- Uy Dios, quiero llegar a casa.
- No soporto oir a los niños llorar.
- Lloran, lloran, lloran.
- No se callan.
Trato de taparme las orejas enrollando la bufanda bien fuerte. Me tapo con las manos. Pero ellos lloran. Lloran.
Cientos de bebés llorando.
Es insportable.
Quiero llegar a casa y encerrarme.
La calle está oscuro y las ventanas de todas las casas iluminadas.
Los bebés lloran.
Llego aturdida y mareada. Abro la puerta. Me meto en casa corriendo y cierro a cal y canto.
Me meto en el baño, el lugar más recóndito de mi pequeña casa. Me siento en el suelo y envuelvo mi cabeza con una toalla. Sigo escuchando a los bebés llorar.
No lo soporto.
Me paro y prendo la radio. Música. Cumbia. No me importa. La pongo al máximo. Interrumpen la transmisión y se genera un ruido blanco. Y el llanto de los bebés entra como por la ventana.
Es un momento horrible. Los bebés lloran y yo se que soy yo llorando desconsoladamente porque me toca nacer y luego vivir y al fin despedirme.
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