sábado, 2 de abril de 2016

2016

Hay años que tienen normbre.
En realidad todos loa sños tienen nombre.  Se llaman 2005 o 5034 o tal vez 5.000.034.005.
Pero hay años a los que les ponemos nombre porque marcan nuestra vida.
Por ejemplo los años de la tía Andrea son 1961, 1978,  1979, 2000, 2001, 2009, 2010 y 2016.
Cada año tiene su nombre y su sobrenombre.
Por ejemplo 2001 es el año del chino que lloraba y 2009-2010 son el mismo año porque son el año en el que fuimos huérfanos y 2016 es el año de Javier.
Javier era un amigo de la tía Andrea que un día le avisó que no era más amigo y se fue de su vida pero no se fue de prepo, como se van los verdaderos amigos, sino que se fue queriendo, como se va la gente que quiere irse.
Nadie sabe por qué a la tía Andrea le cayó tan mal que Javier se fuera, y la tía, por más que intentara, no podía explicarlo.
Lo cierto es que la tía se puso muy triste por un tiempo de verdad largo.  Pasó el verano y llegó el otoño, y las hojas declinaron su hidalguía y cayeron.
La tía aprendió ese año que hasta lo evitable es inevitable.
El 2016 también fue el año en el que Juan y Mateo vinieron a embalsamar la vida de la tía Andrea, que no quiere decir embalsamarla con formol y como a  una momia, sino embalsamar en el sentido de ponerle un bálsamo para que el alma no se le irritara con ese raspón continuo que sentía.
El 2016 fue el año en que Juan aprendió a nadar en la pileta de la abuela Ethel, y el año que Mateo descubrió que el pasto y las plantas y las flores estaban ahí para ser disfrutadas con los ojos, los dedos y los pies.
Hay muchas maneras en que los amigos se van de la vida de la gente.
Algunos se van por puertitas laterales a habitar mundos vecinos.
Otros vuelven a sus propias latitudes ya que nunca fueron parte del aquí.
Otros resisten unidos por hilos invisibles, viviendo vidas extrañas pero unidos a vos por esos hilos resistentes que se tuercen, se alargan y hasta se doblan al límite de todos los grados del transportador.
Otros e van porque no les queda otra, porque se mueren y la muerte los reclama a sus regiones ignotas, pero cuando se van uno siente que no se van del todo porque se quedan enseñándote a escuchar la música que de otro modo se te escaparía, como se escapa entre las manos el agua fría de una bomba.
Y otros se van estruendosamente, rompiendo las puertas del alma, obligándote a ponerle remaches a los sueños, para que la noche no entre a invadir todo.
2016 es el año en que Javier se enojó con la tía Andrea y la tía Andrea lloró muchas veces con mocos y con lágrimas porque hacía más de 50 años que compartían este mundo y la tía supo que Javier más bien la odiaba después de tantos años y sintió que era irreparable y que era posible que todo el mundo la dejara de querer.

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