Por eso anduvo buscando la manera de morirse para evitar el dolor de esa enfermedad tan puta, tan dolorosa, tan persistente.
Pensaba que si para un cáncer se creía que era bueno morirse por propia voluntad, lo mismo valía para su dolor, ese dolor del alma.
Desde chiquito se le había pegado esa idea de que la muerte era la solución para todos los problemas.
Y de grande se le metió en la cabeza como idea persistente.
Las multas y los impuestos se evaporaban con la muerte. Con la muerte desaparecían los infundios y las calumnias.
Las verguenzas se morían con la muerte.
"Dejó de sufrir" decían las buenas gentes.
Y de chico también le habían dicho que en la otra vida, la que venía después de la vida, la de Dios, se haría justicia.
Y aunque no estaba muy seguro, su yo infantil, su luminoso yo de niño, estaba secretamente convencido de que después de la muerte los buenos y los justos serían felices.
Así es que un día se fue. Se puso una bala en el pecho y se fue.
Un modo de dejar de sufrir un dolor que sólo el sueño calma.
Yo no se si donde fue habrá un Dios glorioso repartiendo justicia.
Yo no se si donde fue estarán su papá y su mamá para darle abrazos y consuelo.
Yo no se si estará durmiendo y soñando lindo.
Sólo se que dejó de sufrir, como dicen las buenas gentes.
Solo sé que hay dolores tan fuertes, tan fuertes, tan fuertes, que al fin el alma se quiebra y abandona.
Pensando en Dante Mengoni, que en el 2012 no toleró más su dolor. Y con la esperanza infantil de que esté bien.
Pensaba que si para un cáncer se creía que era bueno morirse por propia voluntad, lo mismo valía para su dolor, ese dolor del alma.
Desde chiquito se le había pegado esa idea de que la muerte era la solución para todos los problemas.
Y de grande se le metió en la cabeza como idea persistente.
Las multas y los impuestos se evaporaban con la muerte. Con la muerte desaparecían los infundios y las calumnias.
Las verguenzas se morían con la muerte.
"Dejó de sufrir" decían las buenas gentes.
Y de chico también le habían dicho que en la otra vida, la que venía después de la vida, la de Dios, se haría justicia.
Y aunque no estaba muy seguro, su yo infantil, su luminoso yo de niño, estaba secretamente convencido de que después de la muerte los buenos y los justos serían felices.
Así es que un día se fue. Se puso una bala en el pecho y se fue.
Un modo de dejar de sufrir un dolor que sólo el sueño calma.
Yo no se si donde fue habrá un Dios glorioso repartiendo justicia.
Yo no se si donde fue estarán su papá y su mamá para darle abrazos y consuelo.
Yo no se si estará durmiendo y soñando lindo.
Sólo se que dejó de sufrir, como dicen las buenas gentes.
Solo sé que hay dolores tan fuertes, tan fuertes, tan fuertes, que al fin el alma se quiebra y abandona.
Pensando en Dante Mengoni, que en el 2012 no toleró más su dolor. Y con la esperanza infantil de que esté bien.
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