sábado, 2 de marzo de 2013

Cocorito y Raculín

Cocorito andaba alborotado.   Se había puesto Cocorito en forma desde que había aprendido a caminar en dos patas
Y a Raculín se le había dado por andar mordiendo cualquier parte blanda, hasta el extremo  que un día en que papá Mateo se distrajo mirando una película no se le ocurrió mejor cosa que morderle la más blanda de las partes.
Papá Mateo le hubiera dado un buen chirlo si no fuera porque el pobre Raculín ni enterado estaba de la incorrección que implicaba andar mordiendo a papá en donde más le dolía.   Justo cuando iba a ligarla Raculín le sonrió a papá mostrándola los únicos dos dientes y el pobre padre tuvo que que quedarse con las ganas.
Lo bueno es que papá a partir de aquel día aprendió a mirar televisión con un solo ojo, advertido definitivamente del riesgo de ser padre de dos.
Mamá para la época en que Uñaqui se puso Cocorito ya se había dado cuenta de que pasaría los próximos cinco años cagando aceite, expresión que significa justa y literalmente andar cagando aceite.
Es que Uñaqui, re cocorito él, no paraba de hacer macanas, tales como abrir cajones y exhibir su contenido como un mercachifle en miniatura, meta sacar y poner, bajar y subir todo lo que quedaba a su alcance.
Raculín en cambio optaba por aparecer silenciosamente en la cocina atacando de espaldas a la mamá para clavarle los dos dientes.   Y considerando la altura de Raculín por esos días la espalda de mamá quedaba a la altura de la rodilla, ahí donde la piel blandita le juega de fuelle a la articulación.
Demás está decir que la pobre Vero en en más de una ocasión anduvo a las reculadas, y si no fuera porque era muy consciente de que los dos vástagos andaban explorando por todas partes,  seguramente hubiera tirado por los aires la olla en la que estaba preparando uno fideos "alla te voglio dire".
De un día para otro Vero decidió que debía tomar medidas.
Juancito quería martillar el piso con la cabeza y Mateotín le clavaba el diente hasta a los vecinos.
Cocorito y Raculín no paraban de hacer desastres.
Así que Vero decidió preparar un embrujo hecho de leche dulce y de buenas intenciones.
El embrujo se lo pensaba preparar en mamadera y ya tenía todo listo  para una porcioncita casi de nada, que los tuviera un poco quietos a los dos mientras hacía la comida.
Estuvo toda la tarde meta revuelve la leche y el azúcar, como quien va a preparar dulce de leche.
Solamente agregaba el ingrediente de las buenas intenciones, dale que va, que hoy hacemos algo bueno por el vecino, que mañana le alcanzamos a papá el control remoto, que no mordemos más a mamá en la rodilla, que la saludamos a la abuela Ethel cuando se asoma por la compu, que no damos golpes de cabeza contra el piso, que no mordemos los barrales de la cuna, que le llevamos a papá los zapatos y que no nos metemos entre los pies de mamá cuando nos trae la leche y no nos ponemos en el camino del señor que limpia la pileta.
Y ya está.  Listo el potaje.
Ahora a la heladera y antes de servir sólo falta mandarle un besito desde lejos para no contaminarlo.
Pero llegó la tía Pili.
Y se sabe que a la tía Pili le encantan los dulces.
Abrió la heladera y allí encontró esa especie de crema dulce y tentadora.
Y se pegó un atracón.
Y desde ese día la tía Pili no puede decir que no cuando Cocorito y Raculín le piden algo.
Hasta le pidieron que se subiera a un árbol  y después tuvieron que venir los bomberos a bajarla.
Después se le dió, a la tía Pili, a los nenes no, por andar comprando regalitos.
Suerte que vino Navidad y a Mateo papá se le ocurrió comprarle un bolsote colorado, cosa que eso de andar repartiendo regalos sin ton ni son no pareciera cosa de locos.
Y lo peor del embrujo de buenas intenciones es que en sobredosis causa unos efectos secundarios de lo más aburridos.   Y a la tía Pili se le puso entre ceja y ceja que tenía que andar repartiendo consejos a todos.
Y no había quien se salvara de un buen consejo administrado en el momento más inoportuno.
Para contrarestar la sobredosis Ve intentó preparar un contraembrujo y lo mezcló con cerveza negra para que fuera bien amargo.
Pero el atracón había sido de proporciones siderales y si bien le acomodó la cuestión de los consejos y le aminoró la manía de comprar regalos para cualquiera,  todavía sigue consintiendo a Cocorito y Raculín.  Y los muy dos se aprovechan  malamente y justo hoy le pidieron que los llevara de paseo en caballito por el parque.

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