El primer amor de la tía Andrea se llamaba Ramón.
Ella tenía ocho años y el setenta o por ahí, pero así es el amor, no hay edad para su gloria.
Cuando él se murió, aquejado de vejez, la llevaron en tren a despedirlo.
La llevaron engalanada con su vestido rosa y sus zapatitos con presilla, presintiendo tal vez que la pobre, tan chiquita, tan de rosa, se sentía en estado de viudez.
Y si la línea recta es la menor distancia entre dos puntos entonces el amor es la menor distancia entre dos almas, pensaría ella muchos años después, ya vuelta una señorona.
La tía Andrea a los ocho años trazó una línea recta, rectísima, y se enamoró perdidamente del tío Ramón.
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