miércoles, 15 de enero de 2014

La noche a veces es más oscura y a veces más clara.
A veces hay estrellas titilando y a veces por más que estén y titilen no es posible verlas.
Y están el amor, la ira, la melancolía y la alegría.
Todas cosas de las que vale la pena hablar.
El amor es una cosa extraña porque uno diría que no puede asirlo, no puede pesarlo, no puede medirlo en escala decimal ni en ninguna otra escala.
Pero esa inmaterialidad a veces lo atraviesa a uno como si el pecho fuera un túnel y con un fárrago propio de mil trenes nos recorre y se dirige, pura energía, hacia el ser amado.
Generalmente duele.
Duele con ese dolor indeterminado con el que duele el alma, dolor de violines.
El amor entonces es una energía medible que simplemente no se ha medido. ¿Cómo podría sino sentirse?
La ira es diferente.  Es una energía entrópica.  Una especie de tornado que nos vacía.  La ira es también energía sólo que se lleva cosas que no podemos inventariar.
La ira es mala para las personas.  Las resquebraja de a poco hasta que un día alguien dá un portazo y la persona se desmigaja y cae pulverizada.  Pero para cuando cae pulverizada ya hace años que estaba rota, quebrada en pedacitos.


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