Esta es la historia de una merluza de lo más sencillita.
Porque si hay un pescado sencillito ese es la merluza y en el caso de la merluza de este cuento la sencillez ya era cosa superlativa, casi una exageración y por un pelo no más, se salvaba de ser extravagancia.
Lo de la sencillez le venía a la pobre de la niñez misma.
Los padres habían sido socialistas de los de antes, y el abuelo materno músico de orquesta típica. El otro había sido carpintero y republicano, que entre los españoles era algo así como un socialista machacado, igual que los ajíes .......
Con semejante prosapia (prosapia quiere decir .....) a la pobre no le había quedado otra que volverse sencilla, porque el escenario quedaba chico para tanto actor destacado.
Cuando fue a la escuela la sentaron en el primer banco y allí se quedó, porque era muy miope la pobre.
La maestra era una anchoita que daba pena de flaca y siempre le decía "vos que sos grandota esto o aquello" y a la pobre le quedó el sobrenombre de gorda para toda la vida.
Y la gorda siguió así año tras año, haciendo todas las cosas que las pobres anchoitas no podían o no tenían ganas de hacer en materia de acarreos y trabajos duros.
Así que andaba la pobre de acá para allá, levantándose los anteojos, porque se sabe que la merluza es de poca nariz y medio resbalosa.
Cuando llegó a grande fue a la Universidad de las merluzas, donde se adquieren conocimientos de orden universal.
Y se sabe que el universo de las merluzas es 90 % el mar y costa, así que ella siguió una carrera acorde con su época y más rápido ligero se recibió de organizadora de cardúmenes, una de las carreras con más demanda y más aburridas del mundo.
Siempre lo que es necesario suele ser aburrido, le dijo la mamá, y ella se resignó porque era sencilla hasta para las frustraciones.
Andaba ahí, contando filas de atunes, organizando entradas y salidas de chipirones y corrigiendo las columnas de sardinas, cuando se dio cuenta por milésima y un vez que no servía para esas cosas.
Es que tenía que hacer las cuentas una y otra vez porque en una de esas se ponía a pensar en lo bonito que se veía el ondulante baile de las sardinas y páfate, todas las cuentas le salían para la mona.
El problema es que si no hacía lo que hacía no sabía que cosa hacer.
No había muchas cosas que pudiera hacer una merluza de determinada edad, preparada para el conteo y organización de cardúmenes, sin más talento conocido que el de hacer las cuentas aunque tuviera que sumar escribiendo a toda velocidad en la arena movediza del fondo del mar.
Pensó incluso en dejarse estar, en quedarse sin trabajo y sin ingresos, buscando un coral tranquilo donde refugiarse, comiendo de las sobras de los tiburones vegetarianos.
Continuará...