jueves, 15 de diciembre de 2011

Tornillito

Tornillito intentaba andar con un espejo, vigilando al enemigo. 
Lo había leído en un libro de Galeano y se lo había tomado al pie de la letra.
Pero el espejo le hacía morisquetas y le decía "bobo, bobo". y al fin su propia imagen lo terminaba enloqueciendo. 
Tornillito no sabía si ser malo o ser bueno. 
Ser bueno lo hacía sentir un pelotudo, pero ser malo lo hacía ser pelotudo sin derecho a réplica. Un pelotudo hecho y derecho nomás.  
Tornillito había nacido así, con dos vueltas de más, pasado de rosca.
Ya de bebé se andaba peleando hasta con los muñecos de peluche, y siendo un poco más grande se le daba por vapulear a la hermana menor,  medio faltita ella. Sólo que, de tanto en tanto, la quería tanto que le dolía el corazón.
De grande andaba indeciso también entre ser bueno o ser malo.  
Era como si un diablo amargo le estuviera zumbando en la oreja noche y día, diciéndole maldades y porquerías, y cuando el pobre quería entregarse y ser feliz el diablo amargo venía a  decirle - Boludo, infeliz, no vez que te quieren cagar. 
Así nunca podía hacer carrera. Desde adentro le venían las ideas buenas, prolijitas, pero cuando le llegaban a la superficie, ahí aparecía el diablo amargo y, páfate,  no hacía cosa buena.
La cosa vino a solucionarse del modo más casual, como a veces ocurre.
Tornillito se quedó sordo. 
Y el Diablo amargo no tuvo manera de hacerse oír, porque Tornillito lenguaje de señas no entendía. 
Hay quien dice que resolvió volverse sordo para gustarse cuando se miraba en el espejo.
Yo creo que es así.
Porque desde que se quedó sordo, el espejo empezó a devolverle su hermoso rostro de hombre bueno. 


miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿Quiénes son los ignoritos?

Un ignorito es alguien que hace lo que no sabe hacer.
Un ignorito poda un árbol y no sabe nada de sus raíces.
Un ignorito firma órdenes que nadie puede cumplir.
Un ignorito pone límites en lugar de puertas y viceversa.
Un ignorito ignora todo, ignora lo que debe conocer.
Un ignorito es la distancia más larga entre dos puntos.
Un ignorito es un bobo con exceso de autoestima.
Un ignorito ignora totalmente lo que ignora.
Un ignorito es un ignorante con capacidad de mando.


Cliqueen en COMENTARIOS y dejenmé una descripción de un ignorito.  Ojo DESCRIPCIONES ni nombre ni apellido.  Entre 15 y 20 sílabas cada comentario por favor.  A ver si podemos juntos  armar el compendio del ignorito.

Los Ignoritos

Yo conozco un ignorito. Dos ignoritos. Tres ignoritos. Cuatro, cinco, seis, setecientos ignoritos.
Y me han hablado de muchos más.
Me tienen podrida los ignoritos.
El ignorito es más peligroso que una piedra en el riñón.  Te lo dije ¡Pin, pum, pan!

martes, 13 de diciembre de 2011

El cuadro que parecía vivir

Había un país. En el país había un rey. Y había un cuadro. Un cuadro que parecía vivir. Bahhh, en realidad los que parecían vivir eran los personajes del cuadro, y llevaban más de trescientos años pareciendo vivir.
El cuadro estaba en la pared principal del enorme comedor real. Si el rey se sentaba en una punta de la mesa todos los personajes del cuadro lo miraban comer. Si se sentaba en la otra punta parecía no pasar nada, pero, cuando el rey levantaba la vista, ahí estaban todos los personajes del cuadro mirándolo.
Si el rey hacía alguna macana una tormenta terrible asolaba el fondo del cuadro. Y si el rey tomaba una buena decisión el cuadro se iluminaba.
Gobernar con el cuadro viviente no era cosa fácil.
Constantemente el cuadro cambiaba, a veces de modo drástico, pero la mayoría de las veces de un modo sutil.
El rey vivía pensando que el cuadro marcaba cada uno de sus aciertos y cada uno de sus errores con una precisión que lo abrumaba.
Así es que un día decidió quemarlo. Pensaba el rey que no podía seguir pendiente de esa figuras cambiantes que un día reían y otro día lo miraban con toda severidad. Sabía que en otros reinos los reyes no vivían acosados por esa especie de dedo acusador que era su cuadro.
Y lo quemó.
Y mientras el  cuadro se quemaba le parecía sentir en el crepitar del fuego el alarido sordo de antiguas guerras y aún en medio de las llamas sintió que los ojos de la pintura lo miraban, esta vez llenos de espanto.
Terminada la faena se sintió libre.
Al mediodía se sentó en la real mesa y  miró la pared vacía y de pronto sintió unas tremendas ganas de reirse. Se sirvió vino y dijo:
-Por fin soy un verdadero rey, ahora no hay nadie que me diga qué hice mal y qué hice bien. Soy un verdadero rey.
Al atardecer los loros de palacio, como todos los atardeceres, salieron a alborotar e iniciaron su migración diaria hacia las bardas que rodeaban la ciudad.
Sólo que esta vez los loros no migraron hacia las bardas sino que iniciaron un vuelo sin retorno hacia las tierras allende el mar.
Cuando el rey lo supo se alegró. Los loros escandalizaban demasiado cada tarde.
Años después, ya viejo, se preguntaba que habría pasado si no quemaba el cuadro que parecía vivir.
Tal vez ustedes piensen que el rey ya no era rey.
Tal vez ustedes piensen que el rey sin nada ni nadie que le marcara sus errores había perdido su trono y sus tierras.
Pero no.
El rey era más poderoso que nunca. Era un emperador. Su riqueza era enorme, sus palacios se multiplicaban desde las montañas del oeste a las playas del este y desde los arenales del norte a los desiertos pinchudos del sur.
Pero los loros. Los loros jamás volvieron a molestarlo al atardecer. Y  nunca más tuvo quien le dijera la verdad. Y desde esos tiempos inmemoriales se dice que ésa es la única forma en que un rey puede ser rey.  Sin saber la verdad. Y no sé si es así. Pero parece que si. Que así es.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La rosa más roja

La rosa más roja era socialista.
Y la llevaba en el ojal un amigo de la tía Andrea que se llamaba Juan Manuel.
Era una rosa preciosa.
Y Juan Manuel era grandote y ostentoso como un vikingo, caminando bamboleante por las calles de Mar del Plata.
Quería contarles eso a Juan María y a Mateo. Que había una rosa roja y era la más roja, la más bonita.
La rosa roja socialista, la rosa de un mundo en el que no le faltan a nadie sábana y mantel.*
Al menos ése era el  mundo que soñaban, rosa más, rosa menos, la tía Andrea y su amigo Juan Manuel.
Sueñen mis Mateitos con un mundo tan amable como con el que soñábamos nosotros, y sueñen fuerte y claro porque de esos sueños está hecha la gente buena. Y la gente buena atrae la felicidad.




 Que no le falten a nadie sábana y mantel (canción de María Elena Walsh la de la tortuga Manuelita)

domingo, 11 de diciembre de 2011

La Paranoia

Es gracioso esto de los blogs. No es para paranoicos.
Puede seguirte alguien y ni siquiera te das cuenta.
Es como una ventana sin cortinas que da a la calle y por la calle puede pasar casi cualquiera.
A veces me pregunto cómo será dentro de veinte, de treinta años.
Se me ocurre que un día la humanidad se tapará los ojos, los oídos y no querrá saber ya nada de nada.
No va a haber conejos en el mundo y va a haber miles y miles de perritos de raza.
No podremos oler bosta en el campo pero sí en los desfiles, ¿será así el mundo?
Cuando era chica pensaba que si Dios existía seguro que sufría de un infinito aburrimiento. Tanta y tanta cosa que tenía que escuchar.
Ahora, de casi vieja, pienso lo mismo, sólo que ya no me apiado de él. Cada cual es artífice de su propio destino, pienso.
Y mientras me pregunto y pienso y me contesto resolví seguirme a mí misma, sólo para estar segura de que mi paranoia tenga causa y al menos alguien me esté siguiendo.

Te viá redetir a juego

Se bajaba de la máquina Quiñones armado con una palanca.
-Te viá redetir a juego- decía.
Ella se quedaba ahí impasible, indiferente a la furia del peón.
-Te viá redetir a juego -dijo Quiñones- y revoleaba la palanca que tenía en la mano como para zampársela.
Carlos vino corriendo, medio cruzando campo, enterrando y desenterrando los pies ente los surcos.
-Espere Quiñones, -le gritaba-  no haga macanas.  Así no se arregla nada.
Y Quiñones se comíó el amague.
-Te viá redetir a juego -le dijo bajito, como para que nadie lo escuchara amenazar.
Carlos llegó y envestido de su autoridad de patrón le manoteó la palanca. Quiñones, dócil, dulcificado por la súbita aparición del otro se la dio sin mucha vuelta.
-Hay que tener un poco de paciencia -dijo el patrón- todo tiene arreglo.
Era enero y un sudor polvoriento les corría a los dos por la espalda y amenazaba con bajarles más allá del cinturón.
Quiñones se rascaba la cabeza con gorra y todo y decía, humildón:
-Es que a veces no se aguanta, no se aguanta.  Uno le da y le da y ella, cuando quiere, planta bandera y listo.
Y el tiempo  fue pasando, amanecer tras amanecer.
Un día sintió Quiñones que le ardía la nuca.
Era como una quemazón, algo más que el sol intratable de pleno enero.
Cuando miró para atrás venía como con cola de novia, sólo que era una cola de fuego.
La cosechadora, reina y señora de la trilla, se había incendiado y venía arrastrando una perezosa cola de llamas y de chispas.
Apagaron el incendio de puro caprichosos nomás.
-Al final, te redetí a juego nomás -dijo Quiñones, pateando despacito un fierro humeante de entre los restos de  la cosechadora.
Carlos, sin tener donde apoyar la pena, se dio vuelta y salió para las casas, con el pampero piadoso secándole despacio las lágrimas y el sudor.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Historia de Hayqué

Le decían Hayqué porque estaba siempre diciendo lo que había que hacer.
Andaba siempre con una lista de incomodidades abajo del brazo.
Si había que irse al Caribe en un crucero, Hayqué convertía el viaje en una travesía a fuerza de complicarse la vida.
Si había que preparar un asadito, arrancaba a las siete clavadas, casi de madrugada, organizando el menú y el cronograma.
No sabemos cuándo perdió el nombre para convertirse en  Hayqué.  Pero sospechamos que habrá sido cuando le hicieron creer, muy de chiquito, que había que ser prolijito para hacerse querer.

Pobrecito el cocodrilo

El sapo pensaba que el cocodrilo era jetón.
El sapo pensaba que de esa bocaza pinchuda sólo salían pavadas y, de tanto en tanto, alguna que otra liebre de las que iban a parar entre sus fauces de puro atropelladas.
El sapo pensaba que el cocodrilo era un matón adormilado y pelandrún, que andaba revolviendo el barro del fondo, atorrando todo el día para salir de golpe y comerse a las pobres criaturitas que nadaban en la orilla del río.
Por eso inventó el sapo la moda de las carteras de cocodrilo.
Habló con la Cocó Chanel, y la convenció de que no hay cosa más fina que unos buenos zapatos hechos de ofidio.
Es que el sapo de verdad pensaba que el cocodrilo era un mal tipo,  con su costumbre  de andar meta bostezo, haciéndose el distraído,  mientras buscaba gente desprevenida para comérsela.
Cuando el sapo advirtió que se le había ido la mano, ya era tarde.  El cocodrilo estaba en extinción y para verlo había que irse a meter en unos ríos que quedaban muy para el lado del África.
Ahora anda el sapo en campaña ecologista.
Insiste en imponer la moda del ecocuer, que es un modo de llamar al cuero trucho.
El sapo está arrepentido y anda diciendo "Pobrecito el cocodrilo" a todo el que quiera escucharlo, arrugando la jeta ancha y plana de sapo cancionero, para que nadie le diga que, igual que el cocodrilo, él es un gran jetón.

Pedro Mariotto e Hijos Sociedad Anónima

Pedro Mariotto e Hijos Sociedad Anónima.
Yo creo que mi papá sólo quería ser llamado hijo y pienso que lo logró mucho después, cuando la vida nos convirtió de verdad en anónimos y en mucho menos que  una sociedad.
Pedro Mariotto e Hijos. Hay palabras que son más que palabras. Es raro. E hijos.
Palabras que son más que palabras, ahí, escritas en blanco, sobre una pared.  

Historia de amor amor

El primer amor de la tía Andrea se llamaba Ramón.
Ella tenía ocho años y el setenta o por ahí, pero así es el amor, no hay edad para su gloria.
Cuando él se murió, aquejado de vejez, la llevaron en tren a despedirlo.
La llevaron engalanada con su vestido rosa y sus zapatitos con presilla, presintiendo tal vez que  la pobre, tan chiquita, tan de rosa, se sentía en estado de viudez.
Y si la línea recta es la menor distancia entre dos puntos entonces el amor es la menor distancia entre dos almas, pensaría ella muchos años después, ya vuelta una señorona.
La tía Andrea a los ocho años trazó una línea recta, rectísima, y se enamoró perdidamente del tío Ramón.

martes, 6 de diciembre de 2011

Pero no lee ni el Patoruzú

Así dijo la abuela.
La abuela, "que era una tigra para defender a los hijos", dijo el abuelo.
La abuela, que es la bisabuela de Juan María y de Mateo, dijo así:
- Sí, sí, muy inteligente, pero no lee ni el Patoruzú.
Y eso, en el idioma de la abuela, quería decir que la inteligencia es más inteligente cuando a uno le gusta saber cuanta cosa se pueda saber, sólo por saberla nomás.
Por eso, Isidoritos míos, no sean bestias y, ante la duda, lean el Patoruzú.