes para ser el primer hijo de Mateo José, pero Juan, de puro atropellado, nació primero.
Y como el 4 del 4 nacieron 2 la tía Andrea dijo - Cuatro por cuatro dieciseis y dieciseis por dos treinta y dos. Y 32 hadas se apersonaron en el lugar del nacimiento a ofrecer sus dones, cosa que las hadas siempre ofrecen porque ese es el primer oficio de las hadas.
Llegó primero el hada de la música porque le habían dicho que el papá de los nenes era tan musical como un balero.
Y cantó una canción que se escuchó por todas partes, solo que la gente creyó que era la brisa soplando su flauta de primavera.
El hada de los colores se les enredó en el pelo y así salieron los dos un poco colorados.
El hada de los sueños felices les hizo sonreir mientras dormían y les les prometió en susurros que seguirían soñando bonito cada noche.
El hada de la luna-luna prometió iluminarles siempre el camino, aunque no anduvieran por las sendas del Tafí y si andaban por las sendas del Tafí también.
El hada de la risa atropellada se comprometió a regalarles siempre buenos chistes.
Así fueron pasando una por una, repartiendo luz, chistes, música y colores.
La tía Andrea se entrevistó con el hada de los juegos y le pidió que les diera el don de los deportes, más que nada considerando que nunca había ido a visitar a la familia.
Y todo estuvo muy bien.
El único problema es que nadie contó con la presencia del hada enfurruñada, que llegó rezongando muy dispuesta a hacerse notar.
Y se hizo notar nomás, insistiendo en repartir su habilidad para protestar en varios idiomas.
Así la tipa se arremangó y sentada en una butaca se concentró en organizar su cajita de dones, llena de dolores de panza y quejas. Buscó y rebuscó ente frasquitos y sobres y cajitas y finalmente seleccionó una gama de refunfuños ideales para niños y jóvenes.
Y ya con los ingredientes en la mano se paró sobre la butaca y con cara de concentrada dijo - Mis dones dejo, mis dones doy. Y páfate: justo pasó Vero, la mamá de los nenes.
Por eso, desde de que nacieron Juan y Mateo, su mamá se enfurruña de vez en cuando. Es que ligó por la cabeza una dosis doble de protestas razonables y no tanto.
Y es también por eso, por la torpeza del hada Enfurruñada, que Juan y Mateito andan por ahí, pura sonrisa, mientras hacen macana tras macana. Y su mamá, Verito, protesta de tanto en tanto aunque no sepa muy bien por qué.
Juan María y Mateo José, justito en ese orden.
Mateo José tenía que nacer antes para ser el primer hijo de Mateo José, pero Juan, de puro atropellado, nació primero.
Y como el 4 del 4 nacieron 2 la tía Andrea dijo - Cuatro por cuatro dieciseis y dieciseis por dos treinta y dos. Y 32 hadas se apersonaron en el lugar del nacimiento a ofrecer sus dones, cosa que las hadas siempre ofrecen porque ese es el primer oficio de las hadas.
Llegó primero el hada de la música porque le habían dicho que el papá de los nenes era tan musical como un balero.
Y cantó una canción que se escuchó por todas partes, solo que la gente creyó que era la brisa soplando su flauta de primavera.
El hada de los colores se les enredó en el pelo y así salieron los dos un poco colorados.
El hada de los sueños felices les hizo sonreir mientras dormían y les les prometió en susurros que seguirían soñando bonito cada noche.
El hada de la luna-luna prometió iluminarles siempre el camino, aunque no anduvieran por las sendas del Tafí y si andaban por las sendas del Tafí también.
El hada de la risa atropellada se comprometió a regalarles siempre buenos chistes.
Así fueron pasando una por una, repartiendo luz, chistes, música y colores.
La tía Andrea se entrevistó con el hada de los juegos y le pidió que les diera el don de los deportes, más que nada considerando que nunca había ido a visitar a la familia.
Y todo estuvo muy bien.
El único problema es que nadie contó con la presencia del hada enfurruñada, que llegó rezongando muy dispuesta a hacerse notar.
Y se hizo notar nomás, insistiendo en repartir su habilidad para protestar en varios idiomas.
Así la tipa se arremangó y sentada en una butaca se concentró en organizar su cajita de dones, llena de dolores de panza y quejas. Buscó y rebuscó ente frasquitos y sobres y cajitas y finalmente seleccionó una gama de refunfuños ideales para niños y jóvenes.
Y ya con los ingredientes en la mano se paró sobre la butaca y con cara de concentrada dijo - Mis dones dejo, mis dones doy. Y páfate: justo pasó Vero, la mamá de los nenes.
Por eso, desde de que nacieron Juan y Mateo, su mamá se enfurruña de vez en cuando. Es que ligó por la cabeza una dosis doble de protestas razonables y no tanto.
Y es también por eso, por la torpeza del hada Enfurruñada, que Juan y Mateito andan por ahí, pura sonrisa, mientras hacen macana tras macana. Y su mamá, Verito, protesta de tanto en tanto aunque no sepa muy bien por qué.
jueves, 11 de abril de 2013
Eutanasia, cuento para los que tengan 89
El creía que se trataba de eutanasia.
Por eso anduvo buscando la manera de morirse para evitar el dolor de esa enfermedad tan puta, tan dolorosa, tan persistente.
Pensaba que si para un cáncer se creía que era bueno morirse por propia voluntad, lo mismo valía para su dolor, ese dolor del alma.
Desde chiquito se le había pegado esa idea de que la muerte era la solución para todos los problemas.
Y de grande se le metió en la cabeza como idea persistente.
Las multas y los impuestos se evaporaban con la muerte. Con la muerte desaparecían los infundios y las calumnias.
Las verguenzas se morían con la muerte.
"Dejó de sufrir" decían las buenas gentes.
Y de chico también le habían dicho que en la otra vida, la que venía después de la vida, la de Dios, se haría justicia.
Y aunque no estaba muy seguro, su yo infantil, su luminoso yo de niño, estaba secretamente convencido de que después de la muerte los buenos y los justos serían felices.
Así es que un día se fue. Se puso una bala en el pecho y se fue.
Un modo de dejar de sufrir un dolor que sólo el sueño calma.
Yo no se si donde fue habrá un Dios glorioso repartiendo justicia.
Yo no se si donde fue estarán su papá y su mamá para darle abrazos y consuelo.
Yo no se si estará durmiendo y soñando lindo.
Sólo se que dejó de sufrir, como dicen las buenas gentes.
Solo sé que hay dolores tan fuertes, tan fuertes, tan fuertes, que al fin el alma se quiebra y abandona.
Pensando en Dante Mengoni, que en el 2012 no toleró más su dolor. Y con la esperanza infantil de que esté bien.
Pensaba que si para un cáncer se creía que era bueno morirse por propia voluntad, lo mismo valía para su dolor, ese dolor del alma.
Desde chiquito se le había pegado esa idea de que la muerte era la solución para todos los problemas.
Y de grande se le metió en la cabeza como idea persistente.
Las multas y los impuestos se evaporaban con la muerte. Con la muerte desaparecían los infundios y las calumnias.
Las verguenzas se morían con la muerte.
"Dejó de sufrir" decían las buenas gentes.
Y de chico también le habían dicho que en la otra vida, la que venía después de la vida, la de Dios, se haría justicia.
Y aunque no estaba muy seguro, su yo infantil, su luminoso yo de niño, estaba secretamente convencido de que después de la muerte los buenos y los justos serían felices.
Así es que un día se fue. Se puso una bala en el pecho y se fue.
Un modo de dejar de sufrir un dolor que sólo el sueño calma.
Yo no se si donde fue habrá un Dios glorioso repartiendo justicia.
Yo no se si donde fue estarán su papá y su mamá para darle abrazos y consuelo.
Yo no se si estará durmiendo y soñando lindo.
Sólo se que dejó de sufrir, como dicen las buenas gentes.
Solo sé que hay dolores tan fuertes, tan fuertes, tan fuertes, que al fin el alma se quiebra y abandona.
Pensando en Dante Mengoni, que en el 2012 no toleró más su dolor. Y con la esperanza infantil de que esté bien.
Crinuditos
- Crinuditos me salieron los sobrinos - dije. Y no le erré.
Juan tenía unos pelos exagerados que ya le abanicaban los omóplatos, y Mateo andaba haciendo guiños, esquivando un flequillo rubio y lacio como la lluvia.
Un día, como sin querer, le hice a Juan un chuflo con los pelos largos que le caían en la frente, y así anduvo todo el día, orondísimo, medio cristiano y medio indio, saltándonos encima y haciéndose el simpático.
Para Mateo, quise inventar una trenza de vikingo, pero no pude agarrarlo el tiempo suficiente, se me escapaba.
Ahora están por el norte, por su tierra caliente.
Yo los pispeo por internet y los veo crecer sin tregua.
A veces tengo que revisar fotos antiguas para acordarme de que fueron unos bebés redonditos y sonrientes.
Ahora, son dos muchachitos en miniatura que de la mamadera ni se acuerdan.
Cuando queramos acordar, tendrán 18 y ni nos mirarán por la pantalla.
Tal vez sigan crinudos. Es probable. Pelos tienen de sobra.
Yo quiero simplemente que cuando tengan 18 yo pueda verlos y acordarme de este momento, en que de puro crinuditos, le gente le dice a su mamá, mi hermana - ¡Qué lindas nenas tiene!
11/4/2013. Felicidad.
Juan tenía unos pelos exagerados que ya le abanicaban los omóplatos, y Mateo andaba haciendo guiños, esquivando un flequillo rubio y lacio como la lluvia.
Un día, como sin querer, le hice a Juan un chuflo con los pelos largos que le caían en la frente, y así anduvo todo el día, orondísimo, medio cristiano y medio indio, saltándonos encima y haciéndose el simpático.
Para Mateo, quise inventar una trenza de vikingo, pero no pude agarrarlo el tiempo suficiente, se me escapaba.
Ahora están por el norte, por su tierra caliente.
Yo los pispeo por internet y los veo crecer sin tregua.
A veces tengo que revisar fotos antiguas para acordarme de que fueron unos bebés redonditos y sonrientes.
Ahora, son dos muchachitos en miniatura que de la mamadera ni se acuerdan.
Cuando queramos acordar, tendrán 18 y ni nos mirarán por la pantalla.
Tal vez sigan crinudos. Es probable. Pelos tienen de sobra.
Yo quiero simplemente que cuando tengan 18 yo pueda verlos y acordarme de este momento, en que de puro crinuditos, le gente le dice a su mamá, mi hermana - ¡Qué lindas nenas tiene!
11/4/2013. Felicidad.
sábado, 2 de marzo de 2013
Una de indios y brujitos
Cuando tenía siete la abuela nos hizo una carpa.
No se si nos habrá querido tratar de indios sublevados o si fue una idea para mantenernos a todos amontonados jugando a Toro Sentado.
La armamos arriba de un montón de arena que había sobrado de la construcción de la pileta.
Graciela hizo en la entrada de la carpa un busto de Sarmiento. No me acuerdo si quiso de entrada que fuera de Sarmiento o la escultura empezó siendo el abuelo Pedro y cuando no le salieron los anteojos la acomodó para el lado del homenaje al maestro. Para mi que fue así, casi seguro.
Me acuerdo que pasábamos media tarde en el agua y la otra mitad cocinándonos adentro de la carpa que, eso sí, habíamos colocado estratégicamente abajo de un sauce.
Y como buenos pánfilos cada verano muchos años después seguíamos armando la carpa abajo del sauce, aunque el montón de arena hubiese desaparecido y Graciela ya no estuviera allí para hacer el busto de Sarmiento.
Y la carpa fue el mejor lugar para jugar por un buen tiempo, pero ese primer verano fue aquel en que dejamos a los más chiquitos en la carpa y desaparecieron.
Me acuerdo que fue una tarde de calor calor, de esas tardes en que el aire se va calentando por capas y bailotea adelante de los ojos dibujando espejismos en las calles de tierra.
Habíamos estado en la pileta jugando a juntar hojas de sauce, juego inventado por los grandes para que limpiáramos la pileta.
Hacíamos piloncitos en el borde y ganaba el que juntaba más. Otra muestra de lo pánfilos que éramos.
Cuando salimos amontonamos a los tres indios chicos dentro de la carpa, en parte para que no molestaran y en parte para que durmieran la siesta a la sombra.
Nosotras, muy señoritas, nos pusimos a tomar sol despatarradas en las reposeras. Marcelo se habrá quedado por ahí, haciendo alguna de esas cosas que a los chicos les gusta hacer.
No sospechamos nada del silencio que había en la carpa. Tal vez porque era un placer que los tres alborotadores estuvieran callados por un rato. Ana y Vero hinchaban un poco pero por aquellos días Alejandro era más incómodo que un puercoespín, en especial porque se le había dado por andar escupiendo a diestra y siniestra.
Debimos haber sospechado.
Cuando la tía llamó a Alejandro para tomar el Nesquick fuimos a buscarlos.
Y no los encontramos. La carpa estaba vacía.
La tía empezó a gritar y uno por uno nos metimos en la carpa para revisar los rincones, que como se sabe, en una carpa de indios son muy limitados.
Pero parece que era una obligación entrar y ratificar que no estaban.
Así desfilamos todos. La tía, mamá, el tío, Graciela, Marcelo, Cecilia y yo. Y papá y el abuelo y la abuela por supuesto. Claudia no entró porque declaró que estaba muy ocupada leyendo.
Lógicamente los desaparecidos por arte de magia no aparecieron. Tal vez es que no sabíamos que contramagia aplicar.
Parece que llamarlos a los gritos no funcionaba.
Llamar a la policía era un poco ridículo porque los muy tres habían desaparecido allí nomás adelante de nuestras narices, como quien dice.
Mamá lloraba sentada en una reposera, con las lágrimas resbalando por las mejillas y corriendo por debajo de los anteojos que insistían en correr también para abajo, como las lágrimas.
Es que mamá sabía de esas magias que se llevaban a los niños a mundos distintos y lejanos, a veces casi inalcanzables.
Papá le decía que no fuera pavota, que no podía ser que se los hubiera tragado la tierra, y entonces mamá lloraba más.
Y ahí nomás el abuelo trajo una pala y se puso a hacer un pozo adentro de la carpa.
Pero al poco de cavar resultó evidente que por el lado de los túneles no andaba el misterio. Allí no había nada.
- Bueno, nada que hacer - dijo el tío- mejor nos quedamos tranquilos y a esperar, ya van a aparecer.
Papá dijo - Bueno, a otra cosa mariposa...- y dio media vuelta, y salió, apuradón, como siempre hacía él.
Y todos nos quedamos mirándolo, porque salió para el lado de la parrilla a acomodar la leña y el carbón
- Este hombre es un poco bruto - dijo mami - desaparecen los tres nenes y él se pone a cocinar lo más campante.
Y así, mientras nosotros, los chicos, revisábamos el trigal, íbamos al almacén de la esquina y recorríamos los perales mirando para arriba, papá se limitaba a acomodar el asado y los chorizos sobre la parrilla.
Los grandes fueron en auto por los caminos de alrededor y hasta el pueblo, por las dudas. Y papá bajaba la parrilla acercándola a las brasas.
Se hicieron las tantas de la tarde y llegó la nochecita para quedarse.
Y ahí estábamos todos, cansados de buscar, pero entrando y saliendo de la carpa todavía, cuando desde la parrilla empezó a salir un olor a asado que te la voglio dire.
Ese olorcito inigualable de domingo, de bienestar, de buenas épocas.
Papá acomodaba los panes para tostarlos un poquito y ahí estábamos todos mirando la parrilla con un poco de cargo de conciencia.
Los tres monstruitos desaparecidos y no podíamos despegar los ojos de los chorizos mientras se nos hacía agua la boca, medio atormentados por nuestra espantosa humanidad.
...Y así estaba la cosa cuando escuchamos un griterío en la carpa, un bochinche como de gatos en una bolsa...y aparecieron los tres.
Muy orondos.
Verónica salió la primera, trayendo a Ana de la mano, que nos miró encantada. Al final salió Alejandro todo alborotado.
Venían los tres olisqueando el aire como tres cachorros.
- Yo dije que iban a aparecer - dijo papá - muy orgulloso de su contramagia.
Alejandro exigió un choripán, y mientras las mamás no sabían si abrazar o darle un chirlo a sus cachorros, el abuelo agarró una varilla de sauce y les dió en las patitas a Vero y Alejandro por andar haciendo magia por ahí.
Ana se salvó porque siempre se salvaba, pero cuando esa noche mamá me hizo bañarla yo no le pude sacar, por más esponja y jabón que usé, una especie de pátina dorada que se le había pegado por todas partes, señal indudable de que había sido participe necesaria de la brujería.
No se si nos habrá querido tratar de indios sublevados o si fue una idea para mantenernos a todos amontonados jugando a Toro Sentado.
La armamos arriba de un montón de arena que había sobrado de la construcción de la pileta.
Graciela hizo en la entrada de la carpa un busto de Sarmiento. No me acuerdo si quiso de entrada que fuera de Sarmiento o la escultura empezó siendo el abuelo Pedro y cuando no le salieron los anteojos la acomodó para el lado del homenaje al maestro. Para mi que fue así, casi seguro.
Me acuerdo que pasábamos media tarde en el agua y la otra mitad cocinándonos adentro de la carpa que, eso sí, habíamos colocado estratégicamente abajo de un sauce.
Y como buenos pánfilos cada verano muchos años después seguíamos armando la carpa abajo del sauce, aunque el montón de arena hubiese desaparecido y Graciela ya no estuviera allí para hacer el busto de Sarmiento.
Y la carpa fue el mejor lugar para jugar por un buen tiempo, pero ese primer verano fue aquel en que dejamos a los más chiquitos en la carpa y desaparecieron.
Me acuerdo que fue una tarde de calor calor, de esas tardes en que el aire se va calentando por capas y bailotea adelante de los ojos dibujando espejismos en las calles de tierra.
Habíamos estado en la pileta jugando a juntar hojas de sauce, juego inventado por los grandes para que limpiáramos la pileta.
Hacíamos piloncitos en el borde y ganaba el que juntaba más. Otra muestra de lo pánfilos que éramos.
Cuando salimos amontonamos a los tres indios chicos dentro de la carpa, en parte para que no molestaran y en parte para que durmieran la siesta a la sombra.
Nosotras, muy señoritas, nos pusimos a tomar sol despatarradas en las reposeras. Marcelo se habrá quedado por ahí, haciendo alguna de esas cosas que a los chicos les gusta hacer.
No sospechamos nada del silencio que había en la carpa. Tal vez porque era un placer que los tres alborotadores estuvieran callados por un rato. Ana y Vero hinchaban un poco pero por aquellos días Alejandro era más incómodo que un puercoespín, en especial porque se le había dado por andar escupiendo a diestra y siniestra.
Debimos haber sospechado.
Cuando la tía llamó a Alejandro para tomar el Nesquick fuimos a buscarlos.
Y no los encontramos. La carpa estaba vacía.
La tía empezó a gritar y uno por uno nos metimos en la carpa para revisar los rincones, que como se sabe, en una carpa de indios son muy limitados.
Pero parece que era una obligación entrar y ratificar que no estaban.
Así desfilamos todos. La tía, mamá, el tío, Graciela, Marcelo, Cecilia y yo. Y papá y el abuelo y la abuela por supuesto. Claudia no entró porque declaró que estaba muy ocupada leyendo.
Lógicamente los desaparecidos por arte de magia no aparecieron. Tal vez es que no sabíamos que contramagia aplicar.
Parece que llamarlos a los gritos no funcionaba.
Llamar a la policía era un poco ridículo porque los muy tres habían desaparecido allí nomás adelante de nuestras narices, como quien dice.
Mamá lloraba sentada en una reposera, con las lágrimas resbalando por las mejillas y corriendo por debajo de los anteojos que insistían en correr también para abajo, como las lágrimas.
Es que mamá sabía de esas magias que se llevaban a los niños a mundos distintos y lejanos, a veces casi inalcanzables.
Papá le decía que no fuera pavota, que no podía ser que se los hubiera tragado la tierra, y entonces mamá lloraba más.
Y ahí nomás el abuelo trajo una pala y se puso a hacer un pozo adentro de la carpa.
Pero al poco de cavar resultó evidente que por el lado de los túneles no andaba el misterio. Allí no había nada.
- Bueno, nada que hacer - dijo el tío- mejor nos quedamos tranquilos y a esperar, ya van a aparecer.
Papá dijo - Bueno, a otra cosa mariposa...- y dio media vuelta, y salió, apuradón, como siempre hacía él.
Y todos nos quedamos mirándolo, porque salió para el lado de la parrilla a acomodar la leña y el carbón
- Este hombre es un poco bruto - dijo mami - desaparecen los tres nenes y él se pone a cocinar lo más campante.
Y así, mientras nosotros, los chicos, revisábamos el trigal, íbamos al almacén de la esquina y recorríamos los perales mirando para arriba, papá se limitaba a acomodar el asado y los chorizos sobre la parrilla.
Los grandes fueron en auto por los caminos de alrededor y hasta el pueblo, por las dudas. Y papá bajaba la parrilla acercándola a las brasas.
Se hicieron las tantas de la tarde y llegó la nochecita para quedarse.
Y ahí estábamos todos, cansados de buscar, pero entrando y saliendo de la carpa todavía, cuando desde la parrilla empezó a salir un olor a asado que te la voglio dire.
Ese olorcito inigualable de domingo, de bienestar, de buenas épocas.
Papá acomodaba los panes para tostarlos un poquito y ahí estábamos todos mirando la parrilla con un poco de cargo de conciencia.
Los tres monstruitos desaparecidos y no podíamos despegar los ojos de los chorizos mientras se nos hacía agua la boca, medio atormentados por nuestra espantosa humanidad.
...Y así estaba la cosa cuando escuchamos un griterío en la carpa, un bochinche como de gatos en una bolsa...y aparecieron los tres.
Muy orondos.
Verónica salió la primera, trayendo a Ana de la mano, que nos miró encantada. Al final salió Alejandro todo alborotado.
Venían los tres olisqueando el aire como tres cachorros.
- Yo dije que iban a aparecer - dijo papá - muy orgulloso de su contramagia.
Alejandro exigió un choripán, y mientras las mamás no sabían si abrazar o darle un chirlo a sus cachorros, el abuelo agarró una varilla de sauce y les dió en las patitas a Vero y Alejandro por andar haciendo magia por ahí.
Ana se salvó porque siempre se salvaba, pero cuando esa noche mamá me hizo bañarla yo no le pude sacar, por más esponja y jabón que usé, una especie de pátina dorada que se le había pegado por todas partes, señal indudable de que había sido participe necesaria de la brujería.
Cocorito y Raculín
Cocorito andaba alborotado. Se había puesto Cocorito en forma desde que había aprendido a caminar en dos patas
Y a Raculín se le había dado por andar mordiendo cualquier parte blanda, hasta el extremo que un día en que papá Mateo se distrajo mirando una película no se le ocurrió mejor cosa que morderle la más blanda de las partes.
Papá Mateo le hubiera dado un buen chirlo si no fuera porque el pobre Raculín ni enterado estaba de la incorrección que implicaba andar mordiendo a papá en donde más le dolía. Justo cuando iba a ligarla Raculín le sonrió a papá mostrándola los únicos dos dientes y el pobre padre tuvo que que quedarse con las ganas.
Lo bueno es que papá a partir de aquel día aprendió a mirar televisión con un solo ojo, advertido definitivamente del riesgo de ser padre de dos.
Mamá para la época en que Uñaqui se puso Cocorito ya se había dado cuenta de que pasaría los próximos cinco años cagando aceite, expresión que significa justa y literalmente andar cagando aceite.
Es que Uñaqui, re cocorito él, no paraba de hacer macanas, tales como abrir cajones y exhibir su contenido como un mercachifle en miniatura, meta sacar y poner, bajar y subir todo lo que quedaba a su alcance.
Raculín en cambio optaba por aparecer silenciosamente en la cocina atacando de espaldas a la mamá para clavarle los dos dientes. Y considerando la altura de Raculín por esos días la espalda de mamá quedaba a la altura de la rodilla, ahí donde la piel blandita le juega de fuelle a la articulación.
Demás está decir que la pobre Vero en en más de una ocasión anduvo a las reculadas, y si no fuera porque era muy consciente de que los dos vástagos andaban explorando por todas partes, seguramente hubiera tirado por los aires la olla en la que estaba preparando uno fideos "alla te voglio dire".
De un día para otro Vero decidió que debía tomar medidas.
Juancito quería martillar el piso con la cabeza y Mateotín le clavaba el diente hasta a los vecinos.
Cocorito y Raculín no paraban de hacer desastres.
Así que Vero decidió preparar un embrujo hecho de leche dulce y de buenas intenciones.
El embrujo se lo pensaba preparar en mamadera y ya tenía todo listo para una porcioncita casi de nada, que los tuviera un poco quietos a los dos mientras hacía la comida.
Estuvo toda la tarde meta revuelve la leche y el azúcar, como quien va a preparar dulce de leche.
Solamente agregaba el ingrediente de las buenas intenciones, dale que va, que hoy hacemos algo bueno por el vecino, que mañana le alcanzamos a papá el control remoto, que no mordemos más a mamá en la rodilla, que la saludamos a la abuela Ethel cuando se asoma por la compu, que no damos golpes de cabeza contra el piso, que no mordemos los barrales de la cuna, que le llevamos a papá los zapatos y que no nos metemos entre los pies de mamá cuando nos trae la leche y no nos ponemos en el camino del señor que limpia la pileta.
Y ya está. Listo el potaje.
Ahora a la heladera y antes de servir sólo falta mandarle un besito desde lejos para no contaminarlo.
Pero llegó la tía Pili.
Y se sabe que a la tía Pili le encantan los dulces.
Abrió la heladera y allí encontró esa especie de crema dulce y tentadora.
Y se pegó un atracón.
Y desde ese día la tía Pili no puede decir que no cuando Cocorito y Raculín le piden algo.
Hasta le pidieron que se subiera a un árbol y después tuvieron que venir los bomberos a bajarla.
Después se le dió, a la tía Pili, a los nenes no, por andar comprando regalitos.
Suerte que vino Navidad y a Mateo papá se le ocurrió comprarle un bolsote colorado, cosa que eso de andar repartiendo regalos sin ton ni son no pareciera cosa de locos.
Y lo peor del embrujo de buenas intenciones es que en sobredosis causa unos efectos secundarios de lo más aburridos. Y a la tía Pili se le puso entre ceja y ceja que tenía que andar repartiendo consejos a todos.
Y no había quien se salvara de un buen consejo administrado en el momento más inoportuno.
Para contrarestar la sobredosis Ve intentó preparar un contraembrujo y lo mezcló con cerveza negra para que fuera bien amargo.
Pero el atracón había sido de proporciones siderales y si bien le acomodó la cuestión de los consejos y le aminoró la manía de comprar regalos para cualquiera, todavía sigue consintiendo a Cocorito y Raculín. Y los muy dos se aprovechan malamente y justo hoy le pidieron que los llevara de paseo en caballito por el parque.
Y a Raculín se le había dado por andar mordiendo cualquier parte blanda, hasta el extremo que un día en que papá Mateo se distrajo mirando una película no se le ocurrió mejor cosa que morderle la más blanda de las partes.
Papá Mateo le hubiera dado un buen chirlo si no fuera porque el pobre Raculín ni enterado estaba de la incorrección que implicaba andar mordiendo a papá en donde más le dolía. Justo cuando iba a ligarla Raculín le sonrió a papá mostrándola los únicos dos dientes y el pobre padre tuvo que que quedarse con las ganas.
Lo bueno es que papá a partir de aquel día aprendió a mirar televisión con un solo ojo, advertido definitivamente del riesgo de ser padre de dos.
Mamá para la época en que Uñaqui se puso Cocorito ya se había dado cuenta de que pasaría los próximos cinco años cagando aceite, expresión que significa justa y literalmente andar cagando aceite.
Es que Uñaqui, re cocorito él, no paraba de hacer macanas, tales como abrir cajones y exhibir su contenido como un mercachifle en miniatura, meta sacar y poner, bajar y subir todo lo que quedaba a su alcance.
Raculín en cambio optaba por aparecer silenciosamente en la cocina atacando de espaldas a la mamá para clavarle los dos dientes. Y considerando la altura de Raculín por esos días la espalda de mamá quedaba a la altura de la rodilla, ahí donde la piel blandita le juega de fuelle a la articulación.
Demás está decir que la pobre Vero en en más de una ocasión anduvo a las reculadas, y si no fuera porque era muy consciente de que los dos vástagos andaban explorando por todas partes, seguramente hubiera tirado por los aires la olla en la que estaba preparando uno fideos "alla te voglio dire".
De un día para otro Vero decidió que debía tomar medidas.
Juancito quería martillar el piso con la cabeza y Mateotín le clavaba el diente hasta a los vecinos.
Cocorito y Raculín no paraban de hacer desastres.
Así que Vero decidió preparar un embrujo hecho de leche dulce y de buenas intenciones.
El embrujo se lo pensaba preparar en mamadera y ya tenía todo listo para una porcioncita casi de nada, que los tuviera un poco quietos a los dos mientras hacía la comida.
Estuvo toda la tarde meta revuelve la leche y el azúcar, como quien va a preparar dulce de leche.
Solamente agregaba el ingrediente de las buenas intenciones, dale que va, que hoy hacemos algo bueno por el vecino, que mañana le alcanzamos a papá el control remoto, que no mordemos más a mamá en la rodilla, que la saludamos a la abuela Ethel cuando se asoma por la compu, que no damos golpes de cabeza contra el piso, que no mordemos los barrales de la cuna, que le llevamos a papá los zapatos y que no nos metemos entre los pies de mamá cuando nos trae la leche y no nos ponemos en el camino del señor que limpia la pileta.
Y ya está. Listo el potaje.
Ahora a la heladera y antes de servir sólo falta mandarle un besito desde lejos para no contaminarlo.
Pero llegó la tía Pili.
Y se sabe que a la tía Pili le encantan los dulces.
Abrió la heladera y allí encontró esa especie de crema dulce y tentadora.
Y se pegó un atracón.
Y desde ese día la tía Pili no puede decir que no cuando Cocorito y Raculín le piden algo.
Hasta le pidieron que se subiera a un árbol y después tuvieron que venir los bomberos a bajarla.
Después se le dió, a la tía Pili, a los nenes no, por andar comprando regalitos.
Suerte que vino Navidad y a Mateo papá se le ocurrió comprarle un bolsote colorado, cosa que eso de andar repartiendo regalos sin ton ni son no pareciera cosa de locos.
Y lo peor del embrujo de buenas intenciones es que en sobredosis causa unos efectos secundarios de lo más aburridos. Y a la tía Pili se le puso entre ceja y ceja que tenía que andar repartiendo consejos a todos.
Y no había quien se salvara de un buen consejo administrado en el momento más inoportuno.
Para contrarestar la sobredosis Ve intentó preparar un contraembrujo y lo mezcló con cerveza negra para que fuera bien amargo.
Pero el atracón había sido de proporciones siderales y si bien le acomodó la cuestión de los consejos y le aminoró la manía de comprar regalos para cualquiera, todavía sigue consintiendo a Cocorito y Raculín. Y los muy dos se aprovechan malamente y justo hoy le pidieron que los llevara de paseo en caballito por el parque.
domingo, 24 de febrero de 2013
Ni pedazo de atún
Esta es la historia de una merluza de lo más sencillita.
Porque si hay un pescado sencillito ese es la merluza y en el caso de la merluza de este cuento la sencillez ya era cosa superlativa, casi una exageración y por un pelo no más, se salvaba de ser extravagancia.
Lo de la sencillez le venía a la pobre de la niñez misma.
Los padres habían sido socialistas de los de antes, y el abuelo materno músico de orquesta típica. El otro había sido carpintero y republicano, que entre los españoles era algo así como un socialista machacado, igual que los ajíes .......
Con semejante prosapia (prosapia quiere decir .....) a la pobre no le había quedado otra que volverse sencilla, porque el escenario quedaba chico para tanto actor destacado.
Cuando fue a la escuela la sentaron en el primer banco y allí se quedó, porque era muy miope la pobre.
La maestra era una anchoita que daba pena de flaca y siempre le decía "vos que sos grandota esto o aquello" y a la pobre le quedó el sobrenombre de gorda para toda la vida.
Y la gorda siguió así año tras año, haciendo todas las cosas que las pobres anchoitas no podían o no tenían ganas de hacer en materia de acarreos y trabajos duros.
Así que andaba la pobre de acá para allá, levantándose los anteojos, porque se sabe que la merluza es de poca nariz y medio resbalosa.
Cuando llegó a grande fue a la Universidad de las merluzas, donde se adquieren conocimientos de orden universal.
Y se sabe que el universo de las merluzas es 90 % el mar y costa, así que ella siguió una carrera acorde con su época y más rápido ligero se recibió de organizadora de cardúmenes, una de las carreras con más demanda y más aburridas del mundo.
Siempre lo que es necesario suele ser aburrido, le dijo la mamá, y ella se resignó porque era sencilla hasta para las frustraciones.
Andaba ahí, contando filas de atunes, organizando entradas y salidas de chipirones y corrigiendo las columnas de sardinas, cuando se dio cuenta por milésima y un vez que no servía para esas cosas.
Es que tenía que hacer las cuentas una y otra vez porque en una de esas se ponía a pensar en lo bonito que se veía el ondulante baile de las sardinas y páfate, todas las cuentas le salían para la mona.
El problema es que si no hacía lo que hacía no sabía que cosa hacer.
No había muchas cosas que pudiera hacer una merluza de determinada edad, preparada para el conteo y organización de cardúmenes, sin más talento conocido que el de hacer las cuentas aunque tuviera que sumar escribiendo a toda velocidad en la arena movediza del fondo del mar.
Pensó incluso en dejarse estar, en quedarse sin trabajo y sin ingresos, buscando un coral tranquilo donde refugiarse, comiendo de las sobras de los tiburones vegetarianos.
Continuará...
Porque si hay un pescado sencillito ese es la merluza y en el caso de la merluza de este cuento la sencillez ya era cosa superlativa, casi una exageración y por un pelo no más, se salvaba de ser extravagancia.
Lo de la sencillez le venía a la pobre de la niñez misma.
Los padres habían sido socialistas de los de antes, y el abuelo materno músico de orquesta típica. El otro había sido carpintero y republicano, que entre los españoles era algo así como un socialista machacado, igual que los ajíes .......
Con semejante prosapia (prosapia quiere decir .....) a la pobre no le había quedado otra que volverse sencilla, porque el escenario quedaba chico para tanto actor destacado.
Cuando fue a la escuela la sentaron en el primer banco y allí se quedó, porque era muy miope la pobre.
La maestra era una anchoita que daba pena de flaca y siempre le decía "vos que sos grandota esto o aquello" y a la pobre le quedó el sobrenombre de gorda para toda la vida.
Y la gorda siguió así año tras año, haciendo todas las cosas que las pobres anchoitas no podían o no tenían ganas de hacer en materia de acarreos y trabajos duros.
Así que andaba la pobre de acá para allá, levantándose los anteojos, porque se sabe que la merluza es de poca nariz y medio resbalosa.
Cuando llegó a grande fue a la Universidad de las merluzas, donde se adquieren conocimientos de orden universal.
Y se sabe que el universo de las merluzas es 90 % el mar y costa, así que ella siguió una carrera acorde con su época y más rápido ligero se recibió de organizadora de cardúmenes, una de las carreras con más demanda y más aburridas del mundo.
Siempre lo que es necesario suele ser aburrido, le dijo la mamá, y ella se resignó porque era sencilla hasta para las frustraciones.
Andaba ahí, contando filas de atunes, organizando entradas y salidas de chipirones y corrigiendo las columnas de sardinas, cuando se dio cuenta por milésima y un vez que no servía para esas cosas.
Es que tenía que hacer las cuentas una y otra vez porque en una de esas se ponía a pensar en lo bonito que se veía el ondulante baile de las sardinas y páfate, todas las cuentas le salían para la mona.
El problema es que si no hacía lo que hacía no sabía que cosa hacer.
No había muchas cosas que pudiera hacer una merluza de determinada edad, preparada para el conteo y organización de cardúmenes, sin más talento conocido que el de hacer las cuentas aunque tuviera que sumar escribiendo a toda velocidad en la arena movediza del fondo del mar.
Pensó incluso en dejarse estar, en quedarse sin trabajo y sin ingresos, buscando un coral tranquilo donde refugiarse, comiendo de las sobras de los tiburones vegetarianos.
Continuará...
miércoles, 16 de enero de 2013
Vacaciones, profesías y exorcismos
La Navidad del 2012 y el Año Nuevo del 2013 fueron las vacaciones más vacaciones de las que tenga memoria.
Nada de andar paveando por una playa u ordenando cajones en casa.
Vacaciones de la vida nos tomamos.
Vinieron los sotretitas de México con padres incluidos y pasamos unos días en el patio y recontra lejos de amarguras y problemas.
Ah México! Qué suerte que tenés que las patitas de mis sobrinos te recorran.
Tres veces intenté pensar en treinta días y no me salió. Por eso me limité a andar de acá para allá como un derviche gordo, con Uñaqui colgado de un brazo y los ojos puestos de refilón en Mateotín, que me daba bien poca bola.
Eso sí me mandé algunas profesías como para despuntar el vicio y para exorcizar desgracias nomás.
Claro que es complicado que la gente entienda esto de las cosas que anunciás para que no ocurran, como por ejemplo empachos por atracón de huevo duro.
Uno dice que pasará tal cosa para que el otro, el que está enfrente, de puro caprichoso nomás, ponga la fuerza de la contradicción en marcha y te arruine el vaticinio. Así uno termina feliz, con una profesía de desgracia totalmente arruinada, pero contento como un zapato.
Vacaciones.
Vacaciones de la vida de uno, eso es lo que hace falta de tanto en tanto.
Pero al final se terminaron y aquí estamos.
Profetizando y exorcizando desde Bahía Blanca, donde nunca se pone la tristeza. Pobre Bahía. Como si ella tuviera la culpa de que uno recalara aquí más vacío que un botellon lleno de nada.
La cuestión es que uno mira por internet a los Mateines y piensa, suerte para vos, México, que los tenés, en patas y a los gritos.
Nada de andar paveando por una playa u ordenando cajones en casa.
Vacaciones de la vida nos tomamos.
Vinieron los sotretitas de México con padres incluidos y pasamos unos días en el patio y recontra lejos de amarguras y problemas.
Ah México! Qué suerte que tenés que las patitas de mis sobrinos te recorran.
Tres veces intenté pensar en treinta días y no me salió. Por eso me limité a andar de acá para allá como un derviche gordo, con Uñaqui colgado de un brazo y los ojos puestos de refilón en Mateotín, que me daba bien poca bola.
Eso sí me mandé algunas profesías como para despuntar el vicio y para exorcizar desgracias nomás.
Claro que es complicado que la gente entienda esto de las cosas que anunciás para que no ocurran, como por ejemplo empachos por atracón de huevo duro.
Uno dice que pasará tal cosa para que el otro, el que está enfrente, de puro caprichoso nomás, ponga la fuerza de la contradicción en marcha y te arruine el vaticinio. Así uno termina feliz, con una profesía de desgracia totalmente arruinada, pero contento como un zapato.
Vacaciones.
Vacaciones de la vida de uno, eso es lo que hace falta de tanto en tanto.
Pero al final se terminaron y aquí estamos.
Profetizando y exorcizando desde Bahía Blanca, donde nunca se pone la tristeza. Pobre Bahía. Como si ella tuviera la culpa de que uno recalara aquí más vacío que un botellon lleno de nada.
La cuestión es que uno mira por internet a los Mateines y piensa, suerte para vos, México, que los tenés, en patas y a los gritos.
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