domingo, 4 de agosto de 2013

El frasco

En el año 1963 nuestros papás enterraron un frasco en la plaza del pueblo.
Nos dijeron que adentro nos dejaban semillas y un mensaje.
Nosotros, los primos, éramos tan chiquitos que no nos acordaríamos de nada si no fuera por las fotos en las que aparecemos vestidos con la moda de la época, las nenas con las patitas rechonchas al aire y tapaditos cruzados, y Marcelo que era un bebé, encapuchado y redondo de tanto abrigo.
Así es que en 1963 fijaron una cita para dentro de cincuenta años. Y allí estuvimos.
Pero no nos dejaron leer los mensajes.  Porque así son las épocas nuevas.  Pura bulla.
- Ya los van a leer cuando estén expuestos en el museo.
Espero el que escribió el joven Curto, mi entrañable profesor.
Así son las épocas nuevas.  La emoción se desperdicia, se escurre, se vislumbra pero no alumbra, no encandila.
Papá fue a comprar el frasco que iban a enterrar.  Costó 2 pesos. Está entre los gastos de los anales del centenario, época en la que todavía se rendían cuentas.  Le molestó que el comerciante cobrara el botellón, pero no pongo el nombre del susodicho porque a mamá no le gustaría.
Pienso (como papá) que hay gente que manda mensajes al futuro y gente que es para el presente nomás.  Aunque aparezca en los libros es del presente nomás.
El tío Rúben torneo la tapa de plomo, idearon el modo de sellarlo al vacío y pusieron una cinta argentina porque se sentían argentinos, un sentimiento impregnado de futuro.
El abuelo, la abuela, el mítico Dellatorre, los chicos, todos ahí. Embaucados.  Creyendo que eso era la vida.  Algo que uno hacía no sabía bien por qué pero lo hacía para todos.
El abuelo chupando de la pipa.  Fuerte, para que la brasa no se apague.  El tío respirando como de prepo,  porque así hacía,  igual que yo, cuando me concentro.   Papá mirando el mundo con sus ojos ingenuos, esos ojos que luego escondería junto con el dolor. La abuela Lita, tan Cocó Chanel, como dijo Graciela años después. Mamá, tan jóven.  Carlitos Bertazzo, cabeza rubia, y otros amigos cuyos nombres conocimos ya grandes.
Y fuimos a la cita. Los que estábamos a menos de diez mil kilómetros y de este lado de la vida.
Cecilia, Marcelo, Carlitos,  yo.  Y por suerte mamá.
Nos acompañó Alejandro porque aunque no estaba cuando se enterró el frasco el también recibió la invitación.  Cuando pudo entender.
No nos dejaron leer el mensaje.  No aprovecharon la emoción.
Pero en realidad el verdadero mensaje no estaba en el contenido del frasco.
El mensaje era la cita misma.
El mensaje que nos dejaron es hacernos comprender la capacidad que tienen las emociones humanas para crear un lazo tan fuerte que supera el tiempo y a la muerte.
Porque el amor, señores y señoritos, es un mensaje que se enfrasca, se escribe, se ata, se entrega, se fotografía, se hace patria, se hace pueblo y rostro y alma, se lee o no se lee, nos trasciende y es verdad, vence a la muerte que se deja vencer, porque hasta ella es parte de la vida.
Por eso el mensaje llegó, era la cita misma.