Mamá Vero, la mamá de Juan María y Mateo, un día hizo una casa.
Bah. No la hizo un día. La hizo un año. En un año.
Era una casa Sonajero.
Sólo que para oirla sonar hay que estar adentro.
La casa suena con la lluvia.
Suena con sonidito de gotitas, sonidos tintineantes, sonidos de agua que corre por canaletas invisibles.
La casa suena toda, como una xilofón, tocada por los dedos del agua que la recorre, haciéndole cosquillas.
Cuando uno está en la cama, mirando el cielorraso, casi se puede ver la música de las gotas que primero tocan, después resbalan y al final se escapan hasta el patio interior para caer con un goteo continuo hasta las piedras grises.
Así que la casa es sonajero.
Sonajero.
Si es de día brilla y suena. Si es de noche también brilla, plateada de agua dulce.
Y es muy lindo sentirla sonar.
Cierro los ojos.
La canción de la lluvia repite nombres amados. Acaricia. Pone triste y alegre y melancólico y sonriente.
Esta casa sonajero me gusta.
Cuando tengan una casa sonajero, una casa que les cante cancioncitas, una casa que suene con risa como de hadas o de duendes, cuando tengan una casa sonajero escuchen con atención lo que canta.
Y busquen con quién escuchar la música del techo. Porque, queridos míos, las casas están hechas para ser hogares, y eso, mis niñitos, requiere el esfuerzo de quererse.
jueves, 16 de abril de 2015
Perdidos en León
Era muy de noche. Porque a veces es de noche y otras veces es muy de noche. Suele pasar cuando uno anda por lugares que no conoce y anda, encima, más acompañado que solo, es decir con miedo por los que uno quiere más que a uno mismo. Era muy de noche y andábamos por una ruta desconocida, rodeados de un paisaje desconocido y autos desconocidos y el GPS repitiendo "Gire en U" , "Gire en U", y nosotros sin poder girar en U y la puta que lo parió al GPS.
Miro al asiento de atrás y Juan y Mateotín van calladitos. Dos bebés puro ojo. Estiro la mano y una manito caliente me la agarra y me consuela.
Era muy de noche, pero, inexplicablemente, se iluminó el mundo. Giramos en U y volvimos, los cuatro, bien sonrientes, a casita
Pequeño relato de una noche en la que nos perdimos en los suburbios de León (Guanajuato) México.
Miro al asiento de atrás y Juan y Mateotín van calladitos. Dos bebés puro ojo. Estiro la mano y una manito caliente me la agarra y me consuela.
Era muy de noche, pero, inexplicablemente, se iluminó el mundo. Giramos en U y volvimos, los cuatro, bien sonrientes, a casita
Pequeño relato de una noche en la que nos perdimos en los suburbios de León (Guanajuato) México.
miércoles, 8 de abril de 2015
Historia de la máquina de comer estrellas
- Un día Juan se enteró de que existía una máquina de comer estrellas. Y así era. Era una máquina de la época de los brujos malos, inventada por el más malo malísimo de los brujos malos. Era una máquina capaz de dejar el cielo sin estrellas. Era una máquina capaz de oscurecer la noche de tal manera que las personas no podían ni ver las palmas de sus manos aunque las pusieran pegadas casi a la nariz.
Juan sospechaba que la máquina de comer estrellas estaba escondida en algún lugar de la barda, donde los escorpiones y las serpientes la custodiaban para que nadie pudiera destruirla.
Por eso un día, cuando los globos aerostáticos llegaron al dique, le propuso a Mateo ir a buscarla
Así es que salieron a buscar algún globo que pudiera subirlos hasta el cielo para inspeccionar desde arriba las bardas que rodean el .... donde viven Mateo y Juan con papá y mamá.
Encontraron un globo rojo que era maniobrado por dos viejos arrugados como duendes vestidos con remeras verdes, pantalones escoceses y unas extrañas botas rojas. Los chicos les contaron que andaban buscando la máquina de comer estrellas. Y los dos viejos, que no por casualidad parecían duendes, los ayudaron a subir a la canasta de su enorme globo aerostático para empezar a buscar.
Vista desde arriba esa parte de León es muy hermosa. El dique brilla como una moneda de plata y las casas blancas se ven agarraditas a la tierra como botones. Los autos parecen autitos de juguete que circulan por las callecitas grises como jugando.
El globo se deslizaba suave bajo un cielo azul como una cúpula y de pronto una bandada de pájaros gigante lo alcanzó y lo rodeó y lo empujó hacia la serranía.
Ahora los chicos veían la tierra yerma, una extensión color café con leche con la mancha sucia de los matorrales.
De pronto vieron un gran hoyo en la tierra, como si una nave espacial hubiera aterrizado marcando sobre la superficie la forma de un gran plato sopero. Y allí, en el medio, una gran caja. Era la máquina de comer estrellas.
El globo rojo descendió suavecito, suavecito, y de pronto estaban allí, al lado de la máquina, mirándola asombrados porque era verdad, la máquina de comer estrellas existía y estaba allí, en León, esperando para comerse todas las estrellas de la noche para dejar a la humanidad con un cielo aburrido y negro para siempre.
Los dos viejos, viejos y petizos y arrugados, que parecían dos duendes resultaron dos duendes. Y bajaron de la canasta del globo una gran caja de herramientas que los chicos les ayudaron a llevar.
Dos horas y media tardaron en desarmar la máquina. Los escorpiones los acosaban y las serpientes salían de la tierra para defender la máquina oscura. Mateo, con un palo largo los espantaba y Juan les alcanzaba a los viejos las herramientas para que trabajaran más rápido.
Ya atardecía cuando al fin terminaron. Subieron a la canasta y los viejitos, tan petizos ya arrugados como gnomos, pusieron el globo a volar.
Cuando iban descendieron sobre la explanada del dique vieron a unas figuritas que corrían como locas. Eran la tía Pili y Lucy que los buscaban por todas partes desesperadas.
Dese el globo empezaron a saludarlas y cuando llegaron a tierra ellas dos ya estaban ahí, esperándolos con dos buenos chirlos en las palmas de la mano.
Esa noche Papá y Mamá les hablaron mucho. Los niños no deben andar por ahí solos, escapándose de los mayores.
- Mateo - dijo Juan - hemos destruido la máquina de comer estrellas.
- Siempre habrá estrellas que iluminen la noche y nos recuerden que el cielo no es un lugar vacío. Que hay todo un universo.
Esa noche los dos se durmieron agarrados de la mano. Les dolía el traste de tanto chirlo pero sonreían. Quizá soñaban con estrellas.
Sin embargo a veces creo que la máquina de comer estrellas no fue destruida. Que la tienen ciertas personas que no quiero nombrar porque dan miedo. Y la usan. La usan para comerse las estrellas del cielo nuestro. El cielo de las personas comunes. La usan para dejarnos a oscuras matando las lucesitas que esforzadamente encendemos. Por eso me gusta pensar que Juan y Mateo pueden dibujar la máquina de de comerse estrellas para borrarla después de dibujada, igual que borran los abrazos de las mamás las pesadillas de la noche.
Juan quería dibujar un cielo y yo le enseñaba a dibujar estrellas y no le salían entonces hizo como una caja con unos rayos y me dice no mamá dejá el cielo así porque esto es una maquina que come estrellas y ya no hay mas estrellas en mi cielo
Sobre las Malvinas, los kelpers y la guerra
Las Malvinas son unas islas que quedan allá, cerca del dedo gordo de la Argentina.
Son Argentinas porque sí, porque siempre estuvieron ahí, a tiro de piedra en términos continentales, recostadas sobre el lecho del Mar Argentino.
Pero desde hace una punta de años vinierona vivir a las islas los ingleses. Les pusieron un nombre distinto, porque, los ingleses, se sabe, hablan muy mal el idioma de los argentinos. Y a los ingleses que viven allí, en las islas argentinas con dos nombres (el verdadero y el sobrenombre), los otros ingleses, los de las otras islas, también les pusieron otro nombre. Les pusieron kelpers porque, como se sabe, inglés que no vive en inglaterra es un poco menos inglés. Y por otra parte yo pienso que mal no está, porque estos ingleses de las islas malvinas son más argentinos de lo que ellos se piensan, los pobres.
Y ¿Por qué pienso que son más argentinos de lo que ellos creen?. Porque viven en el culo del mundo y se creen que es el mismísimo centro de la tierra.
Porque son en el fondo un poco infelices, allá tan lejos, queriendo ser ingleses y no siendo. Son un poco argentinos, se ve.
Y en estas islas, las islas Malvinas, hubo una guerra.
Los ingleses las quieren porque ellos también viven en unas islas y ya están acostrumbrados a andar rodeados por el mar. Y porque creen, pienso yo, que viene bien estar cerca de la Antártida, que es como la novia perdida del mundo entero Y porque piensan que hay petroleo, y se sabe que a todos les gusta mucho el petroleo.
Por todos esos motivos los ingleses no se quieren ir de las islas Malvinas.
Hubo una vez una guerra en las Malvinas.
Una guerra corta, pero una guerra-guerra.
Antes de las guerra las Malvinas eran argentinas pero también eran inglesas.
Después de la guerra vaya a saber.
Ahora en las islas duermen su sueño eterno hombres casi niños que eran argentinos y otros hombres venidos de Inglaterra y que nunca pudieron regresar.
Todos muertos bajo un cielo de plomo.
Yo al final no se de quién son las islas Malvinas.
Creo que no son de nadie porque de nadie es el cielo ni la tierra.
Los hombres son dueños de todo y no son dueños de nada.
La próxima guerra quiero que nunca pase.
Los niños hombres están muertos porque así es la guerra. La tierra nunca justificó las lágrimas.
Los kelpers son argentinos, les guste o no.
Viven en el culo del mundo y andan de novio con la Antártida.
Como nosotros.
Pueden tener un pasaporte colorado.
No importa.
Son argentinos porque son kelpers, son gente que no sabe a donde pertenece. Son argentinos y los argentinos son kelpers, unidos por la angustia de no saber bien a quién amar.
Son Argentinas porque sí, porque siempre estuvieron ahí, a tiro de piedra en términos continentales, recostadas sobre el lecho del Mar Argentino.
Pero desde hace una punta de años vinierona vivir a las islas los ingleses. Les pusieron un nombre distinto, porque, los ingleses, se sabe, hablan muy mal el idioma de los argentinos. Y a los ingleses que viven allí, en las islas argentinas con dos nombres (el verdadero y el sobrenombre), los otros ingleses, los de las otras islas, también les pusieron otro nombre. Les pusieron kelpers porque, como se sabe, inglés que no vive en inglaterra es un poco menos inglés. Y por otra parte yo pienso que mal no está, porque estos ingleses de las islas malvinas son más argentinos de lo que ellos se piensan, los pobres.
Y ¿Por qué pienso que son más argentinos de lo que ellos creen?. Porque viven en el culo del mundo y se creen que es el mismísimo centro de la tierra.
Porque son en el fondo un poco infelices, allá tan lejos, queriendo ser ingleses y no siendo. Son un poco argentinos, se ve.
Y en estas islas, las islas Malvinas, hubo una guerra.
Los ingleses las quieren porque ellos también viven en unas islas y ya están acostrumbrados a andar rodeados por el mar. Y porque creen, pienso yo, que viene bien estar cerca de la Antártida, que es como la novia perdida del mundo entero Y porque piensan que hay petroleo, y se sabe que a todos les gusta mucho el petroleo.
Por todos esos motivos los ingleses no se quieren ir de las islas Malvinas.
Hubo una vez una guerra en las Malvinas.
Una guerra corta, pero una guerra-guerra.
Antes de las guerra las Malvinas eran argentinas pero también eran inglesas.
Después de la guerra vaya a saber.
Ahora en las islas duermen su sueño eterno hombres casi niños que eran argentinos y otros hombres venidos de Inglaterra y que nunca pudieron regresar.
Todos muertos bajo un cielo de plomo.
Yo al final no se de quién son las islas Malvinas.
Creo que no son de nadie porque de nadie es el cielo ni la tierra.
Los hombres son dueños de todo y no son dueños de nada.
La próxima guerra quiero que nunca pase.
Los niños hombres están muertos porque así es la guerra. La tierra nunca justificó las lágrimas.
Los kelpers son argentinos, les guste o no.
Viven en el culo del mundo y andan de novio con la Antártida.
Como nosotros.
Pueden tener un pasaporte colorado.
No importa.
Son argentinos porque son kelpers, son gente que no sabe a donde pertenece. Son argentinos y los argentinos son kelpers, unidos por la angustia de no saber bien a quién amar.
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