viernes, 30 de septiembre de 2011

Culebrita y Anaconda

Culebrita y Anaconda eran hermanas. Habían nacido de misma madre pero los genes parece que los habían sacado mitad de padre y madre y la otra mitad propiamente del mundo de los sérpidos y otros seres reptantes y apretantes.
Culebrita arrancaba con la hipótesis y Anaconda pegaba el apretón final.
Al menos eso decía el tío José que, cuando se esmeraba, era casi un genio del sobrenombre.
Le supo poner sobrenombre a todos los vecinos y compañeros de trabajo  y de tan adjetivantes que solían ser los sobrenombres, el pobre sujeto pasaba a llamarse tal cual el tío José lo había bautizado.
Hubo una época en que, cuando entraba uno nuevo al trabajo, hasta se le encomendaba buscarle un nombre, con lo que el tío José pasó a ser como un párroco de bautismo civil, propiamente.
A Culebrita y Anaconda les puso el sobrenombre pero funcionaba solamente en conjunto.
Culebrita suelta no era Culebrita y Anaconda suelta no era ninguna Anaconda.
Solamente cuando estaban juntas ocupándose de algún pobre mortal eran Culebrita y Anaconda, dueto serpentario de gran capacidad.
-Pero ¡qué lindo era escucharlas!- dice el tío José-  ¡Qué lindo! Si me parece ayer.
-Uno no podía ni pensar, de tanto palabrerío que había en el aire -dice el tío José- Culebrita largaba un venenito inocente, medio dulzón y ahí nomás Anaconda hipnotizaba a la presa y páfate, la pasaba al mundo de los escurridos -dice el tío José- Era gracioso verlas en acción.
-Cuando Culebrita se fue la verdad se la extrañó. Anaconda anduvo un buen tiempo como desorientada.
-Por suerte llegó Internet y la banda ancha. Ahora se encuentran en el messenger y le dan a los teclados sin pena y sin asco.
-Ellas dicen que no es lo mismo pero yo pienso que sí -dice el tío José- Culebrita y Anaconda... ¡Qué buenas pilchas esas dos!

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