En la época que la tía era chiquita las Damas de Noche no eran las d r ag queens, sino las flores de la vereda de la abuela Elena.
La vereda de la abuela quedaba en Rawson, en medio de la pampa triguera que ahora es sojera y más adelante vaya a saber.
Frente a la vereda de la abuela quedaban las vías del ferrocarril, unas vías que se cruzaban y se volvían a cruzar, como si hubiera un mundo que transportar de aquí para allá.
Y un poco más allá había un puente que pasaba sobre las vías y que con el tiempo se empeño en quedarse en mis pesadillas, perdiendo escalones o haciéndose infinito.
Pero en aquella época el puente era mágico porque era distinto, era el puente que cruzaba sobre las vías del ferrocarril, que como un río discurrían por la pampa hacia el mar.
Las damas de noche eran de un rosa profundo, casi rojas, casi fuxias.
Yo salía a barrer la vereda de mi abuela prestándole un pequeño servicio innecesario y las damas de noche se iban abriendo a medida que el sol le cedía a las sombras el dominio de las baldosas amarillas.
Las semillas de las damas de noche vinieron conmigo hasta Bahía Blanca, viajando primero desde Rawson a Saladillo en un frasco de desodorante en barra Odorono y años después continuaron su tránsito hasta Bahía Blanca en un sobre blanco en el que mamá escribió con su letra de maestra que "Semillas de flores de la abuela".
Ahora crecen aquí, pero por esas cosas que nadie entiende de las flores fueron cambiando de color, primero rojas y blancas, luego amarillas.
Yo junto las semillas. No las pongo en un frasco de Odorono sino en una cajita de Hepatalgina. Es que el tío José siempre anda pegándose atracones y, además,siempre usa desodorante en aerosol.
Pero yo junto las semillas.
Y las desparramo por el mundo para que las damas de noche de la abuela Elena Curutchet Barcelona de Mirassou vayan poblando el mundo que yo habito y se abran cada tarde de verano, coquetas y amables, como solo pueden ser las damas.
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