domingo, 4 de septiembre de 2011

Tiburcio

Le decíamos Tiburcio.
Es que tenía el doble de dientes que la mayoría de las personas, o, al menos, así nos parecía cada vez que había que contarlo para algún asado de domingo.
Abría la boca y desaparecía media tapa de asado.
Otro bocadito y  la fuente entera de papas fritas pasaba a la historia.
Si había masas finas, había que defenderlas a brazo partido.
Una pizza desaparecía entre los dientes de Tiburcio en un santiamén.
Los alfajorcitos de maicena los deglutía como a hostias.
Y los salamines, por favor, era una máquina tragamonedas, no un hombre.
Y ni qué hablar cuando se le daba por tomar un traguito.  Temblaba el cavernet y hasta la Coca cola light sabía que tenía los minutos contados.
Cuando Tiburcio caía sin avisar, era una cosa de mirar la fuente y disponerse a defenderla  con uñas y dientes.
La abuela Ethel, distraída como siempre decía
- Vos comiste Tiburcio? Y todos nos mirábamos de reojo como diciendo - Chau, ya fue.  
La tía Claudia manoteaba ahí nomás la Coca cola, y el abuelo Juan se reía porque le encantaba que Tiburcio nos dejara mirando.  Siempre fue un poco camorrero el abuelo Juan.
La tía Claudia  se impacientaba siempre, y si lo que había eran bifecitos de lomo, el pobre Tiburcio no alcanzaba a entrar, que Claudia le decía
- Hasta mañana, Tiburcio.
Y hasta la tía Ana entendía la inderecta y le decía
- Ta manana, Tiburzo.  Y le abría la puerta.
Cuando Tiburcio se casó estábamos todos a la expectativa.
Pensábamos que había llegado la hora de la venganza.
- Sanguchitos de miga - pensábamos.
- Quesito con cerezas - pensábamos.
- Cabernet y Sirah - pensábamos. 
- Asadito al asador - pensábamos.
- Corderito, lechoncito - pensábamos.
- Cómo nos vamos a vengar, Tiburcio - pensábamos.
- Prepará la billetera - pensábamos.
Eso sí, lo que nunca, pero nunca pensamos es lo que nos tenía preparado el muy tacaño.
Fiesta a la canasta.  Él ponía la torta.
Y mirá que el abuelo Juan y la abuela Ethel eran manosueltas.  Pero esa vez sí que se quedaron pasmados.
La abuela Ethel dijo - Llevamos sanguchitos de miga.
El abuelo Juan dijo - Podemos poner la Coca Cola.
La tía Andrea dijo - Vamos a la iglesia, pasamos por la fiesta, nos comemos la torta y después a casita.  Y nos tomamos un café con leche y a barajas.
Por una vez en la vida la frasesita célebre del abuelo Juan nos puso a todos contentos.
Y así pasó el casorio de Tiburcio, con un café con leche ¡ Y a barajas !

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