- Papá Noel vive en la casa de la abuela - dijo Juan .
- Y así es - dijimos todos.
Papá Noel vive en la casa de la abuela porque la abuela lo tiene bien alimentado. Le abre latas de paté y de palmitos. Le sirve café con leche y galletitas. Le compra papas fritas recién hechas en la rotisería de la vuelta. Le compra chocolatines y bombones. Y los domingos va a la confitería La Perla (que dejó de llamarse así hace años) y juntos se dan una panzada de masitas finas. Bombas de crema pastelera, borrachitos de bizcochuelo de colores, y los coquitos, los famosos coquitos que la abuela disfruta con afanes de reina.
Y juntos salen a comprar regalos para la Navidad. Porque no hay cosa que les guste más a la abuela y a Papá Noel que comprar regalos.
Por eso Papá Noel vive en Saladillo.
Porque vive en la casa de la abuela Ethel y allí guardan toda la esencia de la Navidad que es, como ya sabemos, una celebración de cumpleaños en la que todos nos hacemos regalitos porque regalarse es un modo de festejar. Dice la abuela.
sábado, 15 de noviembre de 2014
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Navidad de bichos
El bicherío también festeja la Navidad.
- Es que Jesús fue un gran tipo - dijo el conejo - y por eso todos festejamos su cumpleaños - agregó.
-Todos somos criaturas de Dios, dijo el Chancho. Y las mariposas, que son de pocas palabras, aletearon afirmativamente.
El festejo es una fiesta grande, muy grande.
Van las luciérnagas todas engalanadas de luz y con su sola presencia iluminan la mesa grande.
- Es que Jesús fue un gran tipo - dijo el conejo - y por eso todos festejamos su cumpleaños - agregó.
-Todos somos criaturas de Dios, dijo el Chancho. Y las mariposas, que son de pocas palabras, aletearon afirmativamente.
El festejo es una fiesta grande, muy grande.
Van las luciérnagas todas engalanadas de luz y con su sola presencia iluminan la mesa grande.
- Es una fiesta a la canasta - dijo la araña - y las moscas salieron volando para ponerse bien lejos de su alcance.
- Como bebida, hidromiel - dijeron los colibríes - y las abejas descargaron la miel en el estanque.
- No hay como un estanque de Navidad - dijeron los bagres y los pejerreyes en su extraño idioma hecho de burbujas y de virajes.
- Si hace mucho calor ventilamos el aire - dijeron los murciélagos colgados cabeza abajo de las ramas de los árboles con sus alas extendidas al máximo.
Los perros y los gatos no suelen ir. Es que tienen familias humanas de las que ocuparse.
Por lo demás todos los bichos, los de la ciudad y del campo, llegan cargados de comida y de regalos.
Y todos los regalos, paquetes y paquetitos, se ponen al pie de un árbol grande. Si es un pino mejor, cosa de respetar las tradiciones. Pero sino lo mismo da, porque lo verdaderamente importante es preparar un buen sitio en el que las luciérnagas puedan iluminar las etiquetas que los cascarudos leen con voz de locutor a medida que entregan los paquetitos de colores.
Todas las criaturas, cuadrúpedas, bípedas, aéreas y hasta las pequeñas criaturas sin patas y sin brazos festejan la llegada de la Navidad.
- Porque Navidad quiere decir nacimiento - dijo el burro con aires de intelectual - y el nacimiento es el estallido de la vida.
- Sí, claro que sí, dijeron los caracoles, mientras caminaban despacio como los caracoles caminan, para llegar a horario a la fiesta el mes que viene.
Por eso, chicos, cuando vean luciérnagas, pero muchas luciérnagas, cuando vean que el cielo se ilumina, sepan que ahí está todo el bicherío festejando, como todos, la Navidad.
- Como bebida, hidromiel - dijeron los colibríes - y las abejas descargaron la miel en el estanque.
- No hay como un estanque de Navidad - dijeron los bagres y los pejerreyes en su extraño idioma hecho de burbujas y de virajes.
- Si hace mucho calor ventilamos el aire - dijeron los murciélagos colgados cabeza abajo de las ramas de los árboles con sus alas extendidas al máximo.
Los perros y los gatos no suelen ir. Es que tienen familias humanas de las que ocuparse.
Por lo demás todos los bichos, los de la ciudad y del campo, llegan cargados de comida y de regalos.
Y todos los regalos, paquetes y paquetitos, se ponen al pie de un árbol grande. Si es un pino mejor, cosa de respetar las tradiciones. Pero sino lo mismo da, porque lo verdaderamente importante es preparar un buen sitio en el que las luciérnagas puedan iluminar las etiquetas que los cascarudos leen con voz de locutor a medida que entregan los paquetitos de colores.
Todas las criaturas, cuadrúpedas, bípedas, aéreas y hasta las pequeñas criaturas sin patas y sin brazos festejan la llegada de la Navidad.
- Porque Navidad quiere decir nacimiento - dijo el burro con aires de intelectual - y el nacimiento es el estallido de la vida.
- Sí, claro que sí, dijeron los caracoles, mientras caminaban despacio como los caracoles caminan, para llegar a horario a la fiesta el mes que viene.
Por eso, chicos, cuando vean luciérnagas, pero muchas luciérnagas, cuando vean que el cielo se ilumina, sepan que ahí está todo el bicherío festejando, como todos, la Navidad.
domingo, 2 de noviembre de 2014
El país de las islas
En el país hay más de un país.
Está el país inmenso, ese que parece doblarse como un papel con la curvatura exacta de la tierra, ese país de rectas interminables.
Y está el país de las colinas y el país de los precipicios y de los senderos de cabras.
Y está el país de las dunas que se ahogan en el mar.
Y el país de las cascadas en el que las aguas buscan el centro de la tierra y con un rugir de truenos trepanan la tierra roja de la selva.
Y también está el país de las casitas de tierra, el país de los gorros coloridos en el que vírgenes y diablitos de colores danzan en procesiones paralelas y en el que los hombres tocan flautas vegetales y soplan las penas hasta convertirlas en carnavalitos.
Y está el país de las islas en el que viven Ana y Ralph y Octavio. Es un país de aguas verdes y castañas, porque no son marrones las aguas de las islas, son castañas, de un castaño suave y dulce como los ojos de algunas personas.
A mi me gusta saber que desde allí Ana y Ralph vigilan la belleza de las islas desmayadas. Su luz mil veces reflejada. Sus caballos misteriosos. Sus callejones de agua. Su belleza creciente.
Los imagino yendo y viniendo por los caminos de agua, llenándose los ojos con el paisaje moteado de luz. Los imagino trajinando, con el cuerpo cansado y extrañamente pleno como cuando el cuerpo sirve como instrumento del alma que sabe lo que quiere
Y sí. Tenemos amigos isleños. Amigos con perros isleños, y huerta isleña, y triciclo isleño y gallinas isleñas y un gallo isleño, por supuesto.
Cuando sopla el viento del sudeste llega la sudestada.
Es que el viento empuja las aguas del Río de La Plata y no las deja llegar al ancho mar. Y el río hinchado por el agua que baja de todo el subcontinente ensancha su cauce entrando en las islas y llenándolas como se llena un plato sopero. Eso nos dijo Ana Laura. Y desde entonces nunca más la palabra Sudestada fue sólo el viento. Ahora es también las islas y entre todas las islas es la isla de Ana Laura, de Ralph, de Octavio, de los perros de muelle, de las gallinas con riesgo de ahogamiento, de las lanchas despensa, de las botas de goma insólitamente deseables.
Ahora también las islas son el país nuestro y siento que un pedacito de mi adn las recorre, chapoteando en el barro rico de vida, porque los chicos, nuestros chicos, viven en las islas.
Ana Laura Espinosa es hija de Marta Gonzalez y nieta de Eduardo Gonzalez y de Teresa y es pariente nuestra por parte de Eduardo y del bisabuelo Lopez que eran primos no sé en que grado. Está casada con Ralph que es Suizo y a veces no entendemos que hace chapoteando barro, pero nos parece de admirar. Octavio es su hijito isleño. Y los perros son los perros de la casa, las gallinas y el gallo ídem. Este mensaje es para mis Mateitos para que sepan de dónde vienen y elijan a dónde quieren llegar.
Ana Laura Espinosa es hija de Marta Gonzalez y nieta de Eduardo Gonzalez y de Teresa y es pariente nuestra por parte de Eduardo y del bisabuelo Lopez que eran primos no sé en que grado. Está casada con Ralph que es Suizo y a veces no entendemos que hace chapoteando barro, pero nos parece de admirar. Octavio es su hijito isleño. Y los perros son los perros de la casa, las gallinas y el gallo ídem. Este mensaje es para mis Mateitos para que sepan de dónde vienen y elijan a dónde quieren llegar.
Aguelarre de las pampas corregido
Cuando las brujas se reunían en el campo, desde el pueblo se veía una luz rara, como de incendio, pero de color casi verde.
Decían que en los aquelarres se festejaba la esperanza, que es colorida como colorida es la primavera, y que por eso en las fogatas las brujas quemaban todo tipo de yuyos secos que producían llamas de colores.
Generalmente se reunían en verano, cuando el calor es tan intenso que las ranas extenuadas cantan pidiendo aire.
Los chicos nos quedábamos todos juntos, en el porche de la casa, con los pies mojados en charcos de agua que formábamos sobre las baldosas amarillas y rojas que el abuelo había puesto con esmero de ajedrecista.
Contábamos cuentos de aparecidos, de luz mala, de jinete sin cabeza y de lloronas, y por supuesto, cómo no, el cuento de la chica que vivía en el cementerio y salía a enamorar jóvenes que nunca volvían a encontrarla.
Este era una historia fabulosa. Un chico que volvía de un baile acompañando a una chica y le prestaba un saco porque hacía frío. Nunca volvía a verla. Pero el saco aparecía doblado (pulcramente claro) sobre la tumba de una chica muerta años atrás. Hermoso y escalosfriante.
Era un cuento de noche de verano.
Y sentados ahí, en el porche, con el campo de maíz ondulante flotando en la noche a nuestro alrededor, veíamos las luces del aquelarre. Verdes casi siempre pero a veces poderosamente anaranjadas.
Muy entrada la noche, cuando ya los grandes bajaban la voz para la charlas secretas, las veíamos irse. Figuritas aéreas, montadas en sus escobas poderosas, volando casi siempre hacia el Norte, hacia Europa, porque ellas viven en países antiguos donde pasan inadvertidas.
Así era. Y en las noches de aquelarre a veces nos permitían a los chicos tomar sidra, que en esta tierra baja es el jugo más dulce de las manzanas dulces.
Este verano, cuando el calor canse a todo el bicherío, ranas y arañas incluidas, creo que voy a salir de aquelarre
Generalmente se reunían en verano, cuando el calor es tan intenso que las ranas extenuadas cantan pidiendo aire.
Los chicos nos quedábamos todos juntos, en el porche de la casa, con los pies mojados en charcos de agua que formábamos sobre las baldosas amarillas y rojas que el abuelo había puesto con esmero de ajedrecista.
Contábamos cuentos de aparecidos, de luz mala, de jinete sin cabeza y de lloronas, y por supuesto, cómo no, el cuento de la chica que vivía en el cementerio y salía a enamorar jóvenes que nunca volvían a encontrarla.
Este era una historia fabulosa. Un chico que volvía de un baile acompañando a una chica y le prestaba un saco porque hacía frío. Nunca volvía a verla. Pero el saco aparecía doblado (pulcramente claro) sobre la tumba de una chica muerta años atrás. Hermoso y escalosfriante.
Era un cuento de noche de verano.
Y sentados ahí, en el porche, con el campo de maíz ondulante flotando en la noche a nuestro alrededor, veíamos las luces del aquelarre. Verdes casi siempre pero a veces poderosamente anaranjadas.
Muy entrada la noche, cuando ya los grandes bajaban la voz para la charlas secretas, las veíamos irse. Figuritas aéreas, montadas en sus escobas poderosas, volando casi siempre hacia el Norte, hacia Europa, porque ellas viven en países antiguos donde pasan inadvertidas.
Así era. Y en las noches de aquelarre a veces nos permitían a los chicos tomar sidra, que en esta tierra baja es el jugo más dulce de las manzanas dulces.
Este verano, cuando el calor canse a todo el bicherío, ranas y arañas incluidas, creo que voy a salir de aquelarre
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