Le decían Hayqué porque estaba siempre diciendo lo que había que hacer.
Andaba siempre con una lista de incomodidades abajo del brazo.
Si había que irse al Caribe en un crucero, Hayqué convertía el viaje en una travesía a fuerza de complicarse la vida.
Si había que preparar un asadito, arrancaba a las siete clavadas, casi de madrugada, organizando el menú y el cronograma.
No sabemos cuándo perdió el nombre para convertirse en Hayqué. Pero sospechamos que habrá sido cuando le hicieron creer, muy de chiquito, que había que ser prolijito para hacerse querer.
Hay muchos Hayqué en este pícaro mundo. Pero, lo malo del caso es que muchos Hayqué se quedan en los aprontes.
ResponderEliminarEl comentario no es de Andrea, estoy metida en su cuenta nomás.
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