Cara cara cara caravana.
Caravana de monstruos.
Primero los caballos de patas larguísimas, los caballos zancudos de pelaje azulado.
Después los caracoles gigantes, más grandes que casas, con antenas suaves que suben y bajan midiendo la velocidad del viento.
Más atrás las plantas caminantes, esas plantas con largas piernas peludas que aprendieron a caminar para evitar a las personas.
Y después los zapallos con ruedas, esos zapallos chatos, tan cómodos para viajar sentados recorriendo el campo.
Mucho más lejos vienen los Ojudos, esos monstruos amables, mezcla de perro y gato y persona. Vienen caminando despacio como ellos caminan, como gatos, pero vienen alegres, como perros, pero sonriendo con sus grandes bocas de personas. Me gustan mucho los ojudos porque son muy amables y huelen a pasto recién cortado.
Cara cara cara caravana.
Caravana de monstruos y monstruitos.
Y con la caravana marchamos nosotros, los humanos, con vestidos y capas, con botas y zapatos.
Y con la caravana marchan los monstruitos, los monstruitos que hay que mirar con microscopios y lentes. Monstruitos pequeñitos como pulgas y otros más chiquitos.
lunes, 27 de junio de 2016
Nacido para contar
Todo esto nació para contarles a Juan y a Mateo cómo era la vida en el submundo donde vivimos nosotros, los parientes del sur.
Del sur éramos todos y ser de acá no es broma.
Ser de acá significa ser de un país que se llama Argentina y significa vivir en el culo del mundo, pero queriendo construir una Europa que no conocimos ni entendemos.
Sin embargo algo hemos logrado en materia de parecernos. Aunque es sutil.
Por ejemplo creemos a pie juntillas (que quiere decir religiosamente (que quiere decir sin discusión alguna (qué quiere decir con fe))) que podemos hacernos cargo de todas las desgracias sociales entre todos y sin que nadie pague el precio.
Eso podría pasar si fuéramos prolijos y solidarios. Pero no somos prolijos. A lo sumo solidarios. Y también es dudoso.
Por eso cuando queremos dárnoslas de europeos cubriendo solidariamente las desgracias individuales generamos de modo inevitable alguna desgracia en otro lugar.
Nuestro sistema de solidaridad social viene entonces a ser como una frazada corta. Cuando nos tapamos los hombros destapamos los pies y viceversa. Así es que en en términos de bienestar vivimos cagados de frío, como durmiendo en casa ajena.
Por este tipo de cosas es que siempre estamos mal. Vivimos y morimos en un estado de pánico, una especie de estrés postraumático anticipatorio que viene a ser algo tan confuso como ser el ex futuro cuñado del tío José (el tío de Juan y Mateo y marido de la tía Andrea que es la que escribe).
Y no se olviden de esta frase. Ex futuro ex cuñado. Es una de las frases favoritas del tío José y mías porque describe perfectamente el estado de confusión en el que se puede vivir. Ex futuro cuñado. Que no es lo mismo que futuro ex cuñado. Sutil ¿NO?.
Así vivimos los argentinos. Vivimos en un estado de ex futuro binestar. - Andá a cagar, Andrea - Me digo. Y ahí nomás me doy cuenta que nunca me llamo a mi misma Andrea. - Qué cagada. Se ve que en general sólo me digo pelotuda, que es como me siento.
Así me siento yo como argentina. Muy pelotuda. Es que todo me cuesta un huevo. Decidir qué hacer hoy. Decidir qué no hacer. Decidir.
Y creo que eso mismo le pasa a todos los argentinos, pero quizá no es así.
Por eso tiendo a atribuir mis males a la sociedad, a la forma de gobierno, a todas esas cosas. Y capaz que es un bolazo. Pero es que andamos como bola sin manija los argentinos. O al menos yo. Que soy una pelotuda, claro.
Y este espacio nació para contar.
Para contar las cosas que pasan acá en el sur. Y claro que primero tengo que contarles como soy yo. Porque quizá este mundo no es así, sino que estas cosas solamente representan el modo en el que yo lo veo.
Pero igual lo escribo. Lo escribo en el agua, lo escribo en la nube. Si lo imprimo por ahí llega a ser papel. Pero por ahora lo dejo acá, en el cyber eter.
Mateo y Juan. Juan y Mateo. A ellos quise contarles que nosotros una vez existimos. Y si hablo de mi país es porque sus desgracias nos atravesaron como espadas. Y quiero contarles a Mateo y a Juan y a Juan y mateo que una vez existimos. Quiero contarles para cuando sean grandes. Antes de que nos devore el tiempo.
Del sur éramos todos y ser de acá no es broma.
Ser de acá significa ser de un país que se llama Argentina y significa vivir en el culo del mundo, pero queriendo construir una Europa que no conocimos ni entendemos.
Sin embargo algo hemos logrado en materia de parecernos. Aunque es sutil.
Por ejemplo creemos a pie juntillas (que quiere decir religiosamente (que quiere decir sin discusión alguna (qué quiere decir con fe))) que podemos hacernos cargo de todas las desgracias sociales entre todos y sin que nadie pague el precio.
Eso podría pasar si fuéramos prolijos y solidarios. Pero no somos prolijos. A lo sumo solidarios. Y también es dudoso.
Por eso cuando queremos dárnoslas de europeos cubriendo solidariamente las desgracias individuales generamos de modo inevitable alguna desgracia en otro lugar.
Nuestro sistema de solidaridad social viene entonces a ser como una frazada corta. Cuando nos tapamos los hombros destapamos los pies y viceversa. Así es que en en términos de bienestar vivimos cagados de frío, como durmiendo en casa ajena.
Por este tipo de cosas es que siempre estamos mal. Vivimos y morimos en un estado de pánico, una especie de estrés postraumático anticipatorio que viene a ser algo tan confuso como ser el ex futuro cuñado del tío José (el tío de Juan y Mateo y marido de la tía Andrea que es la que escribe).
Y no se olviden de esta frase. Ex futuro ex cuñado. Es una de las frases favoritas del tío José y mías porque describe perfectamente el estado de confusión en el que se puede vivir. Ex futuro cuñado. Que no es lo mismo que futuro ex cuñado. Sutil ¿NO?.
Así vivimos los argentinos. Vivimos en un estado de ex futuro binestar. - Andá a cagar, Andrea - Me digo. Y ahí nomás me doy cuenta que nunca me llamo a mi misma Andrea. - Qué cagada. Se ve que en general sólo me digo pelotuda, que es como me siento.
Así me siento yo como argentina. Muy pelotuda. Es que todo me cuesta un huevo. Decidir qué hacer hoy. Decidir qué no hacer. Decidir.
Y creo que eso mismo le pasa a todos los argentinos, pero quizá no es así.
Por eso tiendo a atribuir mis males a la sociedad, a la forma de gobierno, a todas esas cosas. Y capaz que es un bolazo. Pero es que andamos como bola sin manija los argentinos. O al menos yo. Que soy una pelotuda, claro.
Y este espacio nació para contar.
Para contar las cosas que pasan acá en el sur. Y claro que primero tengo que contarles como soy yo. Porque quizá este mundo no es así, sino que estas cosas solamente representan el modo en el que yo lo veo.
Pero igual lo escribo. Lo escribo en el agua, lo escribo en la nube. Si lo imprimo por ahí llega a ser papel. Pero por ahora lo dejo acá, en el cyber eter.
Mateo y Juan. Juan y Mateo. A ellos quise contarles que nosotros una vez existimos. Y si hablo de mi país es porque sus desgracias nos atravesaron como espadas. Y quiero contarles a Mateo y a Juan y a Juan y mateo que una vez existimos. Quiero contarles para cuando sean grandes. Antes de que nos devore el tiempo.
lunes, 20 de junio de 2016
- Uy Dios, quiero llegar a casa.
- No soporto oir a los niños llorar.
- Lloran, lloran, lloran.
- No se callan.
Trato de taparme las orejas enrollando la bufanda bien fuerte. Me tapo con las manos. Pero ellos lloran. Lloran.
Cientos de bebés llorando.
Es insportable.
Quiero llegar a casa y encerrarme.
La calle está oscuro y las ventanas de todas las casas iluminadas.
Los bebés lloran.
Llego aturdida y mareada. Abro la puerta. Me meto en casa corriendo y cierro a cal y canto.
Me meto en el baño, el lugar más recóndito de mi pequeña casa. Me siento en el suelo y envuelvo mi cabeza con una toalla. Sigo escuchando a los bebés llorar.
No lo soporto.
Me paro y prendo la radio. Música. Cumbia. No me importa. La pongo al máximo. Interrumpen la transmisión y se genera un ruido blanco. Y el llanto de los bebés entra como por la ventana.
Es un momento horrible. Los bebés lloran y yo se que soy yo llorando desconsoladamente porque me toca nacer y luego vivir y al fin despedirme.
- No soporto oir a los niños llorar.
- Lloran, lloran, lloran.
- No se callan.
Trato de taparme las orejas enrollando la bufanda bien fuerte. Me tapo con las manos. Pero ellos lloran. Lloran.
Cientos de bebés llorando.
Es insportable.
Quiero llegar a casa y encerrarme.
La calle está oscuro y las ventanas de todas las casas iluminadas.
Los bebés lloran.
Llego aturdida y mareada. Abro la puerta. Me meto en casa corriendo y cierro a cal y canto.
Me meto en el baño, el lugar más recóndito de mi pequeña casa. Me siento en el suelo y envuelvo mi cabeza con una toalla. Sigo escuchando a los bebés llorar.
No lo soporto.
Me paro y prendo la radio. Música. Cumbia. No me importa. La pongo al máximo. Interrumpen la transmisión y se genera un ruido blanco. Y el llanto de los bebés entra como por la ventana.
Es un momento horrible. Los bebés lloran y yo se que soy yo llorando desconsoladamente porque me toca nacer y luego vivir y al fin despedirme.
lunes, 6 de junio de 2016
Juan y la pistola lanza caca
Juan inventó la pistola lanza caca para correr a la tía que lo molestaba.
Juan creía que la tía lo molestaba cuando le decía cosas como qué lindo era o qué hermoso era su vigilador intergaláctico del templo Àguila.
Es que Juan tenía 5 años pero se creía todo un adolescente y lo que decía la tía siempre le molestaba.
Y por eso inventó la pistola lanza caca para poder correrla por la casa.
Pero Juan se había olvidado que la tía vivía a 10.000 km. de distancia.
La tía vivía en Argentina que está tan lejos de León que para que la pistola lanza caca funcione debiera montarse en un cohete y además estar pegada a un misil tierra-tierra con un buen GPS.
Por eso la tía se rió de la pistola lanza caca de Juan, porque aunque la buscara no la iba a encontrar.
Y Juan se enojó todavía más con la tía Andrea.
Pero para mi que no se enojó por no poder usar su pistola. Después de todo la pistola lanzaba caca de mentira.
Para mí que Juan, igual que la tía, querían poder correr por la casa escondiéndose y buscando, buscando y escondiéndose.
Porque así sucede cuando queremos estar cerca y no podemos. No hay internet que valga, ni pantallita, ni teléfono. Uno quiere hacerse cosquillas y pelearse y meterse en la pileta y jugar.
Por eso Juan se enoja. Porque querría pelear a la tía personalmente. Y por eso la tía lo pelea. Porque quisiera jugar con Juan personalmente y escuchar en vivo y en directo cómo funcionan las cámaras robots para vigilar el templo Àguila, ese lugar remoto hecho de legos verdes, que no se entiende bien que función cumple pero que es muy vigilado por los vigilantes galácticos que inventa Juan.
Un día Juan va a inventar el transportador molecular y vamos a poder ir y venir de León a Saladillo y de Saladillo a León.
La tía va a llevar biscochitos de grasa de La Carbonera y va a traer tacos y aguacate de León.
Y Juan va a aparecerse de vez en cuando, a veces con Mati, a veces solo, a visitar a los tíos que siempre están esperándolos.
Juan creía que la tía lo molestaba cuando le decía cosas como qué lindo era o qué hermoso era su vigilador intergaláctico del templo Àguila.
Es que Juan tenía 5 años pero se creía todo un adolescente y lo que decía la tía siempre le molestaba.
Y por eso inventó la pistola lanza caca para poder correrla por la casa.
Pero Juan se había olvidado que la tía vivía a 10.000 km. de distancia.
La tía vivía en Argentina que está tan lejos de León que para que la pistola lanza caca funcione debiera montarse en un cohete y además estar pegada a un misil tierra-tierra con un buen GPS.
Por eso la tía se rió de la pistola lanza caca de Juan, porque aunque la buscara no la iba a encontrar.
Y Juan se enojó todavía más con la tía Andrea.
Pero para mi que no se enojó por no poder usar su pistola. Después de todo la pistola lanzaba caca de mentira.
Para mí que Juan, igual que la tía, querían poder correr por la casa escondiéndose y buscando, buscando y escondiéndose.
Porque así sucede cuando queremos estar cerca y no podemos. No hay internet que valga, ni pantallita, ni teléfono. Uno quiere hacerse cosquillas y pelearse y meterse en la pileta y jugar.
Por eso Juan se enoja. Porque querría pelear a la tía personalmente. Y por eso la tía lo pelea. Porque quisiera jugar con Juan personalmente y escuchar en vivo y en directo cómo funcionan las cámaras robots para vigilar el templo Àguila, ese lugar remoto hecho de legos verdes, que no se entiende bien que función cumple pero que es muy vigilado por los vigilantes galácticos que inventa Juan.
Un día Juan va a inventar el transportador molecular y vamos a poder ir y venir de León a Saladillo y de Saladillo a León.
La tía va a llevar biscochitos de grasa de La Carbonera y va a traer tacos y aguacate de León.
Y Juan va a aparecerse de vez en cuando, a veces con Mati, a veces solo, a visitar a los tíos que siempre están esperándolos.
El día que el pueblo se plantó
El día que el pueblo se plantó (sobre la importancia de plantarse
y sobre la impotencia aprendida)
Se plantó el pueblo, dijeron los pájaros audaces, los que miran de arriba el devenir de las personas.
Se plantó el pueblo, dijeron los jubilados que salían a barrer las veredas luchando inútilmente contra el otoño.
Se plantó el pueblo, dijeron los cuarentosos, los pocos que se dieron cuenta, porque los cuarentosos suelen no darse cuenta de las cosas de tan ocupados que están buscándole el agüjero al mate.
Se plantó el pueblo, dijeron los que se acordaban de lo que era plantarse, que no eran muchos, porque hacía tanto que el pueblo no se plantaba que se había perdido el concepto de lo que era plantarse verdaderamente.
- Por fin. - Por fin. Eso pensamos algunos. Éramos los menísimos. Los que habíamos soñado con las grandes cosas. Los que habíamos visto plantarse a otros pueblos de otros lugares de la tierra, lugares de más acá o de más allá, lugares con aspiraciones que no estaban tan vapuleadas ni perdidas en la desesperanza.
Es que es muy complicado que los pueblos se planten cuando transitan la lenta inercia del “no se puede”. El “no se puede” disfrazado de frase es en realidad un sustantivo. Es un sustantivo sin sinónimo. No es sinónimo de imposible. No es sinónimo de inalcanzable. No es sinónimo de quimérico. No es sinónimo de inaccesible. Es otra cosa. "No se puede" es algo parecido a la impotencia aprendida. Es en realidad la quintaesencia de la impotencia aprendida. Y como "no se puede", nunca se puede, es que muchos no entendían lo que estaba pasando.
Se estaban abriendo cazuelas para albergar a la vida. Para albergar a las plantas. Era el 2016 y después de muchísimos años el pueblo empezaba a plantarse. A llenarse de árboles de invierno repletos de sabia dormida y dispuesta a ser hoja en el verano del 2017.
Y qué alegría. Ver máquinas funcionando, hombres trabajando en las calles, parecía cosa de otra época.
Se estaban abriendo cazuelas para albergar a la vida. Para albergar las plantas. Era el 2016 y después de muchísimos años el pueblo empezaba a plantarse. A llenarse de árboles de invierno repletos de sabia dormida y dispuesta a ser hoja en el verano del 2017.
Parece mentira pero se había redescubierto la importancia de plantarse.
Se plantó el pueblo, dijeron los cuarentosos, los pocos que se dieron cuenta, porque los cuarentosos suelen no darse cuenta de las cosas de tan ocupados que están buscándole el agüjero al mate.
Se plantó el pueblo, dijeron los que se acordaban de lo que era plantarse, que no eran muchos, porque hacía tanto que el pueblo no se plantaba que se había perdido el concepto de lo que era plantarse verdaderamente.
- Por fin. - Por fin. Eso pensamos algunos. Éramos los menísimos. Los que habíamos soñado con las grandes cosas. Los que habíamos visto plantarse a otros pueblos de otros lugares de la tierra, lugares de más acá o de más allá, lugares con aspiraciones que no estaban tan vapuleadas ni perdidas en la desesperanza.
Es que es muy complicado que los pueblos se planten cuando transitan la lenta inercia del “no se puede”. El “no se puede” disfrazado de frase es en realidad un sustantivo. Es un sustantivo sin sinónimo. No es sinónimo de imposible. No es sinónimo de inalcanzable. No es sinónimo de quimérico. No es sinónimo de inaccesible. Es otra cosa. "No se puede" es algo parecido a la impotencia aprendida. Es en realidad la quintaesencia de la impotencia aprendida. Y como "no se puede", nunca se puede, es que muchos no entendían lo que estaba pasando.
Se estaban abriendo cazuelas para albergar a la vida. Para albergar a las plantas. Era el 2016 y después de muchísimos años el pueblo empezaba a plantarse. A llenarse de árboles de invierno repletos de sabia dormida y dispuesta a ser hoja en el verano del 2017.
Y qué alegría. Ver máquinas funcionando, hombres trabajando en las calles, parecía cosa de otra época.
Se estaban abriendo cazuelas para albergar a la vida. Para albergar las plantas. Era el 2016 y después de muchísimos años el pueblo empezaba a plantarse. A llenarse de árboles de invierno repletos de sabia dormida y dispuesta a ser hoja en el verano del 2017.
Parece mentira pero se había redescubierto la importancia de plantarse.
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