-¡Ay!, ¡qué trío, pero qué trío eran esos dos!
-¡Pero qué trío!
-Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana.
-¡Qué trío eran esos dos!
Iban de acá para allá discutiendo si uno era uno o era el otro, conversando de la vez que un plato volador había dejado al vasco Iturralde chamuscado como una tostada, o del día que el sinfín se llevó la mano del Zoilo y la mano los saludaba después desde la entrada del silo, sobretodo las noches de luna llena.
- Pero qué trío eran esos dos. ¡Qué trío!. Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana- y se rasca oronda la panza verde con una manito chiquitita, como de muñeca.
Les gustaba el vino porque las noches son largas en medio de la pampa. Y el pucho. En esas noches largas escuchaban Radio Necochea y se quedaban como recordando, con unas virutas de humo haciéndole marco a la cara y una mirada a veces azul, a veces castaña, perdida en la nada de la ventanita que mete la noche adentro.
De día era otra cosa.
Se les iban al diablo las congojas y andaban de acá para allá con el combustible verde de algún mate cimarrón entre pecho y espalda.
Eran de los que todavía churrasqueaban antes del mediodía y sabían de luces malas y esas cosas.
-¡Qué trío, pero qué trío eran esos dos! -dijo la rana.
Cuando uno se casó, el otro anduvo con la melancolía como seis meses.
-Ando con la melancolía -decía- y se ve que la llevaba puesta porque parecía el ánima en pena del mismísimo Juan Moreyra, muy de bombachas y alpargatas, puro pellejo, pucho y crencha.
-Ando con la melancolía -decía- y buscaba un vasito de culo gordo para servirse el vino, directamente de la damajuana.
Pero cuando llegó la cosecha y el recién casado volvió al ruedo volvieron a brillar con todo su esplendor y la rana verde les hizo una canción.
-¡Qué trío, pero qué trío hacían esos dos!- cantaba la rana verde tocando su guitarrita de junco enlagunado.
Un día vino el pampero y sopló fuerte y hubo un revoleo de ramas por el aire.
Era pleno enero y un sol rajante quemaba las cabezas. Vinieron uno de cada punta del potrero, sosteniéndose la gorra los dos, como si anduvieran de coreografía por el campo.
El recién casado manoteó el tractor y salió para el caserío y el otro se puso a lidiar con la petisa a la que, de puro amable, había puesto a pastorear sin freno.
La muy desgraciada se negó a abrir la boca y al final, cansado de lidiar se le subió sin freno y a pelo nomás.
Todavía no lo hemos vuelto a ver, ni a él ni a la petisa.
Hubo quien dijo que teníamos que buscarlo en el fondo de la laguna y quien comentó que lo habían visto trotando para el lado de Benito Juárez.
Yo no sé.
Pero cuando la rana canta todos nos acordamos del fabuloso trío de dos.
Sé que cuando el que quedó tuvo el primer hijo varón le puso el nombre del desaparecido, y sé por los parientes que es un hecho que cada vez que llama al hijo llama de paso al viejo amigo. Y sé que no pierde la esperanza de verlo aparecer, porque quien recuerda hace vivir, como se dice.
-Pero ¡qué trío, qué trío eran esos dos! -canta la rana. Y suenan a risa las cuerdas verdes de su guitarrita enlagunada.
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