Culebrita y Anaconda eran hermanas. Habían nacido de misma madre pero los genes parece que los habían sacado mitad de padre y madre y la otra mitad propiamente del mundo de los sérpidos y otros seres reptantes y apretantes.
Culebrita arrancaba con la hipótesis y Anaconda pegaba el apretón final.
Al menos eso decía el tío José que, cuando se esmeraba, era casi un genio del sobrenombre.
Le supo poner sobrenombre a todos los vecinos y compañeros de trabajo y de tan adjetivantes que solían ser los sobrenombres, el pobre sujeto pasaba a llamarse tal cual el tío José lo había bautizado.
Hubo una época en que, cuando entraba uno nuevo al trabajo, hasta se le encomendaba buscarle un nombre, con lo que el tío José pasó a ser como un párroco de bautismo civil, propiamente.
A Culebrita y Anaconda les puso el sobrenombre pero funcionaba solamente en conjunto.
Culebrita suelta no era Culebrita y Anaconda suelta no era ninguna Anaconda.
Solamente cuando estaban juntas ocupándose de algún pobre mortal eran Culebrita y Anaconda, dueto serpentario de gran capacidad.
-Pero ¡qué lindo era escucharlas!- dice el tío José- ¡Qué lindo! Si me parece ayer.
-Uno no podía ni pensar, de tanto palabrerío que había en el aire -dice el tío José- Culebrita largaba un venenito inocente, medio dulzón y ahí nomás Anaconda hipnotizaba a la presa y páfate, la pasaba al mundo de los escurridos -dice el tío José- Era gracioso verlas en acción.
-Cuando Culebrita se fue la verdad se la extrañó. Anaconda anduvo un buen tiempo como desorientada.
-Por suerte llegó Internet y la banda ancha. Ahora se encuentran en el messenger y le dan a los teclados sin pena y sin asco.
-Ellas dicen que no es lo mismo pero yo pienso que sí -dice el tío José- Culebrita y Anaconda... ¡Qué buenas pilchas esas dos!
viernes, 30 de septiembre de 2011
miércoles, 21 de septiembre de 2011
La verdadera Bruja Mala
La Verdadera, Original, Made in Argentina Bruja Mala existe.
Y si ustedes le preguntan les dirá que ella es buena.
Porque en donde ella vive no funcionan bien los espejos. Parece ser que el espejero loco puso una fábrica de espejos hace como 201 años y fabricó todos los espejos de la región y por la ley de la oferta y la demanda con tanto espejo bajó el precio y todos compraron espejos del espejero loco y por eso en la Argentina la gente tiene espejos que no funcionan bien.
Durante muchos años no supimos que los espejos funcionaban mal.
Es que en eso consistía la magia de los espejos. Uno miraba y veía algo distinto a lo real, pero eso sí, el espejo siempre mostraba más o menos lo que uno esperaba ver. Por ejemplo, yo siempre me vi con un sombrero rojo y estaba convencida de que me quedaba muy bien y tanto y tanto repetirlo terminó convenciéndonos a todos de que era hermosa. Los forasteros llegaban al pueblo decididos a conocer a la gran belleza y se volvían a sus tierras desilusionados, pero de puro educados jamás nos dijeron que estábamos chiflandengues.
La magia de los espejos consiste justamente en que uno no puede dejar de creer lo que ve con sus propios ojos.
Y supe también de un hombre que se veía alto y era un gurrimín gracioso y de un hombre alto que nunca se vio tan alto y de un hombre lindo que nunca se vio hermoso y de una mujer hermosa que jamás pudo verse tal cual era.
Y en ese mundo de espejos dislocados vivía la bruja mala y se creía buenísima y andaba por ahí haciendo maldades y mirándose al espejo que la engañaba y no la dejaba ver qué mala era. Ella decía:
-La gente no me entiende, no me devuelve, no me agradece, la gente es mala.
Ella decía:
-Hace dos semanas que los invité a cenar y no me devolvieron la invitación- pero no se daba cuenta de que había puesto en la mesa tres tomatitos y una cubetera. Claro que el espejo engañador del comedor había mostrado una mesa llena de manjares y ella siempre creía lo que veían sus ojos...en el espejo que le convenía...claro está.
Así era el mundo de la bruja mala.
Un día fue al psicólogo. Pero el psicólogo también tenía espejos del espejero loco.
¿Y qué vio la bruja mala?
La bruja mala se vio a sí misma buena y preocupada. El psicólogo le decía:
-Crea en usted misma, acéptese -y ella salía hecha una diabla a lanzar hechizos de mala leche y desamores.
El psicólogo le decía:
-Deje de preocuparse por la opinión de los demás -y ella se dejó crecer las uñas y andaba por ahí rasguñando criaturitas.
El psicólogo le dijo:
-Mírese al espejo -y ella veía a una señora agradable y sonriente, divertida y acogedora.
La bruja mala decía cosas feas. Si estabas dos kilos más gorda te decía que estabas gordita pero linda, si estabas hecha una bolsa de huesos comentaba que te sobraban dos kilitos, cosas de fomentarte la anorexia, si tu tío era feo como un pisotón te decía:
-¡Qué linda! Sos igualita a tu tío, la misma piel y los mismos ojos,¡igualita!
La verdadera bruja mala vivía en Argentina. Ella se calificaba como persona solidaria y buena amiga. Y usaba un espejo del espejero loco e iba a un psicólogo que al final resultó el espejero loco en carne y hueso.
Ella era feliz solamente si su felicidad era exclusiva. Le gustaba ser rica entre pobres. Le gustaba ser linda entre los feos, alta entre los petisos y flaca entre los gordos.
Pero lo más horrible de la bruja mala era justamente que se viera buena.
El espejero loco lo sabía y por eso había fabricado los espejos con magia mentirosa.
Si ustedes, ahora mismo, van y se miran a un espejo van a poder comprobar que seguramente tienen un espejo del espejero loco.
Si levantan la mano derecha el espejo levantará la izquierda y si guiñan el ojo izquierdo el espejo les guiñará el derecho.
Seguramente alguien les va a decir que es un efecto óptico lo que están viendo. Y es verdad. Pero dense cuenta de que si el espejo puede engañarlos con tanta exactitud en algo tan evidente, en cuánto los estará engañando sin que se den cuenta.
Así es que a la bruja mala el espejo del espejero loco le decía siempre lo que quería oír. Bastaba que ella dijera:
-¿Quién se merece un bombón?- para que el espejo le dijera -La más linda, la bruja más buena y amable, ésa se merece un bombón.
Por eso no se fíen nunca de los espejos, tomen la precaución de escuchar a los demás y preguntarles siempre si es verdad que tienen puesto un sombrerito rojo (yo me enteré que estaba sin sombrero cuando me lo dijo la tía Ana). Y si ustedes se creen muy buenos o muy simpáticos, asegúrense de no estar mirándose en el espejo equivocado o haciéndose asesorar por el espejero loco.
Porque mirar espejos engañeros ha traído muchísimos problemas por estos lares.
Aquejados como estamos por la plaga de los espejos del espejero loco, un día las brujas buenas hicieron un aquelarre en el hotel Provincial de Mar del Plata para tratar de dar solución a la cuestión de los espejos equivocados.
En el hall principal pusieron espejos verdaderos de un lado y espejos del espejero loco del otro.
Al medio pusieron una cortina grande, tipo telón, que pidieron prestada del auditorio.
En la calle un grupito de hadas encantadoras invitaba a los turistas a colaborar en el experimento.
El experimento consistía en que la persona se miraba en los espejos de un lado y después en los del otro y un comité de observadores tomaba nota de las reacciones.
Los turistas tenían que decir cuáles eran espejos de verdad y cuáles los espejitos mágicos del espejero loco.
(continuará)
Y si ustedes le preguntan les dirá que ella es buena.
Porque en donde ella vive no funcionan bien los espejos. Parece ser que el espejero loco puso una fábrica de espejos hace como 201 años y fabricó todos los espejos de la región y por la ley de la oferta y la demanda con tanto espejo bajó el precio y todos compraron espejos del espejero loco y por eso en la Argentina la gente tiene espejos que no funcionan bien.
Durante muchos años no supimos que los espejos funcionaban mal.
Es que en eso consistía la magia de los espejos. Uno miraba y veía algo distinto a lo real, pero eso sí, el espejo siempre mostraba más o menos lo que uno esperaba ver. Por ejemplo, yo siempre me vi con un sombrero rojo y estaba convencida de que me quedaba muy bien y tanto y tanto repetirlo terminó convenciéndonos a todos de que era hermosa. Los forasteros llegaban al pueblo decididos a conocer a la gran belleza y se volvían a sus tierras desilusionados, pero de puro educados jamás nos dijeron que estábamos chiflandengues.
La magia de los espejos consiste justamente en que uno no puede dejar de creer lo que ve con sus propios ojos.
Y supe también de un hombre que se veía alto y era un gurrimín gracioso y de un hombre alto que nunca se vio tan alto y de un hombre lindo que nunca se vio hermoso y de una mujer hermosa que jamás pudo verse tal cual era.
Y en ese mundo de espejos dislocados vivía la bruja mala y se creía buenísima y andaba por ahí haciendo maldades y mirándose al espejo que la engañaba y no la dejaba ver qué mala era. Ella decía:
-La gente no me entiende, no me devuelve, no me agradece, la gente es mala.
Ella decía:
-Hace dos semanas que los invité a cenar y no me devolvieron la invitación- pero no se daba cuenta de que había puesto en la mesa tres tomatitos y una cubetera. Claro que el espejo engañador del comedor había mostrado una mesa llena de manjares y ella siempre creía lo que veían sus ojos...en el espejo que le convenía...claro está.
Así era el mundo de la bruja mala.
Un día fue al psicólogo. Pero el psicólogo también tenía espejos del espejero loco.
¿Y qué vio la bruja mala?
La bruja mala se vio a sí misma buena y preocupada. El psicólogo le decía:
-Crea en usted misma, acéptese -y ella salía hecha una diabla a lanzar hechizos de mala leche y desamores.
El psicólogo le decía:
-Deje de preocuparse por la opinión de los demás -y ella se dejó crecer las uñas y andaba por ahí rasguñando criaturitas.
El psicólogo le dijo:
-Mírese al espejo -y ella veía a una señora agradable y sonriente, divertida y acogedora.
La bruja mala decía cosas feas. Si estabas dos kilos más gorda te decía que estabas gordita pero linda, si estabas hecha una bolsa de huesos comentaba que te sobraban dos kilitos, cosas de fomentarte la anorexia, si tu tío era feo como un pisotón te decía:
-¡Qué linda! Sos igualita a tu tío, la misma piel y los mismos ojos,¡igualita!
La verdadera bruja mala vivía en Argentina. Ella se calificaba como persona solidaria y buena amiga. Y usaba un espejo del espejero loco e iba a un psicólogo que al final resultó el espejero loco en carne y hueso.
Ella era feliz solamente si su felicidad era exclusiva. Le gustaba ser rica entre pobres. Le gustaba ser linda entre los feos, alta entre los petisos y flaca entre los gordos.
Pero lo más horrible de la bruja mala era justamente que se viera buena.
El espejero loco lo sabía y por eso había fabricado los espejos con magia mentirosa.
Si ustedes, ahora mismo, van y se miran a un espejo van a poder comprobar que seguramente tienen un espejo del espejero loco.
Si levantan la mano derecha el espejo levantará la izquierda y si guiñan el ojo izquierdo el espejo les guiñará el derecho.
Seguramente alguien les va a decir que es un efecto óptico lo que están viendo. Y es verdad. Pero dense cuenta de que si el espejo puede engañarlos con tanta exactitud en algo tan evidente, en cuánto los estará engañando sin que se den cuenta.
Así es que a la bruja mala el espejo del espejero loco le decía siempre lo que quería oír. Bastaba que ella dijera:
-¿Quién se merece un bombón?- para que el espejo le dijera -La más linda, la bruja más buena y amable, ésa se merece un bombón.
Por eso no se fíen nunca de los espejos, tomen la precaución de escuchar a los demás y preguntarles siempre si es verdad que tienen puesto un sombrerito rojo (yo me enteré que estaba sin sombrero cuando me lo dijo la tía Ana). Y si ustedes se creen muy buenos o muy simpáticos, asegúrense de no estar mirándose en el espejo equivocado o haciéndose asesorar por el espejero loco.
Porque mirar espejos engañeros ha traído muchísimos problemas por estos lares.
Aquejados como estamos por la plaga de los espejos del espejero loco, un día las brujas buenas hicieron un aquelarre en el hotel Provincial de Mar del Plata para tratar de dar solución a la cuestión de los espejos equivocados.
En el hall principal pusieron espejos verdaderos de un lado y espejos del espejero loco del otro.
Al medio pusieron una cortina grande, tipo telón, que pidieron prestada del auditorio.
En la calle un grupito de hadas encantadoras invitaba a los turistas a colaborar en el experimento.
El experimento consistía en que la persona se miraba en los espejos de un lado y después en los del otro y un comité de observadores tomaba nota de las reacciones.
Los turistas tenían que decir cuáles eran espejos de verdad y cuáles los espejitos mágicos del espejero loco.
(continuará)
martes, 13 de septiembre de 2011
Historia de Dos Dolores (versión 2)
Cuando nació le pusieron de nombre Dolores.
Siempre lo consideró un mal nombre porque se lo tomó como una predicción.
Pero la verdad que, más que predicción, se convirtió en una profesía autocumplida.
Porque ella, lamentablemente, era la mismísima Dolorosa.
Tal es así que le pusieron de sobrenombre Dos Dolores.
Es que donde ella veía la oportunidad de sufrir siempre lo hacía por partida doble.
Si hacía frío siempre la agarraba desabrigaba. Si había mucho sol el bloqueador solar no le daba resultado y si llovía no sólo andaba sin paraguas, sino que se agarraba todas las baldosas flojas.
Si le regalaban chocolate justo ayer le había dado una pataleta al hígado fenomenal, y si compraba zapatos nunca eran tan cómodos como los del año anterior, de modo que cada año iba de peor en peor.
Cuando andaba ligera de vientre nunca encontraba un baño y, si andaba estreñida, seguro la invitaban a comer fondeau.
Nunca un sobrenombre estuvo mejor puesto. Friolenta, sancochada, descompuesta, intoxicada, amargada y todo eso era Dos Dolores, todo por dos.
Lo malo es que la manía de sufrir por todo se le había pegado de tal forma que cuando había motivo para alegrarse ella siempre podía encontrar el lado negativo, y si no había lado negativo al menos por cábala tenía que preocuparse.
Es que le daba un no sé qué eso de ponerse contenta, no fuera cosa que por estar contenta pasara algo.
Cuando Dos Dolores se hizo de un novio nos quedamos pasmados.
-Por fin -dijimos- se le hizo.
El novio era alto, fortachón y más rubio que un vikingo.
Pero cuando habló, ¡uy!, cuando habló... También parecía un vikingo. No se le entendía nada pero nada.
Pensamos que Dos Dolores no dejaría pasar la ocasión y sufriría por la mala suerte de haber conseguido un novio tan lindo pero tan bobo.
Pero lo impredecible es impredecible, por eso es impredecible.
Dos Dolores no dijo ni pío. Y se la ve muy bien.
Anda con su novio de aquí para allá y parece que se casa para mediados de noviembre.
Todos dicen que pronto va a perder el apelativo porque desde que tiene al rubio de palenque 'ande rascarse está más contenta que unas castañuelas.
Me pregunto qué cosa habrá cambiado tanto a Dos Dolores.
Pero no sólo me pregunto sino que también me respondo.
Porque siempre fui muy respondona yo.
Así que me respondo que Dos Dolores anda olvidada de sus penas porque está ocupada en hacer feliz a su vikingo, tan rubio, tan alto, tan bonito y tarumbón.
Siempre lo consideró un mal nombre porque se lo tomó como una predicción.
Pero la verdad que, más que predicción, se convirtió en una profesía autocumplida.
Porque ella, lamentablemente, era la mismísima Dolorosa.
Tal es así que le pusieron de sobrenombre Dos Dolores.
Es que donde ella veía la oportunidad de sufrir siempre lo hacía por partida doble.
Si hacía frío siempre la agarraba desabrigaba. Si había mucho sol el bloqueador solar no le daba resultado y si llovía no sólo andaba sin paraguas, sino que se agarraba todas las baldosas flojas.
Si le regalaban chocolate justo ayer le había dado una pataleta al hígado fenomenal, y si compraba zapatos nunca eran tan cómodos como los del año anterior, de modo que cada año iba de peor en peor.
Cuando andaba ligera de vientre nunca encontraba un baño y, si andaba estreñida, seguro la invitaban a comer fondeau.
Nunca un sobrenombre estuvo mejor puesto. Friolenta, sancochada, descompuesta, intoxicada, amargada y todo eso era Dos Dolores, todo por dos.
Lo malo es que la manía de sufrir por todo se le había pegado de tal forma que cuando había motivo para alegrarse ella siempre podía encontrar el lado negativo, y si no había lado negativo al menos por cábala tenía que preocuparse.
Es que le daba un no sé qué eso de ponerse contenta, no fuera cosa que por estar contenta pasara algo.
Cuando Dos Dolores se hizo de un novio nos quedamos pasmados.
-Por fin -dijimos- se le hizo.
El novio era alto, fortachón y más rubio que un vikingo.
Pero cuando habló, ¡uy!, cuando habló... También parecía un vikingo. No se le entendía nada pero nada.
Pensamos que Dos Dolores no dejaría pasar la ocasión y sufriría por la mala suerte de haber conseguido un novio tan lindo pero tan bobo.
Pero lo impredecible es impredecible, por eso es impredecible.
Dos Dolores no dijo ni pío. Y se la ve muy bien.
Anda con su novio de aquí para allá y parece que se casa para mediados de noviembre.
Todos dicen que pronto va a perder el apelativo porque desde que tiene al rubio de palenque 'ande rascarse está más contenta que unas castañuelas.
Me pregunto qué cosa habrá cambiado tanto a Dos Dolores.
Pero no sólo me pregunto sino que también me respondo.
Porque siempre fui muy respondona yo.
Así que me respondo que Dos Dolores anda olvidada de sus penas porque está ocupada en hacer feliz a su vikingo, tan rubio, tan alto, tan bonito y tarumbón.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Que trío eran esos dos
-¡Ay!, ¡qué trío, pero qué trío eran esos dos!
-¡Pero qué trío!
-Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana.
-¡Qué trío eran esos dos!
Iban de acá para allá discutiendo si uno era uno o era el otro, conversando de la vez que un plato volador había dejado al vasco Iturralde chamuscado como una tostada, o del día que el sinfín se llevó la mano del Zoilo y la mano los saludaba después desde la entrada del silo, sobretodo las noches de luna llena.
- Pero qué trío eran esos dos. ¡Qué trío!. Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana- y se rasca oronda la panza verde con una manito chiquitita, como de muñeca.
Les gustaba el vino porque las noches son largas en medio de la pampa. Y el pucho. En esas noches largas escuchaban Radio Necochea y se quedaban como recordando, con unas virutas de humo haciéndole marco a la cara y una mirada a veces azul, a veces castaña, perdida en la nada de la ventanita que mete la noche adentro.
De día era otra cosa.
Se les iban al diablo las congojas y andaban de acá para allá con el combustible verde de algún mate cimarrón entre pecho y espalda.
Eran de los que todavía churrasqueaban antes del mediodía y sabían de luces malas y esas cosas.
-¡Qué trío, pero qué trío eran esos dos! -dijo la rana.
Cuando uno se casó, el otro anduvo con la melancolía como seis meses.
-Ando con la melancolía -decía- y se ve que la llevaba puesta porque parecía el ánima en pena del mismísimo Juan Moreyra, muy de bombachas y alpargatas, puro pellejo, pucho y crencha.
-Ando con la melancolía -decía- y buscaba un vasito de culo gordo para servirse el vino, directamente de la damajuana.
Pero cuando llegó la cosecha y el recién casado volvió al ruedo volvieron a brillar con todo su esplendor y la rana verde les hizo una canción.
-¡Qué trío, pero qué trío hacían esos dos!- cantaba la rana verde tocando su guitarrita de junco enlagunado.
Un día vino el pampero y sopló fuerte y hubo un revoleo de ramas por el aire.
Era pleno enero y un sol rajante quemaba las cabezas. Vinieron uno de cada punta del potrero, sosteniéndose la gorra los dos, como si anduvieran de coreografía por el campo.
El recién casado manoteó el tractor y salió para el caserío y el otro se puso a lidiar con la petisa a la que, de puro amable, había puesto a pastorear sin freno.
La muy desgraciada se negó a abrir la boca y al final, cansado de lidiar se le subió sin freno y a pelo nomás.
Todavía no lo hemos vuelto a ver, ni a él ni a la petisa.
Hubo quien dijo que teníamos que buscarlo en el fondo de la laguna y quien comentó que lo habían visto trotando para el lado de Benito Juárez.
Yo no sé.
Pero cuando la rana canta todos nos acordamos del fabuloso trío de dos.
Sé que cuando el que quedó tuvo el primer hijo varón le puso el nombre del desaparecido, y sé por los parientes que es un hecho que cada vez que llama al hijo llama de paso al viejo amigo. Y sé que no pierde la esperanza de verlo aparecer, porque quien recuerda hace vivir, como se dice.
-Pero ¡qué trío, qué trío eran esos dos! -canta la rana. Y suenan a risa las cuerdas verdes de su guitarrita enlagunada.
-¡Pero qué trío!
-Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana.
-¡Qué trío eran esos dos!
Iban de acá para allá discutiendo si uno era uno o era el otro, conversando de la vez que un plato volador había dejado al vasco Iturralde chamuscado como una tostada, o del día que el sinfín se llevó la mano del Zoilo y la mano los saludaba después desde la entrada del silo, sobretodo las noches de luna llena.
- Pero qué trío eran esos dos. ¡Qué trío!. Sólo de recordarlos me da risa -dice la rana- y se rasca oronda la panza verde con una manito chiquitita, como de muñeca.
Les gustaba el vino porque las noches son largas en medio de la pampa. Y el pucho. En esas noches largas escuchaban Radio Necochea y se quedaban como recordando, con unas virutas de humo haciéndole marco a la cara y una mirada a veces azul, a veces castaña, perdida en la nada de la ventanita que mete la noche adentro.
De día era otra cosa.
Se les iban al diablo las congojas y andaban de acá para allá con el combustible verde de algún mate cimarrón entre pecho y espalda.
Eran de los que todavía churrasqueaban antes del mediodía y sabían de luces malas y esas cosas.
-¡Qué trío, pero qué trío eran esos dos! -dijo la rana.
Cuando uno se casó, el otro anduvo con la melancolía como seis meses.
-Ando con la melancolía -decía- y se ve que la llevaba puesta porque parecía el ánima en pena del mismísimo Juan Moreyra, muy de bombachas y alpargatas, puro pellejo, pucho y crencha.
-Ando con la melancolía -decía- y buscaba un vasito de culo gordo para servirse el vino, directamente de la damajuana.
Pero cuando llegó la cosecha y el recién casado volvió al ruedo volvieron a brillar con todo su esplendor y la rana verde les hizo una canción.
-¡Qué trío, pero qué trío hacían esos dos!- cantaba la rana verde tocando su guitarrita de junco enlagunado.
Un día vino el pampero y sopló fuerte y hubo un revoleo de ramas por el aire.
Era pleno enero y un sol rajante quemaba las cabezas. Vinieron uno de cada punta del potrero, sosteniéndose la gorra los dos, como si anduvieran de coreografía por el campo.
El recién casado manoteó el tractor y salió para el caserío y el otro se puso a lidiar con la petisa a la que, de puro amable, había puesto a pastorear sin freno.
La muy desgraciada se negó a abrir la boca y al final, cansado de lidiar se le subió sin freno y a pelo nomás.
Todavía no lo hemos vuelto a ver, ni a él ni a la petisa.
Hubo quien dijo que teníamos que buscarlo en el fondo de la laguna y quien comentó que lo habían visto trotando para el lado de Benito Juárez.
Yo no sé.
Pero cuando la rana canta todos nos acordamos del fabuloso trío de dos.
Sé que cuando el que quedó tuvo el primer hijo varón le puso el nombre del desaparecido, y sé por los parientes que es un hecho que cada vez que llama al hijo llama de paso al viejo amigo. Y sé que no pierde la esperanza de verlo aparecer, porque quien recuerda hace vivir, como se dice.
-Pero ¡qué trío, qué trío eran esos dos! -canta la rana. Y suenan a risa las cuerdas verdes de su guitarrita enlagunada.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
La noche de los sueños bifurcados
Esa noche soñé sueños bifurcados.
Soné que soñaba.
En mi sueño iba en un tren rojo y me sentaba en los butacones verdes de primera. Se sentía el olor del cuero verde y el sonido del tren en marcha me adormecía. No quería perder de vista mi valija y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé.
Así fue que soñé que soñaba. En el sueño que soñé que soñaba iba en un tren. Y me sentaba en los butacones verdes de primera. Sentía el olor del cuero y el sonido del tren me adormecía. No quería perder de vista mis dos valijas y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé.
Soñé que iba en un tren rojo con butacones verdes. Había olor a cuero y el traqueteo del tren me adormecía y yo no quería perder de vista mis tres valijas y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé. Soñé que me despertaba y me estaban robando la tercer valija y me indigné tanto que me desperté de ese sueño y seguí soñando que estaba dormida y me robaban la segunda valija de modo que del disgusto me desperté también de ese sueño y seguí soñando que dormía y había una sola valija y me la robaban y como yo veía que la robaban me enojé tanto que me desperté. Y ahora iba en un tren rojo con butacones verdes y ya no tenía mi valija y empezaba a correr de vagón en vagón buscando mi valija y encontraba a mi papá y a mi mamá en el vagón comedor. Eran jovencísimos y estaban de novio y mi papá le regalaba una pulsera de oro a mi mamá. Los saludé al pasar pero ellos no pudieron reconocerme y yo pensé:
-Claro, si todavía no he nacido...-, pero la verdad es que me sentí muy mal porque no me habían conocido porque al fin y al cabo eran mi papá y mi mamá. Salí del vagón comedor y entré en clase turista. Estaban el abuelo y la abuela y eran jovencísimos y el abuelo le regalaba a la abuela una pulsera y yo los saludaba y ellos no me conocían y yo pensaba:
-¿Cómo puede ser que no me conozcan?- pero seguí buscando mi valija y encontré a los bisabuelos en el anteúltimo vagón. Eran jovencísimos y el bisabuelo le regalaba una pulsera a la bisabuela. Cuando los saludé el bisabuelo mi miró como queriéndome recordar, pero yo seguí buscando mi valija, así que llegué al último vagón. En el último vagón estaba José con mi valija y era muy viejo. Lo saludé y el pareció no conocerme y le dije:
-Señor, ésa es mi valija,- pero él me contestó:
-No puede ser, es la valija de mi esposa.
Y entonces me vi, al ladito de José, agarrándole la mano y soñando que soñaba.
Soné que soñaba.
En mi sueño iba en un tren rojo y me sentaba en los butacones verdes de primera. Se sentía el olor del cuero verde y el sonido del tren en marcha me adormecía. No quería perder de vista mi valija y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé.
Así fue que soñé que soñaba. En el sueño que soñé que soñaba iba en un tren. Y me sentaba en los butacones verdes de primera. Sentía el olor del cuero y el sonido del tren me adormecía. No quería perder de vista mis dos valijas y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé.
Soñé que iba en un tren rojo con butacones verdes. Había olor a cuero y el traqueteo del tren me adormecía y yo no quería perder de vista mis tres valijas y sin embargo los ojos se me cerraban hasta que al fin me dormí y soñé. Soñé que me despertaba y me estaban robando la tercer valija y me indigné tanto que me desperté de ese sueño y seguí soñando que estaba dormida y me robaban la segunda valija de modo que del disgusto me desperté también de ese sueño y seguí soñando que dormía y había una sola valija y me la robaban y como yo veía que la robaban me enojé tanto que me desperté. Y ahora iba en un tren rojo con butacones verdes y ya no tenía mi valija y empezaba a correr de vagón en vagón buscando mi valija y encontraba a mi papá y a mi mamá en el vagón comedor. Eran jovencísimos y estaban de novio y mi papá le regalaba una pulsera de oro a mi mamá. Los saludé al pasar pero ellos no pudieron reconocerme y yo pensé:
-Claro, si todavía no he nacido...-, pero la verdad es que me sentí muy mal porque no me habían conocido porque al fin y al cabo eran mi papá y mi mamá. Salí del vagón comedor y entré en clase turista. Estaban el abuelo y la abuela y eran jovencísimos y el abuelo le regalaba a la abuela una pulsera y yo los saludaba y ellos no me conocían y yo pensaba:
-¿Cómo puede ser que no me conozcan?- pero seguí buscando mi valija y encontré a los bisabuelos en el anteúltimo vagón. Eran jovencísimos y el bisabuelo le regalaba una pulsera a la bisabuela. Cuando los saludé el bisabuelo mi miró como queriéndome recordar, pero yo seguí buscando mi valija, así que llegué al último vagón. En el último vagón estaba José con mi valija y era muy viejo. Lo saludé y el pareció no conocerme y le dije:
-Señor, ésa es mi valija,- pero él me contestó:
-No puede ser, es la valija de mi esposa.
Y entonces me vi, al ladito de José, agarrándole la mano y soñando que soñaba.
domingo, 4 de septiembre de 2011
Tiburcio
Le decíamos Tiburcio.
Es que tenía el doble de dientes que la mayoría de las personas, o, al menos, así nos parecía cada vez que había que contarlo para algún asado de domingo.
Abría la boca y desaparecía media tapa de asado.
Otro bocadito y la fuente entera de papas fritas pasaba a la historia.
Si había masas finas, había que defenderlas a brazo partido.
Una pizza desaparecía entre los dientes de Tiburcio en un santiamén.
Los alfajorcitos de maicena los deglutía como a hostias.
Y los salamines, por favor, era una máquina tragamonedas, no un hombre.
Y ni qué hablar cuando se le daba por tomar un traguito. Temblaba el cavernet y hasta la Coca cola light sabía que tenía los minutos contados.
Cuando Tiburcio caía sin avisar, era una cosa de mirar la fuente y disponerse a defenderla con uñas y dientes.
La abuela Ethel, distraída como siempre decía
- Vos comiste Tiburcio? Y todos nos mirábamos de reojo como diciendo - Chau, ya fue.
La tía Claudia manoteaba ahí nomás la Coca cola, y el abuelo Juan se reía porque le encantaba que Tiburcio nos dejara mirando. Siempre fue un poco camorrero el abuelo Juan.
La tía Claudia se impacientaba siempre, y si lo que había eran bifecitos de lomo, el pobre Tiburcio no alcanzaba a entrar, que Claudia le decía
- Hasta mañana, Tiburcio.
Y hasta la tía Ana entendía la inderecta y le decía
- Ta manana, Tiburzo. Y le abría la puerta.
Cuando Tiburcio se casó estábamos todos a la expectativa.
Pensábamos que había llegado la hora de la venganza.
- Sanguchitos de miga - pensábamos.
- Quesito con cerezas - pensábamos.
- Cabernet y Sirah - pensábamos.
- Asadito al asador - pensábamos.
- Corderito, lechoncito - pensábamos.
- Cómo nos vamos a vengar, Tiburcio - pensábamos.
- Prepará la billetera - pensábamos.
Eso sí, lo que nunca, pero nunca pensamos es lo que nos tenía preparado el muy tacaño.
Fiesta a la canasta. Él ponía la torta.
Y mirá que el abuelo Juan y la abuela Ethel eran manosueltas. Pero esa vez sí que se quedaron pasmados.
La abuela Ethel dijo - Llevamos sanguchitos de miga.
El abuelo Juan dijo - Podemos poner la Coca Cola.
La tía Andrea dijo - Vamos a la iglesia, pasamos por la fiesta, nos comemos la torta y después a casita. Y nos tomamos un café con leche y a barajas.
Por una vez en la vida la frasesita célebre del abuelo Juan nos puso a todos contentos.
Y así pasó el casorio de Tiburcio, con un café con leche ¡ Y a barajas !
Es que tenía el doble de dientes que la mayoría de las personas, o, al menos, así nos parecía cada vez que había que contarlo para algún asado de domingo.
Abría la boca y desaparecía media tapa de asado.
Otro bocadito y la fuente entera de papas fritas pasaba a la historia.
Si había masas finas, había que defenderlas a brazo partido.
Una pizza desaparecía entre los dientes de Tiburcio en un santiamén.
Los alfajorcitos de maicena los deglutía como a hostias.
Y los salamines, por favor, era una máquina tragamonedas, no un hombre.
Y ni qué hablar cuando se le daba por tomar un traguito. Temblaba el cavernet y hasta la Coca cola light sabía que tenía los minutos contados.
Cuando Tiburcio caía sin avisar, era una cosa de mirar la fuente y disponerse a defenderla con uñas y dientes.
La abuela Ethel, distraída como siempre decía
- Vos comiste Tiburcio? Y todos nos mirábamos de reojo como diciendo - Chau, ya fue.
La tía Claudia manoteaba ahí nomás la Coca cola, y el abuelo Juan se reía porque le encantaba que Tiburcio nos dejara mirando. Siempre fue un poco camorrero el abuelo Juan.
La tía Claudia se impacientaba siempre, y si lo que había eran bifecitos de lomo, el pobre Tiburcio no alcanzaba a entrar, que Claudia le decía
- Hasta mañana, Tiburcio.
Y hasta la tía Ana entendía la inderecta y le decía
- Ta manana, Tiburzo. Y le abría la puerta.
Cuando Tiburcio se casó estábamos todos a la expectativa.
Pensábamos que había llegado la hora de la venganza.
- Sanguchitos de miga - pensábamos.
- Quesito con cerezas - pensábamos.
- Cabernet y Sirah - pensábamos.
- Asadito al asador - pensábamos.
- Corderito, lechoncito - pensábamos.
- Cómo nos vamos a vengar, Tiburcio - pensábamos.
- Prepará la billetera - pensábamos.
Eso sí, lo que nunca, pero nunca pensamos es lo que nos tenía preparado el muy tacaño.
Fiesta a la canasta. Él ponía la torta.
Y mirá que el abuelo Juan y la abuela Ethel eran manosueltas. Pero esa vez sí que se quedaron pasmados.
La abuela Ethel dijo - Llevamos sanguchitos de miga.
El abuelo Juan dijo - Podemos poner la Coca Cola.
La tía Andrea dijo - Vamos a la iglesia, pasamos por la fiesta, nos comemos la torta y después a casita. Y nos tomamos un café con leche y a barajas.
Por una vez en la vida la frasesita célebre del abuelo Juan nos puso a todos contentos.
Y así pasó el casorio de Tiburcio, con un café con leche ¡ Y a barajas !
sábado, 3 de septiembre de 2011
El general sí tiene quien le escriba
Había un general.
Y cuarenta y siete soldaditos.
Tres sargentos.
Siete cañones.
Dos jeeps.
Un tanquecito.
Dos misiles tierra tierra.
Todos venían en una caja de cartón muy colorida con una ventanita de plástico transparente.
Papá Mateo se la regaló a Juan María y Mateín y se enloquecieron.
Dentro de la caja venía también una pequeña cantidad de matas artificiales, unos casquitos con red para camuflaje, un equipo de comunicaciones con una pantallita de computadora en la que se veía un planisferio, y una antenita satelital a escala.
Enseguida armaron el escenario de guerra en el living.
El cuartel general en un bunker dentro de un portamacetas de cerámica invertido que se abría y cerraba con sistema neumático a dedo y era idea de Juan.
Mateín se encargó de las comunicaciones y la antenita satelital fue a parar a una colina alta formada por dos almohadones. Un soldado protegía las instalaciones.
Las batallas al principio eran contra un enemigo invisible. Es que solamente les habían regalado una caja de soldaditos.
Hasta que a Mateín se le ocurrió robarle la pintura de uñas a la tía Vicky y les cambió los uniformes a la mitad de los soldados, y a dos sargentos.
Como el nuevo batallón no tenía general Juan puso a cargo a un play-movil con uniforme de capataz, y para compensar la falta de sargento en el primer batallón se agregó otro play-movil vestido de granjero.
Y para dotar al ejército de logística pronto hubo dos cocineros en cada grupo, dos ingenieros en comunicaciones y otro grupo de personajes con funciones varias. Personal de Apoyatura Bélica lo llamaron y provenía todo de un reclutamiento de emergencia efectuado entre los juguetes que la abuela Pilar había guardado de cuando papá Mateo era chiquito.
A los soldaditos de plomo de la segunda guerra mundial no los habían encontrado porque papá los guardaba en su mesa de luz.
Como Mateín quería el batallón con el verdadero general y Juan también no tuvieron más remedio que apelar al azar. Hicieron piedra, papel o tijera y a Mateín le tocó el general con ropa de capataz de la construcción.
Como el batallón de Juan no tenía antena satelital Juan dijo que era porque sus soldados tenían telefonitos satelitales ultramodernos que se llevaban en el bolsillo superior derecho del uniforme y se activaban y desactivaban apretando el botón del bolsillo, por eso no se veían y Mateín dijo que bueno pero que la antena satelital de su batallón no era para comunicaciones, sino que dirigía unos misiles aire tierra que estaban instalados en una base a 35.000 km de altura, es decir por la estratósfera o por ahí. Y Juan dijo que no importaba porque el tenía un batallón de mosquitos venenosos que atacaban todas las tardecitas y ,lo más importante, a sus soldados no los picaban porque los telefonitos celulares satelitales que tenían el bolsillo superior derecho emitían una señal inaudible para el oído humano que los rechazaba.
Y Mateín dijo que no se preocupaba porque él pensaba mandar un grupo comando para atacar a los cocineros del batallón de Juan y destruir todas sus provisiones, y luego solamente se atrincheraría en las montañas a espera de que a que por hambre se retiraran todas las tropas de Juan María.
Juan desplegó sus tropas formando tres frentes diferentes. Empezó el ataque dirigiendo un misil tierra tierra a donde suponía que estaban los soldados de Mateín.
Mateín atacó las provisiones de Juan, murieron los dos cocineros pero Mateín sufrió una baja.
Juan lanzó a sus mosquitos y los soldados de Mateín se defendieron impregnándose en el perfume importado de mamá, pero pese a ello varios murieron en medio de convulsiones.
Cinco bajas había sufrido cada grupo cuando Mateín resolvió reclutar tropas nativas y trajo doce broches de colgar la ropa para que avanzaran por la retaguardia del enemigo.
Juan buscó refugio en un bunker de titanio y trajo dos ollas de la cocina en las que los soldados pudieran refugiarse.
Mateotín rodeó las ollas con sus tropas y se dispuso a lanzar un ataque masivo apuntando su misil tierra tierra y girando la antena satelital para que desde las instalaciones aéreas a 35.000 metros de altura, es decir desde la estratósfera o por ahí, se bombardeara a las ollas y a Juan.
Y justo llegó mamá.
Cuando los vio jugando a la guerra casi le da un ataque.
Juan se asustó mucho porque nunca había visto a mamá tan enojada. Mateotín no se asustó porque estaba acostumbrado a que mamá lo corriera por toda la casa... no se asustó al principio... porque cuando mamá los agarró a los dos y les dijo lo que les dijo se pegó semejante susto que se largó a llorar.
Es que mamá era la nieta de la bisabuela Lita y decía unas cosas muy esplendorosas cuando quería.
Se tuvieron que quedar los dos en su cuarto, quietitos y sin chistar hasta que llegó Mateo papá.
-Si quieren guerra -dijo mamá- también van a tener corte marcial.
A las nueve y media mamá los llamó para cenar.
Puso los platos y ni una palabra dijo.
Papá quiso defenderse:
-Todos los chicos juegan a la guerra- dijo.
Mamá puso en el plato de papá Mateo una hermosa tortilla de cebolla y papá Mateo (que odia la cebolla) empalideció.
A los chicos les llenó el plato de ensalada. Brócoli, coliflor y lechuga. Los chicos también empalidecieron porque odiaban la comida verde y al coliflor le tenían una antipatía personal.
-Ajá -dijo mamá- y no les trajo otra cosa para comer.
Papá Mateo hizo una broma y dijo:
-Pido una pizza- pero mamá Vero lo miró con ojos refulgentes de bruja rubia y lo paralizó.
Meteín y Juan dijeron que no tenían hambre. Pero mamá Vero dijo:
-Se comen todo- y los chicos, puchereando, se terminaron la coliflor.
Mamá esa noche puso la televisión.
Papá se sentó en su sillón, los chicos en el piso, y mamá en otro sillón.
Los hizo mirar History Channel y papá Mateo tuvo que contarles cuánta gente se había muerto en la primera y en la segunda guerra mundial.
Mamá se hacía la buenita y le decía a papá:
-Contales cuántos papás murieron en la primera y en la segunda guerra mundial. Y cuántos nenes. Y cuántas mamás.
Mateín y Juan esa noche no podían dormir. Tenían mucho miedo de que una guerra empezara por ahí.
A las dos de la mañana no aguantaron más y se metieron en la cama de papá y mamá.
Mamá, que era una bruja sabia, los perdonó a los tres.
Pero antes papá, Mateín y Juan, tuvieron que volver a robarle el esmalte a la tía Vicky y cambiar todos los uniformes de los soldados por elegantes ropas prèt a porter.
Mamá, a modo de colaboración, le puso al general un bonito aro de strass y a los misiles los desactivó con un buen y decidido pisotón.
Y cuarenta y siete soldaditos.
Tres sargentos.
Siete cañones.
Dos jeeps.
Un tanquecito.
Dos misiles tierra tierra.
Todos venían en una caja de cartón muy colorida con una ventanita de plástico transparente.
Papá Mateo se la regaló a Juan María y Mateín y se enloquecieron.
Dentro de la caja venía también una pequeña cantidad de matas artificiales, unos casquitos con red para camuflaje, un equipo de comunicaciones con una pantallita de computadora en la que se veía un planisferio, y una antenita satelital a escala.
Enseguida armaron el escenario de guerra en el living.
El cuartel general en un bunker dentro de un portamacetas de cerámica invertido que se abría y cerraba con sistema neumático a dedo y era idea de Juan.
Mateín se encargó de las comunicaciones y la antenita satelital fue a parar a una colina alta formada por dos almohadones. Un soldado protegía las instalaciones.
Las batallas al principio eran contra un enemigo invisible. Es que solamente les habían regalado una caja de soldaditos.
Hasta que a Mateín se le ocurrió robarle la pintura de uñas a la tía Vicky y les cambió los uniformes a la mitad de los soldados, y a dos sargentos.
Como el nuevo batallón no tenía general Juan puso a cargo a un play-movil con uniforme de capataz, y para compensar la falta de sargento en el primer batallón se agregó otro play-movil vestido de granjero.
Y para dotar al ejército de logística pronto hubo dos cocineros en cada grupo, dos ingenieros en comunicaciones y otro grupo de personajes con funciones varias. Personal de Apoyatura Bélica lo llamaron y provenía todo de un reclutamiento de emergencia efectuado entre los juguetes que la abuela Pilar había guardado de cuando papá Mateo era chiquito.
A los soldaditos de plomo de la segunda guerra mundial no los habían encontrado porque papá los guardaba en su mesa de luz.
Como Mateín quería el batallón con el verdadero general y Juan también no tuvieron más remedio que apelar al azar. Hicieron piedra, papel o tijera y a Mateín le tocó el general con ropa de capataz de la construcción.
Como el batallón de Juan no tenía antena satelital Juan dijo que era porque sus soldados tenían telefonitos satelitales ultramodernos que se llevaban en el bolsillo superior derecho del uniforme y se activaban y desactivaban apretando el botón del bolsillo, por eso no se veían y Mateín dijo que bueno pero que la antena satelital de su batallón no era para comunicaciones, sino que dirigía unos misiles aire tierra que estaban instalados en una base a 35.000 km de altura, es decir por la estratósfera o por ahí. Y Juan dijo que no importaba porque el tenía un batallón de mosquitos venenosos que atacaban todas las tardecitas y ,lo más importante, a sus soldados no los picaban porque los telefonitos celulares satelitales que tenían el bolsillo superior derecho emitían una señal inaudible para el oído humano que los rechazaba.
Y Mateín dijo que no se preocupaba porque él pensaba mandar un grupo comando para atacar a los cocineros del batallón de Juan y destruir todas sus provisiones, y luego solamente se atrincheraría en las montañas a espera de que a que por hambre se retiraran todas las tropas de Juan María.
Juan desplegó sus tropas formando tres frentes diferentes. Empezó el ataque dirigiendo un misil tierra tierra a donde suponía que estaban los soldados de Mateín.
Mateín atacó las provisiones de Juan, murieron los dos cocineros pero Mateín sufrió una baja.
Juan lanzó a sus mosquitos y los soldados de Mateín se defendieron impregnándose en el perfume importado de mamá, pero pese a ello varios murieron en medio de convulsiones.
Cinco bajas había sufrido cada grupo cuando Mateín resolvió reclutar tropas nativas y trajo doce broches de colgar la ropa para que avanzaran por la retaguardia del enemigo.
Juan buscó refugio en un bunker de titanio y trajo dos ollas de la cocina en las que los soldados pudieran refugiarse.
Mateotín rodeó las ollas con sus tropas y se dispuso a lanzar un ataque masivo apuntando su misil tierra tierra y girando la antena satelital para que desde las instalaciones aéreas a 35.000 metros de altura, es decir desde la estratósfera o por ahí, se bombardeara a las ollas y a Juan.
Y justo llegó mamá.
Cuando los vio jugando a la guerra casi le da un ataque.
Juan se asustó mucho porque nunca había visto a mamá tan enojada. Mateotín no se asustó porque estaba acostumbrado a que mamá lo corriera por toda la casa... no se asustó al principio... porque cuando mamá los agarró a los dos y les dijo lo que les dijo se pegó semejante susto que se largó a llorar.
Es que mamá era la nieta de la bisabuela Lita y decía unas cosas muy esplendorosas cuando quería.
Se tuvieron que quedar los dos en su cuarto, quietitos y sin chistar hasta que llegó Mateo papá.
-Si quieren guerra -dijo mamá- también van a tener corte marcial.
A las nueve y media mamá los llamó para cenar.
Puso los platos y ni una palabra dijo.
Papá quiso defenderse:
-Todos los chicos juegan a la guerra- dijo.
Mamá puso en el plato de papá Mateo una hermosa tortilla de cebolla y papá Mateo (que odia la cebolla) empalideció.
A los chicos les llenó el plato de ensalada. Brócoli, coliflor y lechuga. Los chicos también empalidecieron porque odiaban la comida verde y al coliflor le tenían una antipatía personal.
-Ajá -dijo mamá- y no les trajo otra cosa para comer.
Papá Mateo hizo una broma y dijo:
-Pido una pizza- pero mamá Vero lo miró con ojos refulgentes de bruja rubia y lo paralizó.
Meteín y Juan dijeron que no tenían hambre. Pero mamá Vero dijo:
-Se comen todo- y los chicos, puchereando, se terminaron la coliflor.
Mamá esa noche puso la televisión.
Papá se sentó en su sillón, los chicos en el piso, y mamá en otro sillón.
Los hizo mirar History Channel y papá Mateo tuvo que contarles cuánta gente se había muerto en la primera y en la segunda guerra mundial.
Mamá se hacía la buenita y le decía a papá:
-Contales cuántos papás murieron en la primera y en la segunda guerra mundial. Y cuántos nenes. Y cuántas mamás.
Mateín y Juan esa noche no podían dormir. Tenían mucho miedo de que una guerra empezara por ahí.
A las dos de la mañana no aguantaron más y se metieron en la cama de papá y mamá.
Mamá, que era una bruja sabia, los perdonó a los tres.
Pero antes papá, Mateín y Juan, tuvieron que volver a robarle el esmalte a la tía Vicky y cambiar todos los uniformes de los soldados por elegantes ropas prèt a porter.
Mamá, a modo de colaboración, le puso al general un bonito aro de strass y a los misiles los desactivó con un buen y decidido pisotón.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)